lunes, 30 de mayo de 2011

El Juicio. Parte 4ª.



Todas las tardes después del trabajo en la gaceta, López iba dando un paseo hasta el límite del extrarradio con el centro de la ciudad. Allí se encontraba con el viejo, se sentaban los dos en un banco descolorido y destartalado, en un descolorido y destartalado parque que miraba hacia los rascacielos del centro de la ciudad. Allí se pasaban las tardes enteras, conversando, bebiendo cerveza caducada que los supermercados del centro vendían a los del extrarradio a precios irrisorios y fumando tabaco casero. El señor Seara, el viejo, había contado a López que era astrónomo, que había trabajado durante años en el prestigioso Instituto Nacional de Ciencias del Espacio hasta su jubilación, la cual, explicó, se había producido, más por motivos políticamente correctos y de desprestigio personal, que por motivos estrictamente profesionales o de edad. El viejo explicó a López que en el año 2012, durante la tormenta solar que se produjo durante el otoño de aquel año, él había descubierto lo peligrosos que podían ser estos fenómenos para el desarrollo normal de una vida cotidiana que dependía en exceso de la tecnología vía satélite. Todo era controlado, absolutamente, por la informática, por la red de redes y por los satélites. Todo dependía para su funcionamiento de estas dos tecnologías: El tráfico aéreo, el marítimo, el terrestre, los sistemas de suministro de electricidad, agua potable y gas a las grandes ciudades, los sistemas de vigilancia, los transportes públicos, los sistemas sanitarios. Todo. El control humano de todo fue disminuyendo paulatinamente. ¿Pero qué pasaría si estos sistemas fallaban como consecuencia de la actividad del sol? En aquella época, el señor Seara alertó sobre este riego. Se hizo famoso, fue entrevistado en televisiones y medios de comunicación de medio mundo. Descubrió y así lo hizo público, que en 2012 se iba a producir un aumento de la actividad de las tormentas solares y que esto iba a afectar a la excesiva dependencia, que la humanidad, tenía de los satélites.
En los años noventa del pasado siglo XX, se habían producido este tipo de fenómenos, pero como la dependencia de los satélites no era todavía tan grande, aquello no afectó apenas a unas pocas infraestructuras de telecomunicaciones en Canadá y en Alaska. En 2012, la tecnología satélite había avanzado muchísimo y era aplicada a más campos que quince años atrás. El mundo dependía más de los satélites, cuando se acercaba una época en la cual la actividad de las tormentas solares iban a aumentar de nuevo. Los satélites artificiales que gravitaban alrededor de la tierra estaban en serio peligro. Los gobernantes de entonces, a regañadientes, le hicieron algo de caso y se tomaron algunas medidas, pocas, pues empezaba a imperar en el mundo la lógica de los mercados y de los números, por encima de la lógica del sentido común. Aquello se empezó a convertir en una especie de circo; se hacía referencia constante a las profecías mayas que prevían que en el 2012 se acabaría el mundo, incluso Holliwood sacó algunas películas al respecto. Pero no ocurrió nada, o casi nada. Las tormentas solares sucedieron, tal y como Seara había previsto, pero no fueron de una magnitud excesiva y apenas tuvieron incidencia alguna en los satélites, los cuales salieron bien parados en su mayoría. La comunidad científica se estuvo riendo de él por mucho tiempo, fue expulsado del instituto y prejubilado a la fuerza. Con el dinero que le dieron escribió varios libros referentes al tema, apocalípticos y anunciadores de una catástrofe sin precedentes si el mundo seguía confiando en tecnologías que la naturaleza podía desbaratar a su antojo. Apenas vendió unos mil ejemplares, se arruinó, su familia le abandonó, su mujer y sus hijos no quisieron saber nada de él. Pasado un tiempo, cayó en el ostracismo y se tuvo que ir a vivir al extrarradio, donde vivía desde entonces arreglando viejos ordenadores, antiguos televisores de plasma y otros aparatos electrónicos en desuso en el centro de la ciudad, pero muy codiciados en el extrarradio.
Desde entonces, también, iba cada tarde, como López, paseando hasta ese destartalado banco de ese destartalado parque, a sentarse a contemplar el centro de la ciudad c desde allí. Aquella tarde, ni López ni el viejo estaban especialmente habladores. Los dos se quedaron sentados, largo tiempo, fumando y compartiendo la cerveza y contemplando los rascacielos del centro de la ciudad. "¿Cuándo pasará eso que dice?", rompió López el silencio preguntando al viejo. "Pronto", dijo el señor Seara dando una profunda calada a un cigarrillo. "¿Cómo será?", insistió López. El viejo sonrió mirando hacia ninguna parte. "Si te refieres a si habrá rayos y truenos y trozos de edificios cayendo sobre nosotros, olvidate. Las tormentas solares son imperceptibles, apenas, para el hombre. Si esta que viene es tan fuerte como yo creo, afectará al 90% de los satélites que gravitan alrededor de la Tierra. Durante días, semanas, meses quizá, los grandes núcleos de población se quedarán sin suministro eléctrico, de agua o de gas. La población de las grandes ciudades quedarán desabastecidas por completo. Será un caos. Imagino que la violencia y la anarquía se apoderarán de las calles. Se matarán los unos a los otros". López miraba al viejo en silencio. El viejo hablaba como si todo lo que contaba lo hubiera visto ya a través de una bola de cristal, seguro de si mismo y seguro de que todo lo que decía, efectivamente iba a pasar. "¿Qué sucederá con nosotros?", preguntó López. ¿Te refieres a los excluidos?. La incidencia será mucho menor aquí en el extrarradio, por supuesto. Nosotros dependemos al cien por cien del factor humano. Apenas dependemos del factor tecnológico, bien es verdad que no por iniciativa propia, sino más bien obligados por las circunstancias. Imagino que vendrán gentes del centro buscando refugio y comida aquí. Hace tiempo que he avisado al consejo del extrarradio y me prometieron tener un plan de actuación preparado por si ocurría. De todos modos piensa que nosotros, sin tecnología, estaríamos mejor preparados que ellos, con toda la tecnología que tienen. Es una cruel paradoja. Nosotros salvándoles el culo a ellos".
Poco a poco fue anocheciendo y López y el viejo decidieron marcharse a sus casas. Mientras la noche caía y extendía sus luminarias en el cielo, ellos iban caminando a paso tranquilo. En un momento dado, López miró hacia arriba y contempló el espectáculo estelar que poco a poco iba tomando forma en el cielo. "Parece mentira que de algo tan hermoso pueda venir algo tan dañino para el hombre", comentó sin dejar de mirar hacia arriba. El viejo sonrió e imitando a López alzó su mirada, también hacia el cielo estrellado. "Ahí arriba ha habido siempre lo mismo, y si algo es dañino, lo es porque nosotros lo hemos provocado. Lo que es dañino para el hombre, verdaderamente, es el propio hombre", dijo el viejo. Un gran manto de estrellas los cubrió por completo en una luminosa oscuridad.

jueves, 26 de mayo de 2011

Lágrimas.



Gotas de rocío
que vierte el alba
de la pena. Río
de agua amarga.

De la cruel tristeza,
torrente salado.
Nuestra fortaleza
se viene abajo.

Cristalinas gotas
desenamoradas.
Estridentes notas
de ilusiones vanas.

Manar de tus ojos,
de dolores llenos.
Bermellones, rojos,
de alegría secos.

lunes, 23 de mayo de 2011

El Juicio. Parte 3ª.



Tras volver del extrarradio, López fue al periódico para que le indicaran si iba a continuar como redactor de tribunales o le iban a trasladar a alguna otra sección. El director le recibió cordialmente, cómo si en vez de volver de dos semanas de retiro voluntario por una causa de despido temporal, López, volviera de unas vacaciones en alguna isla caribeña. "Por supuesto, volverás a tu puesto de redactor de tribunales", informó el director a López. "A instancias mías, los jefes han decidido volver a confiar en ti. Espero que no nos defraudes". López no sabía qué decir ante aquella muestra de confianza por parte del director y de los jefes. No sabía si aquello era bueno o malo, no sabía si podría volver a asistir sin decir nada a otra de aquellas representaciones y meras copias de juicio, no sabía si podría aguantar más tiempo contándoles a sus lectores la verdad que quería el periódico que les contara, y no lo que verdaderamente estaba pasando. López empezaba a pensar que su visita al extrarradio y el contacto con sus gentes le había cambiado más de lo que él creía. El estilo de vida del centro de la ciudad y del mundo de los incluidos y los válidos para el sistema le empezaba a parecer ridículo, carente de sentido y deshumanizado. Todo aquello le empezaba a dar nauseas. Empezaba a preguntarse cómo había podido aguantar hasta entonces. Quizá fura la necesidad de sobrevivir lo que le había impuesto aquella ceguera a él y a todos los habitantes del centro de la ciudad. Se empezó seriamente a plantear la opción de dejar todo aquello e irse al extrarradio voluntariamente y empezar una nueva vida allí. Tras prometer al director una más que buena y, en realidad, disimulada conducta en favor de los intereses empresariales, salió del despacho del director y del edificio que albergaba el periódico. Había pedido un adelanto de sueldo de dos meses, que el periódico le había concedido a un pírrico 5% de interés. Necesitaba dinero para pagar la fianza del nuevo apartamento que había alquilado y para pagar por el tiempo que había alquilado el trastero donde había dejado sus pertenencias durante las dos semanas que había estado fuera.
A la mañana siguiente, a las 9, López estaba en el Palacio de Justicia, de nuevo en su puesto en la tribuna de prensa. El juicio se había reanudado. Sus compañeros le recibieron con cierta indiferencia. Empezaba el turno para que la defensa presentara sus testigos. Estos eran, en su gran mayoría, personas excluidas por la situación económica, trabajadores de los llamados no cualificados y que habían caído hacia años en la exclusión y en la pobreza. Cómo todos ellos vivían en el extrarradio, el abogado defensor había corrido con todos los gastos para que pudieran estar hoy allí ante el tribunal. A preguntas de la defensa, uno tras otro, contaron cómo eran sus vidas antes de que la Crisis actuara. Contaron la mayoría, cómo la situación de extrema pobreza de los últimos años, se había llevado por delante sus casas, sus sueños, los sueños de sus hijos. Culpaban de todo ello a los políticos que entonces dirigían el país, a los expertos económicos que no vieron venir la Crisis y a los grandes oligarcas que se aprovecharon de la situación para enriquecerse. Todos estos testimonios eran hechos bajo los abucheos del público asistente al juicio, el cual les insultaba llamándoles mendigos y muertos de hambre y les tiraban mendrugos de pan duro y huevos podridos. Por fin llegó el turno del fiscal, el cual declinó hacer preguntas a los testigos de la defensa y declaró en alta voz su más absoluto desprecio por semejante gentuza, la cual no le merecía el menor respeto. Dirigiéndose a los miembros del jurado, los cuales la mayoría dormían apaciblemente, les conminó a no dar crédito a los testimonios de lo que en su opinión eran los seres más abyectos de la sociedad. Se preguntó cómo se le podría pasar por la imaginación a nadie, que gente no cualificada cómo lo era aquella pudieran no caer en la más tristes de las miserias. Esperaba, así mismo, que nadie hiciera el menor caso de los testimonios de una antiguo camarero, un antiguo peón de albañil, un antiguo reponedor de supermercados, un antiguo barrendero y una antigua empleada del hogar. Irónicamente, se preguntó cómo nadie iba a hacer caso de tan cualificados personajes y dirigiéndose al abogado defensor, le preguntó que si acaso pretendía que con semejantes oficios, aquella gentuza no hubiera caído en la pobreza y que cómo se le ocurría culpar de la suerte de tan despreciables individuos, a los dirigentes que llevaban las riendas del país cuando sucedió esta desgracia. Finalmente declaró que aunque la crisis no hubiera actuado, esta gente estaría igualmente fuera del sistema. La actuación del fiscal arrancó una sonora ovación de los presentes, incluido el juez, a lo que el letrado de la acusación saludó con una ligera inclinación de cabeza.
El juicio quedó visto para sentencia y López escribió un artículo estándar, sin posicionarse en él ni a favor ni en contra de lo sucedido en la sala. Tanto él cómo los demás miembros de la prensa cayeron en un estado de apatía, mezclada con indignación, el cual no podían trasladar a sus artículos. "Da igual lo que pienses, lo que hagas o lo que escribas. Al final los malos siempre se salen con la suya", se dijo López a si mismo.
Al día siguiente el juez ordenó al presidente del jurado que diera el resultado del veredicto. "Culpable, Señoría", dijo el presidente después de bostezar larga y sonoramente. La Crisis fue condenada a morir lapidada. Se habilitarían en las calles y plazas mas importantes del centro de la ciudad una serie de pantallas gigantes con la imagen de la actriz que representaba a la crisis, totalmente desnuda. Esta podría ser apedreada por los ciudadanos, durante todo un mes, de ocho de la mañana a doce de la noche. La sentencia fue llevada a cabo, y la imagen desnuda y virtual de la Crisis fue apedreada por hordas de indignados ciudadanos que daban así rienda suelta a su rabia. Todos los días, miles de personas de toda condición y edad, esperaban su turno, pacientemente para apedrear a la Crisis.
Dos semanas después del juicio, López decidió irse definitivamente a vivir al extrarradio. Se despidió de su trabajo el en periódico y se fue de, lo que para él era ya, un mundo absurdo y ajeno a la condición humana. Dejó su apartamento por segunda vez en un mes, recogió sus pertenencias y emprendió viaje, esta vez sin retorno. Durante el viaje en metro, se encontró casualmente con el tipo que había hecho de abogado defensor en el juicio. López dedujo que también se trasladaba a vivir a zona de excluidos, pues iba, cómo él, cargado con su equipaje y llevaba cómo el una cierta expresión de descanso en su cara.
Los padres de López le acogieron con ciertas reservas al principio. Después de algunas horas de explicaciones, esas reservas se tornaron en regocijo y alegría. Cómo en la parábola del hijo pródigo, el padre, mostró su contento a todos sus vecinos por la vuelta al hogar de su hijo perdido, y sobre todo, por su vuelta al sentido común.
Los días fueron pasando y López se fue acostumbrando poco a poco a la vida en aquel lugar. Encontró trabajo como redactor en una pequeña gaceta que se publicaba en aquel barrio. Fue curioso para él, trabajar en un pequeño periódico que se hacía de manera artesanal, en papel reciclado, en tiradas de 10.000 ejemplares. Descubrió lo que era tener tiempo libre y lo que era ceñirse a un horario, que sus jornadas laborales tuvieran un principio y un final. En el periódico digital en el que trabajaba en el centro de la ciudad, debía estar a disposición de él las 24 horas del día, los trescientos sesenta y cinco días del año. Supo lo que era trabajar para vivir y no, vivir para trabajar, lo que era la vida sin prisas, sin agobios y sin el consumo compulsivo y caprichoso al que estaba acostumbrada la gente en el llamado mundo útil. Recuperó el contacto con los demás, la relación persona-persona, el sentimiento de grupo, de tribu, de ayuda mutua, que creyó haber olvidado hacía años.
A veces López iba dando un paseo hasta las cercanías del centro de la ciudad y allí se sentaba durante largos periodos de tiempo, observando los grandes rascacielos yla vida que voluntariamente había dejado atrás. En esto estaba un día cuando alguien se sentó a su lado y le dijo: "Veo que no me hiciste caso y no les advertiste". Era el viejecillo que semanas tiempo atrás, durante su exilio voluntario cuando lo suspendieron de empleo y sueldo, a su vuelta de él al centro de la ciudad, le había advertido a voces que la desgracia se cernía sobre los incluidos y le había pedido que les avisara. López lo había olvidado por completo hasta entonces. "No hace falta que los avise nadie. Ellos ya saben que van hacia el abismo", se limitó a contestar al viejo.

domingo, 22 de mayo de 2011

Yo icé una bandera.




Icé la bandera de la libertad;
me siguieron algunos.

Icé la bandera de la ciencia;
me siguieron todos cómo un solo hombre.

Icé la bandera de la verdad;
todos huyeron despavoridos.

Icé la bandera de la bondad;
todos se rieron de mi.

El hambre nos asedió.
La guerra nos asedió.
La enfermedad nos asedió.

Me pidieron que izara alguna otra bandera.
No tuve fuerzas, no pude.
Era tarde.

Todos fueron conscientes de su destino.
No hizo falta ya izar ninguna bandera.

jueves, 19 de mayo de 2011

Un árbol sin raiz.




Cómo un árbol, cómo una planta
de la que tiran aguerridas manos,
tan fuerte que separan, hojas, tallo,
de su raíz profunda.

Las aguerridas manos, son, o fueron,
mi antigua voluntad de abandonar
el verde jardín donde me plantaron.
Ese jardín: Mi tierra.

Y salí de aquel jardín, de mi tierra,
y cambié, cómo dijo Rosalía,
conocidos por extraños. Y lloré.
Lloré mi desarraigo.

Y tarde me di cuenta que el Dorado
estaba en el patio donde jugó,
tras sus paredes blancas, mi infancia.
Pero ya era tarde.

Y ahora, tierra adentro, camino
vagando sin descanso, añorando
el verde jardín donde me plantaron.
Mi blanca infancia.

Y sueño que cuando muera, cómo árbol,
alguien coja mis astillas inertes,
y las entierre en mi jardín pasado.
Qué reviva mi arraigo.

lunes, 16 de mayo de 2011

El Juicio (Parte 2ª)


Después de salir de la primera sesión del juicio, le llegó a López un mensaje vía sms al móvil: Su jefe le exigía que estuviera hacia las 5 de la tarde en su despacho. No decía nada más el mensaje. López supuso que la intención de la dirección del periódico sería reprenderle por su conato de rebeldía periodística y su indisciplina. Sin mucho apetito, López comió algo rápido en una cafetería cercana. Después entró en Internet en la página del periódico y comprobó cómo efectivamente, sus críticas hacia el juez y el fiscal no habían sido publicadas. La reacción de sus lectores ante el artículo era de apoyo al proceso y a la condena de la acusada, aunque fuera de manera virtual. Encontró López que la reacción de sus lectores ante el juicio era de conformidad y complacencia hacia las versiones oficiales que excluían de toda culpa a las clases dirigentes actuales y a las anteriores. Mirando las reacciones de sus lectores hacia su articulo estuvo pasando el tiempo hasta que tuvo que marcharse a la reunión con su jefe. La redacción no estaba lejos de allí, así que fue dando un paseo. En el despacho del director, además de éste, esperaban a López dos miembros del consejo directivo del periódico. Sin más conversación, estos extendieron a López dos folios en los que se le informaba de su suspensión de empleo y sueldo por espacio de dos semanas. López intentó pedir explicaciones, pero no se las dieron. Su jefe inmediato, el director del periódico le informó de que podía haber sido mucho peor. Podían haberle echado a la calle de manera permanente con lo que se hubiera tenido que olvidar de ejercer el periodismo más en su vida.
López salió del edificio consternado. No sabía que iba hacer en las próximas dos semanas, no sabía de que iba a vivir sin la mitad de su sueldo, si el sueldo íntegro era ya de por si escaso, le daba apenas para pagar el alquiler de su apartamento y los gastos del mismo, para comer y pocas alegrías más. Apenas tenía ahorros. No sabía cómo se las iba a arreglar. Decidió que sería mejor dejar el apartamento durante esas dos semanas, alquilar un trastero para guardar sus escasas pertenencias e irse al extrarradio de la ciudad, a la zona de los excluidos donde vivían sus padres. Allí viviría durante los próximos días, hasta que pasara el periodo de castigo.
A la mañana siguiente, muy temprano, López dejó su apartamento, alquiló por dos semanas un trastero, no lejos de donde vivía, allí dejó sus pertenencias, un viejo ordenador portátil, y una maleta con ropa, otra maleta la llevaría con él a casa de sus padres, tomó el metro y se dirigió a las afueras de la ciudad. Una vez hubo llegado tomó un viejo autobús destartalado, con motor diesel reconvertido a energía solar, que le dejó en la calle de sus padres, a escasas manzanas del domicilio de estos. Apenas había venido por allí en los últimos diez años. De cuando en cuando, López hacia una llamada telefónica a sus padres para saber cómo se encontraban. Cómo telefonear desde el extrarradio al centro de la ciudad, era ya imposible, pues los excluidos no gozaban de saldo de puntos y por tanto de contratos de alta con las compañías telefónicas, era López el que llamaba una vez al mes a la cabina de un locutorio cercano al domicilio de sus padres. Así se comunicaban. Aunque encontró las calles del barrio donde vivían sus padres igual de destartaladas que la última vez que lo visitó, López notó cómo si ahora todo estuviera más vivo, más organizado. El barrio sin duda era otro: Las calles estaban llenas de tiendas, bares, restaurantes, como ocurría antes de la crisis. A López le daba la sensación de haber retrocedido varios años en el tiempo. Encontró a su madre sentada viendo una vieja televisión de plasma. Su padre no estaba en casa. Su madre le dijo que se encontraba fuera cambiando algunos enseres por comida. Después, López salió por el barrio para matar su curiosidad y ver con sus propios ojos como vivía la gente del extrarradio. Le extrañó ver aquel barrio lleno de tiendas que vendían objetos de todo tipo y de toda procedencia, la gente cambiaba unas cosas por otras que necesitaba. Así era el comercio allí, después de que se prohibiera el papel moneda hacía ahora 15 años. Aquella gente no se resignaba a caer en el olvido, a morir en vida. López vio la felicidad reflejada en el rostro de la gente, allá donde fue. A las dos de la tarde, para su sorpresa, cerraron todas las tiendas. López decidió volver a casa de sus padres para comer con ellos. Allí le esperaba su padre, que ya estaba de vuelta, el cual saludó a López con cierta frialdad. Padre e hijo no se llevaban muy allá, aunque hacían verdaderos esfuerzos por ocultarlo, sobre todo en presencia de la madre de López. Su padre mostró un interés forzado por su vida en el centro de la ciudad, le preguntó por la causa de su venida. López mintió a su padre y le dijo que estaba en su semana de vacaciones y que le apetecía venir a verlos. El padre de López asintió no muy convencido. Después de comer, padres e hijo se sentaron frente al televisor. López buscó el canal en el que daban el resumen del juicio. Le extrañó que este no fuera muy seguido por la gente del extrarradio. Sus padres apenas sabían nada de lo que acontecía en el Palacio de Justicia en aquellos días. Les extrañaba mucho que lo que ellos tomaban por una pantomima, fuera tan seguido en la parte noble de la ciudad. Les resultaba divertido.
Los siguientes días pasaron rápidos para López, entre la tirantez de su padre, el cariño reencontrado de su madre y la felicidad que pudo ver en el rostro de la gente que se encontraba por la calle, en la zona de los excluídos. Por todo ello, López casi se olvidó del juicio y de que pronto tendría que volver al centro de la ciudad a proseguir su vida.
El juicio siguió su curso a lo largo de los días en los que López estuvo en casa de sus padres. La defensa presentó cómo testigos a antiguos políticos de la época constitucional, a empresarios que se arruinaron tras la crisis, a economistas y a periodistas de cierto renombre, que declararon en contra de la Crisis y la culparon de todos los males que aquejaron al país durante aquellos días negros. Todos declararon culpable a la Crisis de todos sus males y ninguno de ellos se declaró responsable de la hecatombe económica que sufrió el país durante aquellos años. La defensa intentó desmontar aquella argumentación y se enfrascó en durísimos debates con los testigos de la acusación, a los que acusó de ser los auténticos culpables de que la Crisis hubiera actuado con tanta crudeza en el país. Estos debates despertaron la hilaridad del público que abucheaba una y otra vez al abogado de la defensa, con el consiguiente enfado del juez, el cual, uno de los días ordenó desalojo de la sala ante el riesgo de tumulto. El abogado defensor fue duramente reprendido por el juez, el cual le impuso una multa de 200 puntos virtuales por su dureza para con los testigos, cosa que divirtió en demasía al fiscal, el cual se ofreció irónicamente a prestar puntos a su colega si no tenía con que pagar.
En esto llegó el día en el que López tuvo que reincorporarse a su vida cotidiana, otra vez, después del castigo y del forzoso autodestierro. Se despidió de sus padres con el firme propósito de volver pronto por allí, más a menudo y así se lo hizo saber a sus padres, los cuales acogieron con agrado la noticia, sobre todo su madre. No le había desagradado a López la visita al extrarradio de la ciudad, del cual se llevaba una buena impresión. La crisis económica y la situación que se había generado después de ella habían aguzado el sentido de supervivencia de aquella gente, que tras los primeros años de desconcierto, habían aprendido que de forma grupal, ayudándose los unos a los otros, podrían sobrevivir. El sentimiento de grupo podía respirarse en el ambiente allá donde se fuera en el extrarradio. Habían conseguido volver a organizar una sociedad ciudadana, con un sistema de seguridad, de educación, de sanidad y de gobierno, en el que participaban todos, grandes y pequeños, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, ricos y pobres, al contrario de lo que sucedía en el centro de la ciudad, en la zona de las personas esenciales para el sistema, donde se había impuesto un individualismo atroz, despiadado y despersonalizado. En el centro no preocupaba en demasía lo que ocurría en el extrarradio, el cual había sido abandonado a su suerte, esperando su desaparación, por si mismo, por esa mano invisible que los nuevos gurús del nuevo sistema decían que movía todo. Pero aquella gente había respondido con ingenio al reto y, en opinión de López, lejos de desaparecer, se perpetuarían, porque habían vuelto a encontrar el sentimiento grupal que había definido siempre al género humano.
Cuando López se dirigía hacia la barrera que dividía los dos mundos, el de los válidos y los inválidos, el del centro y el del extrarradio, un viejecillo que se encontraba sentado allí, a la entrada, tomando el sol en un banco, preguntó a López si se dirigía al centro de la ciudad. Al principio, el hombre, le había parecido un mendigo a López, pero luego éste se dio cuenta de que símplemente era un viejo que tomaba el sol, cómo los se podían ver por todos los lados de la ciudad antes de la crisis que cambió el mundo. "Escúchame. Si vas al otro lado de la barrera, dile a quien te quiera oir que les queda poco, casi nada. Han retado a la naturaleza y esta los va a destruír. Han decidido vivir de espaldas a la tierra, y esta les va a devolver su desprecio multiplicado por diez. Escúchame. Diles que aún están a tiempo de volver a la vida", dijo el viejecillo a López. Sin esperar a que éste le preguntara nada, se levantó se fue, despacio, sin mirar siquiera hacia López. "Han decidido confiar en la tecnología y esta acabará con ellos porque les fallará. Díselo. Esto pronto ocurrirá y nadie podrá hacer nada para remediarlo", volvió a decir el viejecillo, a grandes voces, sin volverse, caminando despacio y alejándose cada vez más de López, el cual procedía a traspasar la barrera que daba acceso al centro de la ciudad.

viernes, 13 de mayo de 2011

El Juicio (Parte 1ª)


El juez ordenó al representante del ministerio fiscal que iniciase la exposición de su alegato. El fiscal, un distinguido jurista, famoso por su participación en todas y cada una de las tertulias televisivas que pululaban por la parrilla de las diferentes cadenas, bajó desde su puesto junto a los miembros de la acusación particular y se dirigió al estrado. Su alegato fue expuesto con inusitada crudeza, teniendo en cuenta que era un juicio virtual. Acusó a la Crisis de haber llevado a millones de personas al paro, de haber infringido un duro golpe a la economía nacional y mundial, de haber propiciado el cierre de miles de pequeñas, medianas y grandes empresas, de haberse cargado el sistema democrático, de haber sembrado la pobreza, el desamparo, la desconfianza entre la población nacional y mundial. Así mismo alabó la buena disposición de la clase política que gestionó en aquellos años tan aciagos la situación económica general, y exculpó a las autoridades económicas de la época por no haber visto llegar a la Crisis, al igual que a los distintos analistas económicos, teniendo en cuenta el sigilo con que la señora Crisis había actuado, y cómo había venido hacia nosotros con falsas promesas de riqueza y prosperidad. Inclusive se permitió el desliz de utilizar un lenguaje soez y chabacano al llamar "pedazo de guarra" a la Crisis, hecho por el que fue amonestado con dos puntos por el juez, y en cambio fue muy aplaudido por el respetable.
Los componentes de la acusación particular anunciaron que estaban más que representados por el discurso pronunciado en la sala por el fiscal y se decantaron por no exponer un alegato de acusaciones, para, más que nada, no aburrir a la audiencia y al jurado, dijeron, pronunciando otro discurso que iba a ser muy parecido al que había pronunciado su distinguido colega.
El jurado estaba compuesto por dos personas, representantes cada una de ellas de una parte de la sociedad: Dos hombres, dos mujeres, dos homosexuales y dos eterosexuales. Así lo había impuesto el Instituto de Control de Igualdad de Género, de reciente creación, fundación privada dedicada a vigilar el cumplimiento de las leyes igualitarias en la sociedad y sus distintos estamentos. Un grupo feminista había puesto el grito en el cielo por el hecho de que la Crisis fuera representada en el juicio por una actriz, y no por una actriz y por un actor. Al final el Tribunal Máximo de Apelaciones, decretó que la Crisis era claramente femenino y que su representante en el juicio debía ser una mujer. Argumentó que si el jució hubiera sido al Tiempo, por poner un ejemplo, el representante del mismo tendría que haber sido un actor. De todos modos el grupo feminista intentó boicotear el juicio, con manifestaciones y protestas de diversa índole, cosa que no consiguió.
El juez anunció que puesto que la acusación particular rehusaba exponer su batería de alegaciones contra la acusada y decía sentirse más que representada por las alegaciones expuestas por el fiscal, daba pues el turno de replica y de exposiciones al abogado defensor. Este era un chico de unos 22 años, con la carrera de derecho recién terminada. No había encontrado el tribunal a ningún abogado con más experiencia que quisiera hacer esa labor. Todos alegaron incompatibilidad para hacerlo. Nadie quería pasar a la historia cómo el tipo que hizo de abogado de la crisis en el juicio del siglo. A nadie le gustaba hacer de abogado del diablo en éste caso. El abogado de la defensa tenía un aspecto descuidado: Vestía un traje barato o prestado, tenía cierto aire de persona despistada, y cierta apariencia de profesor chiflado. El chico agarró su tablet con el discurso y se dispuso a bajar las escaleras para acceder al estrado. Alguien le puso la zancadilla y el abogado defensor terminó rodando por las escaleras. Esto produjo una carcajada general, con el consiguiente enfado del juez que mandaba al respetable guardar silencio, a grandes voces y mazo en mano. El abogado defensor fue ayudado a ponerse en pie por uno de los ujieres y tras comprobar que no tenía nada roto, se dirigió hacia el estrado. En su discurso, constantemente interrumpido por los silbidos e improperios del respetable, intentó exponer el cinismo y la poca memoria de la acusación al echarle la culpa de todos los males de la sociedad a la Crisis, la cual fue traída por los mismos políticos, autoridades económicas y analistas político-económicos, que el fiscal tan cínicamente exculpaba. Esto provocó los abucheos del público, el cual empezó a lanzar tomates, lechugas y huevos al estrado. El juez amenazó con evacuar la sala si aquel bochornoso espectáculo continuaba por ese camino, y recordó a todo el mundo que estaban en el templo de la justicia en este país. Dicho esto por el juez, el abogado defensor intentó continuar pero su exposición se veía a cada paso interrumpida por nuevos abucheos e improperios, por lo que el juez le conminó a abandonar el estrado, cómo medida de precaución para con su condición física, alegó.
López asistía atónito al espectáculo. No daba crédito a lo que sus ojos veían y sus oídos oían. No podía creer que el alegato de la defensa fuera cortado de esa manera por el juez. Enfadado, abríó su tablet y empezó a escribir su artículo. Al intentar insertar las palabras; injusticia, parcialidad intolerable y vergonzosa, justicia de cachondeo y vergüenza y bochorno; dirigidas al juez, a la fiscalía, a la acusación particular y al público presente en la sala, el tablet, borraba automáticamente esas palabras y afirmaciones, que López intentaba insertar en el artículo, en contra de la acusación y a favor de la defensa. El diario digital para el que López trabajaba tenía instalado en su web un programa de autocensura, para los redactores que intentaran escribir algo contra el nuevo sistema establecido. López no había caído en ello. La rabia por lo ocurrido le había impedido contar hasta diez y pensarse muy mucho lo que iba a escribir. Nunca antes en todos sus años de profesión le había pasado nada parecido. Reflexionó que esto podía deberse a que nunca antes se había significado contra el sistema. Había estado durante los últimos veinte años escribiendo artículos, ni a favor ni en contra de nada. López se dió cuenta que aquel acceso de rabia, que aquellas palabras que había escrito en su tablet y que el programa de autocensura había borrado y no permitiría que se publicaran, si quedaría insertados en el disco duro del sistema y estarían a disposición de sus jefes, los cuales llamarían a López a capítulo. No sabía cual sería la reacción de estos. Podían despedirle, o castigarle unos meses sin empleo y sueldo. Ya le había pasado a varios compañeros durante los últimos veinte años, por escribir e intentar publicar artículos en contra del sistema. Empezó a sentir miedo y arrepentirse de haber actuado tan falto de conciencia y de sentido común. Al fin y al cabo, pensaba, no iba a conseguir nada escribiendo aquellas palabras. Todo había sido producto de una temeridad.
Mientras el periodista se hacía estas relexiones, el juez anunció que la sesión quedaba interrumpida y que el juicio continuaría al día siguiente a partir de las nueve de la mañana. Así mismo, anunció que no permitiría escándalos cómo el que se había producido hoy en la sala. Amonestó al abogado defensor con diez puntos, por haber exaltado a la masa tanto con su alegación, la cual, en su opinión, había llevado demasiado lejos. Sugirió el juez al abogado defensor que no olvidara cuanto había sufrido la gente con la actuación de la señora a la que se juzgaba hoy allí y le aconsejó que en el futuro fuera más prudente. Seguidamente hizo sonar su mazo de madera y levantó la sesión.

martes, 10 de mayo de 2011

La lluvia de abril.

Fuerte, perenne, basta,
cae la lluvia de abril,
cómo el llanto de un niño,
inconsolable, febril.

Primaverada tierra,
fértil y florecida,
bendita y olorosa
en la tarde gris, tibia.

Cambiante, gris y azul
cielo. Encaprichado
con la fugaz tormenta,
sustentando su gladio.

Caprichosa, traviesa,
danzante bailarina,
la joven primavera,
amante florecida.

Cae la lluvia de abril
sobre los verdes campos;
pero cae tan fugaz,
que ni cuenta nos damos.

sábado, 7 de mayo de 2011

El Juicio. (Prólogo)


Aquella noche, López había dormido mal. Se levantó, se duchó y bajó a desayunar, cómo cada día, al bar de la esquina. Después salió para el Palacio de Justicia. "Va a ser el juicio del siglo", le había dicho la tarde anterior el director del periódico donde trabajaba cómo redactor. Estaba cansado de que siempre le designaran para la misma tarea de redactor de tribunales. Los juicios eran tediosos y aburridos, la mayoría de ellos a nadie le interesaban y, los que interesaban era porque se habían convertido en un mero espectáculo para las masas, como iba a ser aquel juicio. Empezaba a llover y López aceleró el paso. Se adentró en una estación de metro, iba con tiempo suficiente, le gustaba la puntualidad. Normalmente en sus trayectos en transporte público aprovechaba para leer un poco. Aquel día no podía; su cuerpo era recorrido por un extraño estado de ansiedad. Empezó a pensar en el extravagante juicio del que iba a ser testigo: Un juicio a la crisis. ¡Ah!, la crisis. Todo había cambiado tanto en los últimos años gracias a la crisis. Todo se había dado la vuelta cómo un calcetín, todo estaba cargado de surrealismo, todo era absurdo en demasía, visto con ojos y pensamientos normales, de muchos años antes de que sus vidas cambiaran. En veinte años, López, no se había parado a pensar lo mucho que habían cambiado su vida y la de los que le rodeaban: Las estructuras políticas y sociales que les habían rodeado a todos hasta hacía veinte años eran mero polvo en el viento. Ahora, la clase política era un elemento decorativo, el gobierno del país, de las regiones y de las ciudades eran manejados, realmente, por la clase oligárquica, por los dueños de las empresas más importantes. El parlamento había sido suprimido, ahora las decisiones las votaban todos los ciudadanos, vía SMS o vía email. Los ciudadanos no necesitaban ya representantes. Los pocos cargos políticos que quedaban; presidentes y alcaldes, eran elegidos también via SMS o email. La constitución había sido suprimida y se había instalado en el poder un gobierno oligárquico en la sombra. Todos los servicios, antes públicos, se habían privatizado: Médicos, policías y bomberos pertenecían a empresas privadas ahora, adjudicatarias de estos servicios. Se habían suprimido toda clase de impuestos. Todo servicio público, esencial o no, era sufragado por los usuarios. Si alguien sufría los efectos, por ejemplo, de un incendio en el edificio donde vivía y llamaba a los bomberos y a los servicios sanitarios, debía sufragarlos ese alguien y sus convecinos. Las compañías de seguros se habían hecho de oro. Se había suprimido el dinero físico, el papel moneda, ahora se utilizaban para comprar y vender cosas o servicios, puntos virtuales, los cuales eran válidos en todo el mundo. La gente utilizaba para ello sus teléfonos móviles, donde acumulaban todos esos puntos y pagaban lo que necesitaban con ellos. Cómo el dinero físico, el papel moneda, había desaparecido, los mendigos y las gentes que vivían fuera del sistema, que habitaban en el extrarradio del la ciudad y que era la mayoría de la población, tenían que usar el trueque en sus intercambios, para comprar y vender enseres y víveres y para sobrevivir. Las ciudades se habían dotado de murallas virtuales para que no pudiera pasar cualquiera a las zonar donde vivían las personas cualificadas, por eso fuera de esas murallas vivía todo un ejército de mendigos, drogadictos y delincuentes comunes, mezclados con gente que había quedado fuera del sistema, pues ya no eran válidos. Para pisar la ciudad, propiamente dicha, había que poseer un teléfono movil con sus puntos virtuales en regla y esto solo se conseguía trabajando para los oligarcas y sus empresas o siendo un trabajador cualificado. La crisis había hecho prescindir a las empresas de ingentes cantidades de personas que ahora sobrevivían a las afueras de la ciudad, pues se habían convertido en no esenciales. Por cada barrio de la ciudad que se pasara, caminando, en automóvil, en transporte público, había que ir pagando constantemente con los puntos acumulados en el móvil para financiar a la empresa privada que se ocupaba del arreglo de infraestructuras tales cómo el estado del pavimento, acerados, alumbrado público, desagües, abastecimiento de gas, de agua; así, el ciudadano que tenía un trabajo esencial y cualificado, iba y venía por la ciudad, pagando constantemente con los puntos de su móvil, cada vez que cambiaba de barrio, entraba en una estación de metro o en un parque público. Así se financiaba todo.
Las pequeñas tiendas que pululaban aquí y allá por todos los barrios de la ciudad antes de la crisis, habían desaparecido, siendo sustituídas por grandes centros comerciales de barrio, los cuales estaban abiertos las vienticuatro horas del día. Todos estos centros estaban en manos de los oligarcas y, en ellos ya no había dependientes propiamente dichos, solo había allí personal reponedor y de vigilancia. Con el nuevo sistema móvil de pago los dependientes ya no hacían falta, uno iba compraba, lo que le hacía falta y pagaba con su móvil antes de dejar el centro comercial.
Eran cada vez más los desheredados que se quedaban sin trabajo gracias a la creciente mecanización y virtualización de todo. Esta gente, al perder su medio de vida, perdía también su móvil-monedero y por tanto su accesibilidad a la ciudad, por lo que tenía que emigrar a las zonas de los desheredados en el extrarradio. Cada vez era más la gente que vivía en el extrarradio y menos en el centro de la ciudad.
A López, todo este sistema se le antojaba injusto y a todas luces inhumano, pero, cómo todo el mundo, trataba de sobrevivir, de ir tirando. No se sentía para nada responsable de todo esto, y no atinaba a saber cómo podría él solucionarlo. Se dejaba llevar por los tiempos impuestos por la nueva clase dirigente, cómo hacían todos sus conocidos y trataba de ser útil y esencial, para conservar su puesto de trabajo.
Sin darse cuenta y pensando en todo esto, López llegó a su destino. Se apeo, dejó el suburbano y salió a la superficie. El Palacio de Justicia estaba abarrotado de gente. López se dirigió a su tribuna en la zona de prensa para narrar el espectáculo a sus lectores. La acusada, una actriz contratada para representar al personaje de la Crisis, llegaba ya a la sala, acompañada de dos guardias. El juez, un hombre grueso, calvo, con gafas redondas de gruesos cristales, llegaba ya, al estrado. "En pie", dijo en voz alta uno de los ujieres. Todo el mundo le obedeció. Cuando hubo ocupado el estrado, su Señoría hizo un gesto con las manos al respetable para que se sentara. La sala estaba abarrotada. Hacía semanas que se habían acabado las entradas para el juicio virtual a la Crisis que tanto había afectado a la gente en los últimos veinte años. Los precios de las entradas se habían puesto por las nubes gracias a la demanda de las mismas. Así se financiaba ahora la justicia.
"Póngase en pie la acusada", ordenó el juez mirando hacia la actriz que hacía de acusada. Esta, una chica joven, rubia, con un cabello rizado que le caía sobre los hombros, se levantó parsimoniosamente. "Cómo se declara la acusada", le preguntó el juez. "Inocente", contestó la chica.
El juicio había empezado.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Harto de estar harto.

Hay días que estoy harto de estar harto.

Todos los días hay gente que se levanta harta
de estar harta.
Aún así siguen su camino.
Tienen mucho que perder,
aunque estén hartos de estar hartos.
Controlan sus instintos.
Respiran hondo.
Son tortugas.
Son caracoles.
Con su casa, siempre a cuestas.
Con su vida, siempre a cuestas.
Por eso caminan lentos.
Están hartos de estar hartos.
Creen que no pueden hacer nada.

Quizá un día no muy lejano,
se levanten hartos de estar hartos.
Quizá un día no muy lejano,
se den cuenta de que cargan con un caparazón
que pesa demasiado.
Quizá un día no muy lejano,
se pregunten: Para que un caparazón tan pesado.
Quizá un día no muy lejano,
nos demos cuenta todos del peso que llevamos encima.
Quizá un día no muy lejano,
el suelo de la ciudad,
de toda la tierra,
aparezca lleno de caparazones inservibles,
tirados por el suelo.

Quizá ese día desaparezcan las tortugas y los caracoles
de la faz de la tierra.

Quizá ese día deje de estar harto de estar harto.