lunes, 17 de agosto de 2009

El río


Caminas lento bajo el calor del sur. Lento, como el labriego que tras luchar junto a la tierra, vuelve a su casa, cansado. Lento como el tiempo, en los pueblos blancos que vas dejando atrás, camino de la inmensidad del mar. Lento, como el invierno, frío y estéril; y en tus aguas, arrastras sonidos de jotas, de fandangos, de fado; de niños chapoteando en tu seno, ruidosos, jugetones. Pasas por mi pueblo blanco, camino de poniente, y cuando llegas a la atalya de piedra, a la ciudad guerrera, cambias tu camino, y te diriges rumbo al sur, y vas serpenteando entre gentes de distintas lenguas, que habitan una misma tierra, que miran hacia el mismo cielo azul. Y empiezas a andar más y más rápido, y llegas al mar, y te adentras en el, para renovar tu cansado y viejo cuerpo, para rejuvenecer tu alma y volver a ser ese niño jugetón que aparece y desaparece. Llega el otoño, y con el las nubes, y con ellas retornas a tu tierra, y retomas tu andar lento, y vuelves a dejar tras de ti los pueblos blancos, y vuelves a escuchar las jotas, los fandangos y los fados, y vuelves encontrarte con la atalaya de piedra una vez más, y vuelves al sur, y al mar...

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