Levanté la vista, y vi mi casa,
mi familia, mi amor, mi tierra;
mi vida entera, mancillada, muerta.
A los pies de ellos.
Mi dignidad y mis sueños, robaron.
Mi humana resistencia y mi altivez,
burlaron, desde su altísima ara.
Y no hice nada.
Vi sus malvados ojos mirándome.
Con su mortal y sublime avaricia,
me redujeron a simple ceniza.
Yo lo sabía.
Me quitaron el nombre de persona,
me desprendieron de mi hábito.
Solamente me quedó sobrevivir,
de sus migajas.
Con la palabra como fiel escudo,
y con la pluma como fiel espada,
estoy presto, por fin, a combatirlos.
Pero ya es tarde.
Es tarde para todo, para nada.
Para escribir versos en blancos folios;
para adornar con flores las palabras.
Para la lucha.
Y sin embargo nosotros luchamos,
con la única arma que sabemos,
con la única arma que tenemos.
Nuestra dignidad.
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