viernes, 29 de abril de 2011

Me Pregunto.

Me quedé embelesado viendo cómo el sol luchaba por hacerse un hueco, en el inmenso lienzo turquesa, entre las nubes. Ese sol de primavera, tibio, relajante, luchaba con las enormes nubes, amenazantes, grises, pasajeras. Me pregunté si habría alguien haciendo lo mismo que yo. Me pregunté si alguien estaría haciéndose esa misma pregunta observando al sol de la tarde primaveral peleando contra las nubes.
Cada día lanzo mis pensamientos al viento, cómo pequeñas briznas de algodón. El viento las lleva lejos, deposita sus frágiles cuerpos en lugares lejanos. Me pregunto cuanta gente estará en éste preciso instante lanzando sus pensamientos al capricho del viento, que los llevará lejos y quizá caigan en mis manos, cómo los míos caen en otras manos.
Me voy en espíritu al viejo puente, cercano a mi pueblo, que desde hace años desafía al viejo Guadiana embravecido por la bonanza del invierno. Desde ese viejo puente que osa adentrarse en el alma del viejo río, me quedo embelesado viendo el agua pasar, debajo de mi, a través de los ojos del viejo puente. En ese agua, torrencial ahora, observo a una pequeña hoja, arrancada quizá por el viento de alguno de los árboles que viven en la ribera del río. La pequeña hoja flota y se deja llevar por el sentido de las aguas. Me pregunto si alguien, más adelante, apoyado en alguna barandilla de algún otro puente que ose desafiar al mismo viejo río, se encontrará también con esa pequeña hoja, arrastrada por la corriente. Me pregunto si ese otro alguien, como yo, se preguntará a su vez si todavía más adelante, habrá algún otro observador embelesado, cómo él, cómo yo, que haya visto también la hoja correr río abajo, llevada por el agua.
Me gustaría que así fuera.

domingo, 24 de abril de 2011

Paco Hierro.


Parece que lo estoy viendo: alto, desgarbado, apoyado en la barra del casino de la calle Grande, a eso de la una, pasado el mediodía, bebiéndose su tercio de cerveza, fumando rubio americano de contrabando. Paco siempre quiso diferenciarse de los demás: Si ellos tomaban botellín, él tomaba tercio; si ellos fumaban rubio nacional o negro, él fumaba rubio americano. Era todo un personaje, en el casino, donde a diario, le salían detractores, seguidores o gente indiferente a sus historias, por doquier. El haber combatido cómo voluntario en la División Azul, en Rusia, junto a los Nazis, le confería un aura de personaje destacado en el microcosmos de El Llano. Contaba y recontaba, una y otra vez, sus experiencias en la guerra, sus anécdotas, sus hazañas, a los seguidores, a los detractores, a los que creían que Paco Hierro no era más que un viejo chiflado.
Contaba historias para los demás, aunque a veces se guardara detalles para si y, Lo que se guardaba para si, lo sabía de sobra Servando Núñez, el dueño del casino. Lo que no supiera Servando de todos y cada uno de los habitantes de El Llano, no lo sabía nadie. Paco guardaba para si, por ejemplo sus motivos reales para irse al infierno ruso a combatir a los comunistas. Aquello, Servando lo sabía muy bien, pues él lo había vivido. Recordaba cómo si fuera hoy mismo, aquella noche en la que Paco Hierro vino al casino borracho cómo una cuba, vestido de soldado. Paco, que estaba haciendo el servicio militar, gozaba de un mes de permiso. Había iniciado una pelea con uno de los presentes, no recuerda Servando el motivo, el jaleo había alertado a una pareja de guardia civiles que hacía la ronda a esa hora por el pueblo. Los dos agentes habían intervenido intentando calmar los ánimos, intentando separar a los contendientes. Paco, fuera de si, había pegado un navajazo a uno de los agentes en una pierna. Nada grave. Mucha sangre, si, pero una herida superficial y poco profunda, pero suficiente para que Paco acabara en el cuartel de la Benemérita de El Monte, preso. A la mañana siguiente fue trasladado a un penal militar en la capital. El señor Remigio, el padre de Paco, barbero del pueblo y adicto al régimen, había ido a pedir ayuda al alcalde, Isidro Sanchéz. "Coño, Remigio. Es que a tu hijo ya le vale. Reza para que salga con vida de esta y no lo fusilen, estando como estaba haciendo el servicio", le había dicho el alcalde al señor Remigio, el cual incluso fue a ver al guardia civil herido para que no fuera muy duro con su hijo declarando en el juicio, que se hiciera cargo, que era sólo un crío. Aún así, pensaba el alcalde, que Paco iba a necesitar poco menos que un milagro. Cuando todo esto estaba pasando en El Llano, Hitler y Franco se reunían en Hendaya y acordaron que España mandará una división de voluntarios a combatir a Rusia junto a los alemanes: La División Azul. Cuando el alcalde leyó la noticia en el Diario Provin se le ocurrió que aquello podría ser una salida para Paco. Tras consultar con el señor Remigio, se puso a mover hilos, en la capital de la provincia, en Madrid, donde tenía algunas amistades, en mil y un sitios. Paco salió libre de todos los cargos, a cambio de irse voluntario a Rusia. La noticia casi mata a la pobre de la señora Remedios, la madre de Paco. "Me lo van a matar allí los rusos, Dios mío", decía la buena señora a quien quisiera escucharla. El caso es que Paco se fue a Rusia con la División Azul. Empezó escribiendo cartas llenas de optimismo: El ejército alemán avanzaba imparable a lo largo de la inmensidad de Rusia y los españoles con ellos. Pero llegó el invierno, la nieve, el frío, el hambre, las enfermedades, los ataques de los rusos, y aquello empezó a torcerse. A Paco le pegaron dos tiros en una pierna y brazo, lo llevaron a la retaguardia, a un hospital de campaña donde casi le amputan la pierna, luego lo trasladaron a Alemania, allí le dijeron que quedaría cojo para toda la vida, la bala se había llevado mucho tejido por delante y le había machacado la tibia. Dos años después de haberse ido al frente ruso, Paco fue repatriado a Madrid a un hospital militar. El señor Remigio había ido a verle. "Lo he encontrado muy delgado y algo desmejorado, pero vivo, gracias a Dios", dijo el barbero a la vuelta de Madrid a todos los parroquianos del casino que uno tras otro le preguntaban por Paco. A su hijo l habían ascendido, primero a cabo, después a cabo primero y por último a sargento por su valor en el campo de batalla, informó el orgulloso padre.
Meses después, Paco Hierro volvía a El Llano cómo un héroe, con una medalla al valor en la solapa del bolsillo de su guerrera, los galones de sargento en la manga y una cojera que ya no le abandonaría en toda su vida. El ayuntamiento con el alcalde al frente, ofreció una comida de bienvenida al héroe en el casino. Servando, el dueño del casino, recordaba perfectamente aquel día: Paco venía cansado, asistió a los actos con la mirada perdida, con el alma en otra parte. Servando no había vuelto a ver a Paco desde la bronca del navajazo al guardia civil y quedó un poco impresionado. "Lo que le puede llegar a cambiar la vida a una persona. Y todo por no saber beber, por una noche de mal vino", pensaba Servando.
A partir de entonces, Paco se dedicó a ir a diario a beberse su par de tercios de cerveza, fumarse sus rubios americanos y crear tertulia con los parroquianos del casino. Fue pasado a la reserva y el estado le pasaba una buena pensión cómo sargento reservista y mutilado de guerra. La segunda parte de la vida de Paco Hierro, fue esa: Ver la vida pasar desde la barra del casino, a diario, ir una vez al mes a la capital, a revisión, al hospital militar, eso decía él siempre, pero la verdad es que iba, más que nada, a palpar las virtudes del puterío capitalino en el barrio viejo. Una vez al año, Paco Hierro iba a Sevilla, en abril, en la feria, a ver los toros a la Maestranza. Iba siempre con José Collar, hermano pequeño del alcalde republicano de El Llano, fusilado por los falangistas en la tapia del cementerio de Villagar. José Collar era un comunista acérrimo y un gran aficionado a la fiesta nacional y a Curro Romero. Era lo único que tenía en común con Paco Hierro, lo que no les impedía ser buenos amigos. Cada mes de abril, los dos, el combatiente anticomunista y el comunista hasta la médula, iban en paz y concordia a Sevilla, a la Maestranza, "a ver si curro se dejaba ver".
Fueron pasando los años y Paco fue envejeciendo, yendo a diario al casino, a eso del mediodía, yendo una vez al mes a la capital, al barrio viejo, a palpar al puterío, yendo una vez al año a Sevilla, a la Maestranza, a ver si Curro se dejaba ver. Murió Franco. Vino la democracia. Se volvieron a dejar ver después de cuarenta años opiniones encontradas otra vez en El Llano. Socialistas, comunistas, los de Suarez, los de Fraga, los de...A Paco le traía sin cuidado la política. El había sido falangista hasta la médula, pero no un falangista cualquiera. Él había sido un falangista con pedigrí, de los que no comprendieron la unificación con los requetés, de los que no comprendienron el por qué Franco nombraba sucesor al Borbón, los de la revolución pendiente. Aquella nueva democracia pillaba a Paco demasiado viejo y cansado. "¿Y tú que piensas de todo esto, Paco?" le preguntaban sus compañeros de tertulia en el casino, un poco para picarle, para sacar al falangista furibundo que, presumían había en el alma indómita de Paco Hierro. "Yo mientras no rompan nada", decía Paco encogiéndose de hombros ante el asombro general de la concurrencia. Entonces venían a la mente de Paco aquel verso que escuchó a alguien, no se acordaba a quien, entonar una vez, hace muchos años, de aquel poeta comunista. Cómo se llamaba ¡Ah, si; Miguel Hernández: "Cuanto penar para morirse uno".
Un mediodía, cómo tantos otros, Paco Hierro estaba apoyado en la barra del casino, bebiéndose su tercio de cerveza, fumándose su rubio americano, mirando la televisión. Servando, el dueño del casino estaba allí, cómo siempre, detrás de la barra. Habían envejecido juntos, uno frente al otro, uno fuera y otro dentro del mostrador del casino. Al lado de Paco se tomaba una caña un chico joven. No era del pueblo. Él no, pero su padre si. Era hijo de uno de los Carmona, aquellos que se habían ido emigrados al País Vasco, le había informado Servando a Paco. De repente se interrumpe la programación. Avance informativo. ETA acaba de matar en Madríd al general...y al soldado...que hacía las funciones de chófer del general. Un coche bomba ha estallado al paso del coche de los militares. "Hijos de la grandísima puta", había dicho Paco levantando la voz. El chico que está a su lado le mira y esboza una leve sonrisa. "Si lo siento por alguien es por el chofer, que seguramente sería un chaval joven que estaría haciendo la mili. Pero el gerifalte ese...Uno menos". El acento del chico denota su procedencia norteña, vasca. Paco se vuelve hacia él, lo mira fijamente, da un empujón al chaval que casi cae al suelo. El chico, que no tendrá más de diecisiete o dieciocho años, mira sorprendido al viejo que acaba de empujarle con tanta fuerza. Paco va a embestir otra vez contra el chico, pero varias manos se lo impiden, lo agarran. "Dejadme, dejadme que mate a este hijoputa", dice Paco a grandes voces. El chico se dirige a Paco en tono chulesco y burlón. "Ni se le vuelva a ocurrir tocarme. Esta es la democracia de la que tanto se os llena la boca aquí abajo, para que luego uno tenga que aguantar al facha de turno" Paco intenta ir otra vez hacia el chico pero se lo impiden varios de los parroquianos, los cuales dicen al chico que haga el favor de largarse de allí. El chico no les hace caso. "No tengo el porque irme. Que se vaya él si quiere. Yo sólo he dado mi opinión" Esto enciende aún más a Paco, al que los parroquianos han logrado llevar hacia la puerta de la calle. Paco ordena imperativamente que le suelten, que se va para casa. Eso si antes, se dirige al chico: "Escúchame, hijo de puta. Voy a mi casa. Allí, tengo una pistola. La voy a cargar y me la voy a traer. Si cuando vuelva con ella cargada estás por aquí te pego dos tiros. ¿Estamos?" Tras decir esto, Paco sale del casino. Servando y los demás parroquianos conminan al chico a irse para casa. "Mira chaval que a ese viejo le da igual todo. Que te pega cuatro tiros aquí, ahora mismo, te deja seco y se queda tan ancho. Si lo conoceré yo" El chico se niega a irse. Servando pide a uno de los parroquianos presentes que vaya a casa de los Carmona que no está muy lejos de allí y que avise al padre del chico a ver si él logra convencerle. Servando llama a la Guardia Civil y les pide que vengan lo más rápido posible, pues teme que se organice una carnicería. El padre del chico se muestra desconcertado: "Joder. ¿También aquí? ¿También aquí me vas a joder con estas chorradas? No tienes bastante con jodernos allí, con la política, a tu madre, a tus hermanos y a mi, sino que tienes que venir al pueblo también a joder la marrana". El chico le dice a su padre, a voces, que lo deje tranquilo, que él no quería venir. "Todos los años igual. Tenemos que venir aquí, a éste puto pueblo, de vacaciones", dijo el chico con un tono cargado de hostilidad a su padre. "Por favor, Jose, no me jodas. Tira para casa". Al final el padre y el chico salen del casino y se van discutiendo hacia su casa. Una pareja de la Guardia Civil llega. Los parroquianos y el propio Servando los informan de lo sucedido. Llega Paco Hierro, vestido con el uniforme de sargento del ejército, pistola al cinto. Uno de los guardias civiles, le conmina a entregarle el arma. "Señores. ¿Es que aquí no se saluda a un superior ya?" Los dos agentes de la Benemérita se miran desconcertados. Al unísono se llevan la mano derecha a la sien, se ponen firmes y saludan: "A sus órdenes mi sargento". Paco mira a Servando. "¿El chaval hijoputa ese se ha ido?", preguntó. Servando asiente con la cabeza. Paco Hierro se se dirige a la barra, pide un tercio para él, "a los demás les sirves lo que quieran. A estos señores también", dice Paco Hierro refiriéndose a los dos guardias civiles. El ambiente se empieza tranquilizar un poco. Recuerda Servando la noche aquella en la que Paco Hierro se acodó borracho en la barra, cuarenta años atrás, vestido de militar cómo ahora, con una pareja de la Guardia Civil al lado, cómo ahora. "Si me llego a encontrar a ese hijoputa aquí, ahora mismo, le pego tres tiros, eso seguro. Pero se ha ido. Se ha batido en retirada", dijo Paco Hierro a los dos guardias. Paco sacó la pistola de su funda, la agarró por el caño y se la tendió a uno de los guardias. "Cabo, llévese esto". Tras dar el arma al agente, Paco Hierro se llevó la mano a la bisera de la gorra de militar. "Señores, buen servicio", y tras decir esto se fue. Servando soltó un suspiro de alivio. "Es la segunda vez en cuarenta años que este tío me las hace pasar canutas", pensó.
Dos meses después de aquel suceso, a Paco Hierro le diagnosticaron un cáncer de pulmón. Dejó de salir de casa, de ir al casino a diario, a beberse su tercio de cerveza, a fumarse sus rubios americanos. Ya no fue nunca más a la capital, al barrio viejo a palpar al puterío, ya no iría nunca más a Sevilla, en el mes de abril, a ver si Curro se dejaba ver.

martes, 19 de abril de 2011

Los Sonidos del Silencio.

Una taza de café y,
los rayos del sol declinante de la tarde,
son testigos.

Una tarde oí los sonidos del Silencio.

Cuando se apagó el bullicio
del constante batallar
de la ciudad.

Sentado; viendo el sol marcharse hacia el oeste.

Los sonidos del silencio me hablaron.
El silencio se sentó a mi mesa,
cómo un amigo.

En la linea fronteriza entre la luz y la oscuridad.

El silencio me enseñó un río:
El río de mi vida. De aguas turbulentas,
a veces.
Un remanso de paz,
a veces.

Cuando la ciudad encendía sus pretenciosas y falsas luces.

El silencio me dio a elegir:
La vida del salmón, eterno buscador, a contracorriente,
de aguas cristalinas donde morir
para volver a nacer.

Mirando la débil estela del sol poniente.

O la vida reposada de la carpa. Eterna conformista,
que se deja llevar por la corriente del río,
hacia remansos tranquilos, donde morir,
cebada por el hombre, para volver a nacer y,
volver a dejarse llevar por la corriente.

Los últimos rayos iluminaban mi rostro.

"Sígueme", me dijo el Silencio y, me llevó a un valle verde,
inmenso, circundado por un gran río.
Al fondo del valle; un pueblo blanco.
Mi pueblo.

Unas nubes rojizas se ven a lo lejos, cómo carbones encendidos.

"Todo esto será tuyo si jamás te traicionas a ti mismo,
si consigues respetarte a ti mismo, si no alteras el orden de nada",
me dijo el Silencio.

El cielo se empezó a tornar purpúreo.

Después, me llevó a una bulliciosa ciudad,
donde se compraban y vendían vidas,
donde se traficaba con almas,
en la razón de ser de toda bulliciosa ciudad:
Un inmenso zoco.

La oscuridad, poco a poco, se fue haciendo ama y señora del cielo.

"Todo esto será tuyo, si te traicionas a ti mismo,
si no consigues respetarte a ti mismo, si alteras el orden de todo",
volvió a decirme el Silencio.

Una luna creciente, blanca, lechosa, se hizo presente, de pronto, en el horizonte.

Dejé de oir los sonidos del Silencio,
para de nuevo volver a escuchar los sonidos del Bullicio que guardan la ciudad.
Noté que no entendía nada de lo que el Bullicio me quería decir.
Lo intenté, pero sentí que me hablaba en una lengua extraña, incomprensible.
No le entendía cómo entendía al Silencio, que si me hablaba claro y conciso.

Comprendí que acababa de firmar un pacto con el Silencio.

La creciente luna y la noche son testigos.

jueves, 14 de abril de 2011

Mi Ilustre Fantasma.


Le costaba pensar, cada vez menos, a María, que el tipo que estaba sentado en su sofá leyendo el borrador de su último libro todavía sin publicar, fuera nada más y nada menos que don Miguel de Cervantes, o más concretamente, su fantasma. María había consultado con su psiquiatra éste hecho. "Doctor -le había dicho a su psiquiatra, tendida en un diván de cuero negro- todas las noches me visita el fantasma de Miguel de Cervantes". El médico, sin asombrarse, le dijo que era normal. "En las últimas semanas, -le dijo confidencialmente- han venido a ésta consulta un diputado que asegura hablar a diario con el fantasma de don Miguel Primo de Rivera, y una cantante que asegura encontrarse todas las noches con el de doña Concha Piquer". El médico dijo que pudiera deberse al estrés, la sobrecarga de trabajo, la vida anti-natura del urbanita; lo normal. La recomendación facultativa fue de absoluto reposo, mucha actividad al aire libre y comida sana y nada de café, alcohol o drogas estimulantes, y que volviera dentro de un mes a pasar consulta.
"Bueno; ¿cómo lo ves?" preguntó María a Cervantes, su parecer sobre lo que estaba leyendo. "Psse. Otra novela histórica más. ¡Qué matraca con las novelas históricas os traéis hoy en día los escritores!. No sabéis escribir otra cosa que no sean novelas históricas o novelas sobre el temple, la masonería, los illuminati...", dijo el fantasma visiblemente contrariado. "Es lo que la gente pide. Las editoriales te editan sin pestañear estos temas, porque saben que las venden cómo churros", se defendió María. El fantasma continuaba ojeando el legajo. "¿Me vas a ayudar entonces a volver a encontrar la inspiración?", preguntó María. "Si te empeñas en seguir escribiendo chorradas de éste estilo, conmigo no cuentes", dijo Cervantes. "¿Y que se te ocurre. Porque a mi no se me ocurre ya nada". María llevaba dos años sin publicar nada. De cara a la opinión pública, oficialmente, se había tomado una temporada sabática, pero la realidad es que no se le ocurria nada coherente que llevar a negro sobre blanco. "Para empezar, debes mirar en torno tuyo. La literatura también es contar cosas sencillas, creibles, lo que le pasa día a día a la gente de la calle y luego, mezclar en esa historia una pizca de crítica social, un poco de ironía, un chorrito de humor, una ramita de tragedia, lo agitas bien y tienes una novela" dijo Cervantes en tono ilustrativo. "Ya; así dicho parece fácil. Pero por más vueltas que le doy al coco no se me ocurre nada", dijo María. El fantasma se quedó pensativo, mirando al vacío, cómo si pudiera ver lo que estaba pasando en el mundo a través de la pared del salón del apartamento de María. "Ya está- dijo de pronto el fantasma, -vamos a hacer un pequeño viaje en el tiempo". "¿A donde?", preguntó María. "Aquí mismo, al extrarradio de Madrid. Vamos, en marcha, sígueme, no hay tiempo que perder".
Cervantes chasqueó los dedos índice y pulgar de la única mano sana que tenía y de pronto aparecieron en lo que parecía un despacho de abogados, una notaría o algo así. Tras una gran mesa de despacho, un individuo, gordo, de mediana edad, leía en voz alta el contenido de unos documentos. Frente a el se sentaban cuatro individuos más. A saber: Un tipo engominado, de unos treinta y tantos años, vestido impecablemente, un tipo de unos viente y pocos años, vestido con vaqueros, camisa de rayas y pircing en el lobulillo de la oreja izquierda, una chica de la misma edad, más o menos, que el anterior individuo, vestida con mayas grises, botas de mosquetero y camisa blanca y pircings en oreja, nariz y labios, y por último un individuo de unos cincuenta años, con camisa de manga corta a cuadros azules y rojos, pantalón de tergal azul y teléfono móvil enfundado colgado al cinturón de cuero negro que sujetaba sus pantalones.
"¿A donde me has traído?", preguntó Maria en voz baja, casí susurrando. "No hace falta que bajes tanto la voz. No te pueden oir. Tu y yo, venimos desde el presente al pasado, no estábamos aquí cuando ocurrió esto" dijo Cervantes, como si aquello fuera la cosa más natural del mundo, sin mirarla, acercando su cabeza a la de ella. "Para tu información te diré que estamos en una notaría, -prosiguió- asistimos a la compraventa de un piso de segunda mano, sito en la calle del Lirio número 2, 2º D, de la localidad de Fuenteblanca del Henares, cercana a Madrid. Hemos retrocedido cinco años en el tiempo. Nos encontramos en el 2 de abril de 2005 a las 12:30 de la mañana. El señor que ves leyendo, es el notario, el tipo engominado que va hecho un pincel, es el director del banco, los dos chicos jóvenes son los compradores, y el señor mayor, es el vendedor". María miraba con una mezcla de sorpresa e incredulidad a Cervantes. "¿Me estás diciendo que me has traído a buscar inspiración para mi novela a una notaría, a una acto de compraventa de un piso en el extrarradio?", dijo la escritora visiblemente contrariada. "Pues si, y si tienes un poco de paciencia, te fijas y estás calladita, puede que encuentres argumento para tu novela". Exclamó el espectro.
En el despacho, de repente, el ilustre notario se levantó y fue hacia la puerta, poniendo la excusa de una cita ineludible con el cuarto de baño. "La próstata, -alegó-, ya os enterareis cuando llegueis a mi edad", dijo mirando al personal masculino que estaba sentado frente a su mesa. La ausencia del señor notario fue aprovechada por la pareja compradora para pasar al vendedor un sobre con la propaganda de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de La Almunia de Doña Godina. "Aquí tiene: el "negro". Lo convenido; sesenta mil euros. Puede usted contarlo", dijo el chico joven al vendedor del piso. El hombre mirando de reojo hacia la puerta, abrió el sobre y empezó a contar el fajo de billetes de quinientos euros que había dentro. "No se preocupe por el señor notario. En estos casos de compraventa, se le suelen acomular los problemas de prostata. Tardará aún en venir, le da tiempo a contar el dinero tranquilamente", dijo el director de la oficina bancaria atusándose su grasiento y lacado cabello, con una sonrisilla irónica en la cara. El vendedor tardó un rato en contar y recontar todos los billetes. Cuando acabó dijo un lacónico "Está correcto", como información a la pareja vendedora. Como había dicho el director del banco, el señor notario aún tardó algún tiempo más en volver. Cuando lo hizo, reanudó la lectura de los documentos. Una vez terminada la lectura, se procedió a la firma. Acabada esta todos los asistentes se saludaron efusivamente, cómo si fueran todos ellos los que habían salido ganando en el negocio. "Bien. Pues a disfrutar el piso con salud", dijo el señor notario a la pareja compradora, una vez hubieron acabado los apretones de mano y las enhorasbuenas. "Todavía no se adonde quieres llegar con esto", le dijo María a Cervantes. "Ten un poco de paciencia. Aquí hemos terminado ya. Ahora vamos a ir un poco más adelante en el tiempo: Concretamente al 2 de agosto de 2010", dijo Cervantes chasqueando los dedos. Aparecieron en el rellano de una escalera de vecinos, más concretamente en el segundo piso del número 2 de la calle del Lirio en la localidad de Fuenteblanca del Henares. Ante la puerta del 2º D, se encontraban dos agentes de la policía municipal, y tres personas más, dos hombres y una mujer. La mujer, tocó el timbre. Tras una breve espera se abrió la puerta y apareció el chico que habían visto firmar la compra del piso en la oficina del notario. En los cinco años que habían transcurrido desde entonces había perdido algo de pelo y le habían salido algunas canas. Detrás de el se encontraba la chica, con el pelo alborotado, sin arreglar, con un camisón rosa cómo toda vestimenta y con un niño de pocos meses en brazos. La mujer que había llamado al timbre se dispuso a hablar. "Hola, buenos días. Mi nombre es Prudencia Ostos. Soy secretaria del juzgado número dos de esta localidad. Vengo a traerle la orden de desaucio, por la denuncia que hay interpuesta contra usted por la Caja de Ahorros de la Almunia de Doña Godina, por el impago del préstamo hipotecario que contrajo usted en esta entidad". Despues de decir esto, la mujer suspiró sonoramente, diríase que con alivio, después de haber soltado una perorata que a todas luces se sabía de memoria. Se veía a la legua que esta labor le desagradaba. Seguramente no era la primera comunicación de desaucio entregada esa mañana, ni sería la última. "¿Y donde cojones nos vamos mi mujer, mi hijo y yo? ¿Debajo de un puente?", dijo con lágrimas en los ojos el chico. "Yo me limito a hacer mi trabajo. Siento mucho su situación. Que más querría yo que poder ayudarles", dijo la secretaria judicial. A estó siguió el inicio de gritos y llantos histéricos proferidos por la chica. "Hijos de puta... Para eso les pagamos...Hemos querido negociar con ellos, pero no han querido escucharnos", decía a grandes voces, mientras la criatura que llevaba en brazos empezaba también a llorar, cómo si comprendiera también la tragedia que vivían sus padres. Cervantes descubrió que a María le estaba corriendo una lágrima por la mejilla. "Bien. Creo que es mejor que nos vayamos", dijo y volvió a chasquear los dedos. De repente se volvieron a encontrar en el salón del apartamento de María, en el presente. "¿Qué te ha parecido?", preguntó Cervantes a la escritora. "Que tienes razón. Hay miles de historias interesantes, situaciones humanamente denunciables, sobre las cuales pasamos de puntillas", dijo María limpiándose las lágrimas con un pañuelo de papel que había sacado de su bolso. "Pues no hay tiempo que perder. pongámonos manos a la obra antes de que te entre la pereza", dijo el fantasma.
Formaban una pareja curiosa, María y el espectro, trabajando en la novela. Élla pensando y escribiendo. Él aconsejando y corrigiendo. Así estuvieron varios meses, que a María se le antojaron años, hasta que un caluroso día de agosto terminaron la novela y la dejaron lista para mandarla al editor. La mandó María al día siguiente. Semanas después recibió una llamada de su agente. "Oye, que me ha llamado Peláez, el de la editorial. Que dice que tu novela es cojonuda", dijo entusiasmado el agente de María a través del teléfono. Semanas después la novela se publicó con un éxito rotundo de ventas. Cervantes aconsejó a María que no hiciera la horterada de presentarse a ningún premio literario con la novela: "Ahí sólo van fracasados, mercachifles y fanfarrones de tertulia. ¿Me imaginas a mi, a Shakespeare, a Lope o a Quevedo presentándonos a un premio literario? Ridículo. Ni que esto fuese algo vanal, para llevarlo a concurso en una feria", dijó el fantasma, que se despachó a gusto con la mayoría de los escritores españoles actuales, los cuales eran todos muy mediocres, según él. Salvó sólamente el espectro, a Eduardo Mendoza, Ruiz Zafón, Muñoz Molina, y a algunos autores sudamericanos de la quema de literatos contemporaneos hispano-parlantes. Aquella noche María sintió de veras que Cervantes fuera un fantasma y no alguien de carne y hueso. Le apetecía haber salido con él a cenar y a celebrar el éxito de la publicación. En lugar de ello, se quedaron en el apartamento de la escritora, hablando toda la noche, sobre libros, sobre escritores. El espectro le contó a María infinidad de anécdotas e historias, de leyendas urbanas que corrían por la Villa y Corte durante su vida en la tierra. En estas, María se quedó dormida en el sofá. Cuando despertó al día siguiente, no había ni rastro de Cervantes. Encima de la mesa había un folio escrito que María encontró cuando todavía se estaba desperezando: "Perdona que me vaya así. No me gustan las despedidas. Has comprendido y creo que ya estás preparada para escribir fenomenales novelas, por lo tanto ya no me necesitas. Serás una estupenda escritora, estoy seguro de ello. Cuando el Hacedor te reclame, te tendré reservada silla en la Real Academia de los Fantasmas. Tuyo siempre: Miguel de Cervantes Saavedra.
En los meses siguientes, María no paró de ir de un lado a otro promocionando el libro. Las ediciones, las cuales se sucedían una tras otra, se iban agotando, mientras su prestigio iba en aumento. Ofrecieron a María presentarse a varios premios literarios, oferta que ella declinó. "Sigo la recomendación de un buen amigo", dijo a preguntas de los periodistas sobre el tema. Mientras, "Mi Ilustre Fantasma", batió records de ventas e incluso vinieron de Holliwood para negociar con María los derechos de la versión cinematográfica del libro. El fantasma de Cervantes, nunca más volvió a hacer aparición en la vida de la escritora. De vez en cuando María iba a la Plaza de España y dejaba un ramo de rosas rojas a los pies del monumento al escritor, y susurraba un "gracias", mirando al cielo. Cuando hacía esto, alguna hoja caída de los árboles próximos, se movía extrañamente, hubiera viento o no.

domingo, 10 de abril de 2011

Confieso que he errado.

He errado; lo confieso.
Me he decepcionado a mi mismo.
A mis familiares, no; ellos no tenían puesta ninguna esperanza en mi persona. Con antelación sabían que yo erraría un día u otro.
He escrito algunos versos; pocos. Casi nadie los lee. Algunas pequeñas historias han salido de mi cerebro de fracasado. Pero no soy un triunfador. No tengo casa propia, coche, perro, créditos por pagar...
Todo lo veo oscuro, no veo luz en el horizonte. A la larga todos estamos condenados al fracaso, lo que pasa es que yo me he adelantado. Ventajas de ser un fracasado de nacimiento. Ventajas de ser sincero con uno mismo.
Con mis familiares no soy sincero. Ellos ya sabían que yo me adelantaría a mi propio fracaso, al suyo, al de todos. Ellos no tenían puesta ninguna esperanza en mi persona. En la de ellos si.
Únicamente me enorgullezco de contarlo.
Soy un fracasado sincero.
¿Puede todo el mundo decir lo mismo?
Confieso que he errado...

martes, 5 de abril de 2011

El Vértice de la Pirámide.


Impresionó bastante a Enríquez la sala de espera del despacho de don Justo Chinchilla. Los tapices, los mármoles, las maderas nobles, las alfombras persas, los grandes cuadros que ocupaban las paredes y María, la secretaria rubia de piel lechosa, de ojos azules, destacables pechos, firmes glúteos y voz melosa.
-Señor Enríquez, Don Justo le está esperando. Por favor; ¿tendría la amabilidad de seguirme?-, reclamó la atención de Enriquez, que disimulaba ojear una revista, la espectacular secretaria de Chinchilla.
El despacho era aún más exagerado en cuanto a lujo que la sala de espera. Más maderas nobles, mas mármoles, más alfombras persas, más cuadros colgados de las paredes. Don Justo le recibió de pie, delante de una imponente mesa de despacho y un inmenso ventanal, desde el cual se podía ver una bonita panorámica de Madrid. Chinchilla era un tipo de baja estatura, calvo, obeso, con la cara llena de arrugas.
-Señor Enríquez- dijo con un grave tono de voz, tendiendo la mano al periodista a modo de saludo. -Tenga la bondad de tomar asiento.
Enríquez se sentó en un voluminoso butacón tapizado en cuero, frente a la inmensa mesa. Al sentarse y rozar el cuero, sonó un ruido semejante a la ventosidad de un elefante, ante lo que don Justo, esbozó una sonrisita infantil. Pensó Enríquez que al multimillonario le gustaba jugar con sus interlocutores, como un niño travieso juega con un montón de hormigas.
-Bien. Usted dirá, don Justo. ¿Qué quiere de mi?- dijo Enríquez. Don Justo Chinchilla esbozó una nueva sonrisa.
-Vaya, vaya. Así me gustan a mi los hombres: Al grano y sin rodeos- dijo, sacando un portafolios de cuero negro y abriéndolo. -Verá usted, Enríquez. Yo soy un hombre práctico. Un hombre de negocios. No me gusta perder el tiempo, ni hacérselo perder a nadie, así que le diré lo que quiero de usted-. Don Justo se tomo tiempo para respirar y beber un trago de agua y, de paso, estudiar a su invitado. Tras una pequeña pausa continuó. -Vengo siguiéndole desde hace un tiempo, he leído alguno de sus libros, a veces le escucho por la radio y he seguido con interés ese pequeño partido político que ha fundado, ¿Como se llama? ¿Ciudadanos Libres?
-Plataforma de Ciudadanos- le corrigió Enríquez.
-Eso, eso. Plataforma de Ciudadanos. Debo reconocer que me agrada su capacidad de iniciativa, su honradez, su visión crítica de la sociedad, sus ansias de cambio...En definitiva: me gusta usted, Enríquez.
-Si ha leído usted mis libros y ha escuchado mis programas, entonces sabrá que yo les he atacado bastante a ustedes, los oligarcas. No entiendo entonces cual puede ser su interés por mi. Si intenta comprarme, ya le aviso que las lleva usted claras.
Rió Chinchilla ruidosamente ante la contestación de Enríquez. "Pobre pedazo de mierda", pensaba el empresario, "no sabe que para mi sería un juego de niños acabar con él". Chinchilla puso una de sus caras de vendedor de enciclopedias a domicilio y regaló a su interlocutor otra de sus sonrisas.
-Vamos, vamos, amigo Enríquez. Yo soy un hombre de negocios. Usted alaba a los hombres de negocios. Usted habla constantemente de liberalismo, de libertad de mercado para salir de la crisis. ¿No es así, amigo Enríquez?.
-Si. Así es. Yo hablo de libertad de empresa, de libertad de mercado y no de oligarquías y oligopolios- dijo Enríquez mirando desafiante a Chinchilla.
-¿De verdad cree usted qué yo soy un oligarca? Si lo fuera usted no estaría aquí sentado, se lo aseguro. Si tuviera todo ese poder que usted me atribuye, no estaría interesado en llegar a un entendimiento con usted. Con aplastarle...Se que los libros que escribe los ha tenido que editar usted mismo, que ha tenido que fundar una editorial porque ninguna editorial, digamos, de las tradicionales, quería editar sus escritos. ¿Me equivoco?
-No se equivoca para nada. Así es. no querían editarme mis libros y he tenido que hacerlo yo mismo- reconoció Enríquez.
-Es usted valiente. Se ha hipotecado hasta los ojos para poner en marcha una editorial y un proyecto político, sin ayuda.
-Así es. Y saldré adelante.
-¿Y si no sale? ¿Qué hará?
-Saldré adelante.
-Enríquez...
-Quiere usted comprarme.
-No. Quiero hacer negocios con usted. Ya le he dicho: soy un hombre de negocios. Busco ante todo el beneficio.
-¿Qué clase de negocio?
-Usted edita libros. Yo, los vendo. Tengo las dos cadenas de librerías más importantes del país. Lo que no venda yo, no lo vende nadie. Para un escritor es tan importante el editor, como el librero. Para un editor, lo importante es el librero, osea: yo. Si a mi no me da la gana de vender los libros de tal o cual editorial, esa editorial lo va a pasar muy mal. Controlo el sesenta por ciento del mercado, ¿sabe?-
Chinchilla hizo una pausa para ver el efecto que sus palabras causaban en Enríquez. -Un editor, modesto como usted, pero editor al fin y al cabo, un escritor y un distribuidor como yo, están en el mundo para entenderse. Le propongo vender sus libros en mis tiendas, por supuesto con una gran promoción, y ajustando los pedidos a su capacidad de editarlos, que imagino será modesta.
Enríquez se había quedado sin palabras. Ahí estaba él, Modesto Enríquez, un periodista de tres al cuarto, un don nadie, un mierdecilla que soñaba con cambiar el mundo, sentado frente al magnate de la distribución en España, al tiburón de las finanzas, Justo Chinchilla, el cual le había propuesto poner sus libros en sus escaparates al lado de los de los escritores, periodistas y ensayistas más reputados del país.
Chinchilla miraba a su interlocutor como la comadreja mira a la gallina. Había logrado impresionar a ese ratón de cloaca que tenía sentado enfrente.
-Bien, amigo Enríquez. ¿Qué le parece la propuesta? Por supuesto puede tomarse el tiempo que estime oportuno para pensárselo.
-¿Me está usted diciendo que va a vender mis libros en sus establecimientos?. ¿Qué hará un gran pedido centralizado a mi editorial?
-Efectivamente. Eso es. Quiero vender sus libros en mis establecimientos. Por supuesto al hacer un pedido tan grande me tendrá que hacer precio, amigo Enríquez.
-Por supuesto, claro que si...Bueno...no se.
-De esos detalles se ocupa mi director de compras. Mañana mismo concertará una cita con usted para ponerse de acuerdo en el precio, el volumen del pedido, etcétera.
Una vez que Chinchilla había conseguido que Enríquez se dejara caer del lado que él quería, la conversación empezó a ir por otros derroteros. Chinchilla mostró un hipócrita y aparente interés por las actividades empresariales y políticas del periodista y en su conversación utilizó todo tipo de halagos, exagerados e interesados. Sabía Chinchilla que el halago es la mejor arma para debilitar la voluntad ajena. La vanidad era una enfermedad grave entre los individuos de la clase de Enríquez. Una vez que estuvo seguro de tener ya a la presa en el redil, puso la excusa de que en media hora tenía una reunión importantísisma, por supuesto de negocios y conminó, amablemente, eso si, a su víctima, a que dieran por finalizada la reunión. Así pues, Enríquez se fue por donde vino, más contento que unas castañuelas y con un jugoso contrato, apalabrado, bajo el brazo, no sin antes recibir la recomendación de Chinchilla que utilizara el resto del día en ajustar un precio, pues al día siguiente le llamaría su director de compras y su gerente para formalizar el negocio. Al salir pudo volver a admirar el fabuloso cuerpo de la secretaria de Chinchilla y de pensar que si volvía otra vez por allí, sería cuestión de tirarle los tejos a tan deliciosa criatura. Mientras Enríquez desnudaba con la mirada y con el pensamiento a María, ésta dedicaba al periodista una mirada fría y, diríase que llena de desprecio.
Salió Enríquez del Chinchilla Building Center y fue en dirección a la estación más próxima de metro, pensando qué lo que eran las cosas: Cuando vino era un mar de dudas y de miedos y, ahora era un hombre seguro de si mismo. Su trabajo no había pasado desapercibido a un tiburón cómo Chinchilla, el cual creía que podría dominarlo, una vez su partido hubiera conseguido el poder, con un simple contrato para vender libros. Le costaría algo más al empresario, le costaría mucho más, bastante más, su benevolencia. Su mensaje a la ciudadanía era claro: Regeneración, limpieza, fuera los oligarcas, fuera los progres, fuera los políticos profesionales. El estado volvería a ser de los ciudadanos, los españoles primero. Si Chinchilla quería mantenerse, debería bailar al son que tocara él.
Una vez se hubo ido Enríquez, Chinchilla accedió a un reservado, resguardado tras una gran estantería llena de libros. Desde allí, a través de un monitor se podía seguir lo que acontecía en el despacho del empresario, y eso era lo que habían estado haciendo los tres personajes que se encontraban cómodamente sentados, whisky en mano, frente al monitor. Chinchilla entró en el reservado y se dispuso a servirse una copa.
-¿Qué os ha parecido?-, preguntó Chinchilla sin mirar a los tres que allí estaban, mientras el hielo sonaba al chocar con el cristal del vaso.
-Un auténtico saco de mierda-, contestó uno de los tres hombres que habían visto y oído toda la conversación de Enríquez con Chinchilla. Éste no era otro que don Fernando Leiro, gran magnate del petróleo y la energía en el país. A su derecha se encontraba don August Font i Blanc, banquero y a su izquierda don Pedro Iturriaga, accionista mayoritario de dos de las principales construcctoras. Leiro era el que parecía llevar la voz cantante de los tres personajes.
-Puede que sea un auténtico saco de mierda, cómo tu dices, pero ese tipo nos interesa- dijo después de haber pegado un trago al whisky, Justo Chinchilla.
-¿Por qué?- preguntó con una vocecilla apenas audible don August Font.
-Eso. ¿Por qué?. Tenemos comiendo de nuestra mano al gobierno y a la oposición. ¿Para qué nos hace falta este comemierda?- dijo Leiro.
-Te lo voy a explicar-, dijo Justo Chinchilla mientras se terminaba el vaso y procedía a volver a llenarlo. -Verás; es verdad que como dices tú, tenemos comiendo de nuestra mano al gobierno y a la oposición. Eso es verdad. Como también es verdad que el partido del gobierno y de la oposición están totalmente corrompidos después de bailar durante tantos años al ritmo que nosotros les hemos impuesto. Eso está llegando a la ciudadanía que empieza a ver con buenos ojos a Enriquez.
-No me hagas reír, Justo. ¿Has oído alguna vez alguno de los programas de este tío por la radio? ¿Has leído alguno de sus libros? No es más que un friki. ¿Quién le va a hacer caso a un tipo así?- dijo, elevando el tono de voz Fernando Leiro.
-Pues ahí precisamente radica su atractivo. Piénsalo bien, Fernando. Pensadlo todos vosotros. Es muy sencillo. El mensaje podrido y corrupto de los partidos tradicionales va metido en unos "frascos" muy atractivos para el votante. De puro lujo, pero dentro de esos "frascos" no hay más que mierda. Tanto el presidente cómo el jefe de la oposición son dos personas intachables de cara a la opinión pública. Sin embargo, sus partidos están metidos en un pozo de corrupción. El sistema está corrompido, por ellos, por nosotros, por la genetica de éste país. ¡Yo qué se! Con Enríquez le vamos a lanzar a la ciudadanía "caviar" en un frasco oxidado. Lo votarán cuatro frikis. Los demás, seguirán votando, por éste orden: al partido del gobierno, al de la oposición, o se abstendrán. Enríquez sacará unos cuantos escaños, lo tendremos entretenido unos años, se corromperá, sino él, si los que tenga a su alrededor, ya nos encargaremos nosotros de ello, y haremos que cambie algo, para que todo siga igual. La gente vota al "envase", amigos míos, no vota al contenido del envase-. Chinchilla hizo una pausa para echar un trago. -En el caso hipotético de que la corrupción de la clase política actual, fuera a más, y a la gente, harta de los políticos tradicionales, le diera por votar en masa a éste friki, no hay que preocuparse: A éste también lo tendremos comiendo de nuestra mano en breve. ¿No habéis oído mi conversación con el? Nos va a salir gratis y encima yo voy a hacer negocios con él. Casi que lo prefiero a los otros, fijaos en lo que os digo.
-Lo único importante es que nosotros sigamos en el vértice de la pirámide, cómo hasta ahora- dijo Pedro Iturriaga, el magnate de la construcción que hasta entonces había estado en silencio.
-Eso por supuesto-, sentenció Chinchilla. Los demás asintieron.
Fuera del despacho, María, la bellísima secretaria de Chinchilla trataba de recomponerse de la decepción que se había llevado aquella tarde. Cuando don Justo le había ordenado el día anterior que tratara de localizar a un tal Modesto Enríquez, y que procurara citarlo allí para el día de hoy, no había querido creerlo. Para ella, como para muchos otros, Enríquez era la última esperanza de honradez que les quedaba. Llevaba años escuchándolo por la radio, leyendo sus libros y sus artículos. Para ella, Enríquez era poco menos que el nuevo mesías. Incluso se había dado de alta como militante en el partido Plataforma de Ciudadanos, el único que no vivía del dinero del contribuyente, ni de subvenciones, ni de los impuestos de los ciudadanos. A ella le gustaba decir eso a sus amistades cuando tocaban el tema de la política. Ahora sabía lo que sabía muy poca gente, casi nadie: Que su jefe, Justo Chinchilla, había comprado también el sueño de honradez y de esperanza de muchos ciudadanos cansados de los políticos y de los peces gordos cómo Chinchilla, habían comprado a Plataforma de Ciudadanos y a su líder. Conocía a su jefe e intuía que había sido así. Una lágrima se deslizaba por la blanca mejilla de María, mientras rompía unos trípticos con la propaganda del partido que llevaba en el bolso para repartir en el trabajo a sus compañeros.

viernes, 1 de abril de 2011

Primavera.

Alegre dama de cabello rubio,
grácil figura y plácidos andares,
tiernos pies que pisan los lodazales;
restos del invierno largo y turbio.

A veces días de lluvia; ¡diluvio!,
sobre la tierra dejan verdes lares.
Cruces de mayo, floridos altares,
tardes serenas, etéreo efluvio.

Divina naturaleza versada.
Rejón de muerte, en el cuerpo, clavado,
inerte y pétreo, del invierno.

Duermevela de mi alma relajada,
camino de un paraíso soñado,
lentamente me aleja del infierno.