viernes, 12 de octubre de 2012

El Imaginero.

El mayordomo de la cofradía de la Soledad le había advertido a Yáñez que don Celso Méndez, el artista, el gran imaginero que había realizado las principales tallas que salían en procesión en las principales iglesias de la ciudad y de la provincia, en la Semana Santa, estaba ya muy mayor, aunque lúcido, y que quizá no era buena idea hablar con él, dado lo avanzado de su edad, noventa y nueve años.
Aún así, Yañez había insistido en hacerlo, y para ello se dirigía en coche hacia la casa de don Celso, en las afueras de la ciudad en aquella tarde de marzo, agradable, en la que el sol picaba y la primavera se empezaba a dejar caer, temprana.
El asunto había empezado como sin querer a tomar el camino de lo interesante. Todo había empezado cuando el director del periódico había encargado a Yáñez una serie de reportajes sobre la Semana Santa, que con motivo de la misma, serían incluídos en un suplemento especial. Como Yáñez no tenía mucha idea de estas cosas, pidió ayuda a su padre, que lo envió a hablar con un viejo amigo suyo, Cristóbal Diéguez, mayordomo de una de las más antiguas y reputadas cofradías de la ciudad, la de la Soledad. Este había servido de cicerone a Yáñez y lo había conducido por las parroquias más importantes para recabar información sobre el tema. Había una imagen en la catedral, la última cena, que había suscitado algo de interés en Yáñez. Diéguez, le informó que era una talla complejísima, realizada por el imaginero don Celso Méndez,hijo de esta villa. Se decía, que dos de las figuras representadas, guardaban un parecido más que notable con un alcalde y un concejal de la época: Judas Iscariote y San Pedro. Él asunto comenzó a despertar interés en el periodista; nada más y nada menos que un imaginero que plasmaba las caras de dos personajes públicos de su ciudad en una de sus imágenes, en la de la última cena. Tras investigar, Yáñez supo que el autor vivía, en una casa de campo no lejos de la ciudad con una de sus hijas, y aunque muy mayor, el buen hombre todavía tenía lúcida la cabeza. Así pues Yáñez se puso en contacto telefónico con él, que accedió encantado a concederle una entrevista en su casa.
Para llegar a la pequeña finca de don Celso se guió por las explicaciones del mayordomo de la cofradía, buen amigo del viejo. Era está una mediana casa de campo de dos pisos, encalada y rodeada de viñedos y de olivos, situada a pocos kilómetros de la ciudad. Abandonó la carretera y accedió a un pequeño camino de tierra que lo condujo hacia una gran verja, abierta de par en par. Don Celso lo estaba esperando en el porche de la casa, sentado frente a una gran mesa de camping blanca. Estaba merendando un poco de pan con aceite y un vaso de vino tinto. Invitó a Yáñez a que se sentara y lo invitó a merendar, invitación que Yáñez rechazó amablemente con la excusa de que ya lo había hecho. Era don Celso un viejecito enjuto, de pelo blanco, con las manos y los antebrazos delgados y huesudos como sarmientos. Cuando el hombre hubo terminado su merienda, pidió a su hija que retirara la vajilla sucia y que los dejara solos.
-Bien hijo, usted dirá que quiere de mi-; dijo don Celso mirando a Yáñez.
-Es sobre la imagen de la última cena que está en la catedral. Estoy realizando una reportaje sobre la Semana Santa, ya sabe; entrevistas a mayordomos de cofradías, a cofrades, a sacerdotes y a gente relacionada con ella en general, y me he topado con esa imagen que me ha llamado la atención, sobre todo por alguna habladuría que circula por la ciudad con respecto a ella. Me enteré que era obra suya y me pregunté si usted tendría algo que decir al respecto.
El anciano esbozó una leve sonrisa.
-¿Y qué voy a decir yo, salvo confesarle que lo que se dice es verdad? Si me deja usted se lo voy a explicar. Verá joven, para ser imaginero hay que ser creyente. Yo lo soy, igual que pienso que lo era, por ejemplo, Miguel Ángel para realizar los frescos de la capilla sixtina. Eso si; creer no significa comulgar con todo lo que la Iglesia te dice; creer no significa acatar la interpretación que la Iglesia hace de los Evangelios, sin ningún matiz. Yo, ya le digo, soy una persona muy creyente. Dios me dio una habilidad, la de tallar la madera, la de sacar figuras de ella. Hoy, los santos son todos de escayola, hechos a base de moldes, en fin, ya sabe lo que es esta época en la que la gente opta por lo fácil, y en la que la gente lo quiere todo rápido. Una talla requiere tiempo, paciencia, saber elegir la madera adecuada, en fin, hoy me moriría de hambre, de eso estoy seguro. Cuando yo empecé en este oficio, hace muchos años, la única que seguía pagando bien por estos trabajos era la Iglesia. Pero he aquí, que teniendo yo dieciocho o diecinueve años, llegó al taller donde yo empecé un pedido de un particular, para donar la pieza a una iglesia de otra provincia. Querían que les hicieramos un Nazareno. Para ponerme más en situación, me leí la Biblia, la parte del Nuevo Testamento, donde se relata la pasión y muerte de Jesús. Los detalles son importantes a la hora de realizar una imagen. El caso es que, a partir de ahí, me aficioné a leer la Biblia a diario, cosa que pocos católicos hacen, y empecé desde entonces a leer un capítulo todos los días.  Un día llegué a esta cita del Éxodo: "No os hagáis ídolos, no os alcéis estatuas o estelas ni pongáis en vuestra tierra piedras esculpidas para postraros ante ellas porque yo soy el Señor vuestro Dios..." Sé da cuenta joven de lo que significa este versículo de la Biblia para mi trabajo. Estaba pecando gravemente. No solo estaba alzando estatuas sino que las estaba alzando para que la gente se postrara ante ellas.
-¿Y qué hizo usted entonces?, preguntó Yáñez al viejo, al cual le empezaban a brillar los ojos de manera especial, conforme iba contando su relato.
-Pues hice lo que haría todo buen creyente católico, confesarme con mi párroco. Fuí a un párroco que ejercía entonces en la parroquia de San Telmo, don Pedro. Le confesé el tema que me preocupaba, le puse al corriente de mis dudas, acerca de si no estaría yo mismo pecando y llevando a mucha gente a pecar.
-¿Y que le dijo el párroco?
-Me dijo: "Méndez, está usted muy cerca del protestantismo y de la herejía". Eso me dijo, y se quedó tan pancho, figúrese muchacho. Y yo le insistí, "pero hombre, don Pedro, el Éxodo dice lo que dice", y él me contestó que yo me dedicara a mi oficio, que de interpretar las escrituras ya se ocupaba él y los demás ministros de la Iglesia, y que no se hablara más del tema.
-¿Y qué decidió hacer?
-Nada, porque en esa época cualquiera decía nada contra la Iglesia. Estuve un tiempo muy mal. Un día don Pedro, el párroco que me confesó, me abordó en el taller y me dijo que quería hablar conmigo. Se disculpó y me dijo que sentía haber estado tan brusco, el día que le fui a confesar aquello, me intentó explicar que la Iglesia permitía las imágenes y el culto a ellas porque la gente necesitaba vera una imagen de la divinidad para creer, que esto venía de tiempo atrás, de siglos, y que también las permitía para explicar pasajes de las escrituras a gentes que eran análfabetas en su mayoría, y que cambiar eso ahora sería muy difícil. Yo le dije a todo que si, pero no me convenció, porque la Biblia, el Éxodo, ponía lo que ponía, y claro, si nos vamos a saltar a la torera lo que pone la Biblia, apañados vamos. Así que decidí denunciar situaciones, poner rostros humanos a los santos que hacía. Porque dese cuenta joven, que en el fondo, yo comía de esto, ¿sabe?, y la Iglesia era mi mejor cliente. Había gente, de recursos, con posibles que te encargaba alguna figura, pero eran los menos. Y además, el noventa y nueve por ciento de los trabajos que hacían eran religiosos. ¿Y qué hacer? Pues decidí seguir tallando, imágenes, pero decidí hacer críticas con ellas. Por ejemplo, hice un paso de Jesús ante Pilatos, en el que Pilatos es el presidente de la Diputación, el cual en aquella época se decía que se había apropiado de los fondos para adecentar el hospital de San Cosme y San Damián, que estaba hecho una pena. Y en la imagen de la última cena, San Pedro es un alcalde que hubo en esta cuidad, Bernardo Clarés, que colocó a toda su familia, en primer, segundo y tercer grado en el ayuntamiento y que había renegado para medrar de su antecesor y mentor, Pablo Calero, que está representado en esa misma imagen como Judas. Este Pablo Calero había traicionado a algunos de sus compañeros de partido entregándolos a la justicia, cuando se corrompieron a instancias suya, como precio para salvarse él. Para la imagen del duvitativo Santo Tomás tomé como modelo a don Pedro, al cura que me dijo que me ocupara de tallar mis figuras que él se ocuparía de interpretar las escrituras y luego vino a pedirme perdón y a suavizar su actitud para conmigo.
-¿Solamente ha tomado en esas figuras a personajes reales como modelo o hay más?, preguntó Yáñez.
El viejo sonrió y contestó ; -Todas mis obras, desde entonces, tienen como modelo a algún personaje real, conocido, público, en esta ciudad, en esta región o a nivel nacional. Todos los artistas que se han dedicado a la imaginería, a la pintura o a la escultura religiosas, lo han hecho. Siempre me ha gustado el trabajo que hacen en las fallas de Valencia con lo ninots de cartón piedra, bien pues decidí que los personajes, digamos negativos, que salían en mis tallas, serán tomados de la imagen de personajes públicos que a su vez hubieran tenido una mala actuación en el ejercicio de su actividad. Ellos serían mis ninots. Muchos de los soldados romanos que están representados en mis pasos, el rey Herodes, el Pilatos que le he comentados antes, son políticos, obispos, empresarios, de este tiempo, de hace veinte, treinta o cuarenta años.
Mientras Yáñez anotaba algo en un cuaderno que había sacado de su mochila, el viejo aprovechó para servirse un poco de agua de una jarra. Yáñez terminó de anotar y miró a don Celso.
-Don Celso; no quiero perjudicarle, pero, me gustaría publicar esto. ¿Me da usted su permiso para hacerlo?
El viejo esbozó una ligera mueca de asentimiento, como si hiciera tiempo que estuviera esperando esa petición. -Pues claro que tienes mi permiso, joven- dijo; -Si con noventa y nueve años. a un paso de la muerte voy a tener miedo...
El artículo nunca se publicó. Lo impidió el director del periódico, que prohibió a Yáñez hacerlo y comentar a nadie nada sobre el tema. El argumento que esgrimió es que ese asunto pondría al periódico en malas relaciones con gente, que en muchos casos, seguía ejerciendo mucho poder en la ciudad y en la región, y todo por las confesiones de un viejo loco. El reportaje salió en un suplemento especial que el periódico editó con motivo de la Semana Santa. En el se hablaba de la rica imaginería de la ciudad y sus templos; se hizo referencia a don Celso Méndez como autor de muchas de ellas, pero no se mencionó nada sobre el asombroso parecido de algunas de las figuras con personajes públicos que habían regido los destinos de la ciudad durante más de cuarenta años. 

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