miércoles, 29 de diciembre de 2010

Por Extremadura.

Desde Gredos voy bajando,
hacia la Vera y el Jerte.
Tus paisajes voy soñando,
llorando por no tenerte.

Me dirijo al medio día
por un ancho y verde prado,
por Monfragüe, Dios me guía,
muestra tu cuerpo sembrado

de mieses, que en primavera
a más tardar en verano,
tras la invernal sementera,
a tus hijos da su grano.

Llego a tu sur, Madre Tierra,
a mi sur, a mi pueblo yo arribo.
Sur, tocado por la guerra.
Sur, soleado. Sur altivo.

Y en tu sur, muero, canto,
sueño, vivo, enfermo,
descanso, camino, me levanto,
amo, vuelo, duermo...

Con domicilio a las puertas del cielo.

Noche neblinosa, fría, infernal,
oscura, húmeda. Noche de invierno.
Los mendigos buscan entre las sobras
de la crisis...de moral.

Alumbrados por las luces de neón,
se mueven como muertos vivientes,
como autómatas, parsimoniosos,
con movimientos medidos y parcos,
avenida abajo.

Otros se tumban sobre el frío suelo,
entre raídas mantas, rodeados,
de sucios cartones que envolvieron,
quizás, algunos sueños.

Princesas de cuento de hadas pasan
junto a ellos, desgraciados, sentados
a las puertas del rincón de los sueños,
impávidas, impasibles.

Desterrados en su propia tierra,
muertos en vida, anónimos entre
los anónimos. Con su domicilio
a las puertas del cielo.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Navidad.

Navidad blanca de postal
soñada, ideal, mágica,
para acomodadas mentes
guardadas en cristalinas,
blancas urnas.

Navidad única, tierna,
de calles engalanadas
con deslumbrantes lámparas
de neón y de opulencia
falsa y vaga.

Navidad real, oscura,
de puentes engalanados
de miseria y desamparo,
bajo los que se esconden
la tristeza.

Navidad cruel y avara,
pervertida, travestida
en opíparos banquetes,
en falsa solidaridad,
hipócrita.

Y sin embargo, Navidad
de esperanza, regada
con cristalinas aguas
de auténtica hermandad,
entre todos.

Quizás Navidad futura,
auténtica, deslumbrante,
adornada con las luces
que ensombrecerán la maldad
inhumana.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Franco pasó por El Llano y paró: ¿Leyenda o Realidad?.

No sabría decir si es vedad o no. Cuando era niño, algunos de mis compañeros de escuela y de juegos, aseguraban que ellos se lo habían escuchado a sus mayores, que Franco había estado en mi pueblo. "Hace muchos años de eso. Mi padre y mi madre, aún, no eran ni novios", insistían. Al parecer fue en una mañana de junio. El Caudillo iba camino de la capital de nuestra provincia a través de nuestra comarca, inaugurando carreteras, la presa de El Monte, el canal y los "pueblos nuevos", los pueblos que nacían aquí y allá y que eran poblados por los colonos venidos de otras comarcas de nuestra tierra o, incluso, de otras regiones de nuestro país, hacia el dorado de la concentración parcelaria y el reparto de tierras del plan de puesta en regadío de los secarrales que formaban entonces nuestra comarca. Así que quedamos en que; pasar, lo que se dice pasar, Franco pasó por nuestro pueblo.
Pero; ¿también paró?. Eso es lo que dicen. Nadie lo asegura taxativamente, pero son muchos los que dicen habérselo oído a alguien, un abuelo, un padre, un tío. Franco iba de camino a la capital provincial, eso ya lo sabemos, en una tórrida mañana de junio. ¿O fue de julio?. Bueno, bueno, el caso es que hacía mucho calor ese día, así que el Caudillo ordenó a su comitiva que pararan en mi pueblo, en el bar "El Candil", la taberna que había entonces a la entrada del pueblo viniendo desde la Villarroga. Entonces la regentaba Severo Galán, el padre de mi tío Pablo, el que se casó con mi tía Julia, la hermana pequeña de mi madre. Nunca oí nada al respecto de la parada de Franco en la tasca de su padre a mi tío Pablo. Tampoco a mi tía Julia. Algo hubieran comentado al respecto, e incluso tendrían alguna foto del acontecimiento. Pero nada. El caso es que la gente del pueblo, o parte de ella, asegura que fue así. Que Franco, en un día de calor, del mes de junio o de julio, no sabemos bien, de hace ya muchos años, paró en "El Candil" con su comitiva y, además, dicen, que se tomó allí una cerveza fría y que estuvo hablando y departiendo un rato largo con los parroquianos que allí se encontraban, todos gente de campo, jornaleros, labriegos, pobres como ratas, que iban a diario a "El Candil" a ahogar sus penas en vino o a jugar la partida. Imaginaos a Severo, que en paz descanse, el padre de mi tío Pablo, cuando viera aparecer en su bar al Caudillo y éste le pidiera una cerveza y convidara a otra a su séquito. Imaginaos las caras de los parroquianos. Unos dicen que aquello fue así, otros dicen que no.
Hay quien dice que parar, paró. Pero no en "El Candil", ni a tomarse una cerveza. Dicen que paró obligado. El tío Obdulio, el hijo de la tía Irene, la hermana de mi abuela, contaba otra historia. Decía que habían mandado una circular al ayuntamiento anunciando que Franco pasaría por El Llano, camino de la capital. La noticia corrió como un reguero de pólvora por el pueblo. Decía el tío Obdulio, que era director de la banda municipal, que el estaba en el Ayuntamiento el día que llegó la circular, que recomendaba al alcalde anunciar el hecho al pueblo, para que la gente saliera a recibir a la comitiva del caudillo a la calle grande, que era por donde iba a pasar, camino de El Monte y de la capital. Dicho y hecho. Aquel día todo el mundo salió a la calle y se posicionó en la calle grande, que era entonces y sigue siendo ahora, travesía. Por esa calle transcurre la carretera que parte desde Augusta hasta la capital provincial. Imaginaos el panorama. Se anuncia que el Caudillo pasaría por allí camino de la capital, la noticia corre por el pueblo rauda y veloz. El día de autos, todo el mundo está allí, en la calle grande, a un lado y a otro de la carretera para ver a Franco. Contaba el tío Obdulio, que cuando el coche del caudillo entro en mi pueblo aminoró la marcha para que su Excelencia pudiera saludar a la gente que se había congregado allí. Iba en un coche descubierto, del que el tío no da detalles. Delante del coche descubierto donde iba Franco, iba uno cubierto en el que viajan sus guardaespaldas. De repente, Juan de la Hoz, que vivía en aquella calle ya por entonces y que era un franquista acérrimo, sale de entre la gente y se dirige a saludar al Caudillo con la mano en alto. Los guardaespaldas que iban en el coche cubierto de delante, paran, se bajan y se lían a mamporros con el pobre Juan, que solamente quería saludar a Franco, estrecharle la mano para, años después contárselo a sus y hijos y a sus nietos. Decía el tío Obdulio, que tuvo que salir el por entonces alcalde, Isidro Sánchez, en ayuda del pobre De la Hoz y, que gracias a el, los guardaespaldas del caudillo no lo mataron a golpes. Una vez pregunté a mi abuela sobre la veracidad de ésta historia y me dijo que no hiciera mucho caso de su sobrino Obdulio, que era un sinvergüenza y un borrachín. Me dijo que ella no se acordaba de si pasó o no y, que si Franco pasó por allí, desde luego no paró, que a lo sumo reduciría la velocidad el coche para saludar a la gente, pero que ella, tampoco se acordaba bien de aquello, pues en aquella época ella y mi abuelo, tenían cosas mejores que hacer que perder el tiempo en ver pasar un coche, que seguramente ni llevaría a Franco.
Hay quien dice en el pueblo que esto fue así. Hay quien dice que no. A lo mejor no fue Franco el que pasó y fue el doble que dicen las leyendas urbanas que tenía. Sea como sea, fuera cierto o no. El hecho no trascendió fuera de los límites de mi pueblo y, pasó a ser una de esas leyendas que pasan de padres a hijos y que nunca nadie sabe a ciencia cierta si son verdad o no.

martes, 7 de diciembre de 2010

El Llano, mi pueblo.

Somos lo que somos por lo que hemos sido, por donde hemos nacido, por donde hemos vivido. En éste diciembre frío y lluvioso me viene a la mente, al alma, la nostalgia de mi pueblo, de El Llano, los recuerdos de la infancia, los juegos en esas calles, a la sombra de esas casas blancas, encaladas. El Llano, mi pueblo, un pueblecito insignificante y que, sin embargo, ocupa en algún lugar del día buena parte de mi mente, de los pensamientos que de ella nacen.
Personas, vivas y muertas, que son, que fueron, que no serán más. De aquel maestro dictatorial y recto que nos daba lengua y religión, de aquel médico campechano y comilón, de aquel boticario parlanchin, de aquel hombre lleno de mugre y miseria que veníka con su carrito chirriante vendiendo quesos por la calle, de aquel pescadero que tenía voz de tenor y al que se le oía cantar las alabanzas de su pescado desde la otra punta del pueblo, de la señora fermina vendiendo sus verduras por la calle, de mi calle, del casino, del bar de José Cabra, del ayuntamiento, de la escuela, de la Iglesia de San Jaime, del Paseo, del río Rácala, que rodeaba el pueblo para, kilómetros después ir a morir al Guadiana, y que por estas fechas siempre se desbordaba e inundaba las últimas casa del pueblo, las más cercanas al río, del mismo Guadiana, de la sierra de San Severo, la única cota importante en la inmensa llanura de la Ribera, de la casa donde me crié...
La casa donde me crié. La casa de mis abuelos, en la calle grande, frente al casino. A veces tengo miedo de ir y comprobar que ya, en otras manos, no sea tal y como era cuando yo vivía allí. Es curioso, en las capitales, una casa o un piso, pueden pasar de unos manos a otras sin que quede constancia de quien o quienes vivieron allí. En los pueblos no. Allí una casa será siempre la casa de Fulano, la de Beltrana, la de la familia tal o cual. Cuando voy al pueblo no puedo evitar decir cuando paso por la que casa que fue de mis abuelos, donde yo me crié, "mi casa", aunque se que ya es de otros. Otros que la cambiarán, la renovarán, la moldearán a su gusto. Para mis amigos seguirá siendo durante años, la casa donde yo vivía, donde me iban a buscar para ir a la escuela o ir a jugar cuando éramos niños, y si entran ahora ella, por azar del destino, se dirán que que cambiada está la casa, que allí había una cocina y allá una puerta y acullá una chimenea de las antiguas, y que el techo no era así, y...
Dicen que no valoras lo que pierdes, hasta que lo pierdes. Ahora, aquí, en Madrid, me parece que la época que viví en El Llano, en mi pueblo, fue la más feliz de mi vida, todo me lleva a ella, a recordarla, a revivirla. Cada día, de ese baul de los recuerdos de mi mente, salen personajes, vivencias, anécdotas, historias, leyendas. Quizá sea por vivir en una ciudad elefantiásica, inmensa, donde no eres nadie, donde no eres nada, mientras que cuando vivía en el pueblo, era el hijo de Valentín el navarro, el pequeño, que se fue a Madrid, si ese flaco, que se quedó huérfano de madre siendo niño, nieto de Ramiro Rodríguez y Natalia Cardoso. Siempre digo que venga cuando venga a visitarme la muerte, yo, quiero que me entierren en el cementerio de mi pueblo, con los míos. Quiero que cuando alguien vea mi tumba diga; "Mira. Ahí está enterrado el hijo de Valentín el navarro, el pequeño, ese tan flaco, el que se fue a Madrid, al que se le murió la madre siendo niño, al que criaron sus abuelos maternos, Ramiro y Natalia". Si me enterraran en Madrid nadie diría eso. Sería uno más, quien sabe quien, muerto en sabe Dios que circunstancias, enterrado junto a otros miles de anónimos, de desarraigados.
El pueblo. Siempre el pueblo. Aquellos inviernos de niño, aquellos juegos en el atrio de la iglesia de San Jaime, aquellos días de escuela en aquellas aulas tan viejas, tan húmedas, tan frías, tan vetustas, aquellos domingos de ropa limpia, de olor a colonia y, luego, en la adolescencia, aquellos amores de verano, furtivos, pasajeros, aquellas vivencias con los que venían desde la emigración, de Madrid, de Barcelona, de San Sebastián, de Bilbao, que venían al pueblo de sus padres a pasar los veranos tórridos.
Desde la lejanía, los miro, como mira el navegante las señales espumosas que deja tras de si su barco en las inmensas aguas del mar, como las estelas blancas de humo que dejan los aviones a su paso, como las huellas que deja el caminante en el barro del camino. Desde la lejanía intento palpar aquel pueblo sostenido a base de supervivencia e ingenio, a base de carencias, al son de la imaginación. Intento palpar aquel pueblo, pero no lo encuentro, me lo han cambiado. Ya no me queda nadie cercano en El Llano. Si, un monton de tíos, primos, parientes lejanos, amigos, los pocos que optaron por quedarse, que cuando voy por allí, siguen con sus vidas, andando su camino que ya, dificilmente, apenas se cruza con el tuyo. Se fueron mis padres, mis abuelos, mis hermanos ya no viven allí, optaron como yo por poner tierra de por medio. Solo me van quedando un monton de recuerdos, buenos, malos, regulares. Conforme pasa el tiempo, cuando voy, más de tarde en tarde y con menos asiduidad que lo que yo quisiera veo gentes, los que eran recien nacidos cuando yo me fui, o apenas mocosos de ocho o diez años, ahora hombres y mujeres, preguntar; "Y tu, ¿Quien eres?", y me entra la depresión del que ya no es de allí ni de aquí, me entra esa sensación de desarraigo que dicen que acompaña siempre al emigrante y, que se hace más patente cuanto más viejo te haces.
Cada día, al levantarme, cada noche, cuando me acuesto, me acuerdo de El Llano, mi pueblo y paseo por sus calles, las recorro una a una, con pasos infantiles o juveniles. Vuelvo a jugar al fútbol, o a los bolindres, o al frontón, en el atrio de la iglesia de San Jaime, vuelvo a ir en los veranos al río a bañarme, o a aquella discoteca de verano, o aquellos futbolines del bar de José Cabra, o a buscar el beso furtivo de ese amor de verano, pasajero, ya lejano y olvidado.
Hoy, aquí, en Madrid, mirando la lluvia caer a través de mi ventana, pienso en El Llano, mi pueblo. Dicen que la patria de un hombre es su infancia. Es verdad. Quizá por eso, al lugar donde nacemos, le llamamos patria chica. Es el lugar donde vimos por primera vez la vida, el lugar dondo nos alumbró por primera vez la sabiduría, el lugar donde por primera vez amamos, donde por primera vez lloramos, donde sentimos por primera vez la falta del ser querido. Hoy, al ver caer la lluvia, me he acordado de mi pueblo, que no es el mejor pueblo del mundo, ni el más bonito, pero es el que guarda todos mis recuerdos, y es al que cuando vaya a morir, como el salmón, espero volver. Es El Llano, mi pueblo, al que de cuando en cuando vuelvo y noto que ha cambiado y me siento como aquellas gentes nómadas que dejan de vivir en una casa y pasado los años vuelven yla ven tan cambiada y se encuentran a extraños viviendo en ella.