miércoles, 30 de noviembre de 2011

El Retorno.



El hombre salió del bloque de apartamentos en el que vivía su hija y su nieto, muy temprano. Tomó un taxi e indicó al conductor que lo llevara al aeropuerto. A esa hora, Londres empezaba a despertarse.
Una vez montado en el avión que le conduciría a Lisboa, empezó a pensar en la visita que iba a hacer a su país, tantos años después de haber salido por piernas de el. Empezó a pensar en su hermana, a la que no había vuelto a ver desde agosto del 36, el día que tuvo que salir huyendo de El Llano camino de la frontera portuguesa. Estos pensamientos se mezclaban en su cabeza con imágenes de su hija, de su nieto, de su mujer ya fallecida. Su hija le había pedido que esperara al mes de julio, a que ella tuviera vacaciones. Entonces irían juntos. Él prefería hacer este viaje sólo, ya habría tiempo de que su hija y su nieto conocieran a su familia española.
El avión aterrizó en Lisboa. Tras pasar por la aduana y recoger su equipaje, el hombre tomó un taxi. Indicó al taxista en "portuñol" el nombre del hotel al que quería que lo llevara. Una vez instalado en su habitación, el hombre hizo varias llamadas de teléfono. Una a Londres, para avisar a su hija de que ya había llegado a Lisboa, otra a España, para avisar a su hermana de su llegada al día siguiente en tren a la estación de El Monte, en el Talgo Lisboa-Madrid. Había querido ir primero a la capital portuguesa y tomar allí el tren hacia su tierra, como un acto ritual, para desandar el camino iniciado el 2 de agosto de 1936, cuando avisaron de que las tropas nacionales estaban al sur de la provincia y que en breve alcanzarían la capital y sus pueblos más próximos. Entonces había tenido miedo. Desde entonces, el miedo no lo había abandonado. Su hermano mayor, José, se había quedado en el pueblo, y lo había pagado con su vida. A su hermana, María, que ahora le esperaba en El Llano, le habían rapado la cabeza y la habían paseado por el pueblo. Mientras, él, huyendo. Había echado a andar, siguiendo las vías del tren, hasta Badajoz, había cruzado campo a través la frontera, se había internado en Portugal, había tenido suerte, mucha suerte, pues no le habían agarrado los "guardiñas", los cuales tenían órdenes de devolver a España a todos los fugitivos republicanos que hubieran entrado en Portugal ilegalmente. A los que habían entrado legalmente también los devolvían. Si; había tenido suerte. Había dado con unos campesinos, cerca de Estremoz, de izquierdas, comunistas, que lo habían escondido. Ellos habían organizado su traslado clandestino hacia Lisboa y su huida en un barco hacia Inglaterra. Por eso, ahora, cuarenta y cuatro años después, quería hacer el viaje de retorno a su pueblo desde Lisboa, en tren.
El hombre, en ese día que iba a estar en Lisboa, trata de ver lo más posible de la capital portuguesa. Visita la Praça do Comerçio, la Praça do Rossio, el barrio de Alfama. Se queda sorprendido en el estuario del Tajo ante la inmensidad del puente del 25 de abril. Al día siguiente toma el tren que le llevará hasta España. Avisa por teléfono a su hermana de su partida, le indica la hora de llegada del tren a la estación de El Monte. Durante el viaje no puede leer, ni dormitar, solo puede pensar; pensar en todos los años pasados, en su hermano mayor, muerto de dos tiros en la cabeza, frente al Casino, en la calle Grande, su calle. Va pensando en Juan Collar, alcalde republicano del pueblo, fusilado en la tapia del cementerio de La Villa. Va pensando en todos los años que han pasado desde entonces. Piensa en Julio Valdez, el hombre que le pegó los dos tiros a su hermano y que hizo rapar a su hermana. Piensa en que hará cuando se encuentre con el, pues Valdez vive todavía en El Llano.
El tren llega a la frontera de Caya. Dos agentes de la policía, suben al convoy y van pidiendo los pasaportes a los viajeros. El les entrega su pasaporte británico. El agente se lo sella en la página correspondiente y se lleva la mano a la visera de la gorra a modo de saludo. El tren sigue su camino hacia Badajoz. En la capital para quince minutos, tras los que inicia de nuevo camino hacia El Monte. Ya falta menos. No reconoce el paisaje de la vega. Todo está distinto, más moderno que hace cuarenta años. Ha cambiado todo demasiado. Hace cuarenta años, todo era vid, olivo y campos de secano. Hoy se puede ver maiz, frutales y hortalizas de todo tipo.
El tren llega a la estación de El Monte. El hombre coge su maleta y baja. En el andén está su hermana acompañada de cuatro hombres, cada uno de ellos de una edad distinta. Su hermana empieza a llamarlo en voz alta. La reconoce en seguida porque desde que en los años sesenta el volvió a dar señales de vida y a mantener correspondencia con ella, le ha mandado de cuando en cuando fotos de ella, de su marido, de sus hijos. "¡Ay; mi Juan, mi Juan!" Grita la mujer, que se abraza a el, y le besa, y moja su cara con sus lágrimas. "Mira; estos son mi marido y tres de mis hijos"; le dice la hermana cuando recupera la compostura. Su cuñado se adelanta y le estrecha la mano, lo mismo que los hijos. Se dirigen todos hacia fuera de la estación. Dos taxis los llevan a todos a El Llano.
El Llano. Su pueblo. ¡Está tan cambiado! Las calles por las que pasan están asfaltadas; cuando el se fue eran todas de tierra. Llegan a la casa de su hermana, que antes fue de sus padres; su casa. No la reconoce. Su hermana le informa que la ha cambiado de arriba a abajo en todos estos años y que ya no tiene que ver nada con la casa que él dejó. En los días que siguen, del brazo de su hermana o acompañado del cuñado o de sus sobrinos, se patea el pueblo de cabo a rabo. Va al casino de la calle grande. Allí coincide con Paco Hierro, que es unos años menor que el, con José Collar, el hermano del alcalde republicano de El Llano, fusilado por los nacionales, y con tantos y tantos conocidos y amigos a losque había perdido. Y así van pasando las semanas.
Un día, mientras desayunaba junto a su hermana en la cocina, le pregunta por el hombre que mató a su hermano José y paseó por todo el pueblo a ella, a su hermana, rapada: Por Julio Valdez. Su hermana le mira. "No; Juan. Después de tantos años, no habrás venido para eso, ¿verdad?. Yo ya he olvidado; ¿tu no?" El hombre mira fijo a su hermana. Una lágrima empieza a caerle por la cara. "Pero...Yo...Cuando me enteré que habia matado a José...Como un perro...De aquella forma...Y a ti..No se". El hombre rompe a llorar, como cuando era niño. Y como cuando era niño, su hermana mayor corre a su lado a consolarle. "No Juan. Tu no puedes hacer nada ya. Tu te fuiste. Le di tantas veces gracias a Dios por que así lo hicieras, cuando me enteré que estabas vivo. Era como si la vida nos hubiera devuelto todo lo que perdimos entonces. No, Juan. No quiero que te conviertas en un asesino. Si le vieras; a Julio Valdez, digo. No es más que un viejo chocho, que va a misa todas las tardes, acompañado de su hija. Imagino que tiene mucho de que arrepentirse el muy..." Su hermana no acaba la frase y lo abraza y lo besa en la mejilla.
A la caída de la tarde, cuando el esquilón de la iglesia empieza a llamar a misa. El hombre está en el atrio, sentado en un banco de madera, frente a la puerta de la parroquia. Ve acercarse a un anciano, vestido con un traje gris, ataviado con una boina negra, andando muy despacio, sostenido por el brazo por una mujer madura, vestida de luto, que se parece mucho al anciano. Es Julio Valdez. Han pasado más de cuarenta años desde la última vez que lo vio, pero el hombre reconocería esa cara en cualquier parte. Es Julio Valdez y como le dijo su hermana, está hecho un carcamal. La mirada del hombre y la del anciano se cruzan por un momento; y por un momento, uno y otro se sostienen esas miradas, frías, llenas de odio, hasta que el anciano, baja la cabeza y mira al suelo, derrotado quizá, incapaz quizá de sostener la mirada del hermano del hombre al que mató a sangre fría, hace más de cuarenta años, frente al casino de la calle grande. Parsimoniosa y lentamente, el anciano y su acompañante entran en la iglesia.
El hombre se levanta y echa a andar. Necesita dar un paseo. Necesita pensar. El anciano no ha sido capaz de sostenerle la mirada. Había pensado, hace tiempo en hacer un viaje hasta su pueblo y ajustar cuentas con él. El hombre piensa que la vida ha hecho su trabajo por él y que no hace falta sembrar más odio ni verter más sangre. El anciano vive amargado, de eso está seguro. Ojalá se pudra, aquí primero, y luego vaya a pudrirse al infierno, piensa el hombre. Caminando llega a una huerta. El perfume del campo le llena los pulmones. El sonido del agua corriendo por una acequia cercana le relaja. Se sienta en un tronco caído y cercano y se queda ensimismado mirando el cielo azul de El Llano y el baile de las golondrinas. El hombre piensa si valió para algo aquella guerra, si valió para algo tanto sufrimiento.

martes, 15 de noviembre de 2011

Mirando la mar.



Y miro a la mar serena,
miro a su horizonte azul,
la miro,
como acaricia la tierra;
y miro a las gaviotas,
como en torno mía vuelan,
extendiendo sus alas,
como graciosamente,
planean;
y me siento pequeño
ante tanta grandeza,
como un grano de trigo
al que en el silo almacenan;
como en la noche oscura
la luz de la linterna;
y me siento pequeño,
como las cosas pequeñas,
viendo la inmensidad
de la mar serena.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Un año más...



Un año más,
los yermos campos de España,
se cubrirán de espadaña
y al cielo implorarán,
la lluvia y el pan;
y la nieve en la montaña,
y los versos en las páginas,
de forma inerte caerán;
un año más.

El invierno cruel será,
y en la primavera,
como cantara el poeta,
escaleras buscará,
para subir a la cruz,
el noble pueblo andaluz;
un año más.

Brillará la primavera,
con lirios, con azucenas,
y el cielo azul sonreirá;
y gaviotas volarán,
por el mar y sus riberas,
y en los montes y en las sierras,
el águila reinará;
un año más.

El verano con sus siestas,
con algarabías y fiestas,
a nosotros llegará;
un año más.

Me pondré melancólico,
cuando aparezca el otoño,
por la puerta de atrás.

Y un año más seremos,
hasta que un día
nunca volvamos a ser más.

jueves, 10 de noviembre de 2011

De noche en la alcazaba.



Brillaba la blanca luna,
brillaba, sobre la alcazaba.
Brillaba en la noche oscura,
hacía la noche más clara.
En la oscuridad nocturna,
por la luna desvelada,
la torre de Espantaperros,
se hace vigía y capitana.
En las noches con luna,
lunas de noche clara,
asoma a la vieja torre
la figura de un fantasma.
¡Es Marwán que ya retorna
a defender su morada!
¡Es el hijo del gallego,
nacido bajo la espada!,
que vuelve a guardar su pueblo
cruzado por el Guadiana.
Que viene a guardar su viña
de la mordaz amenaza
de Muhammad, el Califa
de Córdoba, la sultana.
Badajoz no es toda mora;
tampoco es toda cristiana.
Pleitesía no le debe,
ni a Córdoba ni a Granada.
Vuelve Marwán a su pueblo,
las noches de luna blanca;
por la alcazaba pasea
su feroz, guerrera estampa.
¡Es Marwán el gallego,
nacido junto al Guadiana!
¡Que venga a luchar con él
quien quiera rendir su casa!
Es noche de luna llena,
que ilumina la alcazaba,
cuando el fantasma de Marwán,
pasea por sus terrazas;
oteando el horizonte,
velando por la amenaza,
que le vendrá desde el sur,
de Córdoba la sultana.

sábado, 5 de noviembre de 2011

La llegada del otoño.



Con la llegada del otoño
nos damos cuenta,
de la realidad terrible,
de la realidad cruenta,
de las hojas de los árboles
en la cuneta.

Mañanas de rocío,
noches de neblina.
Otoño crudo, tan frío,
a través de la niebla,
otoño frío, ¡tan frío!
Se me empieza a helar
el alma de sopor y vacío.

Junto a las aguas del río
el viento arrecia.
Presente se hace el otoño
con su apariencia;
las hojas secas y el suelo
tienen querencia;
el viento frío las baila,
con su violencia.

Los pájaros emigran al mediodía,
el viento ya inicia su melodía.

Otoño; preámbulo invernal,
suave muerte del verano,
su destino final.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

El Tren



Avanza el tren, veloz,
por las entrañas de la ciudad sombría,
y en su carreta va dejando atrás,
estación tras estación.
En las entrañas del tren,
hay gente que lee,
que escribe,
que ama,
que vive.
Hay gente que imita al tren;
corre veloz,
y ven pasar sus vidas,
estación tras estación.

Y la gente lee,
y escribe,
y ama,
y vive,
y es esclava de la sombría ciudad,
al igual que el tren,
y como él,
corre por sus entrañas;
y van dejando atrás sus vidas,
estación tras estación.