domingo, 24 de noviembre de 2013

Frio.

Llega la noche. Ella saca unas mantas y las pone encima del sofá. "La calefacción", anuncia bromeando a la niña que apura el filete de pollo empanado de la cena. La niña le pregunta un día más por qué no encienden la calefacción, que en casa de su amiga Martita la tienen encendida todo el día, y no veas lo calentito que se está. Ella le repite la misma respuesta de siempre: "Porque papá y mamá son pobres, estamos pasando una mala racha y no hay dinero para pagar la calefacción". Hace tiempo que decidió ser lo más clara posible con la niña, que aprendiera a valorar las cosas desde pequeña, y al mismo tiempo, que fuera partícipe de la realidad que hay en casa. Nada de algodones. Nada de paños calientes. Como postre le ha preparado un gran vaso de leche con cacao soluble, que la niña termina ávidamente. Después ella la acompañará a su dormitorio y le contará un cuento mientras la niña, poco a poco, va cogiendo el sueño.

Al rato suena el abrir y cerrar de la puerta de la entrada de la casa. Es el abuelo, su padre, que llega. Gracias a su padre, y a su exigua pensión, se mantienen los cuatro. Ella, él, la niña y el abuelo. La niña ya se ha dormido. Ella sale a la sala de estar. "¿De donde vienes a estas horas? Me tenías preocupada. Tú, por ahí como perro sin amo, con el frío que hace". El abuelo no dice nada. Se limita a sentarse a la mesa y alegar al final un: "Bueno, bueno. Ya estamos. Ni salir puede uno. Lo mismo de todas las noches. Hace más frío aquí que en la calle". Ella entra y sale de la cocina y pone frente al viejo, en la mesa, unos cubiertos, una servilleta, pan, y por fin, un plato con una pequeña pechuga de pollo fileteada, a la plancha. "¿Otra vez pollo? Nos van a salir plumas", comenta el viejo. "Es lo que hay. Ya sabes como estamos", dice ella, entre resignada y resuelta.

Mientras el viejo cena, ella se va a la sala de estar y enciende el televisor. Tiene frío. Siempre tiene frío. Por la mañana. Por la tarde. Por la noche. A veces se queda mirando la caldera y le entran unas ganas locas de encenderla, de darle vida, de que el agua caliente corra por las tuberías y por los radiadores de hierro adosados a la pared, los cuales no sienten el agua caliente por sus venas desde hace tres años, desde que él se quedo en el paro, desde que a ella la echaron de la tienda por el cese del negocio, desde que la crisis se cruzara en sus vidas. Se tapa con la manta, se frota las manos frías. Las tiene ásperas y estropeadas, llenas de sabañones. El frío, siempre el frío. Agua fría para lavar los platos, la ropa de él, la de ella, la de la niña, la del viejo. Frío. Frío. Frío.Se oye al abuelo trasegar por la cocina fregando su plato. Viene. Se sienta en su sillón. Se tapa con su manta y mira la tele. Se cansa. Agarra una revista y empieza a ojearla.

Suena el abrir y cerrar de la puerta. Es él. "Hola", saluda. "Hola", responden padre e hija. "Tienes la cena en al cocina. Encima del cazo con agua cliente. Él entra en la cocina. Se sienta a la mesa. Cena. Deja su plato y sus cubiertos en la pila. Los lava. Va a la sala de estar. Se sienta al lado de ella. Ella le ofrece un trozo de manta. Se tapa como ella hasta el cuello, mientras miran la tele. La misma historia de todas las noches. "¿Qué tal ha ido hoy?", pregunta ella. "Regular", he sacado veinte euros con la chatarra. Encontramos una lavadora vieja y algunos hierros más. Eso no lo pagan mal", contesta él.
 Se quedan callados. Ven la tele. No tienen nada más de que hablar.

Llega la hora de irse a la cama. El abuelo se queda todavía algo más. Él, dice que viendo el último telediario de la noche, pero ella sabe que se queda viendo la chicas que hacen estriptis en los canales info comerciales. Ella no le dice nunca nada al respecto. Se van los dos a la cama. Ella y él. Se acuestan bajo una montaña de mantas y algún edredón. Los dos se encogen y se tocan uno al otro los pies helados. Frío, siempre frío. Se acarician con las manos. Se dan un beso de buenas noches. No hacen el amor. Ya solamente lo hacen esporádicamente. El enciende el transistor y escucha el eco de un programa deportivo. Ella piensa. Tiene frío, mucho frío. De niña le encantaba el invierno, el frío, la nieve. Ahora los odia. Poco a poco el sueño la va venciendo. Se duerme.

Fuera el frío cae. Hace frío, mucho frío.

lunes, 4 de noviembre de 2013

La noche y la verdad.

Mirando las murallas de la razón derruidas,
las columnas de la verdad violada,
en la noche oscura consumida por el insomnio,
noche en la que la libertad es velada.

Noche oscura de cantar triste,
luna apenas hiriente y apagada,
noche de duelo,
noche de España, triste y enlutada.

Calles vacías de la ciudad, grande, amarga.
Neón. Falsedad y miseria mal disimulada.
Muertos vivientes de día,
a la noche aguardan.

Muertos que malviven.
Rosales marchitos.
Vivos que mal mueren.
Mujeres. Hombres. Niños.

Vivos que mueren.
Muertos que viven.
Cada noche en la ciudad inmensa y cruda;
lloran, y mueren, y ríen.

Basura desparramada,
neón, ciudad, muerte en vida,
la noche y la verdad reflejada,
en los charcos de fina lluvia
que reflejan una luna lejana.