viernes, 26 de noviembre de 2010

Lágrimas para después de un destierro.

Nostálgico y atormentado,
con lágrimas en su mirada,
antes del destierro veía
por última vez su morada.

Ya no paseará en sus jardines,
ni en sus calles, ni en sus plazas.
De jazmín y azahar, sus tardes,
ya no estarán pefumadas.

¿Cuando renunció a su tierra?
¿Cuando regaló su patria?
¿Cuando, de par en par,
abrió al extraño su casa?

Cuando escondió la firmeza.
Cuando bajó la guardia.
Cuando el conquistador, palpó,
una grieta en sus murallas.

Adiós jardines floridos.
Adiós calles, adiós plazas.
Adiós tardes embellecidas,
de azahar y jazmín perfumadas.

Estas manos jamás volverán
a tocar la piedra tallada,
esa con la que los abuelos,
construyeron su atalaya.

Algún Día.

Algún día,
las masas visitarán el coliseo de mi ciudad,
una reliquia del pasado que hoy es presente.

Algún día,
Los filósofos de este tiempo tendrán algo que enseñar
a las generaciones futuras.

Algún día,
lo que a nosotros pasa, servirá de modelo para alguien
que cometerá los mismos errores que nosotros.

Algún día,
nuestros huesos se expondrán en algún museo,
nuestras vidas serán objeto a estudiar.

Algún día,
los palacios de los que nos gobiernan atraerán curiosos,
que sacarán conclusiones que no servirán para nada.

Algún día,
ese día llegará y, en el, se preguntarán; ¿por qué?, quizá.
¿Por qué no?, a lo mejor. Puede que lleguen a contestarse.

Tiempos Pasados.

Vengan a mi bellas tardes,
de abril noches estrelladas.
Vengan a mi tiernos días,
luces de la alborada.

Tiempos pasados fueron,
irrepetibles jornadas,
reposo de la memoria,
reparadora tisana.

En mi lugar, los viejos,
cuentan sus viejas batallas,
su caminar por la vida,
su juventud olvidada.

Cualquiera tiempo pasado
lo elevan sobre un ara,
al que rinden pleitesía,
es de su vejez morada.

Cualquiera tiempo pasado,
dicen, es mejor; ¿qué nada?.
Alabamos el pasado
cundo el presente es cizaña.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Todo seguirá.

Se seguirá vistiendo mi pueblo,
con su largo manto gris de niebla,
las noches gélidas del otoño,
cuando yo no esté, y me halla ido
en silencio, callado.

Seguirá oliendo el aire frío
de la tarde a leña quemada
en hogares cercanos, hermanos
en la pobreza y en la esperanza
de un mañana común.

Seguirá tocando el esquilón,
en la anochecida alba, caliza,
llamando a los fieles que oyen,
que no escuchan, y sin embargo
siguen esperanzados.

Se seguirá llenando la plaza
de desocupadas manos, rudas,
erosionadas, ágiles, pardas,
que llevarán a sus hogares pan,
escaso y amargo.

Allá lejos en el firmamento,
en las noches que la niebla duerma
en sus aposentos y se ausente,
lucirá el cielo su brocado
de negro y diamantes.

En alguna alcoba, algún niño
velará, soñando despierto,
con su mente viajera y errante,
imaginando futuros viables.
Le vencerá el sueño.

La vida seguirá, cuando me haya
marchado, en silencio, en calma,
hacia mi blanco hogar etereo,
cuando el invierno llegue a mi vida,
meciéndome en sus brazos.