jueves, 9 de febrero de 2012

Frío.

El viento que me paraliza
con su aliento frío,
ese que recorre el cielo
raso y limpio,
lleva a mi mente
a los inviernos infantiles,
de pueblo blanco,
de niebla y brasero,
de cipreses verdes,
de juegos, de colegio,
de merienda...
El viento frío del invierno
me lleva a mi pueblo.
Yo soy un niño,
un niño que mira el cielo azul
de la tarde interminable de la infancia,
de la tarde fría.
Yo soy un niño,
que juega,
que se cobija en las enaguas
que visten una vieja camilla,
grande, redonda, de madera antigua,
al calor de un brasero.
Yo soy un niño,
y mi padre, y mis hermanos,
y mis abuelos, están allí,
y son, y están.
Y está el recuerdo de una
madre muerta.
Y está mi pueblo,
y está mi casa,
y está mi patio,
y está mi limonero,
y está mi pozo.

El viento frío, el mismo que me lleva
a mi pueblo, me despierta.
Ya no hay pueblo,
ya no hay casa,
ya no hay patio,
ya no hay limonero,
ya no hay pozo.
Yo no soy un niño,
no está mi padre,
no están mis abuelos,
no hay nadie.
Solo el recuerdo.
Si, también el de mi madre.
Todo se fue,
con el frío del invierno.

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