martes, 8 de diciembre de 2015

Diciembre, con su niebla,...

...con su tela de araña,
que cubre mi valle,
cada mañana.
Diciembre es la luz,
que en la opacidad acampa,
es la tarde corta,
el frío húmedo del alba,
es la esperanza nacida
al calor de una cuadra.
Diciembre es el sol tibio,
que en el cielo se encuadra,
es el calor de la leña,
es el ardor de la helada,
es el fondo del otoño,
del invierno,
puerta de entrada.
Diciembre , con ser Diciembre,
es un halo de esperanza:
Marzo y la Primavera
esperan ya mi llamada.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Por Noviembre se empieza a colar...

...el invierno.
Empieza a mirarnos, fijamente,
con ese halo grisáceo,
helado, duro, incólume,
con el que mira el invierno,
con el que solamente sabe mirar,
el crudo y frío invierno.
Y sin embargo, en mi tierra,
la dehesa guarda para Noviembre,
su mejor gala, verde y niebla.
Se engalana la dehesa para Noviembre,
cono si de una novia coqueta se tratara.
Los pueblos, blancos, si irán a dormir
bajo el embrujo de la niebla,
que hará de la noche una leyenda de misterio,
larga y sinuosa.
Los días serán de poda y leña,
de fuego, hogar y paciencia,
de viejas historias y noches heladas...

jueves, 29 de octubre de 2015

Nino Milhambres

Ahí está, sentado, en el Casino o en algún bar de la calle grande, o de la plaza, ahogando la pena en coñac o en vino, sólo, sin compañía alguna. Ahí va, paseando, por los alrededores del pueblo, con las manos en los bolsillos, sin nada que hacer, barrigón, con la cara porcina, con los ojos pequeños y la piel colorada, medio calvo, y los pocos pelos que le quedan, canos.
Yo lo conocí de otra forma, de otra condición. Hace ya mucho tiempo de eso, treinta o treinta y cinco años, más o menos. Nino era un muchacho flaco, moreno. Llevaba puesta siempre una gorra blanca que tapaba su tupida media melena, de pelo negro como el azabache, siempre alegre, siempre sonriente. Me acuerdo de él cuando iba por casa y preguntaba por mi hermano, y acto seguido, instantes después, salían los dos en dirección al río, con otros chavales, de pesca. Me acuerdo como si fuera hoy. Yo, un niño de apenas ocho o nueve años, los seguía. Me acuerdo que mi hermano se percataba de que los seguía y me tiraba piedras, o si me tenía cerca me pateaba el trasero para que volviera a casa, porque yo era muy pequeño para irme con ellos, que eran mayores, así que me tenía que ir, sí o sí. Recuerdo que era Nino el que siempre terciaba, y le decía, deja ya al chiquillo hombre, no le pegues, que se venga, total que daño hace. Yo entonces era el crio más feliz del mundo, me iba con los mayores, a pescar. Yo, entonces tenía a Nino casi como un héroe. Él, cariñoso siempre conmigo, me llamaba siempre mascota, yo era la mascota de la pandilla, el más pequeño, y yo siempre andaba revoloteando alrededor de Nino. El me enseñaba a pescar, a coger la caña, a tirarla, a poner el cebo, a recoger.
Aquellos años pasaron. Yo entre en la adolescencia, y Nino, mi hermano y los otros, la abandonaron. Ahí fue donde empecé a perder la pista de Nino. Se iban a otros pueblos, se echaban allí novia, se iban a la mili, volvían, se casaban. Nino se fue a la mili y cuando vino lo hizo con la firme intención de poner tierra de por medio. Unos se iban a Barcelona, otros a Madrid, otros al norte. Nino se fue a la Guardia Civil. Hizo las pruebas y aprobó. Se casó con su novia, una chica de El Monte, con la que Nino salía desde hacía algún tiempo, y se fueron a Madrid porque a Nino lo destinaron allí de primeras. Nino se fue como tantos otros, eligió Madrid y la Guardia Civil para huir del arado y de El Llano, esos de los que tan presto huimos, pero que tanto echamos de menos. Allí en Madrid estuvo unos años, no sé si muchos o pocos, algunos, los suficientes para que nacieran sus tres hijos y se malograra el embarazo de un cuarto.
Un buen día las malas llegaron. Destino al País Vasco, en plenos años de lodo y de miedo, en plena década de los ochenta, cuando un día sí y otro no, desayunabas escuchando la noticia de otro guardia muerto, de otro soldado, de otro policía, de otra bomba, de otra viuda, de otros huérfanos, de otra madre. Un buen día. ¡Qué digo! Un mal día, a Nino lo destinaron al País Vasco, a una casa-cuartel que era más fortaleza que casa cuartel, con muros altos de hormigón, y alambradas, y sistemas de seguridad a prueba de bombas. Allí, al principio, Nino se llevó a toda la familia, a la chica de El Monte, a sus tres hijos. Duró poco aquello. Nino tenía miedo a la ida o la vuelta del colegio, o a la salida de ella al supermercado o la carnicería del pueblo más cercano. La gente allí sabía quienes eran, lo que eran. La gente allí sabía que no eran unos inmigrantes sureños más que habían ido a quitarse el hambre en la construcción o en las fábricas, no. La gente sabía que eran inquilinos de aquella fortaleza que estaba a escasos diez kilómetros del pueblo, y los miraba con odio, a todos, a los niños también. Así que Nino se curó en salud y los mandó de vuelta a El Llano, primero. Luego se fueron a El Monte, con los padres de ella.
Fueron años duros, de miedo, de soledad, de mirar bajo el coche cuando salía de la seguridad de la fortaleza, de mirar de cuando en cuando para atrás, de no dar la espalda a la puerta cuando entraba en un bar. Sí; fueron años duros. Allí, en la casa cuartel había familias. Las familias de los guardias que estaban allí por vocación, hijos del cuerpo, nietos del cuerpo, casados con hijas del cuerpo, y que seguramente engendrarían futuros miembros del cuerpo. A veces Nino los miraba con envidia, como tenían asumido que un día, un mal día les podía tocar a ellos. Y las mujeres, con que entereza lo afrontaban, con que valor. Casi sentía vergüenza, él, que no había tardado nada en mandar a su familia bajo el amparo y seguridad de su tierra, él, que había preferido pasar en soledad aquel amargor, aquel miedo. Ni él ni su mujer estaban preparados para aquello. Él no era hijo del cuerpo, ni su mujer tampoco, ni sus hijos serían mañana guardias. Él solo quería huir del arado, de El Llano, de la pobreza en la que vivieron sus padres, su familia, una familia numerosa, el padre, el viejo Milhambres, la madre, nueve hijos, una casa que se caía a cachos, un pedazo de tierra que no daba nada de si para alimentarlos a todos, miseria, miseria y más miseria. A veces Nino se preguntaba si no hubiera sido mejor optar por la construcción, por la hostelería, por la fábrica. Sí, a veces lo pensaba. Pero él, a pesar de la pobreza, siempre fue espabilado, inteligente. Le gustaba estudiar, y como no iba a ir a la universidad, porque no, porque no había, porque tenía que echar una mano en casa, porque eran muchos, se sacó las oposiciones a guardia, así acabó la mili, como tantos otros, del sur, extremeños, andaluces, gentes que hoy estudiarían una carrera, cualquiera, en aquella época se tuvieron que contentar con las oposiciones a la Guardia Civil, o a la Policía Nacional, o a Correos, o...
Al principio de irse, Nino hizo gala de su ingenuidad. Se intentó poner en contacto con la gente de El Llano que andaba por allí, por el País Vasco emigrada. Indiferencia. Esa puede ser la palabra. Lo evitaban. No, no podemos quedar. No, no puedo bajar a echar un café, ni una cerveza, ni de chiquitos, es que tengo que hacer. No, no vengas Nino, no vamos a estar en casa, es que vamos a San Sebastián, de médicos. Pero si es sábado. Sí, bueno, y qué, es qué no puede haber médicos que trabajen los sábados. Un día, un paisano, un amigo de toda la vida de Nino, uno de la pandilla que iba a pescar con él y con mi hermano cuando eran chavales se lo dijo claro. Qué no, Nino, que no nos podemos ver. Mi mujer no quiere, y tiene razón. Esto es pequeño, todos nos conocen, tú eres guardia y si nos ven pueden pensar que...vamos ya sabes, que no es buena idea, ya nos veremos en el pueblo, en agosto, porque vas a ir, no, pero aquí no, si nos ves en la calle, mejor que ni nos dirijas la palabra, que estos tíos no se andan con chiquitas, que te dejan seco tirado en la acera de un tiro a la menor sospecha, menudos son, lo comprendes verdad, le dijo el paisano, que le hablaba con un acento del norte marcado, que se había comido al acento del sur, para pasar desapercibidos, para que nadie notara que venían del sur, que vieran que se integraban, sí, que eran nuevos vascos, padres de vascos, abuelos de vascos, y sus hijos hablarían euskera, y le llamarían "aita", no abuelo, en castellano,...
Fueron doce años allí, pero a Nino se le antojaron cien. Los hijos crecían, y él envejecía, lejos de ellos, viéndolos una vez al mes, cuando reunía cuatro o cinco días libres y tiraba para la tierra a verlos. Entonces fue cuando empezó a beber. Al principio poco. Luego...Un psicólogo del cuerpo le dio la baja, por depresión. Lo apartaron del servicio definitivamente hará diez años. Su mujer, la de El Monte, lo dejó, definitivamente. Sus hijos se fueron con ella. Nino se vino a El Llano, a casa de sus padres, a esa casa que se caía a cachos cuando él salió de ella para casarse. Ahora vive él solo con los viejos. Sus ocho hermanos, milhambres como él, se buscaron la vida, unos sin salir de El Llano, otros fuera, como Nino, pero no de guardias, como él.
De cuando en cuando voy a El Llano lo veo y lo saludo, le recuerdo cuando me llamaba "la mascota", cuando íbamos al río a pescar y él me enseñaba a tirar la caña, y a recoger, y a poner el cebo, paciente. El sonríe y noto un halo de nostalgia en su mirada. Sonríe y, por un momento, me parece la sonrisa de aquel chaval de quince años, moreno, con una gorra blanca y una sonrisa siempre en los labios. Aquel chaval al que la vida, y la indiferencia de los suyos le convirtieron en un alcohólico, que mira la vida pasar en el pueblo que lo vio nacer y que lo vio salir hace años, del que huyó hace años, y que hoy lo acoge, derrotado.

viernes, 16 de octubre de 2015

Octubre.

Lloran los chopos,
lloran, vierten sus secas lágrimas,
y mecen sus brazos
al ritmo del viento.
Lloran la muerte del verano.
Ya está aquí Octubre,
lánguido y triste,
gris y tempestuoso.
Los chopos lloran,
y las ortensias,
y las rosas,
y las golondrinas,
que se fueron llorando...

viernes, 25 de septiembre de 2015

Es Septiembre la muerte dulce...

...del verano.
¡Quién tuviera una muerte así!
Me gusta pasear en sus tardes,
largas aún.
Me gusta su cielo enmarañado,
su templanza apacible.
Me gusta ver a Septiembre
guiar al verano hacia su sueño.
Sí, definitiva y decididamente
creo que me gusta Septiembre.
Creo que a Septiembre
le gusto yo, también.
Nací en él.
Soy de Septiembre,
templado, ¿apacible?...
Cómo me gustaría que el final de mi vida
fuera un septiembre, plácido y templado...

jueves, 10 de septiembre de 2015

El Abuelo.

Cae la tarde. El abuelo va con el niño por el camino del río. Lleva puesta su vieja boina negra, su camisa verde siempre remangada, sus pantalones grises, sus zapatillas de fieltro azul. Empieza a hacer calor. Es abril, quizá mayo. El abuelo lleva un saco de red rojo doblado en las manos. El niño va delante de él, trotando cual potrillo desbocado. El abuelo se para, en esa zona hay cardillos, o espárragos en aquella otra de allá, junto a aquella acequia. Se agacha. Enseña al niño a diferenciar los cardillos de las yerbas comunes, o lo enseña a ver los espárragos escondidos en las espesas esparragueras verdes que se esconden en los pedregales, o tras los muros de las acequias.
La tarde es joven aún, y el abuelo y el niño caminan por el camino que lleva al río, camino de la senara, de la tierra que aún trabaja el viejo, a pesar de sus años y de sus achaques. El abuelo se vuelve a parar junto al desagüe, y mira allá a lo lejos, hacia los juncos que pueblan sus riberas. Por allí, junto a los juncos, enterró el abuelo al Rubio, aquel perro labrador tan bueno, tan manso, del que tanto le han hablado al niño. El niño no se acuerda del Rubio, y el abuelo, sonriente le dice que como se ha de acordar si todavía no había nacido cuando el Rubio se murió.
Llegan a la senara. El maíz apenas ha nacido, recién sembrado como está. El abuelo, siempre seguido por el niño, comprueba que el espantapájaros que reina en medio del trigal siga en pie, y no lo haya tumbado el viento. También comprobará que las pequeñas plantitas de tomate están bien, bajo el plástico blanco del semillero. El niño lo sigue a todas partes, como un perrillo juguetón, prestando atención a lo que el abuelo le dice, o le indica. Al niño le gusta oírlo cuando mira al cielo y sentencia si va a cambiar el tiempo o no, o cuando le dice uno de los miles de refranes que se sabe, o le indica cual es el nombre de este o aquel pájaro, o de este o aquel árbol.
El niño y el viejo se sientan juntos en el brocal de la acequia que por allí cercana pasa. El abuelo sacará la merienda de una bolsa blanca, chorizo rojo y pan, que cortará con su navaja. Ordenará al niño que coma, o la abuela se enfadará con los dos. El niño comerá, y después beberá el agua fresca y cristalina que el abuelo sacará del pozo, y que le dará en una vieja taza de zinc que guarda en el cobertizo. El niño recuerda cuando el viejo tenía las vacas, y le daba un poco de leche recién ordeñada en esa misma taza. El niño no volverá nunca a beber una leche tan rica, ni un agua tan fresca.
El niño y el viejo ríen. El abuelo desfruta sentado con el nieto, en medio de la tarde, y contesta paciente a sus muchas preguntas. A veces el niño le pregunta por la guerra, y el abuelo se pone triste, y contesta con monosílabos. Para el niño la guerra no es más que uno más de sus juegos de niño. No es más que una película, donde los buenos ganan y los malos pierden. La guerra es algo inocente para él. Sabe que el abuelo estuvo en una guerra, que tenía un viejo fusil Máuser, y un viejo casco alemán que le salvó la vida dos veces. El niño se lamenta de que el abuelo no se trajera el fusil y el casco de la guerra. Si lo hubiera hecho, el podría jugar con ellos, a eso mismo, a la guerra. Pero no se los trajo. El niño nota al abuelo incómodo, triste, monosilábico. A pesar de su inocencia sabe que no se pueden traspasar ciertas líneas. Jamás le preguntará si mató a alguien. El niño no lo sabe. Imagina que si, porque en la guerra se mata, pero jamás hará la pregunta, y cambiará de tema, hacia cualquier otra cosa, hacia un pájaro, hacia un árbol, hacia una nube, y poco a poco, la sonrisa volverá a iluminar la cara del abuelo.
El sol empieza a irse hacia Portugal. El abuelo anuncia al niño que es hora de volver a casa. Se echará el saco con los cardillos al hombro, y acariciará al niño en la cabeza. Desandarán los dos el camino del río hacia el pueblo. Llegarán entre dos luces a la casa, y encontrarán a la abuela preparando la cena. El abuelo se lavará las manos, se sentará en la sala a "ver el parte" en la tele en blanco y negro que preside la estancia. Se sentará en torno a la vieja camilla, redonda y grande, y el niño se sentará a su lado, con un libro, con una libreta, los deberes. El viejo le ayudará. Al niño le gusta la letra y los números que dibuja el abuelo, tan limpios, tan bonitos, tan simétricos, tan pulcros. Se diría que el abuelo ha sido contable y no campesino. El niño recuerda aquellos cuadernos donde el abuelo anotaba cada saco de semillas, de abono, de nitrato, de pienso; con aquella letra y aquellos números, y como a él le gustaba admirarlos. Para el niño, el abuelo es el más sabio, algo así como un mago. Un día le talló una billarda con un palo y una tabla, con la única ayuda de su vieja navaja, y el niño era la envidia de la calle, con su billarda nueva, tallada por el abuelo.
Pocos años después, un verano, el abuelo se cansó de vivir y se fue. Aquel día el niño se aguantó las lágrimas. Lo prometió a la abuela. Prometió que sería fuerte y no lloraría. Lo prometió y lo cumplió. Esas lágrimas son las que el niño vierte hoy, muchos años después, hombre ya, lejos de El Llano, lejos de su tierra, frente a una cuartilla blanca, recordando...

domingo, 30 de agosto de 2015

Agosto está terminando...

...se oye a los cuervos trinar.
¿Es el otoño cercano?
¿El calor? ¿El azul del mar?
¿Quién posible hace el prodigio
de los necios declamar,
prometiendo mil dádivas
a los que de par en par,
les abran sus corazones,
hacienda, familia y lar?
¿Cuándo se vio a un grajo
su graznido aderezar,
con lisonjas, con guirnaldas,
con telas de fino telar,
en busca de algo que tienes,
que tienes y les puedes dar?
El alago debilita.
El alagador no es de fiar.
Desconfía de un cuervo negro,
que trine en vez de graznar.
Los cuervos, trinar, no trinan,
ni las gaviotas del mar.
Los gorriones no graznan,
ni a los gatos he visto aullar.
Si ves esto, desconfía,
como cura en lupanar.
Si ves un cuervo que trine,
y ves a los peces volar,
tal prodigio no es prodigio,
es seda de otro telar.
El cuervo, tras engañarte,
volverá presto a volar,
entonando sus graznidos,
volando en pos de tu ajuar.

lunes, 24 de agosto de 2015

Limpieza.

Hoy no se nota tanto. Tanto da verano que invierno. Pero cuando yo era niño no era así. El verano, en El Llano, era algo así como tiempo de provisión. En el verano se trabajaba para ganar lo suficiente para poder pasar el invierno. En el verano había trabajo, sino en un sitio, en otro. También era la época de la limpieza de la casa, algo así cómo una limpieza especial y a fondo. Las mujeres, en agosto, ponían la casa patas arriba, se encalaba, se limpiaba, se restregaba, se volvía a encalar, limpiar y restregar, los patios, los corrales, los doblados, las fachadas con sus zócalos, las puertas, las ventanas, los cristales. Con una caña larga se llegaba arriba, alas vigas de madera, centenarias, y se limpiaban y se deshacía el laborioso trabajo que las arañar tejieron durante la primavera. Se llamaba al albañil para que corriera el tejado, y quitarra los matojos que crecieron al final del invierno, y su rocío helado, o al amparo de las lluvias de la primavera. Para encalar la fachada se llamaba al calero. 
La vieja casa, centenaria, quedaba limpia y reluciente, y durante semanas olía a cal nueva, y a sosa, y a jabón. Se barnizaban los viejos muebles, se lavaban las cortinas. Las mujeres de las casas caían rendidas y exhaustas, pero orgullosas por el trabajo. Si por un casual te veían con la pelota en la mano camino del patio recién encalado, con la intención de estrenar las paredes, ahora blancas como la nieve, te podías ganar una reprimenda con colleja incluida.
Hoy poca gente espera a agosto para hacer la limpieza. Los tejados ya no son aquellos, desiguales, de tejas rojizas colocadas una sobre otras, con desigual armonía. Hoy, los tejados son nuevos, uniformes, iguales. Las tejas van pegadas unas a otras, en filas iguales, como si fueran soldados en un desfile militar, perfectamente hechas para no dejar pasar el agua, y no necesitar por muchos años del maestro de obras. Ya no hay fachadas ni zócalos que pintar, pues se ha impuesto el granito y el gres, igual de uniformes e iguales que las tejas. Ya no hay lugar para el caldero, pues todo es pintura plástica.
Hoy las casas de El Llano son todo, menos rústicas, y son tan cómodas cono cualquiera de la ciudad. Los angostos son menos angostos en El Llano. Qué desilusión para los que hoy gustan de lo rústico en las ciudades, para los que lo antiguo se ha convertido en modernidad, para los que la desigualdad de antaño es un faro de modernidad. Que contrariedad que el encalado de las paredes resulte de lo más chic aquí en la ciudad, al igual que aquellos muebles de mi infancia. 
Voy a restaurantes, aquí en Madrid, con sus paredes blancas, simulando la cal de las paredes de las casas de mi pueblo, de las antiguas casas de mi pueblo. Qué desilusión, Señor, si se pasaran por El Llano, y comprobaran que en su mayor parte se ha convertido en un apéndice de la ciudad. El ladrillo ocupó el lugar del viejo mortero, la vieja piedra, la blanca cal, la parda teja. La calefacción central desplazó al antiguo hogar, y el aire acondicionado se cargó aquellas siestas tórridas de manta en el suelo y casa cerrada a cal y canto. 
No. Ya no hace nadie la limpieza en verano en mi pueblo. Nadie espera a agosto. El Llano es un mero grupo de casas, sin personalidad. La cal emigró a la ciudad; se vino conmigo, y la uso, cada agosto, para blanquear mis recuerdos...









martes, 18 de agosto de 2015

En esencia, yo...

...era el único pariente vivo del viejo. El único  pariente vivo que mantenía contacto con él, y que quisiera mantenerlo. A los demás sobrinos los ahuyentó el años ha, con su misantropía, con su tozudez, con sus maneras de viejo cascarrabias enfadado con el mundo. Asi pues, al entierro sólo asistimos tres personas; los dos operarios de pompas funebres y yo, así que el entierro fue rápido, sin curas que dieran sermones, ni personas que dieran el pésame. Todo fue muy frío, muy solitario, tal y como a mi difunto y cascarrabias tío le habría gustado.
Siempre me produjo admiración. Era el hermano pequeño de mi padre, la oveja negra de la familia, que tras el servicio militar se había perdido por el mundo, se había ido, para disgusto, principalmente de su padre, mi abuelo, que palideció hasta el infarto cuando se enteró de que su hijo pequeño se había hecho comunista, y vivía en Rumania a cuenta del PCE, y del régimen de Caucescu. A mi abuelo, hombre de derechas de toda la vida, monárquico, ultracatólico y tradicionalista, aquello lo llevó a la tumba.
Pasó buena parte de la década de los sesenta y los setenta, viviendo en Rumania. De vez en cuando nos enterábamos de sus andanzas porque nos llegaba alguna carta suya, traída desde el otro lado del telón por algún excompañero suyo que había renunciado a la disciplina del partido y había decidido acogerse a las medidas de reinserción y perdón tan voceadas por la dictadura, cosa que mi tío jamás hizo, ni se le hubiera pasado por la cabeza. Él, tozudo como una mula hasta el final, era un hombre firme hasta la muerte, en mantener convicciones, contra viento y marea, aunque en su fuero interno supiera que los muros que sostenian esas convicciones, se tambaleaban.
A mediados de la década de los setenta se presentó en casa. Había decidido volver al país que le vio nacer. El nunca lo reconoció, pero mi padre se enteró por buenas fuentes que lo habían expulsado del partido por derrotista. Mi padre, sabiendo que jamás aceptaría su caridad, le ofreció un puesto en la empresa heredada de mi abuelo y así el tío Tomas, mi tío comunista, la oveja negra de la familia, empezó a trabajar por primera vez en su vida. Estuvo viviendo con nosotros un tiempo, hasta que se dio cuenta de que su misantropía le impedía vivir con nadie, así que se buscó un apartamento alquilado, barato, en un barrio obrero de la ciudad. Se acostumbró a una monotonía. Se afeitaba todos los días, se duchaba tres veces en semana, se iba de putas tres veces al mes, se bebía al día media botella de Chinchon seco, y se fumaba tres paquetes de Celtas largos. No tenía relación con nade de la familia, salvo con mi padre y conmigo. A mi padre le tenía gran afecto, y a mí, a decir de él, me quería cómo al hijo que nunca tuvo. A los dos, a mi padre y a mí, nos llamaba su única familia.
Me gustaba ir a visitarlo a su guarida, y respirar aquel aire viciado de humo de tabaco negro y suciedad acumulada. Nos sentábamos los dos, siempre que yo iba, en el salón, él en su sillón favorito, raído por el tiempo y la molicie, yo en una silla, viendo la tele, sin prestarle atención. Le gustaba hablar de política. Le gustaba mucho. Se podía tirar horas, días hablando de política. A mí me gustaba que me contara sus andanzas por la Europa del este. Me contó sus vivencias en Rumania. Habia conocido a Caucescu, el cual le regaló una vez una pitillera dorada, grabada con la hoz y el martillo, pitillera que empeñó no sé donde. Había estado en Moscú, en Berlin Oriental, en Tirana, en San Petersburgo. Decía seguir sintiéndose comunista, y una vez me confesó que se moriría siendo comunista. Yo trataba de rebatirle, le intentaba argumentar con lo de la caída del muro, lo de la inviabilidad del comunismo. El siempre zanjaba la cuestión diciéndome: te creía más inteligente sobrino. Decía que no era el comunismo, sino el capitalismo lo que había caído con la apertura de Telon de Acero, y terminaba con un, algun día te darás cuenta de esto, sobrino, algún día te daras cuenta y me darás la razón. Yo entonces no sabía a que podia referirse, y acababa siempre más confundido que cuando empezabamos la conversación. A raiz de la caída del muro, poco después, empezo a viajar otra vez. Se jubiló anticipadamente por enfermedad. Los tres paquetes diarios de Celtas y el Chinchón se estaban cobrando su vida, poco a poco. Desde 1989, cada 9 de noviembre viajaba a Berlin, ya reunificado, y depositaba unos claveles rojos y una vela frente a la  Puerta de Brandenburgo. Mi padre se metía con él, diciendo que eso lo hacía en memoria del comunismo, felizmente caído. Él, entonces contestaba muy serio que lo hacía en memoria del capitalismo socialdemocrata occidental, que murió junto a las miles de personas que murieron en aquella ciudad, intentando cruzar a Occidente, huyendo del comunismo, total para nada, pues el comunismo al final se había impuesto en todas partes.
Aquello duró unos años, hasta que un buen día un vecino nos avisó de que hacía días que pasaba frente a la puerta de su piso y oía un leve gemido. Avisamos a la policía y a una ambulancia,  y nos lo encontramos medio muerto, tirado en medio del salon. Un infarto al cerebro. Los medicos nos decían que tenia las venas totalmente obstruidas por los excesos. Tras aquel susto, del que, gracias a Dios no le quedaron secuelas importantes, decidimos ingresarlo en una residencia, y alli paso el resto de sus días. Yo lo visitaba tres veces en semana. Salíamos fuera del recinto de la residencia y nos íbamos a sentar a un banco en un parque cercano, para poder fumar su ración reducida diaria de Celtas, a pesar de la prescripción y la advertencia médica de que no lo hiciera. Me seguía contando sus viejas historias de militancia comunista subversiva, unas reales, otras inventadas. También hablábamos de política. Una vez le pedí que me explicara que quería decir con aquello de que el comunismo no había caído con el muro, sino que lo había hecho el capitalismo. Se encendió  un Celta, y me miró largo rato. ¿Asi qué te pica la curiosidad?. Lo sabía, tu deberías haber sido hijo mio, y no del pamplinas de tu padre. Verás, esta muy claro. El mundo corre hacia una espiral de destrucción consumista. Consumimos más de lo que nos podemos permitir. Consumimos más petroleo, más gas, más agua, más comida de la que tenemos y de la que podemos producir. Unos consumimos más, y otros menos. Unos morimos de colesterol por exceso de comida, y otros de hambre por defecto. Por eso el comunismo se instala en el mundo como alternativa, y como solución. De no ser asi el mundo explotaría en pocos años. En los próximos años, sobrino, verás como todo se hace mediante planificación económica, planes quinquenales, ayudas al desarroyo, propaganda, tal y como se hacía en la Union Soviética. Se impondrá una especie de estajanovismo productivista que nos hará ir a más, a más producción, y lo más barato posible, pero sin resultados aparentes en cuanto al bienestar general. Pero ojo, no te engañes, sobrino, no será el estado el que se haga con los medios de producción, serán los medios de producción los que se hagan con el estado, se formara un clongomerado de empresas, de grandes empresas, de gigantescas empresas, que se hará con todo, industria, servicios, banca, agricultura, medios de comunicación, energia, sanidad, educación. Esos conglomerados se irán fusionando unos con otros hasta crear dos o tres megaestados que controlen la economía munidal. Esta, es la segunda fase de la instalación del comunismo a nivel mundial, la primera fue la creación y la consolidacion de la URSS, el primer estado comunista de la historia, y el banco de pruebas. Una vez que han comprobado que se puede controlar a la población, política, social y economicamente, se han lanzado a crear una gran Unión Sovietica a nivel planetario. Esto es necesario, pues de no ser así, depredariamos el planeta en pocos años, date cuenta de que ya pasamos de los seis mil millones de individuos, individuos que comen, consumen luz electrica, gas, petroleo, comida, todos recursos finitos, y no se les ha ocurrido ningún invento mejor que el comunismo para controlarlo. Debo confesar que, entonces, oyendo a mi tio hablar, a todas luces tan lucidamente, me quedé anodadado, y fui incapaz de comprender lo que me quería decir. Asi pues seguí unos años, todos los que el abuso del tabaco y el alcohol quisieron darle de margen, yendo a la residencia y paseando con él por las afueras, con su cigarrillo siempre encendido en los labios, e insitiendo siempre en la misma teoría orweliana, sobrerreal destino mundial. Un par de años después, mi padre murió de un infarto, y el hecho le sumió en una profunda depresión. Se dio entonces más aún al Chinchón y al tabaco, y otro ictus lo dejó postrado en una cama hecho practicamente un vegetal. Después de aquello apenas si me conocía, y alternaba momentos de lucidez, los menos, con momentos de demencia, los más. Un buen día me llamaron de la residencia; lo habían encontrado muerto en su cama, por la mañana. Los médicos me dijeron que era muy posible que hubiera muerto durante el sueño y ni siquiera se hubiera enterado. Seguí al pie de la letra sus instrucciones, dadas años antes, para el día de su muerte. Estas eran que debiamos enterrarlo en el cementerio civil de la ciudad, nada de panteón familiar, ni por supuesto de curas. Queria mantenerse como oveja negra oficial de la familia hasta el final. Así pues, procedimos, mejor dicho procedí, pues el resto de la familia se desentendió, a llevar a cabo sus deseos. A partir de entonces, cada 9 de noviembre, fecha de la caída del muro, me pasaba por el cementerio civil, con unos claveles rojos y una vela, que depositaba ante su tumba. Asi lo hago siempre desde que murió.
Este año, durante el mes de junio, estuve de viaje de trabajo en Berlin. Me acordé mucho de mi tío. Confieso que últimamente pienso mucho en él, y en lo que me decía. Pienso si no tendría algo de razón con aquello que decía de que el que había vencido era el comunismo y no el capitalismo. El mes de junio me pilló en Berlin, durante la crisis griega. Todos los medios de comunicacion no hacían otra cosa que hablar de lo mismo. Entonces entendí lo que mi tío quería decirme. Se oia hablar de privatizaciones, y de ceder poderes públicos y soberanía a manos privadas. Recordé que mi tío me dijo aquello de que ahora los medios de produccion se harían con el estado, y no al revés. Me pregunté si no sería eso lo que estaba pasando. Decidí comprar unas flores y una vela, y dejarlas en la Puerta de Brandenburgo. Una señora que me vio, creyendo quizá que era en memoria de las víctimas del muro, me apretó las manos, y me dio unos toquecitos en el codo, a modo de consuelo. Sin duda la buena mujer debió creerme hijo o nieto de algun fujitivo del Berlin Oriental, muerto allí mismo. Me alejé apesadumbrado por saber que tanto dolor quizá hubiera sido en vano, y reconocí en el aire un olor familiar. Un olor como a tabaco negro, como a Celtas largo, fuerte e intenso...

miércoles, 5 de agosto de 2015

Cómo poder vivir...

...mirando al mar,
si es el mar quien ahoga y se lleva sus sueños,
es el mar el que pide sus huesos,
y su sangre,
y sus vidas.
¿O no es el mar?
¿O no es solamente el mar?

Cómo poder soñar,
sabiendo que hay niños,
que no han empezado a vivir,
cuando tienen que morirse,
axfixiados por la indiferencia,
la desvergüenza,
el desenfreno y la ignorancia,
de los que viven al otro lado de ese mar.

Cómo poder luchar.
Cómo poder luchar,
y cambiar el destino,
fatal, al que nos dirigen.
Al que nos dirigimos.

Cómo poder mirar,
fijamente, cara a cara,
a la verdad.
Todo es mentira.
Hasta el dinero es de plástico.
Un juguete diabólico y mortal.
Un juguete fatal.
Vivimos recluidos en un jardín de infancia,
donde la crueldad,
que suponemos erróneamente,
patrimonio de los niños,
es la norma, la regla.

Cómo poder dormir,
y dejarlos manejar a su antojo,
con su crueldad adulta,
nuestras vidas.
¿Qué pasará el día que despertemos?
¿Qué pasará el día en el qué caigamos en la cuenta,
qué ya no hay más juguetes, o qué los que hay,
no sirven ya para jugar?

Cómo poder creerles,
si ni siquiera son buenos fingiendo.

Quiero poder vivir,
mirando al mar.
y poder luchar,
y poder mirar cara a cara a la verdad.
Quiero poder dormir,
para así soñar,
y poder creer...

domingo, 2 de agosto de 2015

Una fuente tranquila y hermosa...

...hace frente al calor de agosto.
Una fuente, monótona, tranquila,
en el medio de un parque, se afana en apagar,
mi sequía de versos,
se afana en refrescar
mi agonía,
mis recuerdos.

Una fuente, monótona y tranquila,
una fuente hermosa, que duerme,
que observa a los pavos reales,
a los gorriones, a las cornejas,
a la gente que sobrevive en la ciudad,
en agosto, a su calor extremo,
y busca una fuente tranquila y monótona
donde apagar su sed, su sequía,
de versos, de momentos tranquilos y hermosos,
en medio de la ciudad,
en el calor de agosto.

Me siento a la sombra de los castaños,
una mañana de domingo.
Es agosto, y tengo sed,
y una fuente la apaga,
el cielo es azul,
y por una vez me reconcilio con la ciudad,
que duerme de día,
a esa avanzada hora,
una mañana de agosto.

Y mis pensamientos brotan
al ritmo del agua...




lunes, 6 de julio de 2015

Julio.

Agobio.
Calor.
El calor de mi tierra me persigue,
en este julio de 2015,
de Madrid,
de la ciudad.
La ciudad se empeña en seguir corriendo,
en contravenir a la época,
a Julio, con su calor asfixiante,
que nos dice: "Ni te muevas".
La ciudad, tan grande,
tan recoveca,
tan absurda,
se lleva mal con Julio.
No se quieren.
Se odian, se ignoran, viven de espaldas el uno
y la otra.
A la ciudad le gusta más la primavera.
A Julio le gusta más cualquier pueblo
del sur,
encalado y antiguo,
apacible y tranquilo,
para poder decir a sus gentes:
"ni te muevas"...

sábado, 20 de junio de 2015

Cómo éramos...

Qué jóvenes éramos entonces,
cuando andábamos titubeantes en el principio
del camino.
Qué audaces éramos entonces,
cuando todo el mar era sal,
todo el monte era orégano,
toda la vida era camino por andar,
toda la noche sueño,
toda la tarde siesta.
Qué bellos éramos entonces,
cuando la luz de la juventud
nos bañaba,
cuando libábamos polen en las más
tiernas flores,
cuando la fuerza y el espíritu eran amigos.
Qué listos éramos entonces,
cuando el mundo se nos antojaba trasnochado,
y aspirábamos a sobrepasar a los que nos antecedieron,
saltar muros, romper fronteras, cortar alambradas,
limar rejas.
Qué ingenuos.
Qué fugaz es la vida.

He andado medio camino, y ya estoy cansado.
No todo el monte es orégano,
ni todo el mar es sal,
ni toda la noche sueño,
ni toda la tarde siesta.
La juventud se ha apagado,
y las flores las liban otros.
Cada día que pasa, me noto más cansado,
para saltar muros, para romper fronteras,
para cortar alambradas y limar rejas.

Eso es lo que pasa cuando se desperdicia la vida:
que vienen los remordimientos;
me dicen mis propios pensamientos...

sábado, 6 de junio de 2015

Junio

Me gusta ver venir a Junio,
por los valles de la primavera,
montado en caballo blanco,
flameando su estandarte dorado,
como un jinete mítico.

Me gustan los días largos de Junio,
Y la muerte dulce de la Primavera.
¡Quien pudiera tener una muerte así!,
mirar con orgullo el paso de uno por la tierra,
sabiendo que sus obras, sus buenas obras,
son visibles y evidentes para todos.

Me gusta ir a mi tierra,
a mi vega, eterna y llana,
acompañando a Junio,
y comprobar el verdor de los maizales,
aún pequeños, persistentes y tenaces,
empujados por el agua de las acequias,
la sangre eterna del hermano Guadiana.

Me gusta oler el aire húmedo,
de mi vega, el perfume de la tierra,
fundida con el agua.
Me gusta, al calor de la tarde,
a la caída del sol,
caminando entre campos de tomates,
de frutales, de pimientos...de vida.

Definitivamente me gusta Junio,
a pesar de ser el rejón de muerte de la Primavera,
su estertor, su invierno, su vejez...

¿O es solamente su transformación?...

domingo, 17 de mayo de 2015

Mayo

Es en mayo,
cuando las flores se muestran,
y destapan su hermosura,
y desprenden ese olor maravilloso,
que solo se da en mayo,
en primavera,
una vez al año.

Es en mayo,
cuando las piedras de las plazas de la ciudad,
se revelan contra los que las pisotean,
y cantan, y bailan, y gimen de dolor,
y sueñan con un mayo que estuviera aquí para siempre,
con un eterno mayo.

Es en mayo,
cuando la primavera se hace mayor.
Pronto se transformara en verano,
nos dirá adiós,
otra vez, hasta el siguiente año.

Es mayo.
Yo aquí, sentado,
mirando la tarde, pensando...

¡Qué pena me dará cuando se muera mayo!

martes, 21 de abril de 2015

Vergüenza y mar.

El mar,
tan azul, tan profundo, tan inmenso.
El mar.
¿En qué han convertido el mar?
En sepultura de desheredados.
En tumba abierta.
En barrera.
En vergüenza.

El mar. Nuestro mar,
teñido de rojo,
de negro,
de rabia,
de impunidad,
y claro está;
de vergüenza.

La noche muere.
Nace el alba.
Los hombres de la mar salen,
en sus barcos,
pequeños unos, otros grandes.
Esperan encontrar un mar azul,
esperan pescar en él,
como hombres,
que necesitan comer,
que tratan al mar,
de tú a tú, cada día.
Pero ya no hay peces en el mar,
solo hay sangre,
solo hay dolor,
solo hay marea negra,
y lo que es peor:
vergüenza.

Los hombres del mar se preguntan:
¿Y quién puso ahí la vergüenza?...



(A los náufragos que estos días mueren en el Mediterráneo, sin que se le caiga la cara de VERGÜENZA, y el alma a los pies a los responsables).


sábado, 11 de abril de 2015

Las mesas de Juan Español.

Las mesas de Juan Español
están llenas de cocidos,
de suntuosos embutidos
y guisos de grasa y col.

Están vacías de quejas,
de crítica inteligente,
de cumplido diligente,
de la ley y sus madejas.

Están surtidas de pinchos,
de suntuosos Riojas,
de quesos tiernos, milhojas
y quesos viejos de cinchos.

Vacías de crítica están,
de palabra inteligente,
sobre futuro y presente,
sobre la vida y el pan.

El lúpulo cervecero
atonta, alela, idiotiza,
convierte al cerebro en tiza
y a su dueño en vil cordero

que sigue al rebaño entero,
mientras su boca agiliza,
un trozo de longaniza
y un suntuoso ajoarriero.

Juan, sentado a la mesa,
quiere antes mil perdices
que ocuparse del futuro

"¡Qué lo hagan otros!", piensa.
Un guiso de codornices,
antes que el mañana oscuro.

¡Qué rico que está el gazpacho!
Su sabor llama al empacho,
al igual que el salmorejo.
¿Y una olla de conejo?.

Mientras tú mueves el diente,
el legislador si piensa,
y vacía diligente
tu bien surtida despensa.

Juan Español, zampabollos,
despierta, qué estás dormido.
Te están robando los pollos,
esos que aún no has comido.

sábado, 4 de abril de 2015

Abril

La primavera es constatable.
La claridad se va ensanchando.
Un cielo más azul y ameno.
Yo camino.

Vida hermosa y apacible,
vista desde la primavera,
esta que Abril nos regala.
Yo suspiro.

Pasión, palmas, ramas de olivo,
incienso, cera derretida,
Cristos, Soledades, saetas.
Yo recuerdo.

La flor de Abril, segura y firme,
suple a la valiente, de Marzo,
aquella pequeña y temprana.
Yo sollozo.

Y si lloviera, inclusive;
la lluvia sería ese regalo
oloroso y húmedo de Abril.
Yo me mojo.

¡Qué me gustaría un abril
que durara todo el año!
¡Qué toda la vida durara!
Yo soñando.

sábado, 28 de marzo de 2015

La inspiración.

Pozo de agotadas aguas,
hondo, en mi pena,
hondo, en mi alma.
Invisible a veces,
cómo un fantasma.

Sorprendente,
cómo el Guadiana,
que se esconde,
aparece, descansa,
se desborda,
se derrama,
y muere navegable y lejano
en la mar salada.

Cómo una novia,
que en una misma semana,
me deja y me desdeja,
me ama y me desama.

Cómo las espumosas olas
de la mar brava,
que golpean, se retraen,
y golpean en la roca cortada,
por el tiempo y por la mar,
que impenitentemente brama,
contra los cantiles
y las arenosas playas.

Cómo el sol en invierno.
Cómo la niebla tras el alba.
Cómo la bondad en la Tierra.
Cómo los rescolodos y las brasas...

sábado, 21 de marzo de 2015

La pequeña flor de marzo.

La pequeña flor de marzo,
asomó la primera
sus pétalos tempranos,
al rigor y al capricho
del clima castellano,
sol, cielo azul,
horizontes planos.
Sol, frío relente,
viento norte y nevado.

La pequeña flor de marzo,
decidió morir joven,
dejando como legado
un bonito cadáver,
un tallo delicado,
hermosos pétalos blancos,
que deslumbraban los días
en que el invierno fue manso,
y el viento del sur reinaba
invadiendo los páramos,
y anunciaba buenas nuevas
de calores tempranos.

La pequeña flor de marzo,
murió de noche,
cuando el invierno mostraba sus últimos trazos.
Murió feliz,
bella, con su delicado tallo.
Bella;
con sus pétalos blancos,
viviendo su primavera
por adelantado.

sábado, 14 de marzo de 2015

Marzo

De almendro en flor perfumado,
el invierno fenece a plazos,
brisa suave, paseo bajo los castaños.
Mi mente, tozuda, me fuerza a volver sobre mis pasos,
volver la vista atrás, hacia mi pueblo blanco,
mi cielo azul, mi infancia, mi pozo, mi patio,
mi árbol.
Brisa, cantar de los chopos,  palmas de los álamos,
verdor del trigo en los sembrados.
Melancolía en los idus, amor calmado.
Alba fresca, calor suave y plácido.
Manto verde en los campos,
la primavera sale de su capazo.
Marzo; el primer mes bello del año...

jueves, 5 de marzo de 2015

Los pájaros

La tarde;
cielo azul bordado de gris y blanco,
y en ese cielo;
unos pájaros, volando,
quizá desde el sur,
moreno y blanco,
hacia la primavera de un norte lejano.
Yo paseo en la tarde,
ufano,
dejandome llevar,
pensando,
en la libertad que representan unos pájaros,
por encima de la ciudad,
avanzando,
libres, gráciles,
gallardos,
en busca del norte templado,
en busca de su primavera,
cómo cada año.
Sí, la libertad bien puede ser esos pájaros,
libres, que,
sin apenas pensarlo,
suben cada año,
y miran desde el cielo,
a los que desde la ciudad
miramos,
con envidia al cielo,
como cada año,
viendo a los pájaros,
libres, hacia la primavera viajando.

La tarde se muere,
noche se va echando.
En la noche del cielo,
ya no hay pájaros,
libres,
volando.
Hay luna, estrellas,
sueños callados,
y en el recuerdo,
los pájaros de la tarde, volando.
hacia la primavera de un norte
lejano...



sábado, 28 de febrero de 2015

Soledad.

Me acompaña desde mi nacencia,
nací siendo un solitario.
Es condimento necesario,
en el caldo de mi paciencia.

Larga tarde de suave cadencia,
silenciosa para un poemario,
primavera en el calendario,
engendran versos con más frecuencia.

La soledad me acuna ahora,
mientras me peleo con un soneto,
éste que en esta hora me ocupa,

que en la vespertinidad no mora;
ni a la primavera está sujeto,
y a la soledad lleva en su grupa.  

sábado, 21 de febrero de 2015

El alba.

¿Quién anda ahí?...
Es el alba,
que silencioso,
empuja al sol de la mañana,
y yo aquí sentado,
a la luz tenue de una lámpara,
ordenando mis ideas,
dando sentido a las palabras
que, de mi cabeza salen,
y en el papel descansan.

¿Quién anda ahí?...
Es el alba,
que tiene hambre de sonetos,
y verso a verso,
a la noche mata,
en esta noche de invierno,
oscura y larga.
El alba con su lucero,
que va trayendo la mañana,
y va recordándome presto
mi hambre de sueño atrasada.
La inspiración me abandona
hasta mañana,
No precisa si volverá,
otra vez en la noche larga,
cuando una lámpara alumbre
mis ideas y mis palabras,
cuando la noche se encienda,
y espere al amanecer sentada...

¿Quién anda ahí?
¿Es el alba?...

sábado, 14 de febrero de 2015

El halago

Te halagará quien mal te quiera,
porque el halago debilita,
su mordacidad posibilita
bajar la guardia ante cualquiera.

Ni la más despiadada fiera
goza de un arma tan cainita,
como esta, que si no se evita,
te adormirá cuando te hiera.

Manadas de toros bravos quiero
antes que dos mil aduladores,
que hinchen mi vanidoso orgullo.

Las verdades del señor barquero,
antes que de espaldas sobadores,
y la sencillez de Pero Grullo.

viernes, 6 de febrero de 2015

Oda al pan y circo.

Para el regente,  indispensable.
No hay droga más eficiente,
que al intelectual coeficiente
vuelva, de normal a inestable.

Aborrega; esto es constatable,
el rebaño sigue a Vicente,
capitán borrego de la gente,
general de una masa incontable.

Luchan gladiadores de mentira,
afilan sus viperinas lenguas,
cocodrilos de ojos llorosos,

frente a madamas de la ira,
propagadoras de bulo en leguas,
pan de cada día de los ociosos.

viernes, 16 de enero de 2015

Navidad.

El primer recuerdo que me viene a la mente, de la Navidad en El Llano, es la niebla. Una niebla gris, opaca, pesada, plomiza, espesa. No como la niebla de Madrid, apenas una bruma ligera, no; una niebla de verdad, de las de no ver tres en un burro a una distancia de tres metros. Una niebla eterna, de las que se dejaban caer al alba y duraba hasta el ocaso, y así un día, y otro, y otro...

En mi infancia, en El Llano, la Navidad no era luces de colores, ni guirnaldas, ni nacimientos, ni árboles. Eso, todo lo más, lo veía uno en casa de la gente pudiente. En la casa común y corriente, por ejemplo la de mis abuelos, eso no existía. Se cenaba en Nochebuena en familia, si, y se tomaban las uvas en Nochevieja, claro, pero nada de guirnaldas, ni de luces, ni de nacimientos. Se diría que en aquella casa no había nada que celebrar. Quizá fuera porque mi madre se fue, murió un día de Nochebuena, años antes. Puede ser. Cuando alguien muere en una fecha de esas, la tristeza se encontrará siempre presente en esa casa, por mucho tiempo. El caso es que, en mi casa, la de mi familia, la Navidad no se recibía con mucha alegría.

Así pues, se contentaba uno con la niebla. Esos eran días en los que la escuela cerraba, venía la familia de fuera, eran días de lumbre en la cocina, en la grande y vieja chimenea que la presidía, de caldero, de brasero, de mesa camilla. Había tardes que la niebla se apiadaba y levantaba, se retiraba, parcialmente, lentamente, a mediodía, y la tarde relucía, y el pueblo recuperaba el tono blanco de la cal, y rojizo de sus tejados, el sol, débil del invierno reciente, convivía con el frío, y el cielo lucía un azul espléndido y luminoso. Por supuesto, era solamente una tregua, pues con la noche, volvía la niebla, que retornaba a enseñorearse de todo el valle, reclamándolo para si, con su vieja intensidad, haciendo valer sus poderes, pesados y plomizos.

El día de Nochebuena, alguien, algunos chicos, iban y venían por la calle grande, rascando una botella de anís vacía con una cuchara, golpeando una pandereta y cantando villancicos de puerta en puerta. Tras ellos, el silencio. La Nochebuena se vivía en cada casa, seguramente, de distinta manera. No deja de ser dura una cita, anual, en la que año a año, te das cuenta de que falta alguien a esa cita, que se sentaba en aquella silla del fondo, de espaldas al viejo aparador, bajo el retrato de los abuelos, que presidía la estancia, o junto a la ventana, o al pie de la puerta para poder así entrar y salir mejor desde la cocina.

El día de Nochevieja no era muy distinto. Alguien, ya viejo, decía que quizá este fuera su año definitivo. Aún así brindaba, y tomaba las uvas al son de las campanadas, dadas por el reloj de la Puerta del Sol, a través de la vieja televisión en blanco y negro. Se brindaba con cava, o con sidra, se tomaban turrones y mazapanes, se charlaba. Y fuera, en la calle, estaba la niebla, y el silencio.

Con los años, en mi pueblo, también se empezaron a adornar las calles con luces, y las casas con guirnaldas, con árboles y nacimientos. La Navidad empezó a ser una representación de mentira, como en todos lados. La prosperidad es lo que tiene, que es igual en todos lados. La gente sale esa noche, tras la cena, no como antaño que se quedaba en casa. La navidad es un  poco como en todos lados, ya no hay diferencia de una casa a otra, como cuando yo era niño. La Navidad es en color, con luces brillantes e intermitentes, con falsos paisajes nevados. Se consume, se come, se bebe, todo en demasía, no sabe uno bien por qué, quizá porque lo hacen en todos lados. Pero fuera, en la calle, cuando uno sale, la que sigue siempre ahí es la niebla, pesada, plomiza, omnipresente; para recordarnos quizá la Navidad que fue. Quién sabe. Todo ha cambiado en El Llano, menos la niebla.