jueves, 14 de abril de 2011

Mi Ilustre Fantasma.


Le costaba pensar, cada vez menos, a María, que el tipo que estaba sentado en su sofá leyendo el borrador de su último libro todavía sin publicar, fuera nada más y nada menos que don Miguel de Cervantes, o más concretamente, su fantasma. María había consultado con su psiquiatra éste hecho. "Doctor -le había dicho a su psiquiatra, tendida en un diván de cuero negro- todas las noches me visita el fantasma de Miguel de Cervantes". El médico, sin asombrarse, le dijo que era normal. "En las últimas semanas, -le dijo confidencialmente- han venido a ésta consulta un diputado que asegura hablar a diario con el fantasma de don Miguel Primo de Rivera, y una cantante que asegura encontrarse todas las noches con el de doña Concha Piquer". El médico dijo que pudiera deberse al estrés, la sobrecarga de trabajo, la vida anti-natura del urbanita; lo normal. La recomendación facultativa fue de absoluto reposo, mucha actividad al aire libre y comida sana y nada de café, alcohol o drogas estimulantes, y que volviera dentro de un mes a pasar consulta.
"Bueno; ¿cómo lo ves?" preguntó María a Cervantes, su parecer sobre lo que estaba leyendo. "Psse. Otra novela histórica más. ¡Qué matraca con las novelas históricas os traéis hoy en día los escritores!. No sabéis escribir otra cosa que no sean novelas históricas o novelas sobre el temple, la masonería, los illuminati...", dijo el fantasma visiblemente contrariado. "Es lo que la gente pide. Las editoriales te editan sin pestañear estos temas, porque saben que las venden cómo churros", se defendió María. El fantasma continuaba ojeando el legajo. "¿Me vas a ayudar entonces a volver a encontrar la inspiración?", preguntó María. "Si te empeñas en seguir escribiendo chorradas de éste estilo, conmigo no cuentes", dijo Cervantes. "¿Y que se te ocurre. Porque a mi no se me ocurre ya nada". María llevaba dos años sin publicar nada. De cara a la opinión pública, oficialmente, se había tomado una temporada sabática, pero la realidad es que no se le ocurria nada coherente que llevar a negro sobre blanco. "Para empezar, debes mirar en torno tuyo. La literatura también es contar cosas sencillas, creibles, lo que le pasa día a día a la gente de la calle y luego, mezclar en esa historia una pizca de crítica social, un poco de ironía, un chorrito de humor, una ramita de tragedia, lo agitas bien y tienes una novela" dijo Cervantes en tono ilustrativo. "Ya; así dicho parece fácil. Pero por más vueltas que le doy al coco no se me ocurre nada", dijo María. El fantasma se quedó pensativo, mirando al vacío, cómo si pudiera ver lo que estaba pasando en el mundo a través de la pared del salón del apartamento de María. "Ya está- dijo de pronto el fantasma, -vamos a hacer un pequeño viaje en el tiempo". "¿A donde?", preguntó María. "Aquí mismo, al extrarradio de Madrid. Vamos, en marcha, sígueme, no hay tiempo que perder".
Cervantes chasqueó los dedos índice y pulgar de la única mano sana que tenía y de pronto aparecieron en lo que parecía un despacho de abogados, una notaría o algo así. Tras una gran mesa de despacho, un individuo, gordo, de mediana edad, leía en voz alta el contenido de unos documentos. Frente a el se sentaban cuatro individuos más. A saber: Un tipo engominado, de unos treinta y tantos años, vestido impecablemente, un tipo de unos viente y pocos años, vestido con vaqueros, camisa de rayas y pircing en el lobulillo de la oreja izquierda, una chica de la misma edad, más o menos, que el anterior individuo, vestida con mayas grises, botas de mosquetero y camisa blanca y pircings en oreja, nariz y labios, y por último un individuo de unos cincuenta años, con camisa de manga corta a cuadros azules y rojos, pantalón de tergal azul y teléfono móvil enfundado colgado al cinturón de cuero negro que sujetaba sus pantalones.
"¿A donde me has traído?", preguntó Maria en voz baja, casí susurrando. "No hace falta que bajes tanto la voz. No te pueden oir. Tu y yo, venimos desde el presente al pasado, no estábamos aquí cuando ocurrió esto" dijo Cervantes, como si aquello fuera la cosa más natural del mundo, sin mirarla, acercando su cabeza a la de ella. "Para tu información te diré que estamos en una notaría, -prosiguió- asistimos a la compraventa de un piso de segunda mano, sito en la calle del Lirio número 2, 2º D, de la localidad de Fuenteblanca del Henares, cercana a Madrid. Hemos retrocedido cinco años en el tiempo. Nos encontramos en el 2 de abril de 2005 a las 12:30 de la mañana. El señor que ves leyendo, es el notario, el tipo engominado que va hecho un pincel, es el director del banco, los dos chicos jóvenes son los compradores, y el señor mayor, es el vendedor". María miraba con una mezcla de sorpresa e incredulidad a Cervantes. "¿Me estás diciendo que me has traído a buscar inspiración para mi novela a una notaría, a una acto de compraventa de un piso en el extrarradio?", dijo la escritora visiblemente contrariada. "Pues si, y si tienes un poco de paciencia, te fijas y estás calladita, puede que encuentres argumento para tu novela". Exclamó el espectro.
En el despacho, de repente, el ilustre notario se levantó y fue hacia la puerta, poniendo la excusa de una cita ineludible con el cuarto de baño. "La próstata, -alegó-, ya os enterareis cuando llegueis a mi edad", dijo mirando al personal masculino que estaba sentado frente a su mesa. La ausencia del señor notario fue aprovechada por la pareja compradora para pasar al vendedor un sobre con la propaganda de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de La Almunia de Doña Godina. "Aquí tiene: el "negro". Lo convenido; sesenta mil euros. Puede usted contarlo", dijo el chico joven al vendedor del piso. El hombre mirando de reojo hacia la puerta, abrió el sobre y empezó a contar el fajo de billetes de quinientos euros que había dentro. "No se preocupe por el señor notario. En estos casos de compraventa, se le suelen acomular los problemas de prostata. Tardará aún en venir, le da tiempo a contar el dinero tranquilamente", dijo el director de la oficina bancaria atusándose su grasiento y lacado cabello, con una sonrisilla irónica en la cara. El vendedor tardó un rato en contar y recontar todos los billetes. Cuando acabó dijo un lacónico "Está correcto", como información a la pareja vendedora. Como había dicho el director del banco, el señor notario aún tardó algún tiempo más en volver. Cuando lo hizo, reanudó la lectura de los documentos. Una vez terminada la lectura, se procedió a la firma. Acabada esta todos los asistentes se saludaron efusivamente, cómo si fueran todos ellos los que habían salido ganando en el negocio. "Bien. Pues a disfrutar el piso con salud", dijo el señor notario a la pareja compradora, una vez hubieron acabado los apretones de mano y las enhorasbuenas. "Todavía no se adonde quieres llegar con esto", le dijo María a Cervantes. "Ten un poco de paciencia. Aquí hemos terminado ya. Ahora vamos a ir un poco más adelante en el tiempo: Concretamente al 2 de agosto de 2010", dijo Cervantes chasqueando los dedos. Aparecieron en el rellano de una escalera de vecinos, más concretamente en el segundo piso del número 2 de la calle del Lirio en la localidad de Fuenteblanca del Henares. Ante la puerta del 2º D, se encontraban dos agentes de la policía municipal, y tres personas más, dos hombres y una mujer. La mujer, tocó el timbre. Tras una breve espera se abrió la puerta y apareció el chico que habían visto firmar la compra del piso en la oficina del notario. En los cinco años que habían transcurrido desde entonces había perdido algo de pelo y le habían salido algunas canas. Detrás de el se encontraba la chica, con el pelo alborotado, sin arreglar, con un camisón rosa cómo toda vestimenta y con un niño de pocos meses en brazos. La mujer que había llamado al timbre se dispuso a hablar. "Hola, buenos días. Mi nombre es Prudencia Ostos. Soy secretaria del juzgado número dos de esta localidad. Vengo a traerle la orden de desaucio, por la denuncia que hay interpuesta contra usted por la Caja de Ahorros de la Almunia de Doña Godina, por el impago del préstamo hipotecario que contrajo usted en esta entidad". Despues de decir esto, la mujer suspiró sonoramente, diríase que con alivio, después de haber soltado una perorata que a todas luces se sabía de memoria. Se veía a la legua que esta labor le desagradaba. Seguramente no era la primera comunicación de desaucio entregada esa mañana, ni sería la última. "¿Y donde cojones nos vamos mi mujer, mi hijo y yo? ¿Debajo de un puente?", dijo con lágrimas en los ojos el chico. "Yo me limito a hacer mi trabajo. Siento mucho su situación. Que más querría yo que poder ayudarles", dijo la secretaria judicial. A estó siguió el inicio de gritos y llantos histéricos proferidos por la chica. "Hijos de puta... Para eso les pagamos...Hemos querido negociar con ellos, pero no han querido escucharnos", decía a grandes voces, mientras la criatura que llevaba en brazos empezaba también a llorar, cómo si comprendiera también la tragedia que vivían sus padres. Cervantes descubrió que a María le estaba corriendo una lágrima por la mejilla. "Bien. Creo que es mejor que nos vayamos", dijo y volvió a chasquear los dedos. De repente se volvieron a encontrar en el salón del apartamento de María, en el presente. "¿Qué te ha parecido?", preguntó Cervantes a la escritora. "Que tienes razón. Hay miles de historias interesantes, situaciones humanamente denunciables, sobre las cuales pasamos de puntillas", dijo María limpiándose las lágrimas con un pañuelo de papel que había sacado de su bolso. "Pues no hay tiempo que perder. pongámonos manos a la obra antes de que te entre la pereza", dijo el fantasma.
Formaban una pareja curiosa, María y el espectro, trabajando en la novela. Élla pensando y escribiendo. Él aconsejando y corrigiendo. Así estuvieron varios meses, que a María se le antojaron años, hasta que un caluroso día de agosto terminaron la novela y la dejaron lista para mandarla al editor. La mandó María al día siguiente. Semanas después recibió una llamada de su agente. "Oye, que me ha llamado Peláez, el de la editorial. Que dice que tu novela es cojonuda", dijo entusiasmado el agente de María a través del teléfono. Semanas después la novela se publicó con un éxito rotundo de ventas. Cervantes aconsejó a María que no hiciera la horterada de presentarse a ningún premio literario con la novela: "Ahí sólo van fracasados, mercachifles y fanfarrones de tertulia. ¿Me imaginas a mi, a Shakespeare, a Lope o a Quevedo presentándonos a un premio literario? Ridículo. Ni que esto fuese algo vanal, para llevarlo a concurso en una feria", dijó el fantasma, que se despachó a gusto con la mayoría de los escritores españoles actuales, los cuales eran todos muy mediocres, según él. Salvó sólamente el espectro, a Eduardo Mendoza, Ruiz Zafón, Muñoz Molina, y a algunos autores sudamericanos de la quema de literatos contemporaneos hispano-parlantes. Aquella noche María sintió de veras que Cervantes fuera un fantasma y no alguien de carne y hueso. Le apetecía haber salido con él a cenar y a celebrar el éxito de la publicación. En lugar de ello, se quedaron en el apartamento de la escritora, hablando toda la noche, sobre libros, sobre escritores. El espectro le contó a María infinidad de anécdotas e historias, de leyendas urbanas que corrían por la Villa y Corte durante su vida en la tierra. En estas, María se quedó dormida en el sofá. Cuando despertó al día siguiente, no había ni rastro de Cervantes. Encima de la mesa había un folio escrito que María encontró cuando todavía se estaba desperezando: "Perdona que me vaya así. No me gustan las despedidas. Has comprendido y creo que ya estás preparada para escribir fenomenales novelas, por lo tanto ya no me necesitas. Serás una estupenda escritora, estoy seguro de ello. Cuando el Hacedor te reclame, te tendré reservada silla en la Real Academia de los Fantasmas. Tuyo siempre: Miguel de Cervantes Saavedra.
En los meses siguientes, María no paró de ir de un lado a otro promocionando el libro. Las ediciones, las cuales se sucedían una tras otra, se iban agotando, mientras su prestigio iba en aumento. Ofrecieron a María presentarse a varios premios literarios, oferta que ella declinó. "Sigo la recomendación de un buen amigo", dijo a preguntas de los periodistas sobre el tema. Mientras, "Mi Ilustre Fantasma", batió records de ventas e incluso vinieron de Holliwood para negociar con María los derechos de la versión cinematográfica del libro. El fantasma de Cervantes, nunca más volvió a hacer aparición en la vida de la escritora. De vez en cuando María iba a la Plaza de España y dejaba un ramo de rosas rojas a los pies del monumento al escritor, y susurraba un "gracias", mirando al cielo. Cuando hacía esto, alguna hoja caída de los árboles próximos, se movía extrañamente, hubiera viento o no.

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