martes, 19 de abril de 2011

Los Sonidos del Silencio.

Una taza de café y,
los rayos del sol declinante de la tarde,
son testigos.

Una tarde oí los sonidos del Silencio.

Cuando se apagó el bullicio
del constante batallar
de la ciudad.

Sentado; viendo el sol marcharse hacia el oeste.

Los sonidos del silencio me hablaron.
El silencio se sentó a mi mesa,
cómo un amigo.

En la linea fronteriza entre la luz y la oscuridad.

El silencio me enseñó un río:
El río de mi vida. De aguas turbulentas,
a veces.
Un remanso de paz,
a veces.

Cuando la ciudad encendía sus pretenciosas y falsas luces.

El silencio me dio a elegir:
La vida del salmón, eterno buscador, a contracorriente,
de aguas cristalinas donde morir
para volver a nacer.

Mirando la débil estela del sol poniente.

O la vida reposada de la carpa. Eterna conformista,
que se deja llevar por la corriente del río,
hacia remansos tranquilos, donde morir,
cebada por el hombre, para volver a nacer y,
volver a dejarse llevar por la corriente.

Los últimos rayos iluminaban mi rostro.

"Sígueme", me dijo el Silencio y, me llevó a un valle verde,
inmenso, circundado por un gran río.
Al fondo del valle; un pueblo blanco.
Mi pueblo.

Unas nubes rojizas se ven a lo lejos, cómo carbones encendidos.

"Todo esto será tuyo si jamás te traicionas a ti mismo,
si consigues respetarte a ti mismo, si no alteras el orden de nada",
me dijo el Silencio.

El cielo se empezó a tornar purpúreo.

Después, me llevó a una bulliciosa ciudad,
donde se compraban y vendían vidas,
donde se traficaba con almas,
en la razón de ser de toda bulliciosa ciudad:
Un inmenso zoco.

La oscuridad, poco a poco, se fue haciendo ama y señora del cielo.

"Todo esto será tuyo, si te traicionas a ti mismo,
si no consigues respetarte a ti mismo, si alteras el orden de todo",
volvió a decirme el Silencio.

Una luna creciente, blanca, lechosa, se hizo presente, de pronto, en el horizonte.

Dejé de oir los sonidos del Silencio,
para de nuevo volver a escuchar los sonidos del Bullicio que guardan la ciudad.
Noté que no entendía nada de lo que el Bullicio me quería decir.
Lo intenté, pero sentí que me hablaba en una lengua extraña, incomprensible.
No le entendía cómo entendía al Silencio, que si me hablaba claro y conciso.

Comprendí que acababa de firmar un pacto con el Silencio.

La creciente luna y la noche son testigos.

2 comentarios:

  1. A veces, el silencio es cruelmente elocuente. Dule más la ausencia de palabras, que un simple "no". Aunque el silencio es la respuesta de los cobardes.

    Abrazos

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  2. A veces, es, efectivamente la respuesta de los cobardes.Pero ese es el silencio cómplice. De ese silencio debemos de huir cómo de la pelagra. El silencio que me gusta a mi es el de la respuesta de la reflexión. Reflexión y ruído no se llevan excesivamente bien. "Qué descansada vida la que huye del mundanal ruído..." decía Fray Luis de León, un partidario, sin duda del silencio, cómo mejor alojamiento para la reflexión. Fray Luis de León que fue encarcelado, quien sabe si por sus silencios tan cargados de reflexión. El silencio y la reflexión son la antesala de la palabra. Por tanto, el silencio, reflexivo, voluntario, es también arma de valientes. "Quiero ser dueño de mis silencios y no esclavo de mis palabras" dice el viejo refrán. Acunemonos, por tanto en los brazos del silencio, para después reflexionar en voz alta.

    Saludos.

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