sábado, 26 de septiembre de 2009

Días de escuela

Días de escuela, de infancia perdida en un tiempo lejano. Bajo el calor de la tarde primaveral, los niños sueñan con su libertad, entre las palabras doctas del maestro. Es una vieja escuela, de paredes impregnadas de humedad, llenas de los infantes, que mañana serán, o no serán. Fuera, en la calle, agenas a las palabras del maestro, las golondrinas cantan. Dentro, agenos a las palabras del maestro, los niños escuchan el canto de las golondrinas. El maestro, ageno a los cantos de las golondrinas y a los sueños de los niños, pide un poco de atención. El ambiente huele a libros, a tiza, a humedad, al humo del tabaco del maestro. Delante, en las primeras filas, se sientan los más aplicados, los menos soñadores, los poco traviesos. El resto se sienta atrás. El maestro los mira, y piensa en el mañana de los que tiene delante suyo. Piensa que ellos, serán labriegos, como sus padres, como sus abuelos. Piensa que ellas, encontrarán un labriego, para casarse, y el adiestrará a sus hijos, como intenta ahora adiestrar a sus padres, como adiestró ayer a los que hoy son padres de estos pequeños labriegos del mañana. Fuera, las golondrinas cantan.

Noche de agosto

En la noche de agosto vi a Dios creador,
con su benevolente inmensidad,
desde mi pequeñez y mi simpleza.

En la grandeza del oscuro cielo,
de años luz de estrellas iluminado,
danzantes como amazonas lejanas.

Me vi pequeño, estúpido, simple;
despojado de aires de grandeza,
bañado por una gran luna llena.

Sentí que era libre por una noche,
agradecí a Dios su generosidad,
hasta que el alba me apeó de mis sueños.

martes, 22 de septiembre de 2009

El invierno

Duro invierno que te adhieres a mi piel,
que sacas a relucir mi pobreza.
Como ladrón te introduces en mi ser,
y apenas molestas a los pudientes.

Viene el invierno y tiembla el mendigo,
que con su pobreza se defiende de el,
que con su miseria va a combatirlo,
que envuelto en su tristeza ante el caerá.

Aquí está, y tiemblan los desamparados.
De la cadena, los eslabones más
finos, indolentemente parapetados,
desterrados de la justicia humana.

Con tu frío aliento, apenas lames,
los gruesos muros de la avaricia,
cebándote de manera cobarde,
con los que esos muros cimentamos.

Muera el Invierno injusto y tirano,
llévese con el a su hermano Otoño,
a los pobres acuda el Verano,
y con su alegre rostro, la Primavera.

La noche

Marchó el día con su andar cansado,
con su candil apenas luminoso,
dejando en el cielo su estela roja.

Viene la noche con su manto negro,
a tapar del día los sinsabores,
las vivencias, las penas y alegrías.

La noche es una madre que todo
lo tapa, que nos consuela, nos mece;
en ella descansamos, olvidamos.

En sus brazos soñamos y amamos,
al calor de su regazo dormimos,
bajo su protección nos desarmamos.

Pero llega el alba, y silenciosa,
se marcha, nos abandona, y vuelve
el nuevo día que nos desvelará.

Y con el libraremos batalla,
y con el caeremos derrotados,
hasta que vuelva la noche con su paz.

domingo, 20 de septiembre de 2009

La mar brava

Arrastra nuestros sueños
y nuestras esperanzas.
Embravecida, bruta,
ciega, impenetrable.

Hacemos frente a ella
con nuestra frágil barca
construida con madera
del bosque de los sueños.

A babor y a estribor,
borda abajo caen,
siempre los otros caen,
pero nosotros nunca.

Pero cuando caemos,
con estupor oímos,
los lamentos de otros
que ayer cayeron.

sábado, 19 de septiembre de 2009

El tonto.

Allí viene el tonto. Con su andar raro, con su raro vestir, con sus gestos raros, con su raro hablar. Va calle abajo hacia la carretera donde los desocupados esperan el pan de hoy y el hambre del mañana. El tonto va hacia ellos, como un bufón va hacia la corte. Y ellos se rien del tonto, le hacen fumar colillas y beber culos de vino; le dan patadas y empujones, y el tonto para ellos es esa vida cruel que les da el trabajo hoy y les niega el pan mañana; es para ellos el patrón que les exige cada día más por menos; es ese hijo enfermo, esa madre muerta, ese padre tullido; es todos sus sufrimientos juntos, metidos en un tonto. Por eso le maltratan. ¿Y que otra cosa pueden hacer, mientras no haya justicia?

A mi abuela.

Iba con su pelo blanco,
siempre vestida de negro
La dureza de los años,
no amilanaron su cuerpo.

Dio vida a siete vástagos,
cuatro le sobrevivieron.
Y en la vejez de sus años,
dió vida a algunos nietos.

A veces pienso, llorando,
si de verdad existe el cielo,
allí estará descansando,
de tanta desdicha y miedo.

Se fue hace ya diez años,
diez años de recuerdos.
El tiempo pasa rápido,
y el desconsuelo muy lento.

El Mendigo.

Tarde fría de febrero. Cielo gris, plomizo, triste. La gente va como el agua en el río de mi infancia, en otoño, desbordando su cauce. Caen diminutas gotas de agua helada, casi nieve. Las baldosas rojas y blancas se tornan deslizantes. Y ahí esta el. Mugriento, aterido por el frío; bamboleante hacia adelante y hacia atrás, como uno de esos rabinos ortodoxos que hablan con Dios ante lo que queda de su templo en Jerusalén. Con su barba negra impresa en un rostro delgado, afilado; acompañados de unos ojos color azabache que miran sin ver. Su cara, se diría que es la misma que los artistas le pusieron a Jesús. Al Jesús milagroso, al Jesús misericordioso, al Jesús triunfante, al Jesús sufriente, al Jesús moribundo; a nuestro Jesús. Un hombre que pasa junto a el por el acerado de la calle de la gran ciudad, le mira curioso. El le devuelve la mirada. El hombre busca en su bolsillo unas monedas y se las da, y sigue su camino; y en su cara se mezclan con la lluvia fina y fría de la tarde unas lágrimas, mientras dice en voz baja: "Es El, que ha vuelto".

lunes, 14 de septiembre de 2009

El quesero

"¡Auiii quemoooo!". Ya viene el quesero. Con su carrillo chirriante y lleno de mugre; y de quesos. Ya viene el quesero con su raída chaqueta de pana, que como el, tanto ha vivido, tantas miserias ha pasado, junto a el. Ya viene el quesero, ataviado con su boina negra que nubla su pardo rostro. Ya viene el quesero, y lo llaman las mujeres que se asoman a la puerta de sus encaladas casas: "Ven quesero". Y el quesero va; y saca su vieja balanza; y saca su vieja navaja; y corta el queso; y lo pesa; y lo envuelve; y recoje el fruto de su sustento. Se va el quesero calle abajo; y sentado en el umbral de la puerta de su casa blanca y vieja, le sonríe un niño delgado y huérfano; y devuelve la sonrisa el quesero, que va calle abajo, con su carrillo chirriante lleno de quesos y de mugre y de pobreza; y grita: "¿Auiii quemoooo!".

El Infierno

Nos desterraron del paraíso,
nos regalaron el infierno.
Allí habitan nuestros hijos,
y allí lo harán nuestros nietos.

Allí cabemos todos: Píos
e impíos, vivos y muertos;
mujeres, hombres, viejos, niños;
los pacíficos, los violentos.

Su plaza allí tienen los ricos,
y allí su morada los necios.
Nunca, jamás en ningún sitio,
tantos hijos de Dios cupieron.

El hombre, el nieto del simio;
al que apartó Dios del averno,
miró al padre agradecido,
y en la Tierra creó el infierno.

viernes, 4 de septiembre de 2009

A mi abuelo.

El abuelo se marchó en
una noche de verano.
Me lo dijeron los chopos,
lo cantaron los pájaros.

El campo vistió de luto,
de luto vistió ese año,
cuando el calor de mi tierra,
acompañaba mi llanto.

"Yo quiero con el marcharme".
Decía desconsolado.
"No puedes con el marcharte".
Me decían entre abrazos.

Ya no me podrá tallar,
una billarda de un palo.
Ya no le acompañaré,
en esas tardes de mayo.

No saldremos jamás juntos,
a escuchar del río el canto;
ni en las tardes calurosas,
palpar el trigo dorado.

Emprendió viaje el abuelo,
¿Cuanto tiempo ha pasado?
Parece cosa de sueños,
el que se haya marchado.

Cuando quiero hablar con el,
espero a que venga mayo,
y oigo su voz en los chopos,
en el río, en los campos.

Siento su cara en el cielo,
y en el viento oigo sus pasos.
Y siento que el me acompaña,
en este camino amargo.