lunes, 18 de julio de 2011

Caminando por mi vega.

Andando,
caminando a la caída de la tarde por mi vega;
los gorriones revoltosos me saludan, la yerba
ribereña del camino, antes verde, ahora está seca.
El agua de la acequia grande, se desplaza enérgica,
rauda y veloz, formando olas pequeñas,
en busca de fundirse con la parduzca tierra.
En su vigoroso andar hay priesa,
por dar vida a las generosas huertas.
Todo en el aire huele a vega,
a agua que corre por las acequias.

El sol, ahora, menos aprieta.
Pronto se retirará, retomando su vespertina senda.
Un hombre desgarbado, moreno, quemado, aprovecha,
del fuerte sol, mortecino ya, la tregua.
Trabaja agachado hacia la tierra.
Hacia el sur, los pequeños cerros fronterizos nos observan,
observan la quietud de la inmensa llanura de la vega,
en la tarde, que poco a poco, se va apagando serena.
A lo lejos suena el esquilón de la vieja iglesia,
que insistente, llama y, como si de una fábrica fuera
una sirena, los labradores dejan
su lucha, su faena.
Hasta mañana.

Yo sigo andando,
caminando a la caída de la tarde por mi vega.
Me quedo solo, mientras la tarde se va marchando.
Me quedo solo, con el agua que sigue andando,
corriendo veloz para fundirse con los campos.
Me quedo solo con mi vega.

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