martes, 18 de agosto de 2015

En esencia, yo...

...era el único pariente vivo del viejo. El único  pariente vivo que mantenía contacto con él, y que quisiera mantenerlo. A los demás sobrinos los ahuyentó el años ha, con su misantropía, con su tozudez, con sus maneras de viejo cascarrabias enfadado con el mundo. Asi pues, al entierro sólo asistimos tres personas; los dos operarios de pompas funebres y yo, así que el entierro fue rápido, sin curas que dieran sermones, ni personas que dieran el pésame. Todo fue muy frío, muy solitario, tal y como a mi difunto y cascarrabias tío le habría gustado.
Siempre me produjo admiración. Era el hermano pequeño de mi padre, la oveja negra de la familia, que tras el servicio militar se había perdido por el mundo, se había ido, para disgusto, principalmente de su padre, mi abuelo, que palideció hasta el infarto cuando se enteró de que su hijo pequeño se había hecho comunista, y vivía en Rumania a cuenta del PCE, y del régimen de Caucescu. A mi abuelo, hombre de derechas de toda la vida, monárquico, ultracatólico y tradicionalista, aquello lo llevó a la tumba.
Pasó buena parte de la década de los sesenta y los setenta, viviendo en Rumania. De vez en cuando nos enterábamos de sus andanzas porque nos llegaba alguna carta suya, traída desde el otro lado del telón por algún excompañero suyo que había renunciado a la disciplina del partido y había decidido acogerse a las medidas de reinserción y perdón tan voceadas por la dictadura, cosa que mi tío jamás hizo, ni se le hubiera pasado por la cabeza. Él, tozudo como una mula hasta el final, era un hombre firme hasta la muerte, en mantener convicciones, contra viento y marea, aunque en su fuero interno supiera que los muros que sostenian esas convicciones, se tambaleaban.
A mediados de la década de los setenta se presentó en casa. Había decidido volver al país que le vio nacer. El nunca lo reconoció, pero mi padre se enteró por buenas fuentes que lo habían expulsado del partido por derrotista. Mi padre, sabiendo que jamás aceptaría su caridad, le ofreció un puesto en la empresa heredada de mi abuelo y así el tío Tomas, mi tío comunista, la oveja negra de la familia, empezó a trabajar por primera vez en su vida. Estuvo viviendo con nosotros un tiempo, hasta que se dio cuenta de que su misantropía le impedía vivir con nadie, así que se buscó un apartamento alquilado, barato, en un barrio obrero de la ciudad. Se acostumbró a una monotonía. Se afeitaba todos los días, se duchaba tres veces en semana, se iba de putas tres veces al mes, se bebía al día media botella de Chinchon seco, y se fumaba tres paquetes de Celtas largos. No tenía relación con nade de la familia, salvo con mi padre y conmigo. A mi padre le tenía gran afecto, y a mí, a decir de él, me quería cómo al hijo que nunca tuvo. A los dos, a mi padre y a mí, nos llamaba su única familia.
Me gustaba ir a visitarlo a su guarida, y respirar aquel aire viciado de humo de tabaco negro y suciedad acumulada. Nos sentábamos los dos, siempre que yo iba, en el salón, él en su sillón favorito, raído por el tiempo y la molicie, yo en una silla, viendo la tele, sin prestarle atención. Le gustaba hablar de política. Le gustaba mucho. Se podía tirar horas, días hablando de política. A mí me gustaba que me contara sus andanzas por la Europa del este. Me contó sus vivencias en Rumania. Habia conocido a Caucescu, el cual le regaló una vez una pitillera dorada, grabada con la hoz y el martillo, pitillera que empeñó no sé donde. Había estado en Moscú, en Berlin Oriental, en Tirana, en San Petersburgo. Decía seguir sintiéndose comunista, y una vez me confesó que se moriría siendo comunista. Yo trataba de rebatirle, le intentaba argumentar con lo de la caída del muro, lo de la inviabilidad del comunismo. El siempre zanjaba la cuestión diciéndome: te creía más inteligente sobrino. Decía que no era el comunismo, sino el capitalismo lo que había caído con la apertura de Telon de Acero, y terminaba con un, algun día te darás cuenta de esto, sobrino, algún día te daras cuenta y me darás la razón. Yo entonces no sabía a que podia referirse, y acababa siempre más confundido que cuando empezabamos la conversación. A raiz de la caída del muro, poco después, empezo a viajar otra vez. Se jubiló anticipadamente por enfermedad. Los tres paquetes diarios de Celtas y el Chinchón se estaban cobrando su vida, poco a poco. Desde 1989, cada 9 de noviembre viajaba a Berlin, ya reunificado, y depositaba unos claveles rojos y una vela frente a la  Puerta de Brandenburgo. Mi padre se metía con él, diciendo que eso lo hacía en memoria del comunismo, felizmente caído. Él, entonces contestaba muy serio que lo hacía en memoria del capitalismo socialdemocrata occidental, que murió junto a las miles de personas que murieron en aquella ciudad, intentando cruzar a Occidente, huyendo del comunismo, total para nada, pues el comunismo al final se había impuesto en todas partes.
Aquello duró unos años, hasta que un buen día un vecino nos avisó de que hacía días que pasaba frente a la puerta de su piso y oía un leve gemido. Avisamos a la policía y a una ambulancia,  y nos lo encontramos medio muerto, tirado en medio del salon. Un infarto al cerebro. Los medicos nos decían que tenia las venas totalmente obstruidas por los excesos. Tras aquel susto, del que, gracias a Dios no le quedaron secuelas importantes, decidimos ingresarlo en una residencia, y alli paso el resto de sus días. Yo lo visitaba tres veces en semana. Salíamos fuera del recinto de la residencia y nos íbamos a sentar a un banco en un parque cercano, para poder fumar su ración reducida diaria de Celtas, a pesar de la prescripción y la advertencia médica de que no lo hiciera. Me seguía contando sus viejas historias de militancia comunista subversiva, unas reales, otras inventadas. También hablábamos de política. Una vez le pedí que me explicara que quería decir con aquello de que el comunismo no había caído con el muro, sino que lo había hecho el capitalismo. Se encendió  un Celta, y me miró largo rato. ¿Asi qué te pica la curiosidad?. Lo sabía, tu deberías haber sido hijo mio, y no del pamplinas de tu padre. Verás, esta muy claro. El mundo corre hacia una espiral de destrucción consumista. Consumimos más de lo que nos podemos permitir. Consumimos más petroleo, más gas, más agua, más comida de la que tenemos y de la que podemos producir. Unos consumimos más, y otros menos. Unos morimos de colesterol por exceso de comida, y otros de hambre por defecto. Por eso el comunismo se instala en el mundo como alternativa, y como solución. De no ser asi el mundo explotaría en pocos años. En los próximos años, sobrino, verás como todo se hace mediante planificación económica, planes quinquenales, ayudas al desarroyo, propaganda, tal y como se hacía en la Union Soviética. Se impondrá una especie de estajanovismo productivista que nos hará ir a más, a más producción, y lo más barato posible, pero sin resultados aparentes en cuanto al bienestar general. Pero ojo, no te engañes, sobrino, no será el estado el que se haga con los medios de producción, serán los medios de producción los que se hagan con el estado, se formara un clongomerado de empresas, de grandes empresas, de gigantescas empresas, que se hará con todo, industria, servicios, banca, agricultura, medios de comunicación, energia, sanidad, educación. Esos conglomerados se irán fusionando unos con otros hasta crear dos o tres megaestados que controlen la economía munidal. Esta, es la segunda fase de la instalación del comunismo a nivel mundial, la primera fue la creación y la consolidacion de la URSS, el primer estado comunista de la historia, y el banco de pruebas. Una vez que han comprobado que se puede controlar a la población, política, social y economicamente, se han lanzado a crear una gran Unión Sovietica a nivel planetario. Esto es necesario, pues de no ser así, depredariamos el planeta en pocos años, date cuenta de que ya pasamos de los seis mil millones de individuos, individuos que comen, consumen luz electrica, gas, petroleo, comida, todos recursos finitos, y no se les ha ocurrido ningún invento mejor que el comunismo para controlarlo. Debo confesar que, entonces, oyendo a mi tio hablar, a todas luces tan lucidamente, me quedé anodadado, y fui incapaz de comprender lo que me quería decir. Asi pues seguí unos años, todos los que el abuso del tabaco y el alcohol quisieron darle de margen, yendo a la residencia y paseando con él por las afueras, con su cigarrillo siempre encendido en los labios, e insitiendo siempre en la misma teoría orweliana, sobrerreal destino mundial. Un par de años después, mi padre murió de un infarto, y el hecho le sumió en una profunda depresión. Se dio entonces más aún al Chinchón y al tabaco, y otro ictus lo dejó postrado en una cama hecho practicamente un vegetal. Después de aquello apenas si me conocía, y alternaba momentos de lucidez, los menos, con momentos de demencia, los más. Un buen día me llamaron de la residencia; lo habían encontrado muerto en su cama, por la mañana. Los médicos me dijeron que era muy posible que hubiera muerto durante el sueño y ni siquiera se hubiera enterado. Seguí al pie de la letra sus instrucciones, dadas años antes, para el día de su muerte. Estas eran que debiamos enterrarlo en el cementerio civil de la ciudad, nada de panteón familiar, ni por supuesto de curas. Queria mantenerse como oveja negra oficial de la familia hasta el final. Así pues, procedimos, mejor dicho procedí, pues el resto de la familia se desentendió, a llevar a cabo sus deseos. A partir de entonces, cada 9 de noviembre, fecha de la caída del muro, me pasaba por el cementerio civil, con unos claveles rojos y una vela, que depositaba ante su tumba. Asi lo hago siempre desde que murió.
Este año, durante el mes de junio, estuve de viaje de trabajo en Berlin. Me acordé mucho de mi tío. Confieso que últimamente pienso mucho en él, y en lo que me decía. Pienso si no tendría algo de razón con aquello que decía de que el que había vencido era el comunismo y no el capitalismo. El mes de junio me pilló en Berlin, durante la crisis griega. Todos los medios de comunicacion no hacían otra cosa que hablar de lo mismo. Entonces entendí lo que mi tío quería decirme. Se oia hablar de privatizaciones, y de ceder poderes públicos y soberanía a manos privadas. Recordé que mi tío me dijo aquello de que ahora los medios de produccion se harían con el estado, y no al revés. Me pregunté si no sería eso lo que estaba pasando. Decidí comprar unas flores y una vela, y dejarlas en la Puerta de Brandenburgo. Una señora que me vio, creyendo quizá que era en memoria de las víctimas del muro, me apretó las manos, y me dio unos toquecitos en el codo, a modo de consuelo. Sin duda la buena mujer debió creerme hijo o nieto de algun fujitivo del Berlin Oriental, muerto allí mismo. Me alejé apesadumbrado por saber que tanto dolor quizá hubiera sido en vano, y reconocí en el aire un olor familiar. Un olor como a tabaco negro, como a Celtas largo, fuerte e intenso...

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