lunes, 19 de diciembre de 2011

Una mañana de diciembre.



El viento del norte, inclemente, frío, temporal; nos recuerda lo frágiles que somos. El viento del norte está aquí, en esta mañana de diciembre, llamando al hombre por su nombre: Frágil.
El viento del norte con sus grandes zarpas, en esta mañana de diciembre, juega con el agua de la gran tina que es la mar.
El viento del norte, en esta mañana de diciembre, tumba nuestros adornos paganos, nuestros abetos de mentira, ensortijados con la falacia, nuestro mundo de ensueño, nuestros castillos en el aire, nuestros sueños dorados de cristal y acero, nuestra crueldad disfrazada de paz y buena voluntad.
Y los hombres del campo; y los hombres de la mar, que miran al cielo de cuando en cuando, que no adornan sus vidas con cristalinas mentiras, se han puesto a temblar, en esta mañana de diciembre.
El viento del norte está aquí, por el momento, y nos mira, y se ríe de lo insensatos que podemos llegar a ser, de lo insensibles que somos.
El viento del norte está aquí y no vamos a poder vencerlo. Quizá; solamente el viento del sur pueda, cuando venga allá por...Quizá lo venza, para que volvamos a olvidar al viento del norte, hasta que vuelva una mañana de diciembre, como esta, gris, oscura, triste, inclemente, fría, temporal...

lunes, 12 de diciembre de 2011

España.

¡Qué me prediquen con trigo!
¡Qué me prediquen con pan!
¡Qué me prediquen con harina
de libertad!

Qué sus palabras se llenen
de alimentos veraces,
que de sus bocas salga
pan horneado y no sangre.

¡Oh, campos de España!
Tranquilos, invernales,
desiertos, neblinosos,
inertes, terrenales.

¡Oh, gentes de España!
De siesta y duermevela,
de mies mal repartida,
de avaricia enferma.

¡Oh, España!; recoges tu cosecha
desde tiempos sin memoria, ancestrales,
de infames cacicatos, sin mecha,
pólvora mojada, antiguos males.

El oro de Indias desperdigado
por palacetes, por panteones,
esfuerzo de gañanes mitigados
por migajas de recios galeones.

¡Oh, España!
Duermes, bailas, crees, piensas,
amas, oyes, odias, sueñas.

Ora norte fértil y laborioso,
ora sur desesperado y seco;
el sol y sombra de un redondo coso,
un hondo cantar de un hondo flamenco.

Olivares en hileras;
Pinares y un verde prado.
Ensangrentadas banderas,
pendones de un pasado
atrincherado en almenas
de recioviejos poblados.

¡España!
Tan mal gobernada,
cándida y doliente;
de caciques, morada;
de gente corriente,
caldera inflamada.
¡España!

Ruedo, sol, coso, duermevela....
...y esperanza.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

El Retorno.



El hombre salió del bloque de apartamentos en el que vivía su hija y su nieto, muy temprano. Tomó un taxi e indicó al conductor que lo llevara al aeropuerto. A esa hora, Londres empezaba a despertarse.
Una vez montado en el avión que le conduciría a Lisboa, empezó a pensar en la visita que iba a hacer a su país, tantos años después de haber salido por piernas de el. Empezó a pensar en su hermana, a la que no había vuelto a ver desde agosto del 36, el día que tuvo que salir huyendo de El Llano camino de la frontera portuguesa. Estos pensamientos se mezclaban en su cabeza con imágenes de su hija, de su nieto, de su mujer ya fallecida. Su hija le había pedido que esperara al mes de julio, a que ella tuviera vacaciones. Entonces irían juntos. Él prefería hacer este viaje sólo, ya habría tiempo de que su hija y su nieto conocieran a su familia española.
El avión aterrizó en Lisboa. Tras pasar por la aduana y recoger su equipaje, el hombre tomó un taxi. Indicó al taxista en "portuñol" el nombre del hotel al que quería que lo llevara. Una vez instalado en su habitación, el hombre hizo varias llamadas de teléfono. Una a Londres, para avisar a su hija de que ya había llegado a Lisboa, otra a España, para avisar a su hermana de su llegada al día siguiente en tren a la estación de El Monte, en el Talgo Lisboa-Madrid. Había querido ir primero a la capital portuguesa y tomar allí el tren hacia su tierra, como un acto ritual, para desandar el camino iniciado el 2 de agosto de 1936, cuando avisaron de que las tropas nacionales estaban al sur de la provincia y que en breve alcanzarían la capital y sus pueblos más próximos. Entonces había tenido miedo. Desde entonces, el miedo no lo había abandonado. Su hermano mayor, José, se había quedado en el pueblo, y lo había pagado con su vida. A su hermana, María, que ahora le esperaba en El Llano, le habían rapado la cabeza y la habían paseado por el pueblo. Mientras, él, huyendo. Había echado a andar, siguiendo las vías del tren, hasta Badajoz, había cruzado campo a través la frontera, se había internado en Portugal, había tenido suerte, mucha suerte, pues no le habían agarrado los "guardiñas", los cuales tenían órdenes de devolver a España a todos los fugitivos republicanos que hubieran entrado en Portugal ilegalmente. A los que habían entrado legalmente también los devolvían. Si; había tenido suerte. Había dado con unos campesinos, cerca de Estremoz, de izquierdas, comunistas, que lo habían escondido. Ellos habían organizado su traslado clandestino hacia Lisboa y su huida en un barco hacia Inglaterra. Por eso, ahora, cuarenta y cuatro años después, quería hacer el viaje de retorno a su pueblo desde Lisboa, en tren.
El hombre, en ese día que iba a estar en Lisboa, trata de ver lo más posible de la capital portuguesa. Visita la Praça do Comerçio, la Praça do Rossio, el barrio de Alfama. Se queda sorprendido en el estuario del Tajo ante la inmensidad del puente del 25 de abril. Al día siguiente toma el tren que le llevará hasta España. Avisa por teléfono a su hermana de su partida, le indica la hora de llegada del tren a la estación de El Monte. Durante el viaje no puede leer, ni dormitar, solo puede pensar; pensar en todos los años pasados, en su hermano mayor, muerto de dos tiros en la cabeza, frente al Casino, en la calle Grande, su calle. Va pensando en Juan Collar, alcalde republicano del pueblo, fusilado en la tapia del cementerio de La Villa. Va pensando en todos los años que han pasado desde entonces. Piensa en Julio Valdez, el hombre que le pegó los dos tiros a su hermano y que hizo rapar a su hermana. Piensa en que hará cuando se encuentre con el, pues Valdez vive todavía en El Llano.
El tren llega a la frontera de Caya. Dos agentes de la policía, suben al convoy y van pidiendo los pasaportes a los viajeros. El les entrega su pasaporte británico. El agente se lo sella en la página correspondiente y se lleva la mano a la visera de la gorra a modo de saludo. El tren sigue su camino hacia Badajoz. En la capital para quince minutos, tras los que inicia de nuevo camino hacia El Monte. Ya falta menos. No reconoce el paisaje de la vega. Todo está distinto, más moderno que hace cuarenta años. Ha cambiado todo demasiado. Hace cuarenta años, todo era vid, olivo y campos de secano. Hoy se puede ver maiz, frutales y hortalizas de todo tipo.
El tren llega a la estación de El Monte. El hombre coge su maleta y baja. En el andén está su hermana acompañada de cuatro hombres, cada uno de ellos de una edad distinta. Su hermana empieza a llamarlo en voz alta. La reconoce en seguida porque desde que en los años sesenta el volvió a dar señales de vida y a mantener correspondencia con ella, le ha mandado de cuando en cuando fotos de ella, de su marido, de sus hijos. "¡Ay; mi Juan, mi Juan!" Grita la mujer, que se abraza a el, y le besa, y moja su cara con sus lágrimas. "Mira; estos son mi marido y tres de mis hijos"; le dice la hermana cuando recupera la compostura. Su cuñado se adelanta y le estrecha la mano, lo mismo que los hijos. Se dirigen todos hacia fuera de la estación. Dos taxis los llevan a todos a El Llano.
El Llano. Su pueblo. ¡Está tan cambiado! Las calles por las que pasan están asfaltadas; cuando el se fue eran todas de tierra. Llegan a la casa de su hermana, que antes fue de sus padres; su casa. No la reconoce. Su hermana le informa que la ha cambiado de arriba a abajo en todos estos años y que ya no tiene que ver nada con la casa que él dejó. En los días que siguen, del brazo de su hermana o acompañado del cuñado o de sus sobrinos, se patea el pueblo de cabo a rabo. Va al casino de la calle grande. Allí coincide con Paco Hierro, que es unos años menor que el, con José Collar, el hermano del alcalde republicano de El Llano, fusilado por los nacionales, y con tantos y tantos conocidos y amigos a losque había perdido. Y así van pasando las semanas.
Un día, mientras desayunaba junto a su hermana en la cocina, le pregunta por el hombre que mató a su hermano José y paseó por todo el pueblo a ella, a su hermana, rapada: Por Julio Valdez. Su hermana le mira. "No; Juan. Después de tantos años, no habrás venido para eso, ¿verdad?. Yo ya he olvidado; ¿tu no?" El hombre mira fijo a su hermana. Una lágrima empieza a caerle por la cara. "Pero...Yo...Cuando me enteré que habia matado a José...Como un perro...De aquella forma...Y a ti..No se". El hombre rompe a llorar, como cuando era niño. Y como cuando era niño, su hermana mayor corre a su lado a consolarle. "No Juan. Tu no puedes hacer nada ya. Tu te fuiste. Le di tantas veces gracias a Dios por que así lo hicieras, cuando me enteré que estabas vivo. Era como si la vida nos hubiera devuelto todo lo que perdimos entonces. No, Juan. No quiero que te conviertas en un asesino. Si le vieras; a Julio Valdez, digo. No es más que un viejo chocho, que va a misa todas las tardes, acompañado de su hija. Imagino que tiene mucho de que arrepentirse el muy..." Su hermana no acaba la frase y lo abraza y lo besa en la mejilla.
A la caída de la tarde, cuando el esquilón de la iglesia empieza a llamar a misa. El hombre está en el atrio, sentado en un banco de madera, frente a la puerta de la parroquia. Ve acercarse a un anciano, vestido con un traje gris, ataviado con una boina negra, andando muy despacio, sostenido por el brazo por una mujer madura, vestida de luto, que se parece mucho al anciano. Es Julio Valdez. Han pasado más de cuarenta años desde la última vez que lo vio, pero el hombre reconocería esa cara en cualquier parte. Es Julio Valdez y como le dijo su hermana, está hecho un carcamal. La mirada del hombre y la del anciano se cruzan por un momento; y por un momento, uno y otro se sostienen esas miradas, frías, llenas de odio, hasta que el anciano, baja la cabeza y mira al suelo, derrotado quizá, incapaz quizá de sostener la mirada del hermano del hombre al que mató a sangre fría, hace más de cuarenta años, frente al casino de la calle grande. Parsimoniosa y lentamente, el anciano y su acompañante entran en la iglesia.
El hombre se levanta y echa a andar. Necesita dar un paseo. Necesita pensar. El anciano no ha sido capaz de sostenerle la mirada. Había pensado, hace tiempo en hacer un viaje hasta su pueblo y ajustar cuentas con él. El hombre piensa que la vida ha hecho su trabajo por él y que no hace falta sembrar más odio ni verter más sangre. El anciano vive amargado, de eso está seguro. Ojalá se pudra, aquí primero, y luego vaya a pudrirse al infierno, piensa el hombre. Caminando llega a una huerta. El perfume del campo le llena los pulmones. El sonido del agua corriendo por una acequia cercana le relaja. Se sienta en un tronco caído y cercano y se queda ensimismado mirando el cielo azul de El Llano y el baile de las golondrinas. El hombre piensa si valió para algo aquella guerra, si valió para algo tanto sufrimiento.

martes, 15 de noviembre de 2011

Mirando la mar.



Y miro a la mar serena,
miro a su horizonte azul,
la miro,
como acaricia la tierra;
y miro a las gaviotas,
como en torno mía vuelan,
extendiendo sus alas,
como graciosamente,
planean;
y me siento pequeño
ante tanta grandeza,
como un grano de trigo
al que en el silo almacenan;
como en la noche oscura
la luz de la linterna;
y me siento pequeño,
como las cosas pequeñas,
viendo la inmensidad
de la mar serena.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Un año más...



Un año más,
los yermos campos de España,
se cubrirán de espadaña
y al cielo implorarán,
la lluvia y el pan;
y la nieve en la montaña,
y los versos en las páginas,
de forma inerte caerán;
un año más.

El invierno cruel será,
y en la primavera,
como cantara el poeta,
escaleras buscará,
para subir a la cruz,
el noble pueblo andaluz;
un año más.

Brillará la primavera,
con lirios, con azucenas,
y el cielo azul sonreirá;
y gaviotas volarán,
por el mar y sus riberas,
y en los montes y en las sierras,
el águila reinará;
un año más.

El verano con sus siestas,
con algarabías y fiestas,
a nosotros llegará;
un año más.

Me pondré melancólico,
cuando aparezca el otoño,
por la puerta de atrás.

Y un año más seremos,
hasta que un día
nunca volvamos a ser más.

jueves, 10 de noviembre de 2011

De noche en la alcazaba.



Brillaba la blanca luna,
brillaba, sobre la alcazaba.
Brillaba en la noche oscura,
hacía la noche más clara.
En la oscuridad nocturna,
por la luna desvelada,
la torre de Espantaperros,
se hace vigía y capitana.
En las noches con luna,
lunas de noche clara,
asoma a la vieja torre
la figura de un fantasma.
¡Es Marwán que ya retorna
a defender su morada!
¡Es el hijo del gallego,
nacido bajo la espada!,
que vuelve a guardar su pueblo
cruzado por el Guadiana.
Que viene a guardar su viña
de la mordaz amenaza
de Muhammad, el Califa
de Córdoba, la sultana.
Badajoz no es toda mora;
tampoco es toda cristiana.
Pleitesía no le debe,
ni a Córdoba ni a Granada.
Vuelve Marwán a su pueblo,
las noches de luna blanca;
por la alcazaba pasea
su feroz, guerrera estampa.
¡Es Marwán el gallego,
nacido junto al Guadiana!
¡Que venga a luchar con él
quien quiera rendir su casa!
Es noche de luna llena,
que ilumina la alcazaba,
cuando el fantasma de Marwán,
pasea por sus terrazas;
oteando el horizonte,
velando por la amenaza,
que le vendrá desde el sur,
de Córdoba la sultana.

sábado, 5 de noviembre de 2011

La llegada del otoño.



Con la llegada del otoño
nos damos cuenta,
de la realidad terrible,
de la realidad cruenta,
de las hojas de los árboles
en la cuneta.

Mañanas de rocío,
noches de neblina.
Otoño crudo, tan frío,
a través de la niebla,
otoño frío, ¡tan frío!
Se me empieza a helar
el alma de sopor y vacío.

Junto a las aguas del río
el viento arrecia.
Presente se hace el otoño
con su apariencia;
las hojas secas y el suelo
tienen querencia;
el viento frío las baila,
con su violencia.

Los pájaros emigran al mediodía,
el viento ya inicia su melodía.

Otoño; preámbulo invernal,
suave muerte del verano,
su destino final.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

El Tren



Avanza el tren, veloz,
por las entrañas de la ciudad sombría,
y en su carreta va dejando atrás,
estación tras estación.
En las entrañas del tren,
hay gente que lee,
que escribe,
que ama,
que vive.
Hay gente que imita al tren;
corre veloz,
y ven pasar sus vidas,
estación tras estación.

Y la gente lee,
y escribe,
y ama,
y vive,
y es esclava de la sombría ciudad,
al igual que el tren,
y como él,
corre por sus entrañas;
y van dejando atrás sus vidas,
estación tras estación.

domingo, 30 de octubre de 2011

Tardes.



Estanque donde se sumerge mi inspiración.
Tardes tranquilas de mi tierra.
Tardes de letargo, de versos inconclusos.
Tardes tranquilas de otoño.
Tardes de horizontes dorados entre colinas calvas;
de horizontes marinos,
de brisas salinas,
de verdes prados.
Tardes de paseo, de amor, de luz.
Tardes de recuerdos.
Tardes...

domingo, 23 de octubre de 2011

Perdimos...

Perdimos.
Jugamos limpio y perdimos...
Y en verdad ganamos.
Ganamos, día a día, el cielo
con nuestros actos.
La Tierra ganamos,
el paraíso terrenal,
virgen e intacto,
por eso aunque perdimos,
salimos ganando.

Perdimos y morimos,
como también murieron
los que nos perdieron,
los que sucio jugaron,
los que dejarnos sin nada intentaron.
Esos perdieron, aunque ganaron.

Perdimos...
Pero ganamos,
perdiendo y no ganando,
ganando y no ganando,
siempre limpio jugando.

domingo, 16 de octubre de 2011

Noche de flamenco.



Como el canto de los lobos
en una noche estrellada,
cantando a la luna llena
en las sierras plateadas
de mi añorada tierra.
Al quejido acompaña
las acompasadas voces
de una vieja guitarra.
Primavera, verano ya,
luna de noche cerrada,
las tapias blancas, saltando,
va la voz de la guitarra.
¡Silencio!
Levantándose, va y anda,
una voz grave, aguda,
que a la par de la guitarra
alza su canto al cielo
de una noche estrellada.
Palmadas se han levantado,
y con voz y con guitarra,
en la quietud de la noche,
luna de noche cerrada,
cantan a la vida y al cielo,
cantan al cielo y a la nada.
¡Silencio!
La voz, despacio, se apaga.
¡Silencio!
Lo acompaña la guitarra.
Primavera, verano ya;
luna de noche cerrada.

lunes, 10 de octubre de 2011

Mujer de luto.




Mujer vestida de luto,
perpetuo, como la nieve,
que corona tu cabeza,
tu mirar tierno y decente.

Mujer vestida de luto,
perpetuo como la suerte,
mala, que te encontraste,
tristemente indeleble.

Mujer vestida de luto,
perpetuo, como el celeste
cielo que cubre tu tierra
en la primavera verde.

Mujer vestida de luto,
perpetuo, como tus fuentes,
los ojos que ayer vertieron
tantas lágrimas inertes.

Mujer vestida de luto,
tu recuerdo está perenne,
como tu pelo tan blanco,
tan blanco como la nieve.



(A una mujer de luto que me regalo todo su cariño y toda su protección cuando más lo necesité. Allá donde estés, te quiero, abuela)

sábado, 8 de octubre de 2011

Amanece...

Amanece.
Un día nuevo nace.
El sol,
poco a poco,
pugna por levantarse.
Rompe aguas el cielo.

Un día claro, azul, maravilloso,
se impone.
Las aves lo saludan con sus danzas.

Amanece.
La tregua de la noche,
se rompe.
Todo sale a la luz.

Amanece.
Alguien mira hacia arriba,
y comprueba, una vez más,
como nace un nuevo día.
Alguien mira hacia arriba,
y observa, una vez más,
la belleza del nacimiento
de un nuevo día.

Amanece;
una vez más.

lunes, 3 de octubre de 2011

Y dejé atrás...

Y dejé atrás
una vida sencilla,
de calor;
una vida sencilla de centeno
y de agua que corretea por las acequias
de mi vega.

Dejé atrás,
la simpleza de mi pueblo,
el olor generoso de mi campo,
en el atardecer luminoso de la primavera.

Deje atrás,
una pléyade de almas
que se fueron;
que se quedaron
en el aire, en la mente,
en el recuerdo, en la sombra.

Dejé atrás mis recuerdos,
enredados entre las ramas
de los chopos que se asoman
al Guadiana.

¡No dejaré, nunca, nada más atrás!,
me he prometido a mi mismo.

¿Volveré algún día
a por lo que dejé atrás?,
me he preguntado.

sábado, 24 de septiembre de 2011

La casa de mi infancia.



La casa de mi infancia
está hecha de piedra,
de cal, de madera.
En ella están guardados mis recuerdos,
de piedra, de cal, de madera.

La casa de mi infancia es vieja.

Fresca en los tórridos veranos
de mi tierra.
Caliente en los fríos inviernos.
Acogedora, para acoger mis recuerdos.

Allí estaban mi limonero,
mi pozo blanco,
mi alcoba, donde soñaba
cuando era pequeño.

La casa de mi infancia,
ya no existe.
Se la llevó por delante el tiempo.
Ahora, guardará otros sueños, otros recuerdos,
quizá.

Cuando muera, puede ser que vuelva a ella.
Quizá mi espíritu vagará por su patio encalado,
cerca de mi pozo blanco, y volveré a soñar,
entre sus piedras, su cal, su madera...

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Vivir o morir.

Se buscan voluntarios para vivir.
¿Quién quiere un poco de vida?
El cielo azul,
las aguas de un río,
el sonido de los arboles mecidos
por el viento en una tarde de primavera.
Aquí se regala vida.
No se vende.
No se compra.
No se cambia.

Muerte.
Dividendos.
Riqueza amasada, superflua, ficticia;
a la que la tumba espera con las puertas
de par en par, abiertas.
La muerte te aguarda,
mientras pierdes el tiempo,
amasando riquezas mortales.
Oro.
Plata.
Cobre.
Nafta.
Muerte...

Una vez vi un mercado
donde solamente cotizaba la vida,
el sol, la brisa suave del verano,
el alba, el ocaso, el mar.
La vida...

martes, 23 de agosto de 2011

Volver al pasado.



Y siento la llamada del viento,
y la voz moribunda del verano,
y las nubes grises del cielo,
y tantos sentimientos encontrados.

Atardecer tranquilo de agosto,
cajón de los recuerdos desordenado,
recuerdos de limpieza, cal y agosto,
recuerdos bajo el sol en patio blanco.
La casa que guardaba mis recuerdo,
perdida anda en las tinieblas del espacio.

¡Oh, quien dos veces pudiera,
nacer y engañar a los años!
¡Quién dos vidas pudiera tener!
¡Quién pudiera contarlo!
¡Qué crueles que son los recuerdos,
que crueles, dulces o amargos!
¡Quién, el tiempo pasado pudiera,
quién pudiera alcanzarlo!

Ahora, aquí, en la tarde azul,
viendo como se va marchitando
la flor calurosa y alegre,
la flor del verano,
pienso si detrás de esta vida,
cuando nos vallamos,
el paraíso, no será, volver a vivir
los veranos pasados.

sábado, 20 de agosto de 2011

A un olivo.



Olivo de la paz,
olivo del trabajo.
Viejo olivo,
omnipresente, mediterraneo.
Olivo de aceite,
perfume de los platos.
Olivo de calor,
matorral y monte bajo.
Olivo de azul turquesa,
de sur blanco y encalado.
Olivos; tantos olivos,
testigos en monte santo,
del llanto de un Mesías,
del llanto humano, del llanto santo.
Olivos adornen con su presencia
perenne, los campos.
Olivo docto,
inspiración de los sabios,
que en la ribera del Mare Nostrum,
a tu sombra,
su sabiduría adornaron.

domingo, 14 de agosto de 2011

Vuelve Boabdil a Granada.



Se volvieron a engranar,
los granos de la granada,
secó sus lágrimas Boabdil,
según volvía a la Alhambra.
Pendones de media luna,
henchidos entre las campas,
verdes como los cipreses,
rojos de sangre humana,
amarillos de vergüenza,
grises de nube y borrasca.

¡Es el rey Boabdil que vuelve!;
dicen voces acalladas,
que claman en los desiertos,
silenciadas en las plazas,
hundidas en negros pozos
de silenciosa mordaza.

¡El rey Boabdil ya regresa!;
cantan voces cortesanas,
tan dañinas con su tierra,
tan amables con la extraña.
Vuelve Boabdil a su trono,
en el alminar ya cantan,
muecines de voz en trueno
que al postramiento ya llaman.
Voces que ya están fundiendo
el bronce de las campanas,
las voces que como suyas,
estas tierras ya reclaman.

El cielo ya está llorando;
ya nieva en Sierra Nevada,
¡Vayan postrándose, gentes!,
¡Boabdil reinará mañana!.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Vencí.

Planté mi pequeña tienda
frente a su enorme palacio,
desaforado, marmóreo, colosal.
Blandí mi pequeñez ante ellos,
y ellos, no pudieron vencerme.

Nunca pudo vencer el elefante
a la hormiga.

Puse mi dignidad encima de la mesa,
frente a su oro.
Pasé de largo frente a sus mercados,
llenos de seda,
llenos de marfil,
llenos de especias,
llenos de opulencia,
llenos de falsedad.

Me aparqué ante ellos,
sin ejército,
sin armas,
sin carros,
sin soldados;
bajados los brazos,
con la cabeza alta,
sin nada que ganar,
con mucho que perder.

Les vencí.

Llevé su guerra a mi terreno.
Les vencí,
porque su riqueza real
era yo;
les vencí;
porque me malgastaron;
les vencí,
por su opulencia;
les vencí,
por sus mentiras.

Les vencí porque les tenía que vencer.

domingo, 7 de agosto de 2011

Recuerdos.

Me encontré a don Leandro Ortiz en uno de los cafés que circundan la Plaza de España de El Monte. Allí estaba, sentado, en torno a una velador, un café y un periódico. Al principio no me conoció. "¡Ah, si!, tu eres Eguía. Chico, perdona. Hacía tanto que no te veía, y has cambiado tanto. ¿Qué fue de aquel niño enclenque y delgaducho?"; dijo cuando le recordé quien era.
Me preguntó por mi vida; donde trabajaba, en qué, si estaba casado, si tenía hijos. Mostró cierta tristeza cuando le dije que estaba fuera, en Madrid. Yo también me interesé por su vida, me había enterado en El Llano de que se había jubilado. Me lo confirmó. Llevaba dos años jubilado, y se aburría, ¡se aburría tanto!, y echaba mucho de menos la enseñanza, el recorrer en coche los seis kilómetros que separan El Monte, su pueblo, del mío, la rutina diaria de un colegio de un pueblo pequeño, las dificultades que había entonces para llevar a cabo la enseñanza en un entorno rural.
Mientras me contaba todo esto, mi mente hizo, casi sin darme cuenta, un viaje hacia atrás en el tiempo, treinta años atrás. Don Leandro era mi profesor de matemáticas y de física en el colegio San Pablo de El Llano.
Entonces no había colegio, propiamente dicho, en El Llano. Se utilizaban como tal, unos locales que había en los bajos del ayuntamiento. La construcción del edificio consistorial databa de 1880, por entonces, casi justo, cumplía los cien años. Recuerdo las aulas, pequeñas, algunas interiores, con poquísima luz, con las paredes cargadas de humedad. En invierno el frío no se te quitaba de encima. Recuerdo el pequeño patio encalado y feo que utilizábamos como patio de recreo, como corríamos por allí como potrillos salvajes, encerrados, ansiosos de libertad.
Entonces, con la crueldad infantil como seña de identidad, los profesores eran objeto de las burlas de todos los niños del colegio. Entonces, todos los profesores tenían motes, que eran escritos con tiza en la pared de la fachada o en el suelo. Por qué será que hoy los recuerdo con cariño. A don Leandro, que estaba sentado en aquel momento, en un café de la Plaza de España de El Monte, frente a mi, hablando conmigo amigablemente, a don Miguel, el director del colegio, tan chapado a la antigua, profesor de los de antes, de palmeta y miedo, a don Abel, aquel profesor de Badajoz amanerado y músico de cámara en sus ratos libres, que se empeñó en instaurar, por primera vez en la historia del colegio una hora de música a la semana, a don Severino, aquel profesor "progre" tan joven, que venía de un pueblo de las Vegas Altas, que procedía de una familia de jornaleros, que se había venido a vivir a El Llano, que era tan criticado por la gente del pueblo porque asistía a las reuniones de los comunistas locales, en aquellos tiempos de transición, y todavía, de miedo. A todos ellos; tanto los que me caían bien, como los que me caían mal entonces, los recordaba ahora con cariño. Quizá fuera porque ahora, siendo adulto, valoraba los esfuerzos que todos ellos hacían por enseñar en un colegio de un pueblo pequeño, en unas condiciones precarias, a un grupo de niños de un medio rural, los cuales, seguramente, dejarían a medio terminar sus estudios para irse a trabajar al campo. También me venían a la memoria muchos de aquellos niños y niñas que iban al colegio conmigo. Algunos de ellos, se habían ido del pueblo hacía años, a Madrid, a Barcelona, al País Vasco. Otros se habían quedado y les veía cada vez que iba al pueblo, y recordábamos. Yo como los profesores era, a veces objeto de la crueldad infantil. Y es que, en un mar de apellidos castellanos, de González, de Pérez, de Gomez, el llevar un apellido vasco-navarro era una temeridad. Eguía era confundido en seguida, cruelmente con Lejía y ya teníamos mote, contestación por mi parte, y pelea segura en el patio o a la salida.
Me quedé tan embobado recordando, que don Leandro me tuvo que llamar la atención, como cuando era niño y me quedaba alelado pensando en mis cosas y no prestaba atención a lo que él explicaba en la pizarra.
Poco a poco, recordando, hablando de lo divino y de lo humano, se nos pasó una hora larga, hablando de los tiempos pasados, de los presentes y de los futuros. "Me tengo que ir", dije. Aunque me insistió mucho, no le dejé que me invitara, le pedí por favor que me dejara pagar a mi. Al final de unos dimes y diretes, del mareo protocolario al camarero, de un "por favor cóbrame a mi", accedió a ser invitado.
Me estrecho la mano, con brío, con fuerza. Le prometí que cada vez que viniera a mi pueblo de vacaciones, me pasaría por allí y tomaríamos otro café juntos. Salí del café, volví la mirada atrás y vi a mi viejo profesor mirando en dirección mía, como me marchaba, levanté el brazo y lo moví en señal de adiós. Él siguió allí inmóvil, embobado. No me miraba a mi y sin embargo miraba en dirección mía.
Miraba, como yo había hecho momentos antes, hacia el pasado.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Agosto



Sol deslumbrante sobre campos dorados.
Duermevela manchada de sueños vagos.
La cigarra ameniza en los campos,
con su chirriar, a la laboriosa hormiga,
permanente, esclava junto a su tajo.
Vendrá septiembre, todavía lejano,
a preparar el otoño, gris y pardo.

Agosto es la siesta;
septiembre el despertar.

Una suave brisa mece a los barcos,
igual que la cigarra, su desengaño
mecerá, cuando el otoño vista el campo
de rojo y gris. Recordará la cigarra,
cuando cantaba a la brisa en su torrado
agosto, el de los campos dorados,
aquel tan azul, diamante del verano.

miércoles, 27 de julio de 2011

Tarde de taberna.



Tarde de sol y taberna.
Tarde de vino y garganta,
de baraja y soleá,
de cante hondo y guitarra.
Curioso, el sol se filtra
por la mugrosa ventana.
Junto con el humo forma,
haces de luces doradas.
El ambiente huele a humo
de tabaco, a fritanga.
Huele a pobreza perpetua,
huele a simpleza aldeana.

¡Yo me encendí el cigarro,
yo vi el molino!

Cantan arrugadas voces,
que de arrugadas gargantas
van saliendo a borbotones,
como si de fuente, agua
fuera, cristalina y rica,
de manantiales del alma.
Cantan cuarenta en la mesa,
la suerte, que es siempre rara,
sonríe a algún parroquiano,
sonríe esta tarde en las cartas.
El vino corre a raudales;
el desasosiego amansa.

¡Se me apagó el cigarro,
perdí el camino!

Retorna con sus quejidos;
vuelve a cantar la guitarra.
Arrugada y quejumbrosa,
vuelve a alzarse la garganta.
Unos ojillos de niño,
desde su inocencia blanca,
quiere crecer cuanto antes,
desertar de la infancia,
cantar, como sus mayores
para alegrar su desgracia,
fandanguillos de taberna,
con vino, guitarra y baraja.

¡Perdí el camino, madre,
perdí el camino!

Ya se nos viene la noche;
la curiosidad apaga,
del sol tibio de la tarde,
su luz tranquila y dorada
que a través de los cristales,
se hacía presente en la tasca.
La noche va apagando ya,
las suertes de la baraja,
los fandangos machacones
y la voz de la guitarra.
¡Adiós, tregua de taberna
de vino, cante y baraja!

¡Se me apagó el cigarro,
perdí el camino!

lunes, 18 de julio de 2011

Caminando por mi vega.

Andando,
caminando a la caída de la tarde por mi vega;
los gorriones revoltosos me saludan, la yerba
ribereña del camino, antes verde, ahora está seca.
El agua de la acequia grande, se desplaza enérgica,
rauda y veloz, formando olas pequeñas,
en busca de fundirse con la parduzca tierra.
En su vigoroso andar hay priesa,
por dar vida a las generosas huertas.
Todo en el aire huele a vega,
a agua que corre por las acequias.

El sol, ahora, menos aprieta.
Pronto se retirará, retomando su vespertina senda.
Un hombre desgarbado, moreno, quemado, aprovecha,
del fuerte sol, mortecino ya, la tregua.
Trabaja agachado hacia la tierra.
Hacia el sur, los pequeños cerros fronterizos nos observan,
observan la quietud de la inmensa llanura de la vega,
en la tarde, que poco a poco, se va apagando serena.
A lo lejos suena el esquilón de la vieja iglesia,
que insistente, llama y, como si de una fábrica fuera
una sirena, los labradores dejan
su lucha, su faena.
Hasta mañana.

Yo sigo andando,
caminando a la caída de la tarde por mi vega.
Me quedo solo, mientras la tarde se va marchando.
Me quedo solo, con el agua que sigue andando,
corriendo veloz para fundirse con los campos.
Me quedo solo con mi vega.

sábado, 16 de julio de 2011

Desengaño.

Engaño desanudado. Mazazo
en el centro de un alma cándida,
que tras caer del guindo, una lapida
bajo la que enterrar tan vil porrazo,

busca que te busca a corto plazo,
con que tapar la muestra escuálida
de amor del engañante. Estúpida
inocencia, diana del flechazo.

¡Pobre de ti, creyente parvulario!
Carne de tocomocho perpetuado,
que repites en el calendario,

tantas veces como el endeudado,
hasta entonces en su armario encerrado,
te declare hundido y tocado.

domingo, 10 de julio de 2011

Noche.



Suena el silencio en medio de la noche
que luce en su oscuro vestido el broche,
creciente y argentino de la luna,
que reina, creciente, bella, que acuna
mi vagar por el camino del sueño,
por reinos de los que no soy dueño,
ni señor, ni príncipe, ni redentor.
¿Es la noche mi medicina mejor?
Noche apagada, negra y confusa,
a veces suave como una blusa
de seda y de mujer amorosa
y atrayente, como una rosa
cuyo olor baile un vals interminable,
con la brisa suave y memorable
de una noche sin principio ni final.

¡Noche sin duelo, noche con paz,
brilla en el cielo luna inmortal!

¡Oh noches de vigilia del poeta,
del insomne, del guardián, del asceta!
Noche negra, sin luna ni horizonte,
guiada de la mano hacia el monte
de las ánimas, por la inoportuna
pesadilla, que por mera fortuna,
no sobrepasa la linea oscura,
de una noche de novilunio, dura,
de una noche con principio y con final.

¡Noche con duelo, noche sin paz!
¿Dónde en el cielo, luna inmortal?.

jueves, 7 de julio de 2011

Aquí estoy...



Aquí estoy, pueblo.
Soy aquel que te dejó, una mañana de febrero.
Aquel que errante, se fue tierra adentro.
El que cambió tu suave brisa, por un viento
frío, arisco, desconocido y seco.
Soy quien te recorre, día a día, en sueños.
Soy aquel que despierto,
sueña con volver a ti, una mañana de febrero.
Pasaba por aquí y por aquí te escribo
para decirte:
¡Aquí estoy pueblo!

lunes, 4 de julio de 2011

El Mar.



Unas gaviotas juegan a lo lejos, fingiendo que pelean.
Un perfume salino lo inunda todo. Es el perfume del mar.
Ese mar testarudo, norteño, que se empeña, una, otra, y otra vez en ganar la partida a la tierra firme, y arremete contra ella, y salta por encima de ella, y a veces la asusta, y aveces parece, incluso, como si el mar venciera la partida a la tierra rocosa.
El cielo se ha vestido de un azul neblinoso, claro, casi blanqecino. El sol pica, suave, persistente. A lo lejos, allá, unos pescadores retornan a puerto de intentar engañar al mar. En los montículos circundantes, la primavera ha tendido una suave alfombra verde en el suelo. Más abajo, los acantilados lucen sus porosos y desgastados cuerpos, arrugados, cansados de siglos de lucha cotidiana contra el bravo mar, contra el insistente mar.
A lo lejos, unas gaviotas juegan, fingiendo que pelean.

sábado, 2 de julio de 2011

Llega la noche.



Llega la noche, y las luces del cielo se apagan.
Llega la noche, las luces de los sueños se levantan,
y vuelan desde la pobreza de las casas blancas,
y las mentes de los niños viajan en sábanas
frías, por el calor del hogar apenas calentadas.
Las chimeneas sueltan humos de esperanza,
y la injusta pobreza campea a sus anchas,
y entre las manos de su padre, tan trabajadas,
un niño juega con las melodías que le canta,
ese padre cansado, que con canciones espanta,
a la pobreza encalada

miércoles, 29 de junio de 2011

Verde.



Verde; la luz de tus ojos.
Verde cielo. Verde agua.
Verde. ¡Qué verde es tu reino!
¡Qué verde es tu semblanza!

Verdes; las nubes del cielo.
Verdes, como tus montañas.
Verte de verde yo quiero
en tus mañanas de calma.

Verdes; verdes mis recuerdos,
los ribetes de mi infancia,
en verdes prados de juegos,
en verdes primaveradas.

lunes, 20 de junio de 2011

Aquí yace...

Aquí yace enterrado mi ego.
Murió orgulloso de si mismo,
mirando al mundo por encima
del hombro.
Murió triste.
Nadie fue a su sepelio.
Su muerte no fue noticia.
Pasó desapercibida.
Ahora su alma, camina junto a mi,
en las noches calurosas de la
infancia del verano.
Intenta sin éxito atormentarme.

Aquí se confiesa un culpable de asesinato: Yo.
Maté a mi ego.
Como atenuante diré, que no paraba
de insistirme en que me dejara acariciar
por sus consejos, en que me dejara llevar
por su corriente, en que dejara mi voluntad
en sus manos.
Intentó, y casi lo consigue,
convertirme en su esclavo.
Intentó, y casi lo consigue,
que me ahogara en un vaso
de agua.

Ahora vivo tranquilo, sin ego.
Ya no soy el ombligo del mundo.
Compruebo que no sobrevivo sólo.
Compruebo que hay gente,
aún peor que mi persona.
Compruebo, con indiferencia, ahora,
que hay gente, aún mejor que mi persona.

Descanse en paz mi ego.

jueves, 16 de junio de 2011

Añoranza.


Franca y migratoria añoranza
que en mi cabeza pensativa moras,
que mi pobre alma durante horas,
tu perennidad mantiene en danza.

No recula mi anhelo, avanza
amarrado, firme, a las esporas
de mi rugosa alma soñadora
a la que tus recordatorias alcanza.

En tardes de asueto me entretienes,
rememorando pasajeros lances,
lances de vida, amor y muerte.

Con estricta puntualidad vienes
a empaquetar mi existencia en haces.
Recuerdo vivo. Recuerdo inerte.

domingo, 12 de junio de 2011

Me convertiré en aire.



Algún día, mi alma recorrerá
la inmensidad de mis campos, mi tierra,
ora campos de oro y centeno,
ora praderas verdes.

Y volaré errante por el cielo,
y miraré desde lo alto las piedras
desgastadas de las viejas ciudades
henchidas por la gloria.

Formaré parte de las nubes grises,
daré sombra a mi blanco pueblo
y me agua regará las pardas tierras,
siempre tan generosas.

Mi cuerpo tomará forma de aire
y removeré, juguetón, las ramas
verdes de los verdes chopos, que bailan
al pie de las riberas.

Me embriagaré con el etéreo olor
de los rosales, aromas de azahar,
de tomillo, de romero, de laurel.
Aromas de mi tierra.

Y seré feliz todos los instantes
de mi eterna existencia. Feliz
para siempre, jugando en los campos
entre los verdes chopos.

miércoles, 8 de junio de 2011

Embelesado.



Cada tarde, me quedo embelesado, mirando hacia el horizonte, hacia poniente, al sol que se va yendo, poco a poco. Como poco a poco, se va apagando su luz, como va feneciendo, poco a poco, dejando atrás las huellas rojizas y encendidas de su presencia. Me parece, siempre me lo pareció, el espectáculo más grande que hay encima de la tierra. Hay quien me pregunta, que por qué me quedo cada tarde, embelesado, viendo algo que va a volver a suceder mañana, viendo algo que ya sucedió en la tarde de ayer, viendo algo que sucede desde que el mundo es mundo, y que seguirá sucediendo, también, durante todos los días, hasta que deje de serlo.

A veces, de madrugada, me he despertado a tiempo para quedarme embelesado mirando hacia levante, como nace el nuevo sol. Como poco a poco va imponiendo su presencia en el limpio cielo de madrugada. Es el mismo sol que vi apagarse la tarde anterior que vuelve, por otro camino, o por el mismo, pero vuelve renovado, con más fuerza, más joven, dejando a su paso las mismas huellas rojizas y encendidas que cuando se fue, la tarde anterior. A mi me parece, también, siempre me lo ha parecido, el espectáculo más grande que hay encima de la tierra. Hay quien me pregunta por qué pierdo el tiempo, embelesado, viendo algo que va a volver a suceder mañana, viendo algo que ya sucedió en el amanecer del día anterior, viendo algo que sucede desde que el mundo es mundo, y que seguirá sucediendo, también, durante todos los días, hasta que deje de serlo.

Yo, les contesto a todos ellos, que cuando yo no esté, esto seguirá pasando. Seguirá saliendo el sol cada mañana. Continuará yéndose cada tarde, Por eso cada día me quedo embelesado viendo el sol, irse o venir. Por eso no me canso nunca de ver el espectáculo más grande que hay encima de la tierra: Por que quizá, esa, puede ser la última vez que lo vea.

Dice el sabio proverbio que no apreciamos lo que tenemos hasta que nos falta.

sábado, 4 de junio de 2011

El Juicio. Epílogo.



Ocurrió de madrugada. Todo el mundo se dio cuenta ya que el centro de la ciudad era una zona abierta las 24 horas del día. Esta era una máxima que se había impuesto desde la recesión: La escasa clase media que había quedado en pie tras la crisis podía comprar o vender lo que le diera la gana a cualquier hora del día o de la noche. Por eso a esa hora de la madrugada las calles estaban atestadas de gente. Primero empezó a fallar el alumbrado público y luego el particular de cada casa. Después empezaron a fallar los sistemas informáticos, que controlaban la circulación de personas y de vehículos. Todo se quedó absolutamente a oscuras, sin electricidad. Algunos edificios contaban con generadores de emergencia y se pusieron a funcionar con la esperanza de que aquel apagón, absolutamente extraordinario, durara poco. La población se lo tomó con cierta filosofía, al principio. Conforme fueron pasando los días, algunos empezaron a ponerse nerviosos. La gente, en general, trataba de sobrevivir con las reservas de víveres que tenían almacenadas en sus casas. Pasaban los días y la cosa no se arreglaba. Empezó a cundir el pánico. La gente empezó a asaltar los grandes almacenes, desprovistos ahora de sus medidas de seguridad electrónicas. Los oligarcas y los prohombres de la ciudad, intentaron contratar un número importante de gente para proteger sus establecimientos, los cuales eran los únicos que en el nuevo sistema vendían víveres a la gente. Al no haber dinero real circulante, no pudieron. Nadie aceptaba pagarés firmados en puntos virtuales a cobrar cuando volviera el fluido eléctrico. En vista de ello, intentaron cerrar a cal y canto las puertas de sus establecimientos, pero los continuos ataques de la gente, asustada y hambrienta, se lo impidió. Pasó así un mes, y se llegó a un punto en que no había nada que robar, ya, en los grandes almacenes y demás establecimientos de los oligarcas. La gente empezó a matarse entre si. Un vecino mataba a otro, más débil, con más escrúpulos o más desprevenido, allanaba su casa en busca de sus víveres y luego mataba a su mujer y a sus hijos, o los dejaba vivir a cambio de pasar a ser sus esclavos sexuales. El caos y el desgobierno se apoderaron del centro de la ciudad. Las compañías de seguridad privada, en manos todas ellas de los oligarcas, las cuales eran las asignatarias de la seguridad colectiva del centro de la ciudad, habían desaparecido por completo del mapa. Sus agentes, en algunos casos habían huido, en otros, eran los que estaban imponiendo la tiranía y la ley del más fuerte a los demás. Había un vacío de poder más que evidente. Todo lo que ahora controlaban los oligarcas y antes había controlado el estado que se vino abajo con la recesión, no funcionaba: La justicia, los distintos servicios de emergencia, los servicios sanitarios, de extinción de incendios, los de seguridad.
Como el dinero físico había desaparecido años atrás y había sido sustituido por dinero virtual, por simples guarismos en la pantalla de un teléfono móvil, la economía se desmoronó, al no contar con la energía que hacía funcionar el dinero virtual. Entonces, la gente empezó, poco a poco, a acudir a los límites del extrarradio. Unos huyendo del caos, otros con la intención de seguir destruyendo y asesinando. En el extrarradio de la ciudad apenas notaron las consecuencias de la tormenta solar. Su tecnología era rudimentaria, hasta la más moderna. Conseguían la electricidad del sol, del agua o del aire. Todo o casi todo, era reciclado y reciclable. Hacía años que la situación les había obligado a no despilfarrar y autoabastecerse de todo. Su modo de vida se había simplificado mucho en los últimos años. De todos modos, la voz de alarma corrió como un reguero de pólvora pronto entre los desheredados. Sino actuaban pronto perderían lo poco que tenían. Se formaron grupos de voluntarios destinados a mantener el orden. Se levantaron empalizadas en torno al límite con el centro de la ciudad. A lo largo de las semanas y los días que siguieron al gran apagón, los antes altivos habitantes del centro iban llegando en busca de ayuda y protección al extrarradio. Ni una cosa ni la otra les fue negada. La gente del extrarradio se comportó, generalmente, muy solidariamente con los recién llegados. Poco a poco, fueron llegando también grupos de incontrolados; los violadores, los ladrones y asesinos que habían sembrado el terror, días antes en el centro. Pronto fueron interceptados y reducidos por los voluntarios del extrarradio, mejor armados y organizados que ellos.
Pasaron los meses y la situación no mejoraba. Al no haber una organización y un mando que atendiera a las necesidades de los antiguos habitantes del centro, sino que su organización había atendido a los intereses meramente económicos de unos pocos, el modo de vida de los incluidos en el sistema fue dado por muerto. Las autoridades electas del extrarradio se dirigieron a los refugiados y les dijeron que tenían dos opciones: Volver a intentar vivir como lo habían estado haciendo hasta ahora, con la ley de la selva como marca y como modelo, exclusivamente de manera individual, cada uno haciendo la guerra por su cuenta y todos en grupo, beneficiando a la oligarquía; o vivir de manera diferente, atendiendo a los intereses de la comunidad, plantando cara juntos a los avatares y empezando a reconocer que aquella desgracia no había sido fruto de un desastre natural exclusivamente, sino la respuesta a la avaricia de una sociedad con un modelo de vida insostenible, que creía que podía seguir creciendo hasta el infinito y podía dejar las cunetas de su camino llenas de cadáveres. En los campamentos de acogida se había empezado a entonar el mea culpa por doquier. La gente había empezado a criticar y a perseguir a todo lo que oliera a oligarquía y al nuevo orden surgido tras la crisis económica. Las autoridades del extrarradio tuvieron que intervenir para que no se produjeran linchamientos entre los refugiados, que empezaban a echarse la culpa unos a otros. Para ello patrocinaron a una serie de personas que fueron elegidas como consejo rector de los campos de acogida. Estos, lo primero que hicieron una vez en el poder fue promulgar juicios contra los oligarcas y la clase política que había dirigido sus destinos en los últimos años. López asistía entre divertido y expectante a este juicio. Recordaba aquel macro-juicio virtual contra la crisis, causante indirecto de que se hubiera auto-exiliado al extrarradio, y circunstancia que quizá había salvado su vida. El fiscal en aquel juicio, era en este el abogado defensor, y el abogado defensor de aquel, era el fiscal de este. El juez en aquel juicio, se sentaba en este en el banquillo de los acusados. La acusada en aquel juicio, la actriz que interpretó el papel de Crisis, hacía de jueza en este. Se había decidido que así fuera, tras haberse descubierto que el verdadero oficio de la chica eran las leyes, lo de actriz era una simple afición secreta, obligada por las circunstancias y por su agraciado físico. El juicio transcurrió con cierta rapidez y en pocos días quedó visto para sentencia. Durante los días que duró, no se permitió el acceso de público a la sala, para no convertir este juicio en un teatrillo, como fue convertido aquel. La prensa si asistió. A diferencia de la anterior vez, aquí si que cada periodista podía decir o escribir lo que le diera la gana, para alegría de López. Los imputados con los oligarcas a la cabeza, seguidos de la clase política, antiguos periodistas, tertulianos, comentaristas políticos, comentaristas económicos, jueces, gentes de la farándula y otros muchos responsables de la situación de ruina que se había vivido durante años, fueron condenados a realizar durante el resto de sus vidas, actos en beneficio de la comunidad y a recibir 25 azotes en las posaderas, con los pantalones y la ropa interior bajada, en público, y sin distinción de condición y sexo. A los salteadores y violadores que habían sembrado el caos durante el apagón, se les condenó a trabajos forzados el resto de su existencia sin posibilidad de remisión.
Poco a poco la normalidad volvió a toda la ciudad, que volvió a ser una. Ya no había extrarradio y centro, no había herederos del sistema y desheredados. Cada uno prosperaba según sus capacidades, pero nadie lo hacía aprovechándose de la incapacidad del prójimo. El dinero físico, el papel moneda volvió a admitirse como garantía y como medida para valorar la cuantía de las cosas y del trabajo de cada uno, pero a diferencia de tiempos pasados, se impuso a monedas y billetes una fecha de caducidad para evitar que nadie los pudiera acumular y que pudiera especular con ellos. No se prohibió la propiedad privada, como sugirieron algunos. No hizo falta hacerlo pues la gente había aprendido la lección y solo era propietaria de lo que necesitaba para sobrevivir ellos y sus familias. La avaricia, la usura, la explotación del prójimo, el asesinato y el robo, fueron considerados delitos muy graves en el nuevo código penal que se estableció. Todas estas normas y leyes fueron declaradas inamovibles para las generaciones futuras, pues se daba por cierto el dicho de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Se acordó que los cargos públicos fueran electos por un periodo de 5 años, y que pasado este tiempo, quien hubiera ejercido un cargo público no volviera jamás a presentarse para otro. Se decretó que la política debía consistir en la búsqueda de la felicidad común, de todos los hombres y mujeres de la ciudad.
La imagen del señor Seara fue restaurada. Fue declarado héroe de la ciudad y se le dedicó una plaza. Fue nombrado rector de la nueva universidad y en ella empezó a enseñar a los jóvenes la necesaria convivencia del progreso con la naturaleza. El señor Seara murió muchos años después de aquellos hechos, feliz por haber visto cumplirse todas sus predicciones y satisfecho con el nuevo modelo de sociedad que habían dado a luz entre todos.
A López lo nombraron director de la pequeña gaceta en la que trabajaba. El tiempo y la paciencia, le dieron la satisfacción de ver trabajando bajo sus órdenes a sus antiguos jefes en el periódico digital en el que ejerció tanto tiempo como redactor de tribunales en el centro de la ciudad. López no quiso saber nada de la venganza, ni de reavivar viejos fuegos, y trató a sus antiguos superiores con respeto. Con los años, López se enamoró de una de sus compañeras en la gaceta, se casó con ella y formó una familia. El cargo de director no supuso un gran cambio en su vida. Trabajaba a diario hasta mediodía, comía con su familia y todas las tardes acudía a su cita con el profesor Seara. Los dos se sentaban en el viejo banco del viejo parque a ver ponerse el sol, a tomar cerveza y a fumar tabaco casero. "En esto consiste el principal cambio en nuestras vidas: En que ya, nunca, nada vuelva a cambiar", dijo una vez el viejo a López, viendo el sol de la tarde marcharse por occidente, con la vista del otrora centro de la ciudad, al fondo.

viernes, 3 de junio de 2011

Yo, tú, él, nos, vos...



Yo.
Tú.
Él.
Nos.
Vos...

¿Paz?.

No lo se.

¿Tú puedes?.
No.

¿Él puede?
No.

¿Nos podemos?.
Quizá.

lunes, 30 de mayo de 2011

El Juicio. Parte 4ª.



Todas las tardes después del trabajo en la gaceta, López iba dando un paseo hasta el límite del extrarradio con el centro de la ciudad. Allí se encontraba con el viejo, se sentaban los dos en un banco descolorido y destartalado, en un descolorido y destartalado parque que miraba hacia los rascacielos del centro de la ciudad. Allí se pasaban las tardes enteras, conversando, bebiendo cerveza caducada que los supermercados del centro vendían a los del extrarradio a precios irrisorios y fumando tabaco casero. El señor Seara, el viejo, había contado a López que era astrónomo, que había trabajado durante años en el prestigioso Instituto Nacional de Ciencias del Espacio hasta su jubilación, la cual, explicó, se había producido, más por motivos políticamente correctos y de desprestigio personal, que por motivos estrictamente profesionales o de edad. El viejo explicó a López que en el año 2012, durante la tormenta solar que se produjo durante el otoño de aquel año, él había descubierto lo peligrosos que podían ser estos fenómenos para el desarrollo normal de una vida cotidiana que dependía en exceso de la tecnología vía satélite. Todo era controlado, absolutamente, por la informática, por la red de redes y por los satélites. Todo dependía para su funcionamiento de estas dos tecnologías: El tráfico aéreo, el marítimo, el terrestre, los sistemas de suministro de electricidad, agua potable y gas a las grandes ciudades, los sistemas de vigilancia, los transportes públicos, los sistemas sanitarios. Todo. El control humano de todo fue disminuyendo paulatinamente. ¿Pero qué pasaría si estos sistemas fallaban como consecuencia de la actividad del sol? En aquella época, el señor Seara alertó sobre este riego. Se hizo famoso, fue entrevistado en televisiones y medios de comunicación de medio mundo. Descubrió y así lo hizo público, que en 2012 se iba a producir un aumento de la actividad de las tormentas solares y que esto iba a afectar a la excesiva dependencia, que la humanidad, tenía de los satélites.
En los años noventa del pasado siglo XX, se habían producido este tipo de fenómenos, pero como la dependencia de los satélites no era todavía tan grande, aquello no afectó apenas a unas pocas infraestructuras de telecomunicaciones en Canadá y en Alaska. En 2012, la tecnología satélite había avanzado muchísimo y era aplicada a más campos que quince años atrás. El mundo dependía más de los satélites, cuando se acercaba una época en la cual la actividad de las tormentas solares iban a aumentar de nuevo. Los satélites artificiales que gravitaban alrededor de la tierra estaban en serio peligro. Los gobernantes de entonces, a regañadientes, le hicieron algo de caso y se tomaron algunas medidas, pocas, pues empezaba a imperar en el mundo la lógica de los mercados y de los números, por encima de la lógica del sentido común. Aquello se empezó a convertir en una especie de circo; se hacía referencia constante a las profecías mayas que prevían que en el 2012 se acabaría el mundo, incluso Holliwood sacó algunas películas al respecto. Pero no ocurrió nada, o casi nada. Las tormentas solares sucedieron, tal y como Seara había previsto, pero no fueron de una magnitud excesiva y apenas tuvieron incidencia alguna en los satélites, los cuales salieron bien parados en su mayoría. La comunidad científica se estuvo riendo de él por mucho tiempo, fue expulsado del instituto y prejubilado a la fuerza. Con el dinero que le dieron escribió varios libros referentes al tema, apocalípticos y anunciadores de una catástrofe sin precedentes si el mundo seguía confiando en tecnologías que la naturaleza podía desbaratar a su antojo. Apenas vendió unos mil ejemplares, se arruinó, su familia le abandonó, su mujer y sus hijos no quisieron saber nada de él. Pasado un tiempo, cayó en el ostracismo y se tuvo que ir a vivir al extrarradio, donde vivía desde entonces arreglando viejos ordenadores, antiguos televisores de plasma y otros aparatos electrónicos en desuso en el centro de la ciudad, pero muy codiciados en el extrarradio.
Desde entonces, también, iba cada tarde, como López, paseando hasta ese destartalado banco de ese destartalado parque, a sentarse a contemplar el centro de la ciudad c desde allí. Aquella tarde, ni López ni el viejo estaban especialmente habladores. Los dos se quedaron sentados, largo tiempo, fumando y compartiendo la cerveza y contemplando los rascacielos del centro de la ciudad. "¿Cuándo pasará eso que dice?", rompió López el silencio preguntando al viejo. "Pronto", dijo el señor Seara dando una profunda calada a un cigarrillo. "¿Cómo será?", insistió López. El viejo sonrió mirando hacia ninguna parte. "Si te refieres a si habrá rayos y truenos y trozos de edificios cayendo sobre nosotros, olvidate. Las tormentas solares son imperceptibles, apenas, para el hombre. Si esta que viene es tan fuerte como yo creo, afectará al 90% de los satélites que gravitan alrededor de la Tierra. Durante días, semanas, meses quizá, los grandes núcleos de población se quedarán sin suministro eléctrico, de agua o de gas. La población de las grandes ciudades quedarán desabastecidas por completo. Será un caos. Imagino que la violencia y la anarquía se apoderarán de las calles. Se matarán los unos a los otros". López miraba al viejo en silencio. El viejo hablaba como si todo lo que contaba lo hubiera visto ya a través de una bola de cristal, seguro de si mismo y seguro de que todo lo que decía, efectivamente iba a pasar. "¿Qué sucederá con nosotros?", preguntó López. ¿Te refieres a los excluidos?. La incidencia será mucho menor aquí en el extrarradio, por supuesto. Nosotros dependemos al cien por cien del factor humano. Apenas dependemos del factor tecnológico, bien es verdad que no por iniciativa propia, sino más bien obligados por las circunstancias. Imagino que vendrán gentes del centro buscando refugio y comida aquí. Hace tiempo que he avisado al consejo del extrarradio y me prometieron tener un plan de actuación preparado por si ocurría. De todos modos piensa que nosotros, sin tecnología, estaríamos mejor preparados que ellos, con toda la tecnología que tienen. Es una cruel paradoja. Nosotros salvándoles el culo a ellos".
Poco a poco fue anocheciendo y López y el viejo decidieron marcharse a sus casas. Mientras la noche caía y extendía sus luminarias en el cielo, ellos iban caminando a paso tranquilo. En un momento dado, López miró hacia arriba y contempló el espectáculo estelar que poco a poco iba tomando forma en el cielo. "Parece mentira que de algo tan hermoso pueda venir algo tan dañino para el hombre", comentó sin dejar de mirar hacia arriba. El viejo sonrió e imitando a López alzó su mirada, también hacia el cielo estrellado. "Ahí arriba ha habido siempre lo mismo, y si algo es dañino, lo es porque nosotros lo hemos provocado. Lo que es dañino para el hombre, verdaderamente, es el propio hombre", dijo el viejo. Un gran manto de estrellas los cubrió por completo en una luminosa oscuridad.

jueves, 26 de mayo de 2011

Lágrimas.



Gotas de rocío
que vierte el alba
de la pena. Río
de agua amarga.

De la cruel tristeza,
torrente salado.
Nuestra fortaleza
se viene abajo.

Cristalinas gotas
desenamoradas.
Estridentes notas
de ilusiones vanas.

Manar de tus ojos,
de dolores llenos.
Bermellones, rojos,
de alegría secos.

lunes, 23 de mayo de 2011

El Juicio. Parte 3ª.



Tras volver del extrarradio, López fue al periódico para que le indicaran si iba a continuar como redactor de tribunales o le iban a trasladar a alguna otra sección. El director le recibió cordialmente, cómo si en vez de volver de dos semanas de retiro voluntario por una causa de despido temporal, López, volviera de unas vacaciones en alguna isla caribeña. "Por supuesto, volverás a tu puesto de redactor de tribunales", informó el director a López. "A instancias mías, los jefes han decidido volver a confiar en ti. Espero que no nos defraudes". López no sabía qué decir ante aquella muestra de confianza por parte del director y de los jefes. No sabía si aquello era bueno o malo, no sabía si podría volver a asistir sin decir nada a otra de aquellas representaciones y meras copias de juicio, no sabía si podría aguantar más tiempo contándoles a sus lectores la verdad que quería el periódico que les contara, y no lo que verdaderamente estaba pasando. López empezaba a pensar que su visita al extrarradio y el contacto con sus gentes le había cambiado más de lo que él creía. El estilo de vida del centro de la ciudad y del mundo de los incluidos y los válidos para el sistema le empezaba a parecer ridículo, carente de sentido y deshumanizado. Todo aquello le empezaba a dar nauseas. Empezaba a preguntarse cómo había podido aguantar hasta entonces. Quizá fura la necesidad de sobrevivir lo que le había impuesto aquella ceguera a él y a todos los habitantes del centro de la ciudad. Se empezó seriamente a plantear la opción de dejar todo aquello e irse al extrarradio voluntariamente y empezar una nueva vida allí. Tras prometer al director una más que buena y, en realidad, disimulada conducta en favor de los intereses empresariales, salió del despacho del director y del edificio que albergaba el periódico. Había pedido un adelanto de sueldo de dos meses, que el periódico le había concedido a un pírrico 5% de interés. Necesitaba dinero para pagar la fianza del nuevo apartamento que había alquilado y para pagar por el tiempo que había alquilado el trastero donde había dejado sus pertenencias durante las dos semanas que había estado fuera.
A la mañana siguiente, a las 9, López estaba en el Palacio de Justicia, de nuevo en su puesto en la tribuna de prensa. El juicio se había reanudado. Sus compañeros le recibieron con cierta indiferencia. Empezaba el turno para que la defensa presentara sus testigos. Estos eran, en su gran mayoría, personas excluidas por la situación económica, trabajadores de los llamados no cualificados y que habían caído hacia años en la exclusión y en la pobreza. Cómo todos ellos vivían en el extrarradio, el abogado defensor había corrido con todos los gastos para que pudieran estar hoy allí ante el tribunal. A preguntas de la defensa, uno tras otro, contaron cómo eran sus vidas antes de que la Crisis actuara. Contaron la mayoría, cómo la situación de extrema pobreza de los últimos años, se había llevado por delante sus casas, sus sueños, los sueños de sus hijos. Culpaban de todo ello a los políticos que entonces dirigían el país, a los expertos económicos que no vieron venir la Crisis y a los grandes oligarcas que se aprovecharon de la situación para enriquecerse. Todos estos testimonios eran hechos bajo los abucheos del público asistente al juicio, el cual les insultaba llamándoles mendigos y muertos de hambre y les tiraban mendrugos de pan duro y huevos podridos. Por fin llegó el turno del fiscal, el cual declinó hacer preguntas a los testigos de la defensa y declaró en alta voz su más absoluto desprecio por semejante gentuza, la cual no le merecía el menor respeto. Dirigiéndose a los miembros del jurado, los cuales la mayoría dormían apaciblemente, les conminó a no dar crédito a los testimonios de lo que en su opinión eran los seres más abyectos de la sociedad. Se preguntó cómo se le podría pasar por la imaginación a nadie, que gente no cualificada cómo lo era aquella pudieran no caer en la más tristes de las miserias. Esperaba, así mismo, que nadie hiciera el menor caso de los testimonios de una antiguo camarero, un antiguo peón de albañil, un antiguo reponedor de supermercados, un antiguo barrendero y una antigua empleada del hogar. Irónicamente, se preguntó cómo nadie iba a hacer caso de tan cualificados personajes y dirigiéndose al abogado defensor, le preguntó que si acaso pretendía que con semejantes oficios, aquella gentuza no hubiera caído en la pobreza y que cómo se le ocurría culpar de la suerte de tan despreciables individuos, a los dirigentes que llevaban las riendas del país cuando sucedió esta desgracia. Finalmente declaró que aunque la crisis no hubiera actuado, esta gente estaría igualmente fuera del sistema. La actuación del fiscal arrancó una sonora ovación de los presentes, incluido el juez, a lo que el letrado de la acusación saludó con una ligera inclinación de cabeza.
El juicio quedó visto para sentencia y López escribió un artículo estándar, sin posicionarse en él ni a favor ni en contra de lo sucedido en la sala. Tanto él cómo los demás miembros de la prensa cayeron en un estado de apatía, mezclada con indignación, el cual no podían trasladar a sus artículos. "Da igual lo que pienses, lo que hagas o lo que escribas. Al final los malos siempre se salen con la suya", se dijo López a si mismo.
Al día siguiente el juez ordenó al presidente del jurado que diera el resultado del veredicto. "Culpable, Señoría", dijo el presidente después de bostezar larga y sonoramente. La Crisis fue condenada a morir lapidada. Se habilitarían en las calles y plazas mas importantes del centro de la ciudad una serie de pantallas gigantes con la imagen de la actriz que representaba a la crisis, totalmente desnuda. Esta podría ser apedreada por los ciudadanos, durante todo un mes, de ocho de la mañana a doce de la noche. La sentencia fue llevada a cabo, y la imagen desnuda y virtual de la Crisis fue apedreada por hordas de indignados ciudadanos que daban así rienda suelta a su rabia. Todos los días, miles de personas de toda condición y edad, esperaban su turno, pacientemente para apedrear a la Crisis.
Dos semanas después del juicio, López decidió irse definitivamente a vivir al extrarradio. Se despidió de su trabajo el en periódico y se fue de, lo que para él era ya, un mundo absurdo y ajeno a la condición humana. Dejó su apartamento por segunda vez en un mes, recogió sus pertenencias y emprendió viaje, esta vez sin retorno. Durante el viaje en metro, se encontró casualmente con el tipo que había hecho de abogado defensor en el juicio. López dedujo que también se trasladaba a vivir a zona de excluidos, pues iba, cómo él, cargado con su equipaje y llevaba cómo el una cierta expresión de descanso en su cara.
Los padres de López le acogieron con ciertas reservas al principio. Después de algunas horas de explicaciones, esas reservas se tornaron en regocijo y alegría. Cómo en la parábola del hijo pródigo, el padre, mostró su contento a todos sus vecinos por la vuelta al hogar de su hijo perdido, y sobre todo, por su vuelta al sentido común.
Los días fueron pasando y López se fue acostumbrando poco a poco a la vida en aquel lugar. Encontró trabajo como redactor en una pequeña gaceta que se publicaba en aquel barrio. Fue curioso para él, trabajar en un pequeño periódico que se hacía de manera artesanal, en papel reciclado, en tiradas de 10.000 ejemplares. Descubrió lo que era tener tiempo libre y lo que era ceñirse a un horario, que sus jornadas laborales tuvieran un principio y un final. En el periódico digital en el que trabajaba en el centro de la ciudad, debía estar a disposición de él las 24 horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año. Supo lo que era trabajar para vivir y no, vivir para trabajar, lo que era la vida sin prisas, sin agobios y sin el consumo compulsivo y caprichoso al que estaba acostumbrada la gente en el llamado mundo útil. Recuperó el contacto con los demás, la relación persona-persona, el sentimiento de grupo, de tribu, de ayuda mutua, que creyó haber olvidado hacía años.
A veces López iba dando un paseo hasta las cercanías del centro de la ciudad y allí se sentaba durante largos periodos de tiempo, observando los grandes rascacielos yla vida que voluntariamente había dejado atrás. En esto estaba un día cuando alguien se sentó a su lado y le dijo: "Veo que no me hiciste caso y no les advertiste". Era el viejecillo que semanas tiempo atrás, durante su exilio voluntario cuando lo suspendieron de empleo y sueldo, a su vuelta de él al centro de la ciudad, le había advertido a voces que la desgracia se cernía sobre los incluidos y le había pedido que les avisara. López lo había olvidado por completo hasta entonces. "No hace falta que los avise nadie. Ellos ya saben que van hacia el abismo", se limitó a contestar al viejo.

domingo, 22 de mayo de 2011

Yo icé una bandera.




Icé la bandera de la libertad;
me siguieron algunos.

Icé la bandera de la ciencia;
me siguieron todos cómo un solo hombre.

Icé la bandera de la verdad;
todos huyeron despavoridos.

Icé la bandera de la bondad;
todos se rieron de mi.

El hambre nos asedió.
La guerra nos asedió.
La enfermedad nos asedió.

Me pidieron que izara alguna otra bandera.
No tuve fuerzas, no pude.
Era tarde.

Todos fueron conscientes de su destino.
No hizo falta ya izar ninguna bandera.

jueves, 19 de mayo de 2011

Un árbol sin raiz.




Cómo un árbol, cómo una planta
de la que tiran aguerridas manos,
tan fuerte que separan, hojas, tallo,
de su raíz profunda.

Las aguerridas manos, son, o fueron,
mi antigua voluntad de abandonar
el verde jardín donde me plantaron.
Ese jardín: Mi tierra.

Y salí de aquel jardín, de mi tierra,
y cambié, cómo dijo Rosalía,
conocidos por extraños. Y lloré.
Lloré mi desarraigo.

Y tarde me di cuenta que el Dorado
estaba en el patio donde jugó,
tras sus paredes blancas, mi infancia.
Pero ya era tarde.

Y ahora, tierra adentro, camino
vagando sin descanso, añorando
el verde jardín donde me plantaron.
Mi blanca infancia.

Y sueño que cuando muera, cómo árbol,
alguien coja mis astillas inertes,
y las entierre en mi jardín pasado.
Qué reviva mi arraigo.

lunes, 16 de mayo de 2011

El Juicio (Parte 2ª)


Después de salir de la primera sesión del juicio, le llegó a López un mensaje vía sms al móvil: Su jefe le exigía que estuviera hacia las 5 de la tarde en su despacho. No decía nada más el mensaje. López supuso que la intención de la dirección del periódico sería reprenderle por su conato de rebeldía periodística y su indisciplina. Sin mucho apetito, López comió algo rápido en una cafetería cercana. Después entró en Internet en la página del periódico y comprobó cómo efectivamente, sus críticas hacia el juez y el fiscal no habían sido publicadas. La reacción de sus lectores ante el artículo era de apoyo al proceso y a la condena de la acusada, aunque fuera de manera virtual. Encontró López que la reacción de sus lectores ante el juicio era de conformidad y complacencia hacia las versiones oficiales que excluían de toda culpa a las clases dirigentes actuales y a las anteriores. Mirando las reacciones de sus lectores hacia su articulo estuvo pasando el tiempo hasta que tuvo que marcharse a la reunión con su jefe. La redacción no estaba lejos de allí, así que fue dando un paseo. En el despacho del director, además de éste, esperaban a López dos miembros del consejo directivo del periódico. Sin más conversación, estos extendieron a López dos folios en los que se le informaba de su suspensión de empleo y sueldo por espacio de dos semanas. López intentó pedir explicaciones, pero no se las dieron. Su jefe inmediato, el director del periódico le informó de que podía haber sido mucho peor. Podían haberle echado a la calle de manera permanente con lo que se hubiera tenido que olvidar de ejercer el periodismo más en su vida.
López salió del edificio consternado. No sabía que iba hacer en las próximas dos semanas, no sabía de que iba a vivir sin la mitad de su sueldo, si el sueldo íntegro era ya de por si escaso, le daba apenas para pagar el alquiler de su apartamento y los gastos del mismo, para comer y pocas alegrías más. Apenas tenía ahorros. No sabía cómo se las iba a arreglar. Decidió que sería mejor dejar el apartamento durante esas dos semanas, alquilar un trastero para guardar sus escasas pertenencias e irse al extrarradio de la ciudad, a la zona de los excluidos donde vivían sus padres. Allí viviría durante los próximos días, hasta que pasara el periodo de castigo.
A la mañana siguiente, muy temprano, López dejó su apartamento, alquiló por dos semanas un trastero, no lejos de donde vivía, allí dejó sus pertenencias, un viejo ordenador portátil, y una maleta con ropa, otra maleta la llevaría con él a casa de sus padres, tomó el metro y se dirigió a las afueras de la ciudad. Una vez hubo llegado tomó un viejo autobús destartalado, con motor diesel reconvertido a energía solar, que le dejó en la calle de sus padres, a escasas manzanas del domicilio de estos. Apenas había venido por allí en los últimos diez años. De cuando en cuando, López hacia una llamada telefónica a sus padres para saber cómo se encontraban. Cómo telefonear desde el extrarradio al centro de la ciudad, era ya imposible, pues los excluidos no gozaban de saldo de puntos y por tanto de contratos de alta con las compañías telefónicas, era López el que llamaba una vez al mes a la cabina de un locutorio cercano al domicilio de sus padres. Así se comunicaban. Aunque encontró las calles del barrio donde vivían sus padres igual de destartaladas que la última vez que lo visitó, López notó cómo si ahora todo estuviera más vivo, más organizado. El barrio sin duda era otro: Las calles estaban llenas de tiendas, bares, restaurantes, como ocurría antes de la crisis. A López le daba la sensación de haber retrocedido varios años en el tiempo. Encontró a su madre sentada viendo una vieja televisión de plasma. Su padre no estaba en casa. Su madre le dijo que se encontraba fuera cambiando algunos enseres por comida. Después, López salió por el barrio para matar su curiosidad y ver con sus propios ojos como vivía la gente del extrarradio. Le extrañó ver aquel barrio lleno de tiendas que vendían objetos de todo tipo y de toda procedencia, la gente cambiaba unas cosas por otras que necesitaba. Así era el comercio allí, después de que se prohibiera el papel moneda hacía ahora 15 años. Aquella gente no se resignaba a caer en el olvido, a morir en vida. López vio la felicidad reflejada en el rostro de la gente, allá donde fue. A las dos de la tarde, para su sorpresa, cerraron todas las tiendas. López decidió volver a casa de sus padres para comer con ellos. Allí le esperaba su padre, que ya estaba de vuelta, el cual saludó a López con cierta frialdad. Padre e hijo no se llevaban muy allá, aunque hacían verdaderos esfuerzos por ocultarlo, sobre todo en presencia de la madre de López. Su padre mostró un interés forzado por su vida en el centro de la ciudad, le preguntó por la causa de su venida. López mintió a su padre y le dijo que estaba en su semana de vacaciones y que le apetecía venir a verlos. El padre de López asintió no muy convencido. Después de comer, padres e hijo se sentaron frente al televisor. López buscó el canal en el que daban el resumen del juicio. Le extrañó que este no fuera muy seguido por la gente del extrarradio. Sus padres apenas sabían nada de lo que acontecía en el Palacio de Justicia en aquellos días. Les extrañaba mucho que lo que ellos tomaban por una pantomima, fuera tan seguido en la parte noble de la ciudad. Les resultaba divertido.
Los siguientes días pasaron rápidos para López, entre la tirantez de su padre, el cariño reencontrado de su madre y la felicidad que pudo ver en el rostro de la gente que se encontraba por la calle, en la zona de los excluídos. Por todo ello, López casi se olvidó del juicio y de que pronto tendría que volver al centro de la ciudad a proseguir su vida.
El juicio siguió su curso a lo largo de los días en los que López estuvo en casa de sus padres. La defensa presentó cómo testigos a antiguos políticos de la época constitucional, a empresarios que se arruinaron tras la crisis, a economistas y a periodistas de cierto renombre, que declararon en contra de la Crisis y la culparon de todos los males que aquejaron al país durante aquellos días negros. Todos declararon culpable a la Crisis de todos sus males y ninguno de ellos se declaró responsable de la hecatombe económica que sufrió el país durante aquellos años. La defensa intentó desmontar aquella argumentación y se enfrascó en durísimos debates con los testigos de la acusación, a los que acusó de ser los auténticos culpables de que la Crisis hubiera actuado con tanta crudeza en el país. Estos debates despertaron la hilaridad del público que abucheaba una y otra vez al abogado de la defensa, con el consiguiente enfado del juez, el cual, uno de los días ordenó desalojo de la sala ante el riesgo de tumulto. El abogado defensor fue duramente reprendido por el juez, el cual le impuso una multa de 200 puntos virtuales por su dureza para con los testigos, cosa que divirtió en demasía al fiscal, el cual se ofreció irónicamente a prestar puntos a su colega si no tenía con que pagar.
En esto llegó el día en el que López tuvo que reincorporarse a su vida cotidiana, otra vez, después del castigo y del forzoso autodestierro. Se despidió de sus padres con el firme propósito de volver pronto por allí, más a menudo y así se lo hizo saber a sus padres, los cuales acogieron con agrado la noticia, sobre todo su madre. No le había desagradado a López la visita al extrarradio de la ciudad, del cual se llevaba una buena impresión. La crisis económica y la situación que se había generado después de ella habían aguzado el sentido de supervivencia de aquella gente, que tras los primeros años de desconcierto, habían aprendido que de forma grupal, ayudándose los unos a los otros, podrían sobrevivir. El sentimiento de grupo podía respirarse en el ambiente allá donde se fuera en el extrarradio. Habían conseguido volver a organizar una sociedad ciudadana, con un sistema de seguridad, de educación, de sanidad y de gobierno, en el que participaban todos, grandes y pequeños, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, ricos y pobres, al contrario de lo que sucedía en el centro de la ciudad, en la zona de las personas esenciales para el sistema, donde se había impuesto un individualismo atroz, despiadado y despersonalizado. En el centro no preocupaba en demasía lo que ocurría en el extrarradio, el cual había sido abandonado a su suerte, esperando su desaparación, por si mismo, por esa mano invisible que los nuevos gurús del nuevo sistema decían que movía todo. Pero aquella gente había respondido con ingenio al reto y, en opinión de López, lejos de desaparecer, se perpetuarían, porque habían vuelto a encontrar el sentimiento grupal que había definido siempre al género humano.
Cuando López se dirigía hacia la barrera que dividía los dos mundos, el de los válidos y los inválidos, el del centro y el del extrarradio, un viejecillo que se encontraba sentado allí, a la entrada, tomando el sol en un banco, preguntó a López si se dirigía al centro de la ciudad. Al principio, el hombre, le había parecido un mendigo a López, pero luego éste se dio cuenta de que símplemente era un viejo que tomaba el sol, cómo los se podían ver por todos los lados de la ciudad antes de la crisis que cambió el mundo. "Escúchame. Si vas al otro lado de la barrera, dile a quien te quiera oir que les queda poco, casi nada. Han retado a la naturaleza y esta los va a destruír. Han decidido vivir de espaldas a la tierra, y esta les va a devolver su desprecio multiplicado por diez. Escúchame. Diles que aún están a tiempo de volver a la vida", dijo el viejecillo a López. Sin esperar a que éste le preguntara nada, se levantó se fue, despacio, sin mirar siquiera hacia López. "Han decidido confiar en la tecnología y esta acabará con ellos porque les fallará. Díselo. Esto pronto ocurrirá y nadie podrá hacer nada para remediarlo", volvió a decir el viejecillo, a grandes voces, sin volverse, caminando despacio y alejándose cada vez más de López, el cual procedía a traspasar la barrera que daba acceso al centro de la ciudad.