Se seguirá vistiendo mi pueblo,
con su largo manto gris de niebla,
las noches gélidas del otoño,
cuando yo no esté, y me halla ido
en silencio, callado.
Seguirá oliendo el aire frío
de la tarde a leña quemada
en hogares cercanos, hermanos
en la pobreza y en la esperanza
de un mañana común.
Seguirá tocando el esquilón,
en la anochecida alba, caliza,
llamando a los fieles que oyen,
que no escuchan, y sin embargo
siguen esperanzados.
Se seguirá llenando la plaza
de desocupadas manos, rudas,
erosionadas, ágiles, pardas,
que llevarán a sus hogares pan,
escaso y amargo.
Allá lejos en el firmamento,
en las noches que la niebla duerma
en sus aposentos y se ausente,
lucirá el cielo su brocado
de negro y diamantes.
En alguna alcoba, algún niño
velará, soñando despierto,
con su mente viajera y errante,
imaginando futuros viables.
Le vencerá el sueño.
La vida seguirá, cuando me haya
marchado, en silencio, en calma,
hacia mi blanco hogar etereo,
cuando el invierno llegue a mi vida,
meciéndome en sus brazos.
Muy adecuado para la actualidad que nos atañe a todos los españoles. Muchos, gracias a Dios, no veremos el final de esta historia. Pero eso no significa que estemos en acción, hasta el último suspiro.
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