martes, 23 de abril de 2013

Un grito.


Y grita la tarde
desde el silencio,
por mi ventana
miro el azul cielo.
Grita mi ser,
quemado por dentro,
a quien sin gritar nada,
guarda silencio.
Grita la vida,
en el firmamento,
nubes blancas que bailan,
entre mis sueños.
Gritan gargantas,
las oigo a cientos,
que poco a poco,
van rompiendo el tedio.
Gritan de blanco,
los muros de mi pueblo,
de cal y limpieza
se vestirán de nuevo.
Hay quien no grita;
no gritan los cuerdos,
los panolis, los tontos,
los gachós y los lerdos.
Hay quien nos dice;
-no gritéis, callemos,
esperad a que el amo
no sea malo y sea bueno-.
Yo os digo; gritad.
Gritemos.
Que el amo nos oiga
gritar en la tarde
desde el silencio,
y romper nuestros yugos,
gritando a cientos.

lunes, 8 de abril de 2013

Un domingo más.

Domingo. Invierno. Frio. Lluvia.
Como todos los domingos, los niños se levantaron antes que nadie en la casa. "Me levanto yo", dijo él, mientras peleaba contra el calor de la cama y la pereza y se ponía en pie. Ella dijo un tímido "vale", y siguió durmiendo.
Él fue a la habitación de los niños, se tiró en la cama con ellos, les hizo cosquillas y les riñó amistosa y falsamente. "Venga, venga; a levantarse" les ordenó. Les encendió la tele y les puso el canal de dibujos animados, ese al que los niños no hacían ni caso. Fue a la cocina y empezó a calentar el café y la leche, y se puso a preparar dos cuencos con los cereales de los niños.
Ella apareció al rato, despeinada, ojerosa, malhumorada. Tenía unos despertares difíciles. No hablaba, a todo contestaba con monosílabos. Ultimamente ese estado le duraba todo el día. El sólo lo percibía los fines de semana, cuando coincidían.
El estaba feliz con esa vida. Dos niños, un piso en una urbanización de las afueras, con piscina y portero físico, un coche, eso si, hipotecado hasta las cejas. Tanto él como ella tenían dos buenos trabajos, se ganaban bien la vida, eso si, no llegaban a fin de mes. Pero eran felices. Eso al menos creía él.
Un año atrás había empezado el mal humor de ella. Él quería creer que no había otro hombre. No; se hubiera dado cuenta. Se veían poco. Media hora antes de ir a dormir. Él apenas veía a los niños. Cuando llegaba a casa ellos dormían y por la mañana se iba antes de que ellos despertaran. Aún así, él aparentaba felicidad. Era la felicidad soñada por la clase media-alta. Aunque ella no estuviera del todo de acuerdo con esa tipo de felicidad.
Tanto ella como él, se habían criado en familias de clase obrera. Sus madres habían estado en casa, los había llevado al colegio, los había tapado por las noches, había velado con ellos cuando estaban enfermos. Ese trabajo lo hacía ahora Lucía, una inmigrante sudamericana que venía cinco días a la semana, llevaba a los niños al colegio, los recogía, cocinaba para todos y limpiaba, todo por diez euros la hora.
A veces ella envidiaba a Lucía, no su pobreza, claro, pero sentía que le estaba robando la ternura y el calor de sus hijos. Cuando ellos estaban enfermos, llamaban a Lucia, no a ella.
Desayunaron todos. Hoy era domingo y no estaba Lucía, que los fines de semana libraba. A ella no le apetecía meterse en la cocina. A él tampoco. De todos modos no sabrían que hacer. Un domingo más se imponía agarrar el coche e ir al centro comercial más cercano. Los niños se ponían muy pesados, inaguantables si no los sacaban de casa. El caso es que Lucía lo más que los sacaba era al parque cada tarde y a ella la adoraban. La envidia le volvía a dar punzadas.
Hacia el mediodía, el sacó el mono volumen del garage y se fueron todos al centro comercial. Era una bendición el que las tiendas abrieran los domingos, allí los niños podían ir a su aire, saltar, correr, sentarse, cansarse, comer, beber. Habían intentado quedarse en casa algún que otro domingo, pero era imposible, los niños se ponían violentos. Llegaron al parking del centro comercial y se dirigieron a la zona de los restaurantes. Hoy un italiano. Ensalada, pasta, pizza y dos menus infantiles. El encargado trajo dos globos y unos lapiceros de colores con unas cartulinas con dibujos, para que los niños se entretuvieran mientras la comida llegaba. Por si aquello no funcionaba, él se había llevado el DVD portátil de casa y con toda una selección de dibujos animados dentro. Ella sacó su smartphone y se puso a chatear con alguien. Él la imitó. Nadie hablaba. Les interrumpió un chico alto y negro, el camarero, que traía la comida de los nenes. Tanto ella como él le miraron mal humorados y con hostilidad por la interrupción. Cada vez que el chico alto y negro, el camarero, se presentaba allí y les interrumpía su chat con un "Hola, la bebida. Hola, la ensalada. Hola los postres", ellos le miraban mal humorados.
Terminaron de comer, pagaron. Dieron varias vueltas al recinto. Hubo que comprar algo a los niños para que se callaran y no dieran el coñazo. Fueron otra vez a la planta de los restaurantes. Hora de merendar. Batidos, tortitas, sandwiches, hamburguesas. Otro globo, también pinturas y cartulina para entretener a los niños. Ella sigue de mal humor, contesta con monosílabos y se muestra agresiva con los niños. Él la reprende. Discuten. "Mejor nos vamos a casa, es ya hora" sentencia él. Vuelven a casa. El piso de la carretera esta mojado. Debe de haber estado lloviendo todo el día, no saben, han estado siete horas en el centro comercial. Llegan a casa. Los niños se caen de sueño. Él los lleva a la cama, ella se queda en el sofá, chateando. Él vuelve. Intenta mostrarse cariñoso, ella persiste en su hostilidad, hacia él, hacia ella misma, hacia los niños, hacia Lucía. En el fondo no sabe como decirle que no le gusta este tipo de vida, que sus padres eran más pobres que ellos pero más felices. Qué le gustaría que los niños la quisieran a ella como a Lucía, pero que ella no es Lucía, y que no sería capaz de sacrificarse y tener la paciencia que tiene ella. Intenta sopesar, matizar, equilibrar la balanza, pero las palabras no le salen. Discuten. Se van a la cama. Total, mañana es lunes, no se verán durante cinco días hasta la noche. No se aguantarán todos, unos a otros, hasta el fin de semana siguiente. El próximo domingo será un domingo más.