martes, 28 de mayo de 2013

Recuerdos, lluvia y luz en una tarde de primavera.

Primavera, luz del sur, cielo aturquesado y raso. Gris tormentoso y espontáneo, inconveniente, caprichoso; gris de primavera, caluroso, húmedo atropicalado, verde, contundente, esporádico. Golondrinas juguetonas e inquietas. Mañanas luminosas, tardes tranquilas y luengas, brisas suaves, armónicas, que me traen recuerdos; ¡Ay, los recuerdos! Recuerdos de cal, y luz, y pueblo, y gente. Recuerdos del pueblo, de olores a campo. Recuerdos: Un niño juega con una vieja pelota marrón en un patio blanco y limpio, entre un viejo limonero y unos rosales floridos, cerca, un perro moteado en blanco y negro dormita junto al brocal de un pozo encalado. Recuerdos: Una mujer de pelo blanco como la nieve, vestida de negro perpetuo, cose, o pela unas verduras, sentada en una silla de madera y esparto a la luz de la tarde tranquila de primavera, en aquel blanco patio. De vez en cuando la mujer levanta la vista y riñe al niño que no para quieto con la pelota marrón. Recuerdos.
Empieza a llover, fuertemente, a la manera de la primavera, a la manera de mayo, la luz de la tarde tranquila se va y viene, se intercambia con la tarde gris. La lluvia hace aflorar los olores de las plantas y de la tierra, y hace aflorar más recuerdos.
¡Ay, cuantos recuerdos!

jueves, 9 de mayo de 2013

La Entrevista.

Hacía tiempo que Prudencio no madrugaba tanto. Aquella noche no había dormido bien. Los nervios por la entrevista, se dijo. Nada más salir de la cama, se metió en el baño, se afeitó y se duchó. Cuando salió, su mujer le tenía preparada la ropa, perfectamente doblada encima de una silla para que no se arrugara; traje y corbata, la ropa que usaba siempre que iban a alguna boda, o algún evento familiar importante.
-¿No querrás que me ponga eso para ir a la entrevista?-, dijo Prudencio nada más ver el traje doblado sobre la silla.
-¿No querrás ir en vaqueros?-, respondió su mujer.
La discusión por causa de la ropa que Prudencio iba a llevar a la entrevista de trabajo se prolongó por espacio de veinte minutos. Al final llegaron a un acuerdo; llevaría el traje de las bodas, bautizos y comuniones, pero sin corbata, de manera informal. Después desayunaron juntos, él se lavó los dientes y se fue.
-Suerte-; le dijo ella a modo de despedida desde la puerta entreabierta de la casa.
Él bajó las escaleras con vigor, con fuerzas renovadas, contento, era la primera entrevista de trabajo a la que acudía en un año. Bien es verdad que para que le concedieran esa entrevista había tenido que mediar su cuñado Oswaldo, el marido de la hermana de su mujer, que era encargado de la frutería en Almacenes La Pandereta desde hacía treinta años.
Oswaldo no le había caído bien nunca, pero dos años sin trabajar empezaban a parecerle mucho tiempo, y a su edad, 54 años recién cumplidos, era difícil, por no decir imposible, que nadie lo contratara de no mediar un "padrino" en el negocio. El tener en casa tres bocas que alimentar, aparte de la suya, sin dar un palo al agua y sin oficio ni beneficio, también hicieron peso para aceptar la oferta de su cuñado, cuando se ofreció a hablar con la dirección de los almacenes para ver que se podía hacer por él.
Maldita la gracia que le hacía el ponerse, a sus años, a despachar berzas a troche y moche, siendo como era él un oficial electricista de primer orden, con treinta años de experiencia en el sector y habiendo trabajado en empresas de medio país, todo ello demostrable, pero siempre se encontraba con el mismo problema; la edad. Era demasiado mayor para que lo contrataran, y sin embargo era demasiado joven par jubilarse. Se imponía pues el despachar berzas hasta la jubilación. Se iba haciendo a la idea.
Era hora punta y el metro iba abarrotado de gente. Hacía tiempo que Prudencio no hacía esto, tomar el metro tan de mañana, sentir el aliento alitoso del despistado del sudoku, o el empujón de la chica de los auriculares que a esa temprana hora ya iba chateando en el tuiter, o watspeando. Hacía tiempo que nadie le clavaba en las costillas, sin nisiquiera pedirle perdón por ello, la vigésimoquinta edición en pasta dura de Los Pilares de la Tierra, que alguien iba leyendo detrás suya, tan metido en la lectura que ni siquiera miraba donde iba pisando. Se sentía feliz en aquella mañana de primavera, y estaba dispuesto a perdonarlo todo. Ya no estaba enfadado con el mundo. Ya no le parecía todo mal. Tenía una ooportunidad de ser útil todavía y la iba a aprovechar.
Llegó a la sede central de Almacenes La Pandereta. En el mostrador de recepción una chica con cara de azafata del Un, Dos, Tres le indicó el lugar de la entrevista; la quinta planta, puerta tercera. Mientras iba en el ascensor, Prudencio empezó a notar el miedo escénico y le empezaron a sudar las manos copiosamente y empezó a sentir una ganas terribles de ir al servicio, porque se empezaba a cagar por las patas abajo.
Llegó a la sala de espera de la quinta planta, puerta tercera. Allí había unas quince personas, todas jovencísimas. El más mayor tendría unos 25 años. Mala señal, pensó Prudencio. Menos más que él iba recomendado por su cuñado. Todo el mundo allí estaba chateando por el móvil, o escuchando música por unos auriculares inmensos, muy de moda ahora, o haciendo ambas cosas a la vez. Sólo Prudencio no sabía que hacer, o hacia donde mirar, así que optó por contar el número de paneles de los que constaba el falso techo de escayola. Cuando termino de contar los paneles, su atención se fue hacia una planta puesta en un tiesto, a todas vistas demasiado pequeño, y que pedía a gritos un poco de agua.
-¿Prudencio Cavero?; gritó por fin una voz chillona, proveniente de una secretaria con la misma cara de azafata del Un, Dos, Tres que su compañera de la recepción de la planta baja.
-Pase por aquí, por favor. Puerta derecha.
Prudencio fue conducido hasta un despacho convencional, sin demasiados alardes, muebles funcionales de metal y aglomerado, mesa metálica verde y sillas forradas de paño caqui. Detrás de la gran mesa de escritorio, estaba sentado un tipo con cara de pocos amigos, que escribía algo en unas cuartillas, que no despegó la vista de ellas, a pesar de la presencia de Prudencio allí.
-Siéntese por favor.
Prudencio se sentó y permaneció por espacio de un par de minutos observando como el tipo escribía. De pronto, la escritura cesó, y el tipo levantó la cabeza y miró fijamente a Prudencio. Esta hubiera preferido que continuara escribiendo dada la cara de mala leche del individuo. El entrevistador sacó de una carpeta de cartulina blanca, unos folios escritos a ordenador, entre los que se encontraban el currículum con foto de Prudencio. Lo extendió todo sobre la mesa, como hubiera hecho un policía con las fotos de un delito grave.
-Se llama usted Prudencio Cavero Gómez.
-Si señor.
-54 años, electricista de profesión, casado, con dos hijos.
-Si; si señor.
-¿Cuanto tiempo lleva parado, Prudencio?
-Para el mes que viene hará dos años.
-¿Qué pasa? ¿No encuentra nada?
-Pues no.
-Pero tiene usted muchísima experiencia según pone aquí.
-Si pero....
-Ya, la edad.
-Si. La edad.
-Hmmm, hmmm. El entrevistador al decir; la edad, esbozó una pequeña sonrisa de triunfo que a Prudencio no le sentó del todo bien. "Si la edad, ¿y que pasa?. Todo el mundo piensa que soy un viejo que no vale para nada, pero no es así", pensó.
-Bien señor Cavero. ¿Y para que labor cree que estaría usted preparado para llevar a cabo en nuestra compañía?
-Hombre, yo. Para mantenimiento. Es lo mío.
-Si pero usted viene aquí por recomendación del señor Oswaldo Centella, que es jefe de frutería en nuestro centro de la Gran Vía. Iría usted a la sección de frutería, nosotros no buscamos a nadie para mantenimiento, esos puestos están ya copados.
"Por gente más joven, te ha faltado decir", pensó Prudencio.
-Ya hombre, yo de lo que sea. Soy buen trabajador y estoy dispuesto a aprender.
-¡Ajá!. Eso está muy bien.
El tipo volvió a escribir algo en los papeles que tenía delante.
-Una última pregunta, señor Cavero. ¿Pertenece usted a algún sindicato u organización política?
 Prudencio no daba crédito a que en una entrevista de trabajo se le hiciera semejante pregunta. Pasaba porque le rechazaran en todos lados por viejo, pasaba por tener que deberle el resto de su vida a su cuñado, al que odiaba, el haberlo enchufado como vendeberzas en sus Almacenes La Pandereta de mierda, pasaba con tener que comparecer ante ese tipo con cara de amargado que le estaba haciendo la entrevista, pero aquello...Por supuesto, si, pertenecía a un sindicato, a la Ugt, desde joven, desde la transición, pero para lo que servía. La pregunta era muy sencilla; ¿Le mentía a aquel comisario político metido a entrevistador, o no lo hacía? La respuesta era difícil. "Tranquilo, Pruden. Tranquilo. Piensa, piensa, no la cagues ahora", se decía a sí mismo.
-Yo si. A la Ugt. ¿Y usted?.
Ya está, ya lo había hecho. La había cagado.
-¿Cómo dice usted?
-Qué si usted pertenece a algun sindicato.
-Oiga no se pase. Aquí el que hace las preguntas soy yo.
-Y yo el que las contesta, pero vaya preguntas que hace usted. ¿Qué es usted de la secreta o qué?
-Oiga, pero.
-Ni peros, ni peras. ¿Pero que cojones se ha creído?
-Oiga, pero no querrá que en estas condiciones le contratemos.
-Ni yo quiero acabar aquí, hombre. Como el comemierdas de mi cuñado. Ahora ya me lo explico todo.
-Le pido que salga de aquí inmediatamente, no ha pasado usted la prueba...
-Váyase a la mierda.
Prudencio salió del despacho, pegando el consiguiente portazo. En la sala de espera, todos se habían enterado, pues tanto Prudencio como el entrevistador habían ido ascendiendo el tono de voz hasta que esta fue traspasando las delgadas paredes de tan funcional edificio. Según iba saliendo, los presentes puestos en pie, en la sala de espera, empezaron a aplaudir a Prudencio, que salió como alma que lleva el diablo hacia el ascensor, sin mirar atrás. Bajó a la planta baja, pasó por delante del mostrador de recepción donde la chica con cara de azafata del Un, Dos, Tres se acababa de pintar las uñas e intentaba coger el teléfono que no paraba de sonar con los dedos pulgar e índice, gesto que hizo que el teléfono saliera despedido hacia el suelo.
Fue hacia el metro. A esa hora iba casi vacío. Iban los mismos colgados de siempre; el del aliento alitoso que echaba para atrás, el de la música, la del chat del móvil, el de Los Pilares de la Tierra, vigésimo quinta edición en tapa dura. A Prudencio todos le parecían unos gilipollas. Volvía a estar enfadado con el mundo.
Una vez en casa su mujer le preguntó.
-¿Qué tal la entrevista?¿Había mucha gente? Bueno, da igual la gente que hubiera, tu llevas padrino...
Prudencio a todo contestaba con un si, o un no, todo lo más un "psss".
Pasaron los días, las semanas. Llegó la comunión de la sobrina de su mujer, de la hija de Oswaldo, el cuñado que iba a enchufar a Prudencio en la frutería de La Pandereta. Acudieron Prudencio, su esposa, sus dos hijos, abuelos, tíos, primos, amigos del verdulero, vecinos. Prudencio llevaba el traje de las bodas,el mismo del día de la entrevista, esta vez con corbata. Cada vez que su mirada se cruzaba con la de su cuñado Oswaldo, este sonreía. "Nada, este no sabe nada de lo de la entrevista", se decía Prudencio a sí mismo. Pasado el banquete propiamente dicho, llegó el momento en que los padres y familiares del comulgante hacen un brindis solemne con todos los invitados, después de haber dado cuenta de la tarta, de nata, crema, chocolate y almendras, empalagosa como ella sola, cuando todos y todas empiezan a dar cuenta de los licores y los cubatas de garrafón servidos a cuenta de la barra libre que ofrece la casa; en un aparte, Oswaldo se acerca a Prudencio, vaso de güisqui con cola en una mano, cigarrillo rubio en la otra, y le suelta a su cuñado delante de su santa esposa:
-Anda, que buena me la has liado, macho. Me has hecho quedar en ridículo con mis jefes. Si no querías que te ayudara, haberlo dicho. Luego te quejarás de que no encuentras nada.
Ya está. Ya lo ha hecho. ¡Hijo de puta!. La mujer de Prudencio pide explicaciones. Oswaldo le cuenta el número que montó su marido en la sede central de Almacenes la Pandereta el día de la entrevista. Prudencio, envalentonado por el alcohol, hastiado por el calor, los dueños del local han quitado el aire acondicionado a ver si la gente deja de bailar la Conga del Calixto y se larga a su santa casa, que estamos cansados, coño; se levanta y le intenta estampar el plato con la tarta de nata, crema, chocolate y almendras a su cuñado en plena cara. El cuñado que tiene los reflejos de un lince se aparta y el plato con la tarta va a parar al vestido de la suegra, la madre de la mujer de Prudencio y de la de Oswaldo y abuela del comulgante, y se forma la de San Quintín.
Desde entonces, Prudencio vive solo, su mujer ha pedido el divorcio. Vive gracias a las chapuzas, trabajo en negro, cobrado en B. Como casi medio país. ¡A ver!. El cuñado sigue de encargado de frutería de Almacenes La Pandereta, más acojonado que un pavo el día de Nochebuena, porque las cosas no andan bien y la empresa ha dejado de contratar gente, así que el entrevistador con cara de pocos amigos, el comisario político que hace preguntas a la gente sobre su filiación sindical, está ahora ocupando la plaza que le hubiera correspondido a Prudencio, y está bajo las órdenes de Oswaldo, el cuñado odioso que tiene los reflejos de un lince, vendiendo berzas a troche y moche.
A ver; hay que sobrevivir.