jueves, 23 de febrero de 2012

El ocaso.



Me gusta hacer balance del día, viendo como se marcha, como deja tras de si su estela roja y púrpura, como colorea el cielo con su luz mortecina. Si; me gusta. Me gusta mirar el ocaso, tanto que no me siento bien la tarde que me lo pierdo. No me canso de verlo, de sentirlo, de vivirlo. El ocaso trae la paz, trae la noche, las estrellas, la luna.
Me gusta sentir estas tardes de febrero en la que los días nos engañan y nos calientan más de lo que el invierno les permite, normalmente. Si; me gustan, porque son los guías de la primavera, y la primavera trae más luz, más color, más alegría a nuestras vidas.

A esas horas, durante el ocaso en un día de falsa primavera de febrero, uno se siente en paz y mira con otros ojos al cielo, azul y, purpura y, rojizo. Y uno piensa que no hay en el mundo nada más importante. Y piensa que si la gente mirara más al ocaso, en una maravillosa tarde de febrero, azul y cobrizo, no habría tampoco nada más importante para ellos.

Y es que; ¿hay algo más importante qué mirar al cielo?

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