martes, 5 de abril de 2011

El Vértice de la Pirámide.


Impresionó bastante a Enríquez la sala de espera del despacho de don Justo Chinchilla. Los tapices, los mármoles, las maderas nobles, las alfombras persas, los grandes cuadros que ocupaban las paredes y María, la secretaria rubia de piel lechosa, de ojos azules, destacables pechos, firmes glúteos y voz melosa.
-Señor Enríquez, Don Justo le está esperando. Por favor; ¿tendría la amabilidad de seguirme?-, reclamó la atención de Enriquez, que disimulaba ojear una revista, la espectacular secretaria de Chinchilla.
El despacho era aún más exagerado en cuanto a lujo que la sala de espera. Más maderas nobles, mas mármoles, más alfombras persas, más cuadros colgados de las paredes. Don Justo le recibió de pie, delante de una imponente mesa de despacho y un inmenso ventanal, desde el cual se podía ver una bonita panorámica de Madrid. Chinchilla era un tipo de baja estatura, calvo, obeso, con la cara llena de arrugas.
-Señor Enríquez- dijo con un grave tono de voz, tendiendo la mano al periodista a modo de saludo. -Tenga la bondad de tomar asiento.
Enríquez se sentó en un voluminoso butacón tapizado en cuero, frente a la inmensa mesa. Al sentarse y rozar el cuero, sonó un ruido semejante a la ventosidad de un elefante, ante lo que don Justo, esbozó una sonrisita infantil. Pensó Enríquez que al multimillonario le gustaba jugar con sus interlocutores, como un niño travieso juega con un montón de hormigas.
-Bien. Usted dirá, don Justo. ¿Qué quiere de mi?- dijo Enríquez. Don Justo Chinchilla esbozó una nueva sonrisa.
-Vaya, vaya. Así me gustan a mi los hombres: Al grano y sin rodeos- dijo, sacando un portafolios de cuero negro y abriéndolo. -Verá usted, Enríquez. Yo soy un hombre práctico. Un hombre de negocios. No me gusta perder el tiempo, ni hacérselo perder a nadie, así que le diré lo que quiero de usted-. Don Justo se tomo tiempo para respirar y beber un trago de agua y, de paso, estudiar a su invitado. Tras una pequeña pausa continuó. -Vengo siguiéndole desde hace un tiempo, he leído alguno de sus libros, a veces le escucho por la radio y he seguido con interés ese pequeño partido político que ha fundado, ¿Como se llama? ¿Ciudadanos Libres?
-Plataforma de Ciudadanos- le corrigió Enríquez.
-Eso, eso. Plataforma de Ciudadanos. Debo reconocer que me agrada su capacidad de iniciativa, su honradez, su visión crítica de la sociedad, sus ansias de cambio...En definitiva: me gusta usted, Enríquez.
-Si ha leído usted mis libros y ha escuchado mis programas, entonces sabrá que yo les he atacado bastante a ustedes, los oligarcas. No entiendo entonces cual puede ser su interés por mi. Si intenta comprarme, ya le aviso que las lleva usted claras.
Rió Chinchilla ruidosamente ante la contestación de Enríquez. "Pobre pedazo de mierda", pensaba el empresario, "no sabe que para mi sería un juego de niños acabar con él". Chinchilla puso una de sus caras de vendedor de enciclopedias a domicilio y regaló a su interlocutor otra de sus sonrisas.
-Vamos, vamos, amigo Enríquez. Yo soy un hombre de negocios. Usted alaba a los hombres de negocios. Usted habla constantemente de liberalismo, de libertad de mercado para salir de la crisis. ¿No es así, amigo Enríquez?.
-Si. Así es. Yo hablo de libertad de empresa, de libertad de mercado y no de oligarquías y oligopolios- dijo Enríquez mirando desafiante a Chinchilla.
-¿De verdad cree usted qué yo soy un oligarca? Si lo fuera usted no estaría aquí sentado, se lo aseguro. Si tuviera todo ese poder que usted me atribuye, no estaría interesado en llegar a un entendimiento con usted. Con aplastarle...Se que los libros que escribe los ha tenido que editar usted mismo, que ha tenido que fundar una editorial porque ninguna editorial, digamos, de las tradicionales, quería editar sus escritos. ¿Me equivoco?
-No se equivoca para nada. Así es. no querían editarme mis libros y he tenido que hacerlo yo mismo- reconoció Enríquez.
-Es usted valiente. Se ha hipotecado hasta los ojos para poner en marcha una editorial y un proyecto político, sin ayuda.
-Así es. Y saldré adelante.
-¿Y si no sale? ¿Qué hará?
-Saldré adelante.
-Enríquez...
-Quiere usted comprarme.
-No. Quiero hacer negocios con usted. Ya le he dicho: soy un hombre de negocios. Busco ante todo el beneficio.
-¿Qué clase de negocio?
-Usted edita libros. Yo, los vendo. Tengo las dos cadenas de librerías más importantes del país. Lo que no venda yo, no lo vende nadie. Para un escritor es tan importante el editor, como el librero. Para un editor, lo importante es el librero, osea: yo. Si a mi no me da la gana de vender los libros de tal o cual editorial, esa editorial lo va a pasar muy mal. Controlo el sesenta por ciento del mercado, ¿sabe?-
Chinchilla hizo una pausa para ver el efecto que sus palabras causaban en Enríquez. -Un editor, modesto como usted, pero editor al fin y al cabo, un escritor y un distribuidor como yo, están en el mundo para entenderse. Le propongo vender sus libros en mis tiendas, por supuesto con una gran promoción, y ajustando los pedidos a su capacidad de editarlos, que imagino será modesta.
Enríquez se había quedado sin palabras. Ahí estaba él, Modesto Enríquez, un periodista de tres al cuarto, un don nadie, un mierdecilla que soñaba con cambiar el mundo, sentado frente al magnate de la distribución en España, al tiburón de las finanzas, Justo Chinchilla, el cual le había propuesto poner sus libros en sus escaparates al lado de los de los escritores, periodistas y ensayistas más reputados del país.
Chinchilla miraba a su interlocutor como la comadreja mira a la gallina. Había logrado impresionar a ese ratón de cloaca que tenía sentado enfrente.
-Bien, amigo Enríquez. ¿Qué le parece la propuesta? Por supuesto puede tomarse el tiempo que estime oportuno para pensárselo.
-¿Me está usted diciendo que va a vender mis libros en sus establecimientos?. ¿Qué hará un gran pedido centralizado a mi editorial?
-Efectivamente. Eso es. Quiero vender sus libros en mis establecimientos. Por supuesto al hacer un pedido tan grande me tendrá que hacer precio, amigo Enríquez.
-Por supuesto, claro que si...Bueno...no se.
-De esos detalles se ocupa mi director de compras. Mañana mismo concertará una cita con usted para ponerse de acuerdo en el precio, el volumen del pedido, etcétera.
Una vez que Chinchilla había conseguido que Enríquez se dejara caer del lado que él quería, la conversación empezó a ir por otros derroteros. Chinchilla mostró un hipócrita y aparente interés por las actividades empresariales y políticas del periodista y en su conversación utilizó todo tipo de halagos, exagerados e interesados. Sabía Chinchilla que el halago es la mejor arma para debilitar la voluntad ajena. La vanidad era una enfermedad grave entre los individuos de la clase de Enríquez. Una vez que estuvo seguro de tener ya a la presa en el redil, puso la excusa de que en media hora tenía una reunión importantísisma, por supuesto de negocios y conminó, amablemente, eso si, a su víctima, a que dieran por finalizada la reunión. Así pues, Enríquez se fue por donde vino, más contento que unas castañuelas y con un jugoso contrato, apalabrado, bajo el brazo, no sin antes recibir la recomendación de Chinchilla que utilizara el resto del día en ajustar un precio, pues al día siguiente le llamaría su director de compras y su gerente para formalizar el negocio. Al salir pudo volver a admirar el fabuloso cuerpo de la secretaria de Chinchilla y de pensar que si volvía otra vez por allí, sería cuestión de tirarle los tejos a tan deliciosa criatura. Mientras Enríquez desnudaba con la mirada y con el pensamiento a María, ésta dedicaba al periodista una mirada fría y, diríase que llena de desprecio.
Salió Enríquez del Chinchilla Building Center y fue en dirección a la estación más próxima de metro, pensando qué lo que eran las cosas: Cuando vino era un mar de dudas y de miedos y, ahora era un hombre seguro de si mismo. Su trabajo no había pasado desapercibido a un tiburón cómo Chinchilla, el cual creía que podría dominarlo, una vez su partido hubiera conseguido el poder, con un simple contrato para vender libros. Le costaría algo más al empresario, le costaría mucho más, bastante más, su benevolencia. Su mensaje a la ciudadanía era claro: Regeneración, limpieza, fuera los oligarcas, fuera los progres, fuera los políticos profesionales. El estado volvería a ser de los ciudadanos, los españoles primero. Si Chinchilla quería mantenerse, debería bailar al son que tocara él.
Una vez se hubo ido Enríquez, Chinchilla accedió a un reservado, resguardado tras una gran estantería llena de libros. Desde allí, a través de un monitor se podía seguir lo que acontecía en el despacho del empresario, y eso era lo que habían estado haciendo los tres personajes que se encontraban cómodamente sentados, whisky en mano, frente al monitor. Chinchilla entró en el reservado y se dispuso a servirse una copa.
-¿Qué os ha parecido?-, preguntó Chinchilla sin mirar a los tres que allí estaban, mientras el hielo sonaba al chocar con el cristal del vaso.
-Un auténtico saco de mierda-, contestó uno de los tres hombres que habían visto y oído toda la conversación de Enríquez con Chinchilla. Éste no era otro que don Fernando Leiro, gran magnate del petróleo y la energía en el país. A su derecha se encontraba don August Font i Blanc, banquero y a su izquierda don Pedro Iturriaga, accionista mayoritario de dos de las principales construcctoras. Leiro era el que parecía llevar la voz cantante de los tres personajes.
-Puede que sea un auténtico saco de mierda, cómo tu dices, pero ese tipo nos interesa- dijo después de haber pegado un trago al whisky, Justo Chinchilla.
-¿Por qué?- preguntó con una vocecilla apenas audible don August Font.
-Eso. ¿Por qué?. Tenemos comiendo de nuestra mano al gobierno y a la oposición. ¿Para qué nos hace falta este comemierda?- dijo Leiro.
-Te lo voy a explicar-, dijo Justo Chinchilla mientras se terminaba el vaso y procedía a volver a llenarlo. -Verás; es verdad que como dices tú, tenemos comiendo de nuestra mano al gobierno y a la oposición. Eso es verdad. Como también es verdad que el partido del gobierno y de la oposición están totalmente corrompidos después de bailar durante tantos años al ritmo que nosotros les hemos impuesto. Eso está llegando a la ciudadanía que empieza a ver con buenos ojos a Enriquez.
-No me hagas reír, Justo. ¿Has oído alguna vez alguno de los programas de este tío por la radio? ¿Has leído alguno de sus libros? No es más que un friki. ¿Quién le va a hacer caso a un tipo así?- dijo, elevando el tono de voz Fernando Leiro.
-Pues ahí precisamente radica su atractivo. Piénsalo bien, Fernando. Pensadlo todos vosotros. Es muy sencillo. El mensaje podrido y corrupto de los partidos tradicionales va metido en unos "frascos" muy atractivos para el votante. De puro lujo, pero dentro de esos "frascos" no hay más que mierda. Tanto el presidente cómo el jefe de la oposición son dos personas intachables de cara a la opinión pública. Sin embargo, sus partidos están metidos en un pozo de corrupción. El sistema está corrompido, por ellos, por nosotros, por la genetica de éste país. ¡Yo qué se! Con Enríquez le vamos a lanzar a la ciudadanía "caviar" en un frasco oxidado. Lo votarán cuatro frikis. Los demás, seguirán votando, por éste orden: al partido del gobierno, al de la oposición, o se abstendrán. Enríquez sacará unos cuantos escaños, lo tendremos entretenido unos años, se corromperá, sino él, si los que tenga a su alrededor, ya nos encargaremos nosotros de ello, y haremos que cambie algo, para que todo siga igual. La gente vota al "envase", amigos míos, no vota al contenido del envase-. Chinchilla hizo una pausa para echar un trago. -En el caso hipotético de que la corrupción de la clase política actual, fuera a más, y a la gente, harta de los políticos tradicionales, le diera por votar en masa a éste friki, no hay que preocuparse: A éste también lo tendremos comiendo de nuestra mano en breve. ¿No habéis oído mi conversación con el? Nos va a salir gratis y encima yo voy a hacer negocios con él. Casi que lo prefiero a los otros, fijaos en lo que os digo.
-Lo único importante es que nosotros sigamos en el vértice de la pirámide, cómo hasta ahora- dijo Pedro Iturriaga, el magnate de la construcción que hasta entonces había estado en silencio.
-Eso por supuesto-, sentenció Chinchilla. Los demás asintieron.
Fuera del despacho, María, la bellísima secretaria de Chinchilla trataba de recomponerse de la decepción que se había llevado aquella tarde. Cuando don Justo le había ordenado el día anterior que tratara de localizar a un tal Modesto Enríquez, y que procurara citarlo allí para el día de hoy, no había querido creerlo. Para ella, como para muchos otros, Enríquez era la última esperanza de honradez que les quedaba. Llevaba años escuchándolo por la radio, leyendo sus libros y sus artículos. Para ella, Enríquez era poco menos que el nuevo mesías. Incluso se había dado de alta como militante en el partido Plataforma de Ciudadanos, el único que no vivía del dinero del contribuyente, ni de subvenciones, ni de los impuestos de los ciudadanos. A ella le gustaba decir eso a sus amistades cuando tocaban el tema de la política. Ahora sabía lo que sabía muy poca gente, casi nadie: Que su jefe, Justo Chinchilla, había comprado también el sueño de honradez y de esperanza de muchos ciudadanos cansados de los políticos y de los peces gordos cómo Chinchilla, habían comprado a Plataforma de Ciudadanos y a su líder. Conocía a su jefe e intuía que había sido así. Una lágrima se deslizaba por la blanca mejilla de María, mientras rompía unos trípticos con la propaganda del partido que llevaba en el bolso para repartir en el trabajo a sus compañeros.

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