sábado, 5 de enero de 2013

La Conciencia.

Se arcaba el momento de la muerte y don Edelmiro Tárrega IV, el cuarto de una sucesión de Edelmiros Tarregas que desde hacía más de doscientos años se dedicaban a fabricar armas, agonizaba sin haber conseguido que su único hijo, Edelmiro Tárrega V, se dedicara en cuerpo y alma, como había hecho él, al negocio familiar.
La agonía y los avisos de la muerte próxima habían comenzado de madrugada y don Edelmiro Tárrega había mandado llamar a su hijo, para intentar hablar con él antes de morir, en un último intento de convencerlo para que se hiciera cargo de la empresa.
Pero tal cosa iba a ser imposible, aunque Tárrega IV se empeñara en lo contrario. Edelmirín no era como su padre, ni como su abuelo, ni como su bisabuelo, ni aún como su tatarabuelo, el iniciador de la saga. Todos ellos se llamaban Edelmiro y se apellidaban Tárrega. Todos ellos dirigieron hasta la muerte un negocio familiar de fabricación de cañones, fusiles, bombas y otros parterres para la guerra. Todos ellos participaron en las guerras en las que el país se vio envuelto en 200 años, aunque no en el campo de batalla, sino suministrando armas al ejército propio, y a veces al del enemigo puntual, haciendo esta circunstancia crecer el negocio, la riqueza y la prosperidad de la familia.
La cosa fue así, como quien dice, hasta antes de ayer por la mañana. Cuando Edelmiro Tárrega V, hijo de Edelmiro Tárrega IV y nieto de Edelmiro Tárrega III y más que probable continuador de la saga, vino al mundo.
Edelmiro V era distinto de sus ancestros. Tenía conciencia. Se dio cuenta a la tierna edad de ocho años, en una fría noche de invierno en la que se despertó de un sueño y vio en su habitación ante él a cinco tipos ataviados con frac y chistera blancos. Uno de ellos se adelantó y dijo a Edelmirín; "soy tu conciencia, y estos señores que ves aquí conmigo son las conciencias de tus antepasados, partiendo de tu tatarabuelo, Edelmiro Tárrega I".
Desde entonces, Edelmiro Tárrega V empezó a mostrar interés por el arte, por la música, por la literatura, por el teatro, por el cine, y empezó a mostrar un más que notable desinterés por los balances, los números y por la fabricación de armas, para disgusto de Tárrega IV. Esta circunstancia llevó a Tárrega V a entrar en el conservatorio nacional y hacerse músico. Compuso innumerables obras y se hizo famoso como violonchelista. Sus conciertos, en los mejores teatros del mundo, delante de personalidades de lo más distinguidas, fueron de lo más sonados. Y pronto, acompañado de sus cinco conciencias, la suya y la de sus ancestros, que le acompañaban a todas partes, empezó a ofrecer conciertos benéficos por las víctimas de las armas que su padre fabricaba y vendía a ejércitos de medio mundo.
Esto irritó de sobremanera a Tárrega IV, que lo desheredó y que se volvió a casar con una joven y bella modelo, tras haber enviudado de la madre de Tárrega V, en busca de otro heredero que continuara con la saga familiar, un Edelmiro Tárrega VI, que enmendara el error de su hermano. Pero todo fue en vano. Tárrega VI no llegó. Y no fue porque Tárrega IV no lo intentara, ya que estaba todo el día, dale que te pego, copulando con la joven y bella modelo, su nueva esposa. Como dice el sabio refrán; "barca vieja no aguanta vela nueva", y así, de tanto trajín sexual que se traía con su nueva, joven compañera a tan avanzada edad, en busca del heredero deseado, Tárrega IV enfermó gravemente y se puso para morir. Intuyó que la muerte lo acechaba y mandó llamar a su hijo, para hablar con él por última vez, a ver si su imagen moribunda lo hacía cambiar de parecer y se ponía a los mandos de la nave.
Su hijo se presentó a los pies de su lecho de muerte, acompañado de cinco señores vestidos de blanco, con frac y chistera. "Papá; esto señores son las conciencias de la familia desde el tatarabuelo hasta mí. Desde que nuestra familia se dedica a fabricar armas y muerte". Informó Tárrega V a su padre moribundo. "Te van a acompañar en tu camino hacia la muerte", continuó informando a su padre, que comprendió que no había solución, y que se iría de este mundo sabiendo que sus esfuerzos por mantener en pie el legado de su familia se marcharía con él y con aquellos cinco tipos vestidos de blanco, las conciencias a las que ni él ni sus ancestros, desde cuatro generaciones antes de él, habían ignorado por completo.
Antes de marchar, la conciencia de Tárrega V dio un abrazo a su pupilo. "Portate bien. Has elegido tu camino muy bien, haciendo el bien y no el mal, como tus ancestros. Yo ahora me voy a acompañar a mis compañeros, las conciencias de tus ancestros, a llevar el alma de tu padre hasta la muerte, pero volveré.", dijo la conciencia a Tárrega antes de desaparecer e irse.
Pasaron unos días y Edelmiro Tárrega V empezó a mirar con otros ojos a su joven y bella madrastra, la mujer que su padre había tomado para traer al mundo a otro Edelmiro que siguiera sus postulados y no el de su conciencia como había hecho él. Pero su conciencia se había ido y no estaba allí para aconsejarle, así que´Tárrega V se dejó llevar y acabó en la cama con la joven y bella viuda de su padre y acabó casándose con ella. "Total", se dijo, "ella ahora es viuda y está sola". De la relación, a los nueve meses nació un Tárrega VI. "Qué orgulloso estaría papá si viviera", pensó Tárrega V.
Pronto empezó a revisar los cuentas de la empresa familiar que había heredado de su padre, y se dio cuenta de que el negocio de las armas era interesante y dejaba pingües beneficios, porque guerra había siempre. Empezó a ver con buenos ojos todo esto, y la cosa le empezó a gustar, incluso pensó en poner a Tárrega VI el nombre de Edelmiro, como le hubiera gustado a su difunto padre, hasta que un día que estaba dormido, su conciencia lo despertó abruptamente. "Si me demoro un poco más, sigues la estela de tu padre", le dijo. Allí estaba una vez más su conciencia, vestido de blanco, como siempre, con su frac y su chistera. Iba acompañado de un individuo de la misma facha, el cual le informó que era la conciencia de su hijo recién nacido, Tárrega VI, y que si no desistía de su actitud y volvía por el buen camino, lo pondrían en su contra como lo habían puesto a él en contra de su padre, años antes. "No se que me ha podido suceder. De pronto, los números y los negocios de mi padre me empezaron a atraer", dijo Tárrega V para justificarse.
Asesorado de nuevo por su conciencia y por la de su hijo, Tárrega V no puso al chico el nombre de Edelmiro y le llamó Antonio. Tárrega V murió a la avanzada edad de cien años, habiendo alcanzado la proeza de llevar a la ruina la bollante fábrica de armas de su familia y habiendo tenido siete hijos, todos artistas, dedicándose cada uno de ellos a un arte diferente. El nombre de Edelmiro desapareció para siempre de la familia.

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