viernes, 28 de septiembre de 2012

El río que se va y nos deja.

Y el río lleva
en su cuerpo, la alegría
de la primavera;
y arrastra con su impulso,
las penas.
Y los peces bailan
entre las peñas,
y los chopos curiosos,
en sus aguas se reflejan,
y algún tronco acompaña al río,
en sus idas, hacia las eternas
aguas de la inmensidad
de la mar serena.
El río va tranquilo,
y el viejo puente se queja,
del paso del tiempo
por sus augustas piedras,
mientras la ciudad vecina
se despereza.
El río va camino de
la luna llena,
buscando la mar,
y su inmensidad serena,
y los peces bailan
entre las peñas...

lunes, 24 de septiembre de 2012

La ciudad clonada.



Moles de hormigón y cristal brillando al sol tibio del atardecer, venas de alquitrán. Es Babilonia, Babel, Nueva York clonadas. Vista desde la distancia, la ciudad parece un monstruo mitológico que elevara sus garras hacia el firmamento, un monstruo mitológico que espera para entrar en singular batalla con un guerrero mitológico.
Prisas, precipitaciones, pasos perdidos, ida y venida impenitente e incansable. Alguien, un poeta callejero, canta guitarra en mano, poniendo una nota de humanidad a cambio de unas pocas monedas. Es curioso que la ciudad moderna, todavía tenga poetas que le canten, que le echen flores, siendo tan impersonal, tan dura, tan dinámica, tan perfecta, tan inhumana.
Aquí todo se compra. Aquí todo se vende y se cambia; y todo renace y vuelve a morir, y a renacer una vez más, a velocidades vertiginosas. Se como por comer, se duerme por dormir, se ama por amar. El día es día, y la noche, también es día. El que resbala y cae al abismo, cae para siempre, es irrecuperable. Aquí la gloria es gloria pasajera, y el infierno es perpetuo. La inocencia es pecad mortal en la ciudad moderna. Todo el mundo está harto, pero nadie abandona.
La ciudad, aquí funciona a sonido de silbato, a cierre de puerta, a chirriar de ruedas, a avance de escalera mecánica. Babilonia, Babel, Nueva York, clonadas, repetidas, reiteradas, de dosis de incertidumbre y desenfreno, hasta que un día Natura diga; ¡Basta!, y el monstruo mitológico se hunda por si mismo o a manos de un mitológico guerrero.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Frente a la sierra.

De madrugada lo mataron,
frente a la sierra,
y los olivos lloraban, gemían,
de dolor y tristeza,
y el cielo azul se tornó oscuro,
y se hizo más negra
la noche, antes suave, cuyo rostro
se perlaba de estrellas.
A partir de ese día fatídico,
jornada siniestra,
en que el hacha de la infamia
cercenó la belleza,
y sus poemas gitanos, flamencos,
se quedaron en tierra,
no quisieron viajar con Federico
e impregnaron la sierra,
con su olor a jazmin y azahar,
en las tardes serenas,
las tardes en las que García Lorca
entonaba sus penas,
antes que el verdugo lo matara
frente a la sierra.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Viento y agua.

Somos viento y agua;
el viento que agita
el trigo en la amada
vega, de mi vida,
de mi más tierna infancia.
El agua que corría
hacia la tierra parda,
o corría tranquila
por el viejo Guadiana.
Somos agua y viento
que agita las cañas,
y somos tibia brisa
en la madrugada,
que mitiga el esfuerzo
duro de la jornada.
Somos campo, aceite,
olivo y escarcha,
caras color cobrizo,
manos amarronadas
de sacarle a la tierra
raíces y estacas.
Somos rocío limpio
que baña las mañanas
del otoño de nieblas,
que mi tierra empaña.
Somos viento de enero
que en las noches opacas
aulla como un lobo
buscando carne blanca.
Somo agua de abril,
caída cuando demanda
lágrimas del cielo gris
el trigo de las campas.
Somos campo, aceite,
olivo y escarcha,
el viento que agita;
somos viento y agua.

martes, 4 de septiembre de 2012

El Deshaucio.

Aquella mañana el cielo no presentaba ningún asomo de nube en el horizonte, se presentaba plano, inmenso, azul, a los ojos de Jesús. La primavera empezaba a notarse en el ambiente, en el campo. Los días empezaban a ser más largos y más calurosos. Por fin había llegado la fecha en la que el personal del juzgado se presentaría allí para exigirle que abandonara su casa. Su padre le había sugerido que se ahorrara el trauma, que sencillamente se hubiera marchado días antes y, los del banco se hubieran tenido que molestar en gastarse los cuartos en un cerrajero, pero Jesús había querido estar presente en el acto de lanzamiento, que así erael tecnicismo que rezaba en la carta en la que le habían comunicado la fecha y la hora del fatal suceso. Eso si; no había querido que estuvieran presente Ana y las niñas. Ellas llevaban varios días quedándose en casa de sus padres, su nuevo hogar hasta que Jesús encontrase trabajo y algo de dinero para pagar un alquiler y empezar de nuevo.
Mientras recorría las distintas dependencias de la casa por última vez, mientras esperaba a que sonara el fatal sonido del timbre que le anunciaría la presencia de los del juzgado, por la mente de Jesús empezaron a pasar imágenes de su primer día allí, del revuelo que habían causado las niñas peleándose por elegir cama, de los primeros muebles que compraron y que ahora los habían tenido que malvender para obtener algo de dinero, del día en que firmaron en la notaría la hipoteca, del apretón de manos que le dio el director de la sucursal bancaria y de los deseos de todos los presentes de que lo disfrutaran con salud él y su familia, de su primera decepción cuando la inmobiliaria dio en quiebra y anunció que no iba a seguir con la segunda fase de la urbanización a medio construir, la soledad de vivir en uno de los pocos bloques terminados en medio de aquel secarral, a media hora de la ciudad, sin servicio de recogida de basura, ni de autobus urbano, que años antes había estado ocupado por un barrio de chabolas, la sensación de abandono, de vivir apartado del mundo, cuando fueron abandonando la urbanización los demás vecinos, desahuciados por el banco, como ahora estaba a punto de sucederle a él. En aquella época a Jesús, como a tantos otros, le había parecido que los pisos, en un futuro cercano, se tornarían inalcanzables para una persona con su sueldo, si no se espabilaba en comprar. Así que sopesando sus posibilidades, se pusieron de acuerdo su mujer y él, en comprar un piso en una de las urbanizaciones surgidas como setas a las afueras de la ciudad, antes de que subieran más de precio. El banco no les puso pegas, pues Jesús, por entonces trabajaba bien, y su mujer también, pero un año después las cosas empezaron a torcerse, empezó a faltar el trabajo, empezó a tener problemas con el banco por sus retrasos continuados en pagar las letras de la hipoteca. Ahora sabía que se había equivocado de medio a medio, que los pisos no se agotaban, que bajaban de precio, como le pasaba a todo, y que el banco, como le oía siempre decir a su padre, era mejor pisarlo lo menos posible.
De repente sonó el timbre de la entrada. Jesús observó por la mirilla de la puerta y se imaginó que el rostro que vio a través de ella sería el rostro de uno de los del juzgado. Abrió la apuerta y se encontró ante él a cuatro hombres, dos vestidos de traje y corbata, a uno de ellos lo reconoció enseguida; era el director del banco, otro sostenía una voluminosa caja de herramientas en la mano derecha e iba vestido con un mono de trabajo, era un cerrajero, inprescindible sino hubiera habido nadie en el piso y éste hubiera estado cerrado, y el último era un agente de la policía nacional, imprescindible también si el habitante de la casa hubiera sido violento. Enseguida empezó a hablar uno de ellos, que se presentó como el secretario judicial, y empezó a leerle una parrafada procedente de unos folios que sacó de una carpeta azul con cierta parsimonia. Jesús lo interrumpió y los invitó a pasar dentro. El individuo que se presentó como secretario del juzgado insistió en leer la parrafada, una vez dentro. Los demás callaban. Jesús asintió con resignación y el secretario continuó leyendo. Cuando acabó Jesús sacó del bolsillo de su pantalón un manojo de llaves, que tendió hacia el secretario.
-Bien, a mi no me queda nada más que hacer aquí. Buenos días; dijo Jesús mientras se dirigía hacia la salida, sin querer mirar a nadie a la cara. Una lágrima pugnaba por descender por su mejilla. El director del banco movió la cabeza, en un esbozo de saludo, cuando su mirada y la de Jesús se cruzaron
Jesús salió rápido y usó para bajar la escalera, cuyos escalones saltó de dos en dos. Cuando estuvo en la calle se paró frente a unos niños, morenos, con la cara y las manos sucias, manchadas de barro, que jugaban en medio de la que tenía que haber sido su calle, a medio construir todavía, la cual, lo más probable es que nadie se molestara en concluir nunca. Eran los hijos de las familias gitanas que habían ocupado buena parte de los pisos terminados y vacíos. Seguramente sus padres ocuparían el suyo en cuanto se fueran las cuatro personas que ahora mismo estaban en él, valorando, midiendo, sopesando. Jesús se paró frente a uno de los niños, con la cara redonda y cobriza, con el reverso de la mano se limpió las lágrimas de la cara, ahora si, abundantes. Miró hacia atrás, por última vez, al que había sido su bloque, y volvió a mirar al niño, el cual sonrió. Jesús le devolvió la sonrisa y fue hacia su coche, subió a él y se fue hacia su nueva casa, la de sus padres y su nueva vida.
Dentro del piso, mientras en la cocina el secretario judicial y el director del banco se apoyaban en la encimera para firmar unos documentos, el cerrajero le ofreció un cigarrillo al policía, que este aceptó. Los dos se dirigieron hacia la terraza y vieron marcharse a Jesús. Entre calada y calada, observaban a los niños chapoteando en un charco que se había formado en medio de la calle.
-Es curioso- le dijo el cerrajero al policía, -Hace un par de años, esto estaba lleno de gitanos y de chabolas. Dos años después, los gitanos han vuelto pero ahora en vez de vivir en chabolas van a vivir en estos pisos tan de puta madre que el banco tiene aquí cerrados.
-Si; es muy curioso- dijo el policía dirigiendo su mano hacia los niños. -Estos van a ser los únicos que van a salir bien librados de esta locura, y gratis.
Los dos esbozaron una sonrisa, mientras apuraban sus cigarrillos.