Fue ayer. Ayer mismo,
cuando observaba mi tez,
mi otro yo en el espejo.
Me despisté. Miré a otro lado.
Pasaron quince años.
La adolescencia me produce erupciones
en la cara. Volcanes activos
en un cuerpo activo. En plenitud.
Me despisté. Miré a otro lado.
Pasaron quince años.
El cabello empieza a desertar de la cabeza
del tipo que me mira al otro lado del espejo.
Sus ideas cada vez son más claras.
Me despisté. Mire a otro lado.
Pasaron quince años.
La cima de mi cabeza empieza a blanquear,
cual pico nevado.
Nieves perpetuas coronarán mi testa.
Me despisté. Miré a otro lado.
Han pasado quince años.
Los surcos conquistan mi cara,
mis manos. ¿El preámbulo de un viaje
definitivo?.
Me despisté. Miré a otro lado.
Han pasado quince años.
Mis ojos vagan perdidos. No quieren mirarme
desde el espejo. Me rehuyen.
Me evitan. Se avergüenzan de mi.
Me despisté. Miré a otro lado.
Han pasado quince años.
Nadie me mira desde el espejo.
No soy, no estoy ya, físicamente.
He iniciado el viaje hacia la eterna juventud.
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