viernes, 29 de marzo de 2013

Llueve.

Llueve.
Un cielo gris lo ocupa todo, lo inunda todo, invade la tarde silenciosa. Cierro los ojos y veo mi tierra verde, salpicada de pequeñas flores amarillas bajo el inmenso toldo gris de la tarde.
El viento ruge y raspa mi piel. Poniente gana la partida y la humedad se palpa, se siente.
A lo lejos alguien ha encendido una fogata y su olor es incluso agradable.
Llueve, a ratos, pero llueve, una fina cortina húmeda me moja de arriba abajo, y sin embargo no me importa.
Camino.
Quisiera ser viento, y cielo gris, y campo verde moteado de amarillo, y humo lejano y agradable.
Me pregunto si lo seré, quizás, algún día.
Abro los ojos. No, no estoy en mi tierra. Pero la tarde es gris, y llueve, una lluvia fina, y el aire, de poniente, me trae olores, recuerdos.
Me pregunto si cuando cierre definitivamente los ojos iré a un sitio así, a mi tierra verde, en una tarde gris de primavera.
Vuelve a llover.

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