miércoles, 30 de mayo de 2012

Caminar de la noche.



Caminar de la noche,
tranquila y vaga,
una dama pasea
en la madrugada,
por el inmenso cielo,
descalza,
y a nuestros sueños
canta,
una nana en la madrugada.

Caminar de la noche;
la dama blanca,
pasea por ella,
y en ella baila,
su danza extraña,
y miles de candelas,
iluminan su camino
en la madrugada.

Caminar de la noche,
quietud y calma,
criaturas de la noche,
su vuelo levantan,
mientras reparamos
en nuestras camas,
las leves heridas
de la jornada.

Quietud de los cielos,
noche estrellada,
la dama va camino,
camino del alba.

domingo, 27 de mayo de 2012

La Secoya.



La ciudad se había despertado con la noticia de que el ayuntamiento se había desprendido de los terrenos de la Quinta de los indianos, popularmente conocida como el Parque de la niña María, y se lo había vendido y recalificado a don Marciano Báez, el empresario immobiliario más importante de toda la región.
Margarita, la florista gitana de la calle Mayor, anunciaba voz en grito la maldición que iba a caer sobre alguien si este atropello se llevaba a cabo.
Y es que detrás de la Quinta de los indianos había una antigua leyenda, que decía que la finca fue comprada por un indiano rico, don Nicanor Suárez, vuelto de tierras ameriacanas a su patria chica, allá por los comienzos del siglo XIX. Don Nicanor tenía una hija, María, la cual era, según cuenta la leyenda, una hermosa muchacha. Parece ser que la chica, allá en las Américas, se enamoró de un criado indio de su padre, lo cual no gustó a don Nicanor. Este vendió todo lo que tenía en las Indias y se volvió a España, con su hija, a la que apartó para siempre de su enamorado indio. La chica hizo traer, como recuerdo de la tierra americana que la vio nacer a ella y a su amor, un pequeño árbol, una secoya, que María plantó en la finca nada más llegar. Transcurridos unos años, pocos, el padre intentó casar a su hermosa niña con uno de los potentados locales, muchos años mayor que su hija. Esta, por el disgusto cayó enferma, dicen las lenguas que de verse en una tierra extraña, lejos de su enamorado y forzada a casarse con un viejo. Solo se relajaba y olvidaba su pena, los ratos que pasaba al lado de su pequeño árbol. A los pocos meses, María murió, y cuentan que en su lecho de muerte, pidió a su padre para que la enterrara bajo la secoya, y ahí empezó la leyenda. Don Nicanor así lo hizo, eso dicen al menos, y dicen también que la enterró sin ninguna placa que identificara la tumba. El que en el cementerio municipal no costara que ninguna tumba contenía los restos de la chica, ayudó a acrecentar la certeza de que todo ocurrió así. A los pocos años de morir María, lo hizo su padre, y la finca pasó a manos de unos hermanos suyos, y de estos a sus hijos, y de estos a los hijos de sus hijos, hasta que a mediados el siglo XX, los propietarios de la quinta y descendientes de los tíos de la niña María, murieron sin descendencia y donaron la propiedad al Ayuntamiento que lo convirtió en parque de recreo para los ciudadanos y, el palacete lo convirtieron en biblioteca municipal. En todo ese tiempo, el árbol no paró de crecer hasta hacerse tan alto que parecía que tocara el cielo con su copa. Dicen que había tardes que se podía oír suave llanto como de mujer, si se pasaba cerca del árbol.
Pasaron los años y generación tras generación, la gente de la ciudad fue al Parque de la niña María, paseó por él, en él se enamoraron y se desenamoraron, en él envejecieron y vieron crecer a sus hijos, y después a sus nietos. Y todos vieron, generación tras generación, crecer la secoya bajo la cual decía la leyenda que estaba enterrada la niña María, la cual murió de pena. Todo esto pasó hasta que un buen día de primavera del año 2001,  Marciano Báez, que como hemos dicho era el empresario inmobiliario más próspero de la provincia, puso sus ojos en la Quinta, y pensó que dada su proximidad al centro de la ciudad, sería un gran negocio construir en ella la ampliación de la misma. Se puso a ello y, en menos que canta un gallo convenció al alcalde, don Edelmiro León, que la solución a los problemas de déficit del Ayuntamiento estaba en venderle a él la Quinta, para después recalificarla.
Así pues, la noticia sorprendió a propios y extraños en la ciudad y don Marciano se dedicó desde entonces a lavar su imagen y la de la operación de venta y recalificación de la finca. La gaceta local, de su propiedad, empezó a difundir la próxima construcción de viviendas para todos en los terrenos del parque de la niña María, así como zonas verdes, centros comerciales y de ocio, que proporcionarían infinidad de puestos de trabajo tan  necesarios para la ciudad en esos momentos.
Pronto los grupos ecologistas locales empezaron a poner el grito en el cielo, pues según ellos iban a cargarse el pulmón verde de la ciudad. Grupos minoritarios de vecinos, se oponían al proyecto, pues el parque había sido cedido a los vecinos por la familia propietaria de la finca hacía muchos años.
Para algunos, don Marciano Báez pasó a ser el mesías que iba a acabar con el desempleo y la falta de vivienda en la ciudad. Para otros no era más que un "tiburón" que iba a dar de dentelladas a unos terrenos inmejorablemente situados y que le habían costado cuatro perras.
Las floristas de la calle Mayor, recordaban a Marciano de niño, enclenque y siempre pegado a las faldas de su pobre madre, florista  y pobre, como ellas. Recordaban como se había hecho un hombre, al lado siempre de su pobre madre y como había hecho dinero, nadie sabía muy bien como. Unos decían que robando, ¿cómo si no?. Nadie se hace rico trabajando. Otros, la mayoría, decían que lo había hecho honradamente y trabajando y emprendiendo, que todo el mundo podía hacer lo que había hecho don Marciano, lo que pasaba es que vivían en una ciudad de vagos y de envidiosos.
La tormenta pasó y los operarios de la empresa de don Marciano se pusieron manos a la obra. Empezaron a talar los árboles de la quinta, entre los que se encontraban ejemplares centenarios, incluída la secuoya bajo la que la leyenda situaba los huesos de la niña María. Hubo encadenamientos de ecologistas a los árboles, para que no los talaran, hubo protestas ante el Ayuntamiento, hubo manifiestos contra la destrucción del parque, pero nada de ello tuvo la menor repercusión, pues los agentes de la ley municipales protegieron a los trabajadores de don Marciano, y estos puedieron acabar sus trabajos de desbroce.
Lo peor fue cuando un buen día, después de talar todos los árboles, incluída la secuoya, cerca de donde estaba esta, encontraron unos huesos humanos. Los operarios se asustaron; la leyenda, iba a resultar que era cierta. La noticia corrió por la ciudad como un reguero de pólvora. Los huesos de la niña María habían sido hallados. Don Edelmiro, el alcalde, anunció una investigación. Don Marciano Báez, tuvo que salir a la palestra y desmentir que hubiera nadie encontrado huesos humanos en la finca, que todo era un montaje de los ecologistas y de los enemigos del progreso.
La verdad fue que los huesos existían y que fueron hallados, y que don Marciano encargó a sus empleados que fueran llevados a un nicho de su propiedad, vacío, en el cementerio municipal, en el más estricto secreto. Así se hizo. Por tanto los huesos, dejaron de existir.
Pasado el tiempo y olvidado ya el incidente de los huesos, se comenzó a urbanizar  la finca y a construir en ella. Muchos fueron los ciudadanos de toda condición que se pasaron por las oficinas de la constructora a preguntar por el precio y la financiación de las viviendas. Ahí entraba la Caja de Depósitos Municipal, la cual empezó a ofrecer créditos a diestro y siniestro a las gentes de la ciudad, pudieran permitírselo o no. El presidente de la Caja, don Antonino Bernárdez, dijo a quien quisiera oirlo que su entidad, de propiedad municipal, estaba para acercar el crédito a los ciudadanos, de toda clase y condición económico-social. ¡Estaría bueno, hombre!, que alguien por el hecho de ser pobre, no pudiera tener acceso al crédito.
Y así se empezaron a construir en los terrenos de la quinta, pisos y más pisos, y viviendas unifamiliares, y centros comerciales. La Caja de Depósitos Municipal, empezó a dar créditos y más créditos, para comprar un piso, o una vivienda unifamiliar, o un local en uno de los centros comerciales. Los precios empezaron a dispararse, más, y más, y más, y gente que había comprado un piso, lo había vuelto a vender, ganándole un dineral, antes de que este estuviera siquiera construido. Y don Marciano Báez, el "padre" de la operación, se vio de pronto encima de una pirámide de millones y millones de euros, al igual que don Antonino Bernárdez, el presidente de la Caja de Depósitos Municipal que ya veía a la entidad que el presidía como una de las primeras, no ya de la región, sino del país, al igual que el alcalde de la villa, don Edelmiro León, que ya se veía reelegido a perpetuidad.
Pero un buen día, alguien dejó de pagar uno de los créditos que la Caja de Depósitos Municipal le había dado para comprarse una vivienda. Las viviendas habían subido tanto de precio que las mensualidades que tenía que pagar le resultaban inasumibles, así que optó por dejar de pagar y dejar que la Caja se quedara con su vivienda. A este alguien, le siguió otro alguien, y a este otro, y otro, y otro, y otro más, y un buen día, los promotores del proyecto, se encontraron con que nadie pagaba ya las letras de las viviendas y que la Caja se tenía que quedar con todas, y como la Caja había empeñado todo su patrimonio en dar créditos para esas viviendas, se arruinó, y a su vez esto hizo que los negocios de don Marciano se vinieran abajo, ya que con todo lo que había construido, no se iban a acabar los pisos en cuarenta años y como el Ayuntamiento era el propietario de la Caja de Depósitos, este también se arruinó, y hubo tres veces más paro en la ciudad que antes de empezarse a construir en el Parque de la niña María.
La gente entonces empezó a desconfiar de las autoridades municipales. Les culpaban de todo lo que había pasado. Las floristas de la calle Mayor, capitaneadas por Margarita la gitana, se empezaron a acordar también de Marciano Báez, aquel niño enclenque que habían conocido, siempre agarrado a las faldas de su madre, florista y pobre, como ellas. Aquel demonio, había enfadado a Dios, talando la secoya que la niña María se había traído de las Indias y había plantado allí, como recuerdo de su amor imposible con el muchacho indio, y que le había servido de tumba. Ese "profanatumbas", decía Margarita a voz en grito, le había traído la desgracia a todos.
Los acontecimientos que vinieron después, llevaron a las gentes que habitaban la ciudad a pensar igual que Margarita: La mujer de don Marciano Baéz murió de una misteriosa enfermedad, y al poco tiempo le siguió la única hija de don Marciano, la heredera de todos sus negocios; poco después se celebraron las elecciones municipales y don Edelmiro León no sacó ni un solo concejal, perdiendo las elecciones por goleada, él, que había soñado con ser alcalde perpetuo de la Villa; y por último la justicia pidió cuentas a don Antonino Bernárdez, él, que soñaba con que la entidad que presidía fuera una de las primeras del país.
Poco a poco, las cosas empezaron a encauzarse en la ciudad. Un nuevo alcalde subió al poder, el cual fue visitado una mañana por el párroco de la Iglesia de Santa Tecla. Al parecer, don Marciano Báez acudió a confesarle sus pecados, hacía poco, y permitió al párroco romper el secreto de confesión e informar al alcalde sobre la historia de los huesos encontrados en la finca y su posterior ocultación en un nicho de su propiedad. Los huesos fueron recuperados y fueron analizados por un forense, el cual informó que pertenecían a una mujer de unos dieciocho años apróximadamente, y que databan de principios del siglo XIX. El Ayuntamiento en pleno decidió devolver los huesos a la tierra donde los encontraron y plantar a su lado una pequeño árbol, una secoya, que crecería allí junto a la tumba de la chica. Las viviendas que se llegaron a acabar, fueron cedidas a la gentes sin hogar y junto a ellas se levantó una placa en la que se podía leer: "A la avaricia y la estupidez humanas".

jueves, 10 de mayo de 2012

Pobres y santos.



Me niego a llamar a nadie santo.
Me pregunto por qué hay pobres,
no demando hombres santos,
que mitiguen la pobreza
con una mano,
y con la otra la alienten
quebrantos.
No; yo no quiero llamar a nadie
santo,
ni quiero llevar a nadie
en andas por los campos,
ni que miserables dedos,
empobrecidos y amargados,
quieran tocar el borde
de sus mantos.
Quiero que todos pregunten
por qué pobres hay tantos,
como aquel hombre del Brasil,
que preguntaba llorando:
"¿Por qué hay pobres?"
"¿Por qué hay santos?"
Algunos le llamaron
revolucionario.
Quiero vivir en la tierra de los justos
que preguntan:
¿Por qué hay pobres y santos?.
Quiero vivir
alzando los brazos,
rompiendo cadenas
que atenazan manos.
Quiero respirar el aire limpio
de mayo,
entre las gentes sencillas
que huyen de los santos.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Cuando sea mayo.

Y será la lluvia de mayo
la que limpie las hojas
secas del invierno largo.

Y será la primavera con sus días azules,
quién se lleve por delante el amargo
sabor del cruel e intenso frío,
de los campos helados,
de la frialdad de las viejas ciudades
que bajo sus tejados,
esconden la miseria y la ira,
que los años,
dejaron tras de si, olvidados.

Serán las brisas de mayo,
las que se lleven consigo
los odios olvidados.
Las que limpien
las cimas de los antiguos collados,
las que se lleven las nieblas,
que inundaron,
los valles con sus verdes prados.
Las que preparen el camino
a los cambios,
que raudos,
a lomos de raudos caballos,
traspasarán las murallas
cerradas a cal y canto.

Y los hombres reirán
bajo la lluvia de mayo,
y mojará sus cabezas,
y alzarán los brazos.

Y los niños reirán,
y acojerán jugando,
a la luz primaveral
de las tardes de mayo.

Y seremos libres,
cuando sea mayo,
y su brisa mueva
la quietud de los campos.