jueves, 19 de mayo de 2011

Un árbol sin raiz.




Cómo un árbol, cómo una planta
de la que tiran aguerridas manos,
tan fuerte que separan, hojas, tallo,
de su raíz profunda.

Las aguerridas manos, son, o fueron,
mi antigua voluntad de abandonar
el verde jardín donde me plantaron.
Ese jardín: Mi tierra.

Y salí de aquel jardín, de mi tierra,
y cambié, cómo dijo Rosalía,
conocidos por extraños. Y lloré.
Lloré mi desarraigo.

Y tarde me di cuenta que el Dorado
estaba en el patio donde jugó,
tras sus paredes blancas, mi infancia.
Pero ya era tarde.

Y ahora, tierra adentro, camino
vagando sin descanso, añorando
el verde jardín donde me plantaron.
Mi blanca infancia.

Y sueño que cuando muera, cómo árbol,
alguien coja mis astillas inertes,
y las entierre en mi jardín pasado.
Qué reviva mi arraigo.

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