miércoles, 5 de marzo de 2014

Ginesín.

Veo a Ginesín, el hijo del murciano, por el camino viejo de El Monte, y lo saludo. Le pregunto qué cómo le va la vida. Me dice que bien, que allá en Los Madriles anda. Me pregunta por mi vida, que donde ando. Otro tanto, en Los Madriles también, le digo. Hacemos propósitos de vernos allí y tomar unas cañas. Propósito que seguramente no se cumpla. Lo dejo. La gente chismorrea. "Ahí va. ¿Lo veis? Es Ginesín. Quien lo ha visto y quien lo ve". Ahí va, al paseo, por la carretera de El Monte, con su señora y los niños. Mal mirado por unos, bien mirado por otros, los menos. Él, que lo tuvo todo Él, que lo fue todo en El Llano. "Él, que tiró toda una carrera por la borda", insistirán. "Las malas cabezas", dirán unos. "La envidia de la gente", dirán otros. Y es que, en un pueblo, ya se sabe. En fin. "Ahí va Ginesín, y la familia. Su señora, la Reme, la hija del Pelado. Buenas piezas están hechos los Pelados. Vaya tino que tuvo Ginesín eligiendo doña, él, que si hubiera querido las tendría a porrillo, fue a elegir a una Pelada, con la fama que tiene esa familia. Dice mi madre que ahí empezó la decadencia de Ginesín, cuando conoció a la Reme, la Pelada, y esta lo cazó", continuarán diciendo. Y es que, la historia de Ginesín, es la historia de uno que subió a lo más alto que puede subir un hijo de El Llano; un hijo pobre, quiero decir.

Ginesín era hijo de Ginés el Murciano; un labriego pobre que vino desde Murcia con una mano atrás y otra adelante, cuando la colonización. Aquí vino, pobre, aquí se casó, aquí se cargó de hijos, y aquí siguió, pobre, como vino, hasta su muerte. Ginesín era el hijo mayor, de un total de cinco, todos varones. Muy pronto mostró algo más que cualidades para trabajar en la huerta, como hacía su padre, de sol a sol. Decían que Ginesín era listo, muy listo, y estudioso, muy estudioso. El cura, los profesores de la escuela, todos, se lo decían una y otra vez a Ginés padre. "Mira Gines, que el chico vale, que es estudioso, que es inteligente, esfuérzate un poco, hombre, e intenta mandarlo a la capital, que se saque una carrera, que luego él, a buen seguro, te sacará a tí de pobre. Tómalo como una inversión a largo plazo". Y Ginés, el murciano, le daba vueltas al asunto. "El chico vale para los estudios, sea; pero yo lo necesito aquí conmigo, para que me eche una mano en la huerta. Se dice muy fácil, mándalo a la capital, a que estudie. Eso vale una pasta", pensaba Ginés. El cura, el alcalde, el director del colegio, todos, movieron Roma con Santiago para buscarle una beca al chico, porque era una pena, una mente tan privilegiada como la de Ginesín, se desperdiciara estripando terrones, sólo porque Ginés, el murciano, fuera pobre y no tuviera  recursos.

Así pues, Ginesín se marchó a la capital, y estudió el bachiller, y lo sacó con matrícula de honor, y entró en la universidad, y otro tanto. Se alojaba en casa de un hermano del alcalde, que vivía allí y que tenía una lechería. A cambio, por las tardes, Ginesín le echaba una mano, o las dos, en el negocio, que hay que ver como ponía el hombre a Ginesín, por las nubes; "Qué chico tan trabajador, y que listo. A mi me ha dado la vida, oye, que ya no se encuentran chicos así, me quita el trabajo de las manos".  Así fueron pasando los años. Los inviernos, Ginesín estudiaba y trabajaba en la capital, y los veranos volvía a El Llano, y trabajaba con su padre y sus hermanos en la huerta. Un buen día de junio, Ginesín se presentó el el pueblo doctorado en derecho. Bien ancho que andaba el murciano, por el casino, por el bar de José Cabra o por el bar Avenida, presumiendo de hijo.

Por entonces se jubilaba el secretario titular del ayuntamiento, don Eulogio y la plaza quedaba vacante. Todos concluyeron en que Ginesín debía presentarse a la oposición para nuevo secretario. Todos así se lo aconsejaron, desde el alcalde, pasando por el cura, hasta su propio padre. Pensaban que quién mejor que Ginesín para acceder al puesto, además, haciendo patria, todos querían que el cargo se lo adjudicara algún hijo de El Llano, que ya era hora, que hasta entonces, nunca que ellos recordaran, había habido un secretario natural de El Llano en el ayuntamiento. Ya era hora por tanto. Así, se convocaron las oposiciones, y como no, Ginesín las ganó, quedó el primero entre los primeros, y ello fue motivo para que Ginés padre se recorriera todo el pueblo, o por mejor decir, todos los bares, invitando a troche y moche a todos, a cuenta de aquel hijo que tantas alegrías le daba.

Por entonces, se constituyó en El Llano el primer ayuntamiento democrático. El personal votó a las izquierdas, y un nuevo alcalde subió al poder, votado por el pueblo, tras cuarenta años de alcaldes puestos a dedo. La subida de Ginesín, un hijo del pueblo e, hijo a su vez de un labriego pobre, fue vista por la gente como algo bueno, un cambio, el comienzo de una nueva era. Y en verdad, así fue. Ginesín abrió las puertas del ayuntamiento al pueblo. Ya, los vecinos más pobres no tenían que esperar horas y horas, con la gorra en la mano, a que los trabajadores del ayuntamiento solucionaran las dudas y los problemas que estos le llevaban. La gente ya no iba con ese respeto sacramental con el que iban antes al consistorio. Se abrió la administración al ciudadano, por iniciativa de Ginesín, que era por así decirlo, el tuerto en el país de los ciegos, pues en la casa consistorial, entre los administratrivos y el personal subalterno, todos puestos a dedo por los anteriores munícipes, y el alcalde y los concejales, hombres con buenas intenciones, del campo, cargados de ideología, pero carentes de conocimientos, no juntaban, entre todos, más de tres dedos de frente. Así pues se imponía la mano de alguien que si tuviera, no dos y tres dedos de frente, sino toda la mano, como era el caso de Ginesín.

Y así fueron pasando los años, y un nuevo aire inundó el ayuntamiento. Los que no podían pagar los impuestos municipales, por iniciativa de Ginesín, se les concedía una, dos o más prórrogas. Qué alguien no tenia ni pajolera idea de como rellenar una solicitud, o de como hacer la declaración de la renta; ¿para qué estaban los empleados púiblicos? Ginesín había impuesto esa tarea a los administrativos, para disgusto de estos, que añoraban los tiempos en los que los labriegos los llamaban de usted, tenían que esperar paciéntemente su turno, gorra en mano, y al final, llegada la hora, se imponía el vuelva usted mañana. Eso, por imposición de Ginesín pasó a la historia. Para dar ejemplo, Ginesín se puso a disposición de la gente las vienticuatro horas del día. Había gente que iba a su casa a consultarle sus dudas, bien entrada la noche, con la excusa de que había estado todo el día trabajando, y claro, no había podido ir al ayuntamiento en las horas hábiles. Ginesín a todos atendía, sin pedir nada a cambio, sin quejarse, para él, dijérase que era una obligación que se había auto impuesto.

Y así empezaron a salirle enemigos a Ginesín. Los demás empleados del ayuntamiento, los políticos de la oposición, la gente arriba, los potentados, que antes entraban en el ayuntamiento como Perico por su casa, todos ellos veían a Ginesín, y sus manías aperturistas como algo peligroso. Abordaban al cura, o al anterior alcalde, ahora jubilado por la democracia, y le echaban la culpa de todo lo que estaba pasando, por haber animado a Ginesín a presentarse para secretario. Los poderes fácticos de El Llano se pusieron en su contra. Una cosa era la democracia, decían, pero siempre hubo ricos y pobres, potentados y no potentados, y Ginesín no tenía derecho a saltarse las normas.

Por aquella época, Ginesín estaba en boca de todo el pueblo. Era un estupendo partido, y quien más y quien menos, lo veía como el perfecto yerno; honrado, trabajador y listo como era, y con un puesto de secretario en el ayuntamiento. Así, las chicas más guapas del lugar, no perdían ocasión de agitar las plumas ante Ginesín, a ver si caía, pero nada. Todo lo más, encontraban el beso furtivo de una noche, o las más avezadas e intrépidas, el revolcón del fin de semana, a ver si tocaba la flauta y lo llevaban al altar, aunque fuera de penalty; pero ni así. Entonces aparición en escena, la Reme, la pelada, la hija del Pelado, una zagala de armas tomar, alta, morena, ojos verdes, con todo en su sitio. Lo que las otras no consiguieron por la vía fácil, la Reme lo consiguió por el camino difícil de la castidad. Ginesín se enamoró perdidamente de ella, y no hizo falta revolcón furtivo, ni boda de penalty. Para disgusto de Ginés padre, al cual no le gustaba la chavala por la mala reputación de su familia. El que empezó a sacar pecho a cuenta del noviazgo de Ginesín con su hija, fue el Pelado, un individuo con mala fama, ladrón, pendenciero, borracho y mal encarado.

Al personal aquello no le gustó. "Es como tirar flores a los cochinos", decían. El caso es que Ginesín se casó con la Reme, para rabia de muchos. La boda se celebró en la Parroquial de San Jaime, con misa cantada y todo. A partir de entonces, Ginesín empezó a cambiar. Ya no recibía a nadie en casa fuera de las horas de atención al público del ayuntamiento, ni obligaba a sus subordinados a ayudar a la gente mas incapaz a rellenar instancias o declaraciones de la renta, gratis. Este cambio la gente se lo cargó a la mujer, a la que acusaban de darse aires de grandeza, desde que se casara con Ginesín. "No hay cosa peor que un pobre harto de pan", decían. De todo esto tomaron buena nota los enemigos de Ginesín, los cuales se iban multiplicando según pasaba el tiempo, a los potentados, a los que había desairado, los que antes mandaban, y ahora, por obra y gracia de Ginesín, no podían mangonear a gusto en el ayuntamiento, se unieron las clases bajas de El Llano, que vieron en Ginesín a uno de los suyos, que sintieron que un aire nuevo entraba en el consistorio, y que, se sintieron traicionados con la nueva actirud hacia ellos, que Ginesín gastaba tras su boda con la Pelada. 

Un buen día, la bomba estalló.  "Malversación de fondos, tráfico de influencias y no se cuantos más delitos en el ayuntamiento de El Llano, un pequeño pueblo de la comarca de La Vega. Culpable el secretario, Ginés Vidal", era el titular que traía en sus páginas el Diario Provincial. Los unos aprovecharon para pedir la cabeza de Ginesín, los otros también. Hubo gente que se quedó en el medio, gente en la que pesó más los favores que Ginesín había hecho por ellos en el pasado, gentes que decían a quien los quisieran oir que a ellos Ginesín no les había hecho nada malo, y por tanto ellos ni creían ni dejaban de creer lo que el diario publicaba. Pero estos, o eran los menos, o eran los que menos ruido hacían. Ginesín estaba sentenciado. Lo inhabilitaron, lo juzgaron, salió culpable. Ginesín se había quedado con dinero, decían unos. Otros decían que no, que Ginesín solo había firmado, y que claro, el que pone la cara es al que se la rompen, pero que el verdadero culpable, ese, había sido el alcalde. El pueblo se dividió. Unos a favor. Otros en contra. Ginesín se fue, salió huyendo, camino de Madrid, no puediendo soportar la presión de un pueblo pequeño, el estar en boca de todos. Cogió a su mujer, y se largó. Al final, parece ser que la cosa no fue tan grave. Unos fondos mal empleados, parece ser. Dos años de inhabilitación para Ginesín, luego podría volver. Nunca volvió. Ginesín se abrió camino en Madrid, brillante como era, no le costó trabajo entrar en un bufete de abogados. Su padre, Ginés el murciano, murió, dicen las malas lenguas que de vergüenza, por ver a su hijo en boca de todo el mundo.

Ginesín mantiene su casa en El Llano. A veces va para allá, con su mujer, con sus hijos, nacidos en Madrid. Sale a pasear, por las tardes, por el camino del Cerro Pardo, o por el camino viejo de El Monte. Hay gente que lo para y lo saluda y hay gente que ni lo mira. Unos dicen; "Ahí va Ginesín, quién lo ha visto y quien lo ve. Las malas cabezas". Otros sin embargo dicen; "Ahí va Ginesín. Con lo que hizo por el pueblo y como lo ponen". Y todos los que lo ven, lo saluden o no, tienen un comentario malo o bueno para Ginesín, que no ha dejado a nadie indiferente en El Llano.  

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