domingo, 30 de agosto de 2015

Agosto está terminando...

...se oye a los cuervos trinar.
¿Es el otoño cercano?
¿El calor? ¿El azul del mar?
¿Quién posible hace el prodigio
de los necios declamar,
prometiendo mil dádivas
a los que de par en par,
les abran sus corazones,
hacienda, familia y lar?
¿Cuándo se vio a un grajo
su graznido aderezar,
con lisonjas, con guirnaldas,
con telas de fino telar,
en busca de algo que tienes,
que tienes y les puedes dar?
El alago debilita.
El alagador no es de fiar.
Desconfía de un cuervo negro,
que trine en vez de graznar.
Los cuervos, trinar, no trinan,
ni las gaviotas del mar.
Los gorriones no graznan,
ni a los gatos he visto aullar.
Si ves esto, desconfía,
como cura en lupanar.
Si ves un cuervo que trine,
y ves a los peces volar,
tal prodigio no es prodigio,
es seda de otro telar.
El cuervo, tras engañarte,
volverá presto a volar,
entonando sus graznidos,
volando en pos de tu ajuar.

lunes, 24 de agosto de 2015

Limpieza.

Hoy no se nota tanto. Tanto da verano que invierno. Pero cuando yo era niño no era así. El verano, en El Llano, era algo así como tiempo de provisión. En el verano se trabajaba para ganar lo suficiente para poder pasar el invierno. En el verano había trabajo, sino en un sitio, en otro. También era la época de la limpieza de la casa, algo así cómo una limpieza especial y a fondo. Las mujeres, en agosto, ponían la casa patas arriba, se encalaba, se limpiaba, se restregaba, se volvía a encalar, limpiar y restregar, los patios, los corrales, los doblados, las fachadas con sus zócalos, las puertas, las ventanas, los cristales. Con una caña larga se llegaba arriba, alas vigas de madera, centenarias, y se limpiaban y se deshacía el laborioso trabajo que las arañar tejieron durante la primavera. Se llamaba al albañil para que corriera el tejado, y quitarra los matojos que crecieron al final del invierno, y su rocío helado, o al amparo de las lluvias de la primavera. Para encalar la fachada se llamaba al calero. 
La vieja casa, centenaria, quedaba limpia y reluciente, y durante semanas olía a cal nueva, y a sosa, y a jabón. Se barnizaban los viejos muebles, se lavaban las cortinas. Las mujeres de las casas caían rendidas y exhaustas, pero orgullosas por el trabajo. Si por un casual te veían con la pelota en la mano camino del patio recién encalado, con la intención de estrenar las paredes, ahora blancas como la nieve, te podías ganar una reprimenda con colleja incluida.
Hoy poca gente espera a agosto para hacer la limpieza. Los tejados ya no son aquellos, desiguales, de tejas rojizas colocadas una sobre otras, con desigual armonía. Hoy, los tejados son nuevos, uniformes, iguales. Las tejas van pegadas unas a otras, en filas iguales, como si fueran soldados en un desfile militar, perfectamente hechas para no dejar pasar el agua, y no necesitar por muchos años del maestro de obras. Ya no hay fachadas ni zócalos que pintar, pues se ha impuesto el granito y el gres, igual de uniformes e iguales que las tejas. Ya no hay lugar para el caldero, pues todo es pintura plástica.
Hoy las casas de El Llano son todo, menos rústicas, y son tan cómodas cono cualquiera de la ciudad. Los angostos son menos angostos en El Llano. Qué desilusión para los que hoy gustan de lo rústico en las ciudades, para los que lo antiguo se ha convertido en modernidad, para los que la desigualdad de antaño es un faro de modernidad. Que contrariedad que el encalado de las paredes resulte de lo más chic aquí en la ciudad, al igual que aquellos muebles de mi infancia. 
Voy a restaurantes, aquí en Madrid, con sus paredes blancas, simulando la cal de las paredes de las casas de mi pueblo, de las antiguas casas de mi pueblo. Qué desilusión, Señor, si se pasaran por El Llano, y comprobaran que en su mayor parte se ha convertido en un apéndice de la ciudad. El ladrillo ocupó el lugar del viejo mortero, la vieja piedra, la blanca cal, la parda teja. La calefacción central desplazó al antiguo hogar, y el aire acondicionado se cargó aquellas siestas tórridas de manta en el suelo y casa cerrada a cal y canto. 
No. Ya no hace nadie la limpieza en verano en mi pueblo. Nadie espera a agosto. El Llano es un mero grupo de casas, sin personalidad. La cal emigró a la ciudad; se vino conmigo, y la uso, cada agosto, para blanquear mis recuerdos...









martes, 18 de agosto de 2015

En esencia, yo...

...era el único pariente vivo del viejo. El único  pariente vivo que mantenía contacto con él, y que quisiera mantenerlo. A los demás sobrinos los ahuyentó el años ha, con su misantropía, con su tozudez, con sus maneras de viejo cascarrabias enfadado con el mundo. Asi pues, al entierro sólo asistimos tres personas; los dos operarios de pompas funebres y yo, así que el entierro fue rápido, sin curas que dieran sermones, ni personas que dieran el pésame. Todo fue muy frío, muy solitario, tal y como a mi difunto y cascarrabias tío le habría gustado.
Siempre me produjo admiración. Era el hermano pequeño de mi padre, la oveja negra de la familia, que tras el servicio militar se había perdido por el mundo, se había ido, para disgusto, principalmente de su padre, mi abuelo, que palideció hasta el infarto cuando se enteró de que su hijo pequeño se había hecho comunista, y vivía en Rumania a cuenta del PCE, y del régimen de Caucescu. A mi abuelo, hombre de derechas de toda la vida, monárquico, ultracatólico y tradicionalista, aquello lo llevó a la tumba.
Pasó buena parte de la década de los sesenta y los setenta, viviendo en Rumania. De vez en cuando nos enterábamos de sus andanzas porque nos llegaba alguna carta suya, traída desde el otro lado del telón por algún excompañero suyo que había renunciado a la disciplina del partido y había decidido acogerse a las medidas de reinserción y perdón tan voceadas por la dictadura, cosa que mi tío jamás hizo, ni se le hubiera pasado por la cabeza. Él, tozudo como una mula hasta el final, era un hombre firme hasta la muerte, en mantener convicciones, contra viento y marea, aunque en su fuero interno supiera que los muros que sostenian esas convicciones, se tambaleaban.
A mediados de la década de los setenta se presentó en casa. Había decidido volver al país que le vio nacer. El nunca lo reconoció, pero mi padre se enteró por buenas fuentes que lo habían expulsado del partido por derrotista. Mi padre, sabiendo que jamás aceptaría su caridad, le ofreció un puesto en la empresa heredada de mi abuelo y así el tío Tomas, mi tío comunista, la oveja negra de la familia, empezó a trabajar por primera vez en su vida. Estuvo viviendo con nosotros un tiempo, hasta que se dio cuenta de que su misantropía le impedía vivir con nadie, así que se buscó un apartamento alquilado, barato, en un barrio obrero de la ciudad. Se acostumbró a una monotonía. Se afeitaba todos los días, se duchaba tres veces en semana, se iba de putas tres veces al mes, se bebía al día media botella de Chinchon seco, y se fumaba tres paquetes de Celtas largos. No tenía relación con nade de la familia, salvo con mi padre y conmigo. A mi padre le tenía gran afecto, y a mí, a decir de él, me quería cómo al hijo que nunca tuvo. A los dos, a mi padre y a mí, nos llamaba su única familia.
Me gustaba ir a visitarlo a su guarida, y respirar aquel aire viciado de humo de tabaco negro y suciedad acumulada. Nos sentábamos los dos, siempre que yo iba, en el salón, él en su sillón favorito, raído por el tiempo y la molicie, yo en una silla, viendo la tele, sin prestarle atención. Le gustaba hablar de política. Le gustaba mucho. Se podía tirar horas, días hablando de política. A mí me gustaba que me contara sus andanzas por la Europa del este. Me contó sus vivencias en Rumania. Habia conocido a Caucescu, el cual le regaló una vez una pitillera dorada, grabada con la hoz y el martillo, pitillera que empeñó no sé donde. Había estado en Moscú, en Berlin Oriental, en Tirana, en San Petersburgo. Decía seguir sintiéndose comunista, y una vez me confesó que se moriría siendo comunista. Yo trataba de rebatirle, le intentaba argumentar con lo de la caída del muro, lo de la inviabilidad del comunismo. El siempre zanjaba la cuestión diciéndome: te creía más inteligente sobrino. Decía que no era el comunismo, sino el capitalismo lo que había caído con la apertura de Telon de Acero, y terminaba con un, algun día te darás cuenta de esto, sobrino, algún día te daras cuenta y me darás la razón. Yo entonces no sabía a que podia referirse, y acababa siempre más confundido que cuando empezabamos la conversación. A raiz de la caída del muro, poco después, empezo a viajar otra vez. Se jubiló anticipadamente por enfermedad. Los tres paquetes diarios de Celtas y el Chinchón se estaban cobrando su vida, poco a poco. Desde 1989, cada 9 de noviembre viajaba a Berlin, ya reunificado, y depositaba unos claveles rojos y una vela frente a la  Puerta de Brandenburgo. Mi padre se metía con él, diciendo que eso lo hacía en memoria del comunismo, felizmente caído. Él, entonces contestaba muy serio que lo hacía en memoria del capitalismo socialdemocrata occidental, que murió junto a las miles de personas que murieron en aquella ciudad, intentando cruzar a Occidente, huyendo del comunismo, total para nada, pues el comunismo al final se había impuesto en todas partes.
Aquello duró unos años, hasta que un buen día un vecino nos avisó de que hacía días que pasaba frente a la puerta de su piso y oía un leve gemido. Avisamos a la policía y a una ambulancia,  y nos lo encontramos medio muerto, tirado en medio del salon. Un infarto al cerebro. Los medicos nos decían que tenia las venas totalmente obstruidas por los excesos. Tras aquel susto, del que, gracias a Dios no le quedaron secuelas importantes, decidimos ingresarlo en una residencia, y alli paso el resto de sus días. Yo lo visitaba tres veces en semana. Salíamos fuera del recinto de la residencia y nos íbamos a sentar a un banco en un parque cercano, para poder fumar su ración reducida diaria de Celtas, a pesar de la prescripción y la advertencia médica de que no lo hiciera. Me seguía contando sus viejas historias de militancia comunista subversiva, unas reales, otras inventadas. También hablábamos de política. Una vez le pedí que me explicara que quería decir con aquello de que el comunismo no había caído con el muro, sino que lo había hecho el capitalismo. Se encendió  un Celta, y me miró largo rato. ¿Asi qué te pica la curiosidad?. Lo sabía, tu deberías haber sido hijo mio, y no del pamplinas de tu padre. Verás, esta muy claro. El mundo corre hacia una espiral de destrucción consumista. Consumimos más de lo que nos podemos permitir. Consumimos más petroleo, más gas, más agua, más comida de la que tenemos y de la que podemos producir. Unos consumimos más, y otros menos. Unos morimos de colesterol por exceso de comida, y otros de hambre por defecto. Por eso el comunismo se instala en el mundo como alternativa, y como solución. De no ser asi el mundo explotaría en pocos años. En los próximos años, sobrino, verás como todo se hace mediante planificación económica, planes quinquenales, ayudas al desarroyo, propaganda, tal y como se hacía en la Union Soviética. Se impondrá una especie de estajanovismo productivista que nos hará ir a más, a más producción, y lo más barato posible, pero sin resultados aparentes en cuanto al bienestar general. Pero ojo, no te engañes, sobrino, no será el estado el que se haga con los medios de producción, serán los medios de producción los que se hagan con el estado, se formara un clongomerado de empresas, de grandes empresas, de gigantescas empresas, que se hará con todo, industria, servicios, banca, agricultura, medios de comunicación, energia, sanidad, educación. Esos conglomerados se irán fusionando unos con otros hasta crear dos o tres megaestados que controlen la economía munidal. Esta, es la segunda fase de la instalación del comunismo a nivel mundial, la primera fue la creación y la consolidacion de la URSS, el primer estado comunista de la historia, y el banco de pruebas. Una vez que han comprobado que se puede controlar a la población, política, social y economicamente, se han lanzado a crear una gran Unión Sovietica a nivel planetario. Esto es necesario, pues de no ser así, depredariamos el planeta en pocos años, date cuenta de que ya pasamos de los seis mil millones de individuos, individuos que comen, consumen luz electrica, gas, petroleo, comida, todos recursos finitos, y no se les ha ocurrido ningún invento mejor que el comunismo para controlarlo. Debo confesar que, entonces, oyendo a mi tio hablar, a todas luces tan lucidamente, me quedé anodadado, y fui incapaz de comprender lo que me quería decir. Asi pues seguí unos años, todos los que el abuso del tabaco y el alcohol quisieron darle de margen, yendo a la residencia y paseando con él por las afueras, con su cigarrillo siempre encendido en los labios, e insitiendo siempre en la misma teoría orweliana, sobrerreal destino mundial. Un par de años después, mi padre murió de un infarto, y el hecho le sumió en una profunda depresión. Se dio entonces más aún al Chinchón y al tabaco, y otro ictus lo dejó postrado en una cama hecho practicamente un vegetal. Después de aquello apenas si me conocía, y alternaba momentos de lucidez, los menos, con momentos de demencia, los más. Un buen día me llamaron de la residencia; lo habían encontrado muerto en su cama, por la mañana. Los médicos me dijeron que era muy posible que hubiera muerto durante el sueño y ni siquiera se hubiera enterado. Seguí al pie de la letra sus instrucciones, dadas años antes, para el día de su muerte. Estas eran que debiamos enterrarlo en el cementerio civil de la ciudad, nada de panteón familiar, ni por supuesto de curas. Queria mantenerse como oveja negra oficial de la familia hasta el final. Así pues, procedimos, mejor dicho procedí, pues el resto de la familia se desentendió, a llevar a cabo sus deseos. A partir de entonces, cada 9 de noviembre, fecha de la caída del muro, me pasaba por el cementerio civil, con unos claveles rojos y una vela, que depositaba ante su tumba. Asi lo hago siempre desde que murió.
Este año, durante el mes de junio, estuve de viaje de trabajo en Berlin. Me acordé mucho de mi tío. Confieso que últimamente pienso mucho en él, y en lo que me decía. Pienso si no tendría algo de razón con aquello que decía de que el que había vencido era el comunismo y no el capitalismo. El mes de junio me pilló en Berlin, durante la crisis griega. Todos los medios de comunicacion no hacían otra cosa que hablar de lo mismo. Entonces entendí lo que mi tío quería decirme. Se oia hablar de privatizaciones, y de ceder poderes públicos y soberanía a manos privadas. Recordé que mi tío me dijo aquello de que ahora los medios de produccion se harían con el estado, y no al revés. Me pregunté si no sería eso lo que estaba pasando. Decidí comprar unas flores y una vela, y dejarlas en la Puerta de Brandenburgo. Una señora que me vio, creyendo quizá que era en memoria de las víctimas del muro, me apretó las manos, y me dio unos toquecitos en el codo, a modo de consuelo. Sin duda la buena mujer debió creerme hijo o nieto de algun fujitivo del Berlin Oriental, muerto allí mismo. Me alejé apesadumbrado por saber que tanto dolor quizá hubiera sido en vano, y reconocí en el aire un olor familiar. Un olor como a tabaco negro, como a Celtas largo, fuerte e intenso...

miércoles, 5 de agosto de 2015

Cómo poder vivir...

...mirando al mar,
si es el mar quien ahoga y se lleva sus sueños,
es el mar el que pide sus huesos,
y su sangre,
y sus vidas.
¿O no es el mar?
¿O no es solamente el mar?

Cómo poder soñar,
sabiendo que hay niños,
que no han empezado a vivir,
cuando tienen que morirse,
axfixiados por la indiferencia,
la desvergüenza,
el desenfreno y la ignorancia,
de los que viven al otro lado de ese mar.

Cómo poder luchar.
Cómo poder luchar,
y cambiar el destino,
fatal, al que nos dirigen.
Al que nos dirigimos.

Cómo poder mirar,
fijamente, cara a cara,
a la verdad.
Todo es mentira.
Hasta el dinero es de plástico.
Un juguete diabólico y mortal.
Un juguete fatal.
Vivimos recluidos en un jardín de infancia,
donde la crueldad,
que suponemos erróneamente,
patrimonio de los niños,
es la norma, la regla.

Cómo poder dormir,
y dejarlos manejar a su antojo,
con su crueldad adulta,
nuestras vidas.
¿Qué pasará el día que despertemos?
¿Qué pasará el día en el qué caigamos en la cuenta,
qué ya no hay más juguetes, o qué los que hay,
no sirven ya para jugar?

Cómo poder creerles,
si ni siquiera son buenos fingiendo.

Quiero poder vivir,
mirando al mar.
y poder luchar,
y poder mirar cara a cara a la verdad.
Quiero poder dormir,
para así soñar,
y poder creer...

domingo, 2 de agosto de 2015

Una fuente tranquila y hermosa...

...hace frente al calor de agosto.
Una fuente, monótona, tranquila,
en el medio de un parque, se afana en apagar,
mi sequía de versos,
se afana en refrescar
mi agonía,
mis recuerdos.

Una fuente, monótona y tranquila,
una fuente hermosa, que duerme,
que observa a los pavos reales,
a los gorriones, a las cornejas,
a la gente que sobrevive en la ciudad,
en agosto, a su calor extremo,
y busca una fuente tranquila y monótona
donde apagar su sed, su sequía,
de versos, de momentos tranquilos y hermosos,
en medio de la ciudad,
en el calor de agosto.

Me siento a la sombra de los castaños,
una mañana de domingo.
Es agosto, y tengo sed,
y una fuente la apaga,
el cielo es azul,
y por una vez me reconcilio con la ciudad,
que duerme de día,
a esa avanzada hora,
una mañana de agosto.

Y mis pensamientos brotan
al ritmo del agua...