
Cómo un árbol, cómo una planta
de la que tiran aguerridas manos,
tan fuerte que separan, hojas, tallo,
de su raíz profunda.
Las aguerridas manos, son, o fueron,
mi antigua voluntad de abandonar
el verde jardín donde me plantaron.
Ese jardín: Mi tierra.
Y salí de aquel jardín, de mi tierra,
y cambié, cómo dijo Rosalía,
conocidos por extraños. Y lloré.
Lloré mi desarraigo.
Y tarde me di cuenta que el Dorado
estaba en el patio donde jugó,
tras sus paredes blancas, mi infancia.
Pero ya era tarde.
Y ahora, tierra adentro, camino
vagando sin descanso, añorando
el verde jardín donde me plantaron.
Mi blanca infancia.
Y sueño que cuando muera, cómo árbol,
alguien coja mis astillas inertes,
y las entierre en mi jardín pasado.
Qué reviva mi arraigo.
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