martes, 3 de diciembre de 2013

Ocaso.

Se va.
El sol.
Lo despiden los cristales de las ventanas,
brillando, de un rojo mortal de ocaso.
Las sombras de las casas se alargan,
estiran sus cuellos de ladrillo,
para ver al sol, que en marcharse se afana.
El cielo se tiñe de rojo.
Mi casa, se apenumbra en esa hora mágica,
y la habitación se viste de sombras,
que se mezclan con la luz mortecina que traspasa la ventana.
Las nubes se tiñen de rojo,
como rojas lágrimas.
De rojo brillante se viste
el ladrillo de las casas,
a la luz mortecina del sol,
que se va, hasta mañana.
Nunca antes se vio, que la muerte de algo,
o de alguien, belleza alguna irradiara.
Quizá lo piense porque sé,
que el sol volverá a brillar mañana.
Quizá. 

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