martes, 25 de enero de 2011

No puedo confiar.

No puedo confiar en los que
llevan a la pobreza a mis padres.
Sería un mal hijo si lo hiciera.

No puedo confiar en los que
destruirán el futuro de mis hijos.
Sería un mal padre si lo hiciera.

No puedo confiar en los que
llevan a la ruina a mis hermanos.
Sería un mal hermano si lo hiciera.

No puedo confiar en los que
hacen sufrir a mis amigos.
Sería un mal amigo si lo hiciera.

No puedo confiar en los que
siembran la semilla de la guerra.
Sería un mala persona si lo hiciera.

Quiero ser un buen hijo,
Quiero ser un buen padre,
Quiero ser un buen hermano,
Quiero ser un buen amigo,
Quiero ser una buena persona.

Lo conseguiré si no confío en ellos.

domingo, 23 de enero de 2011

El Hispanista.

Estás en el jardín de tu casa, esperando a que haga su aparición, de un momento a otro el periodista con el que estás citado esta mañana, al que has concedido una entrevista para la revista dominical para la que trabaja, la cual se entrega gratuitamente con uno de los más reputados periódicos del país que te ha acogido, al que has dedicado tantos años de estudio.
Recuerdas como si fuera ayer, el día que te dejaste caer por aquí, desde tu Inglaterra natal. Eras un joven estudiante de derecho en Oxford, en viaje de estudios por Europa. El viaje, o mejor dicho los fondos para llevarlo a cabo era un regalo de tus padres por tus excelentes notas. Has viajado en barco desde Southampton hasta Lisboa. Has estado varios días en la capital portuguesa. Has tomado un tren, viejo y destartalado, que tras muchas horas de viaje te ha dejado en la estación madrileña de Atocha. Has admirado el pasado glorioso del país, impreso en los grandiosos edificios del centro de la capital. Te has quedado extasiado, admirando el museo del Prado. Sin embargo te ha desconcertado la miseria y la pobreza de las gentes que te has encontrado por las calles de Madrid, consecuencia de una durísima guerra civil y un periodo de postguerra de privaciones, aislamiento internacional y autarquía. Te ha empezado a picar la curiosidad. Te preguntas como es posible que un país que llego a ser una primera potencia, que llego a conformar un imperio donde no se ponía el sol, haya caído hasta estos niveles de desgracia, miseria y pobreza. Decides que cuando vuelvas a Inglaterra, le vas a comunicar a tus orgullosos padres que abandonas los estudios de derecho. Vas a dedicar tu vida al estudio de la historia, de las costumbres y de la lengua de éste país. Meses después, a la vuelta de ese verano de tu lejana juventud empiezas a estudiar filología hispánica para disjusto de tus progenitores. Años después te trasladas a vivir a España, has aprendido el idioma en tiempo record, conoces a una chica de una buena familia española, te casas. Eliges para vivir la costa andaluza, la tierra del padre de tu mujer. Tus hijos vienen al mundo allí. Conviertes éste país en tu país y en el, en un escritor e historiador de éxito. Tus libros son líderes de ventas.
Tus pensamientos se ven interrumpidos por tu mujer que aparece en el jardín acompañada del un joven, seguramente el periodista que estabas esperando. Te levantas, os saludáis, os estrecháis las manos. Preguntas al joven periodista si prefiere llevar a cabo la enrevista aquí fuera, en el jardín, o entrar en la casa. Al periodista le es igual. Decides que hace un día expléndido, magnífico. "Aquí fuera se está de muerte", comentas. Decidido, os quedáis. Tu mujer ofrece algo de beber o de comer, algún aperitivo al recién llegado. "Hace poco he desayunado, gracias. Un vaso de agua, si es tan amable", dice.
Empieza la entrevista. El entrevistador te pregunta por tus inicios, por tu obra, por tu amor a España, por tu conocimiento de su historia, de sus costumbes, de su cultura. Te pregunta por éste o aquel libro, por éste o aquel artículo, por éste o aquel ensayo. Te pregunta por aquella biografía de Ortega que publicaste hace años y que tan exitosa fue. Pasa una hora, hora y media, dos horas de charla. La entrevista toca a su fin. Para finalizar una pregunta: "¿Cuando se dio usted cuenta de que quería dedicar su vida a estudiar sobre España, su historia, su cultura...?". No lo piensas dos veces. Lo has estado pensando esta misma mañana momentos antes de que se presentara en tu casa el periodista. Contestas: "El día que llegué por primera vez a Madrid, a la estación de Atocha en un viejo y destartalado tren que me había traído desde Lisboa. Yo era un joven inglés, estudiante de derecho, en viaje de estudios por Europa. Paseando por Madrid en aquella época de postguerra, viendo la miseria de la gente por la calle, me pregunté cómo había podido llegar a semejante nivel de degradación un país que había sido una primera potencia mundial".
Tu respuesta parece no gustar al periodista. Se siente desconcertado. No la esperaba. Quizás esperaba que le hubiera contestado algo así cómo: "Pues empezó mi interés por España, cuando estudiaba en Oxford, leyendo a Ortega, a Unamuno, a..." o; "pues mire usted, mi interés por España empezó admirando las obras de Goya, de Velázquez, de Murillo, en el Prado".
Antes de venir a España, de ni siquiera soñar con vivir en España, de su historia y sobre todo, de contar esa historia, disfrutaste leyendo a Ortega, a Unamuno; una vez en España disfrutaste admirando la pintura de Goya, de Murillo, de Velázquez. Ninguno de ellos te atrajo. Lo que de verdad te atrajo fue la convivencia de un pasado glorioso con un presente mísero.

viernes, 14 de enero de 2011

Soneto del rey malo.

¿Quien tu real testa ha coronado,
para desgracia de mi infeliz tierra
a la que asolas, cómo cruel guerra,
y cuya libertad has enjaulado?

El siervo de cerebelo dañado,
de cabezal elevado, cual sierra,
el que al elegir gobernante yerra,
por cantos de sirena engañado.

El crédito de años has gastado,
en tu pésimo e inútil caminar
sobre las losas de éste pueblo ajado,

pésimamente desafortunado,
por las numerosas veces que errar,
es un juego comúnmente jugado.

Un Árbol Genealógico.

La opulencia es la madre
de la molicie.

La molicie casose
con la hipocresía.

Los dos dieron a luz
a la injusticia.

La injusticia se casó
con la tiranía.

La pobreza heredó
todos sus bienes.

Es el árbol genealógico
del Apocalipsis.

Hombre, no comas
de sus frutos.

Hombre, no te resguardes
bajo su sombra.

Hombre, de su madera
no hagas uso.

Los pájaros no anidan
en sus ramas.

El viento no osa
moverlo.

Aléjate de él, hombre,
ponte a salvo.

jueves, 6 de enero de 2011

A mis luceros verdes.

Luceros verdes de mirar tierno.
Cara de niña buena, mala a veces,
blanca tez nevada de invierno,
ternura inquieta que en mis brazos meces.

Voluntad débil hoy, quizás mañana
resolución firme y decidida.
El amor de una madre cercana,
separación de una madre sufrida.

Por la intranquilidad, fe quebrantada.
A la guía divina te resistes.
a veces algo más que amedrentada,
por la senda equivocada insistes.

Aún así, en imprescindible, vital
para mi existencia te has convertido
Amarte, quererte para mi es normal,
no hacerlo para mi es prohibido.

(A mi Inés)

lunes, 3 de enero de 2011

Sinfonía.

Gracioso, vivaz agudo, envolvente.
El violín destaca, el baile inicia,
se eleva con singular pericia,
para irse apagando mansamente.

Le contesta el oboe diligente,
que con su sereno tono propicia,
un ritmo suave, que acaricia,
su grave tonalidad dulcemente.

Este canto, despierta al contrabajo,
y a su voz ronca y grave que hace sonar,
durante largo tiempo a destajo,

hasta con la voz del arpa conectar,
para en un dueto imposible,
la hermosa sinfonía acabar.

domingo, 2 de enero de 2011

Mirándome al espejo.

Fue ayer. Ayer mismo,
cuando observaba mi tez,
mi otro yo en el espejo.

Me despisté. Miré a otro lado.
Pasaron quince años.

La adolescencia me produce erupciones
en la cara. Volcanes activos
en un cuerpo activo. En plenitud.

Me despisté. Miré a otro lado.
Pasaron quince años.

El cabello empieza a desertar de la cabeza
del tipo que me mira al otro lado del espejo.
Sus ideas cada vez son más claras.

Me despisté. Mire a otro lado.
Pasaron quince años.

La cima de mi cabeza empieza a blanquear,
cual pico nevado.
Nieves perpetuas coronarán mi testa.

Me despisté. Miré a otro lado.
Han pasado quince años.

Los surcos conquistan mi cara,
mis manos. ¿El preámbulo de un viaje
definitivo?.

Me despisté. Miré a otro lado.
Han pasado quince años.

Mis ojos vagan perdidos. No quieren mirarme
desde el espejo. Me rehuyen.
Me evitan. Se avergüenzan de mi.

Me despisté. Miré a otro lado.
Han pasado quince años.

Nadie me mira desde el espejo.
No soy, no estoy ya, físicamente.
He iniciado el viaje hacia la eterna juventud.