Primavera, luz del sur, cielo aturquesado y raso. Gris tormentoso y espontáneo, inconveniente, caprichoso; gris de primavera, caluroso, húmedo atropicalado, verde, contundente, esporádico. Golondrinas juguetonas e inquietas. Mañanas luminosas, tardes tranquilas y luengas, brisas suaves, armónicas, que me traen recuerdos; ¡Ay, los recuerdos! Recuerdos de cal, y luz, y pueblo, y gente. Recuerdos del pueblo, de olores a campo. Recuerdos: Un niño juega con una vieja pelota marrón en un patio blanco y limpio, entre un viejo limonero y unos rosales floridos, cerca, un perro moteado en blanco y negro dormita junto al brocal de un pozo encalado. Recuerdos: Una mujer de pelo blanco como la nieve, vestida de negro perpetuo, cose, o pela unas verduras, sentada en una silla de madera y esparto a la luz de la tarde tranquila de primavera, en aquel blanco patio. De vez en cuando la mujer levanta la vista y riñe al niño que no para quieto con la pelota marrón. Recuerdos.
Empieza a llover, fuertemente, a la manera de la primavera, a la manera de mayo, la luz de la tarde tranquila se va y viene, se intercambia con la tarde gris. La lluvia hace aflorar los olores de las plantas y de la tierra, y hace aflorar más recuerdos.
¡Ay, cuantos recuerdos!
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martes, 28 de mayo de 2013
sábado, 29 de diciembre de 2012
El Paseo.
Paseo por el camino de la tarde gris, acompañado por los chopos dormidos y desnudos, descarnados en el invierno. Los pensamientos se ahogan dentro de mí y pujan por salir en tropel, a respirar el aire frío y limpio de la tarde. El sol, huidizo, es el gran ausente a la cita y no hace acto de presencia, no se ha dignado salir en todo el día, temeroso quizá, o quizá prezoso o huidizo. La neblina pronto empezará a adueñarse del paisaje que mis ojos disfrutan, y solo espera a que la noche temprana reclame su sitio, para reclamar ella a su vez un sitio privilegiado junto a la noche, y baje junto a ella desde los senderos serpenteantes de la sierra.
La tarde huele a leña quemada, a café caliente, a castañas asadas, a humedad, a barro, a frio glacial, a hojas secas. La ciudad cercana, poco a poco empieza a encender sus luces.
Quizá vaya siendo hora de volver, me pregunto, mientras dos pequeños gorriones, resistentes valientes al frío, revolotean tras mis pasos.
La tarde huele a leña quemada, a café caliente, a castañas asadas, a humedad, a barro, a frio glacial, a hojas secas. La ciudad cercana, poco a poco empieza a encender sus luces.
Quizá vaya siendo hora de volver, me pregunto, mientras dos pequeños gorriones, resistentes valientes al frío, revolotean tras mis pasos.
lunes, 19 de diciembre de 2011
Una mañana de diciembre.

El viento del norte, inclemente, frío, temporal; nos recuerda lo frágiles que somos. El viento del norte está aquí, en esta mañana de diciembre, llamando al hombre por su nombre: Frágil.
El viento del norte con sus grandes zarpas, en esta mañana de diciembre, juega con el agua de la gran tina que es la mar.
El viento del norte, en esta mañana de diciembre, tumba nuestros adornos paganos, nuestros abetos de mentira, ensortijados con la falacia, nuestro mundo de ensueño, nuestros castillos en el aire, nuestros sueños dorados de cristal y acero, nuestra crueldad disfrazada de paz y buena voluntad.
Y los hombres del campo; y los hombres de la mar, que miran al cielo de cuando en cuando, que no adornan sus vidas con cristalinas mentiras, se han puesto a temblar, en esta mañana de diciembre.
El viento del norte está aquí, por el momento, y nos mira, y se ríe de lo insensatos que podemos llegar a ser, de lo insensibles que somos.
El viento del norte está aquí y no vamos a poder vencerlo. Quizá; solamente el viento del sur pueda, cuando venga allá por...Quizá lo venza, para que volvamos a olvidar al viento del norte, hasta que vuelva una mañana de diciembre, como esta, gris, oscura, triste, inclemente, fría, temporal...
lunes, 4 de julio de 2011
El Mar.

Unas gaviotas juegan a lo lejos, fingiendo que pelean.
Un perfume salino lo inunda todo. Es el perfume del mar.
Ese mar testarudo, norteño, que se empeña, una, otra, y otra vez en ganar la partida a la tierra firme, y arremete contra ella, y salta por encima de ella, y a veces la asusta, y aveces parece, incluso, como si el mar venciera la partida a la tierra rocosa.
El cielo se ha vestido de un azul neblinoso, claro, casi blanqecino. El sol pica, suave, persistente. A lo lejos, allá, unos pescadores retornan a puerto de intentar engañar al mar. En los montículos circundantes, la primavera ha tendido una suave alfombra verde en el suelo. Más abajo, los acantilados lucen sus porosos y desgastados cuerpos, arrugados, cansados de siglos de lucha cotidiana contra el bravo mar, contra el insistente mar.
A lo lejos, unas gaviotas juegan, fingiendo que pelean.
miércoles, 8 de junio de 2011
Embelesado.

Cada tarde, me quedo embelesado, mirando hacia el horizonte, hacia poniente, al sol que se va yendo, poco a poco. Como poco a poco, se va apagando su luz, como va feneciendo, poco a poco, dejando atrás las huellas rojizas y encendidas de su presencia. Me parece, siempre me lo pareció, el espectáculo más grande que hay encima de la tierra. Hay quien me pregunta, que por qué me quedo cada tarde, embelesado, viendo algo que va a volver a suceder mañana, viendo algo que ya sucedió en la tarde de ayer, viendo algo que sucede desde que el mundo es mundo, y que seguirá sucediendo, también, durante todos los días, hasta que deje de serlo.
A veces, de madrugada, me he despertado a tiempo para quedarme embelesado mirando hacia levante, como nace el nuevo sol. Como poco a poco va imponiendo su presencia en el limpio cielo de madrugada. Es el mismo sol que vi apagarse la tarde anterior que vuelve, por otro camino, o por el mismo, pero vuelve renovado, con más fuerza, más joven, dejando a su paso las mismas huellas rojizas y encendidas que cuando se fue, la tarde anterior. A mi me parece, también, siempre me lo ha parecido, el espectáculo más grande que hay encima de la tierra. Hay quien me pregunta por qué pierdo el tiempo, embelesado, viendo algo que va a volver a suceder mañana, viendo algo que ya sucedió en el amanecer del día anterior, viendo algo que sucede desde que el mundo es mundo, y que seguirá sucediendo, también, durante todos los días, hasta que deje de serlo.
Yo, les contesto a todos ellos, que cuando yo no esté, esto seguirá pasando. Seguirá saliendo el sol cada mañana. Continuará yéndose cada tarde, Por eso cada día me quedo embelesado viendo el sol, irse o venir. Por eso no me canso nunca de ver el espectáculo más grande que hay encima de la tierra: Por que quizá, esa, puede ser la última vez que lo vea.
Dice el sabio proverbio que no apreciamos lo que tenemos hasta que nos falta.
viernes, 29 de abril de 2011
Me Pregunto.
Me quedé embelesado viendo cómo el sol luchaba por hacerse un hueco, en el inmenso lienzo turquesa, entre las nubes. Ese sol de primavera, tibio, relajante, luchaba con las enormes nubes, amenazantes, grises, pasajeras. Me pregunté si habría alguien haciendo lo mismo que yo. Me pregunté si alguien estaría haciéndose esa misma pregunta observando al sol de la tarde primaveral peleando contra las nubes.
Cada día lanzo mis pensamientos al viento, cómo pequeñas briznas de algodón. El viento las lleva lejos, deposita sus frágiles cuerpos en lugares lejanos. Me pregunto cuanta gente estará en éste preciso instante lanzando sus pensamientos al capricho del viento, que los llevará lejos y quizá caigan en mis manos, cómo los míos caen en otras manos.
Me voy en espíritu al viejo puente, cercano a mi pueblo, que desde hace años desafía al viejo Guadiana embravecido por la bonanza del invierno. Desde ese viejo puente que osa adentrarse en el alma del viejo río, me quedo embelesado viendo el agua pasar, debajo de mi, a través de los ojos del viejo puente. En ese agua, torrencial ahora, observo a una pequeña hoja, arrancada quizá por el viento de alguno de los árboles que viven en la ribera del río. La pequeña hoja flota y se deja llevar por el sentido de las aguas. Me pregunto si alguien, más adelante, apoyado en alguna barandilla de algún otro puente que ose desafiar al mismo viejo río, se encontrará también con esa pequeña hoja, arrastrada por la corriente. Me pregunto si ese otro alguien, como yo, se preguntará a su vez si todavía más adelante, habrá algún otro observador embelesado, cómo él, cómo yo, que haya visto también la hoja correr río abajo, llevada por el agua.
Me gustaría que así fuera.
Cada día lanzo mis pensamientos al viento, cómo pequeñas briznas de algodón. El viento las lleva lejos, deposita sus frágiles cuerpos en lugares lejanos. Me pregunto cuanta gente estará en éste preciso instante lanzando sus pensamientos al capricho del viento, que los llevará lejos y quizá caigan en mis manos, cómo los míos caen en otras manos.
Me voy en espíritu al viejo puente, cercano a mi pueblo, que desde hace años desafía al viejo Guadiana embravecido por la bonanza del invierno. Desde ese viejo puente que osa adentrarse en el alma del viejo río, me quedo embelesado viendo el agua pasar, debajo de mi, a través de los ojos del viejo puente. En ese agua, torrencial ahora, observo a una pequeña hoja, arrancada quizá por el viento de alguno de los árboles que viven en la ribera del río. La pequeña hoja flota y se deja llevar por el sentido de las aguas. Me pregunto si alguien, más adelante, apoyado en alguna barandilla de algún otro puente que ose desafiar al mismo viejo río, se encontrará también con esa pequeña hoja, arrastrada por la corriente. Me pregunto si ese otro alguien, como yo, se preguntará a su vez si todavía más adelante, habrá algún otro observador embelesado, cómo él, cómo yo, que haya visto también la hoja correr río abajo, llevada por el agua.
Me gustaría que así fuera.
domingo, 10 de abril de 2011
Confieso que he errado.
He errado; lo confieso.
Me he decepcionado a mi mismo.
A mis familiares, no; ellos no tenían puesta ninguna esperanza en mi persona. Con antelación sabían que yo erraría un día u otro.
He escrito algunos versos; pocos. Casi nadie los lee. Algunas pequeñas historias han salido de mi cerebro de fracasado. Pero no soy un triunfador. No tengo casa propia, coche, perro, créditos por pagar...
Todo lo veo oscuro, no veo luz en el horizonte. A la larga todos estamos condenados al fracaso, lo que pasa es que yo me he adelantado. Ventajas de ser un fracasado de nacimiento. Ventajas de ser sincero con uno mismo.
Con mis familiares no soy sincero. Ellos ya sabían que yo me adelantaría a mi propio fracaso, al suyo, al de todos. Ellos no tenían puesta ninguna esperanza en mi persona. En la de ellos si.
Únicamente me enorgullezco de contarlo.
Soy un fracasado sincero.
¿Puede todo el mundo decir lo mismo?
Confieso que he errado...
Me he decepcionado a mi mismo.
A mis familiares, no; ellos no tenían puesta ninguna esperanza en mi persona. Con antelación sabían que yo erraría un día u otro.
He escrito algunos versos; pocos. Casi nadie los lee. Algunas pequeñas historias han salido de mi cerebro de fracasado. Pero no soy un triunfador. No tengo casa propia, coche, perro, créditos por pagar...
Todo lo veo oscuro, no veo luz en el horizonte. A la larga todos estamos condenados al fracaso, lo que pasa es que yo me he adelantado. Ventajas de ser un fracasado de nacimiento. Ventajas de ser sincero con uno mismo.
Con mis familiares no soy sincero. Ellos ya sabían que yo me adelantaría a mi propio fracaso, al suyo, al de todos. Ellos no tenían puesta ninguna esperanza en mi persona. En la de ellos si.
Únicamente me enorgullezco de contarlo.
Soy un fracasado sincero.
¿Puede todo el mundo decir lo mismo?
Confieso que he errado...
sábado, 26 de septiembre de 2009
Días de escuela
Días de escuela, de infancia perdida en un tiempo lejano. Bajo el calor de la tarde primaveral, los niños sueñan con su libertad, entre las palabras doctas del maestro. Es una vieja escuela, de paredes impregnadas de humedad, llenas de los infantes, que mañana serán, o no serán. Fuera, en la calle, agenas a las palabras del maestro, las golondrinas cantan. Dentro, agenos a las palabras del maestro, los niños escuchan el canto de las golondrinas. El maestro, ageno a los cantos de las golondrinas y a los sueños de los niños, pide un poco de atención. El ambiente huele a libros, a tiza, a humedad, al humo del tabaco del maestro. Delante, en las primeras filas, se sientan los más aplicados, los menos soñadores, los poco traviesos. El resto se sienta atrás. El maestro los mira, y piensa en el mañana de los que tiene delante suyo. Piensa que ellos, serán labriegos, como sus padres, como sus abuelos. Piensa que ellas, encontrarán un labriego, para casarse, y el adiestrará a sus hijos, como intenta ahora adiestrar a sus padres, como adiestró ayer a los que hoy son padres de estos pequeños labriegos del mañana. Fuera, las golondrinas cantan.
sábado, 19 de septiembre de 2009
El tonto.
Allí viene el tonto. Con su andar raro, con su raro vestir, con sus gestos raros, con su raro hablar. Va calle abajo hacia la carretera donde los desocupados esperan el pan de hoy y el hambre del mañana. El tonto va hacia ellos, como un bufón va hacia la corte. Y ellos se rien del tonto, le hacen fumar colillas y beber culos de vino; le dan patadas y empujones, y el tonto para ellos es esa vida cruel que les da el trabajo hoy y les niega el pan mañana; es para ellos el patrón que les exige cada día más por menos; es ese hijo enfermo, esa madre muerta, ese padre tullido; es todos sus sufrimientos juntos, metidos en un tonto. Por eso le maltratan. ¿Y que otra cosa pueden hacer, mientras no haya justicia?
El Mendigo.
Tarde fría de febrero. Cielo gris, plomizo, triste. La gente va como el agua en el río de mi infancia, en otoño, desbordando su cauce. Caen diminutas gotas de agua helada, casi nieve. Las baldosas rojas y blancas se tornan deslizantes. Y ahí esta el. Mugriento, aterido por el frío; bamboleante hacia adelante y hacia atrás, como uno de esos rabinos ortodoxos que hablan con Dios ante lo que queda de su templo en Jerusalén. Con su barba negra impresa en un rostro delgado, afilado; acompañados de unos ojos color azabache que miran sin ver. Su cara, se diría que es la misma que los artistas le pusieron a Jesús. Al Jesús milagroso, al Jesús misericordioso, al Jesús triunfante, al Jesús sufriente, al Jesús moribundo; a nuestro Jesús. Un hombre que pasa junto a el por el acerado de la calle de la gran ciudad, le mira curioso. El le devuelve la mirada. El hombre busca en su bolsillo unas monedas y se las da, y sigue su camino; y en su cara se mezclan con la lluvia fina y fría de la tarde unas lágrimas, mientras dice en voz baja: "Es El, que ha vuelto".
lunes, 14 de septiembre de 2009
El quesero
"¡Auiii quemoooo!". Ya viene el quesero. Con su carrillo chirriante y lleno de mugre; y de quesos. Ya viene el quesero con su raída chaqueta de pana, que como el, tanto ha vivido, tantas miserias ha pasado, junto a el. Ya viene el quesero, ataviado con su boina negra que nubla su pardo rostro. Ya viene el quesero, y lo llaman las mujeres que se asoman a la puerta de sus encaladas casas: "Ven quesero". Y el quesero va; y saca su vieja balanza; y saca su vieja navaja; y corta el queso; y lo pesa; y lo envuelve; y recoje el fruto de su sustento. Se va el quesero calle abajo; y sentado en el umbral de la puerta de su casa blanca y vieja, le sonríe un niño delgado y huérfano; y devuelve la sonrisa el quesero, que va calle abajo, con su carrillo chirriante lleno de quesos y de mugre y de pobreza; y grita: "¿Auiii quemoooo!".
lunes, 17 de agosto de 2009
El río

Caminas lento bajo el calor del sur. Lento, como el labriego que tras luchar junto a la tierra, vuelve a su casa, cansado. Lento como el tiempo, en los pueblos blancos que vas dejando atrás, camino de la inmensidad del mar. Lento, como el invierno, frío y estéril; y en tus aguas, arrastras sonidos de jotas, de fandangos, de fado; de niños chapoteando en tu seno, ruidosos, jugetones. Pasas por mi pueblo blanco, camino de poniente, y cuando llegas a la atalya de piedra, a la ciudad guerrera, cambias tu camino, y te diriges rumbo al sur, y vas serpenteando entre gentes de distintas lenguas, que habitan una misma tierra, que miran hacia el mismo cielo azul. Y empiezas a andar más y más rápido, y llegas al mar, y te adentras en el, para renovar tu cansado y viejo cuerpo, para rejuvenecer tu alma y volver a ser ese niño jugetón que aparece y desaparece. Llega el otoño, y con el las nubes, y con ellas retornas a tu tierra, y retomas tu andar lento, y vuelves a dejar tras de ti los pueblos blancos, y vuelves a escuchar las jotas, los fandangos y los fados, y vuelves encontrarte con la atalaya de piedra una vez más, y vuelves al sur, y al mar...
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