viernes, 13 de mayo de 2011

El Juicio (Parte 1ª)


El juez ordenó al representante del ministerio fiscal que iniciase la exposición de su alegato. El fiscal, un distinguido jurista, famoso por su participación en todas y cada una de las tertulias televisivas que pululaban por la parrilla de las diferentes cadenas, bajó desde su puesto junto a los miembros de la acusación particular y se dirigió al estrado. Su alegato fue expuesto con inusitada crudeza, teniendo en cuenta que era un juicio virtual. Acusó a la Crisis de haber llevado a millones de personas al paro, de haber infringido un duro golpe a la economía nacional y mundial, de haber propiciado el cierre de miles de pequeñas, medianas y grandes empresas, de haberse cargado el sistema democrático, de haber sembrado la pobreza, el desamparo, la desconfianza entre la población nacional y mundial. Así mismo alabó la buena disposición de la clase política que gestionó en aquellos años tan aciagos la situación económica general, y exculpó a las autoridades económicas de la época por no haber visto llegar a la Crisis, al igual que a los distintos analistas económicos, teniendo en cuenta el sigilo con que la señora Crisis había actuado, y cómo había venido hacia nosotros con falsas promesas de riqueza y prosperidad. Inclusive se permitió el desliz de utilizar un lenguaje soez y chabacano al llamar "pedazo de guarra" a la Crisis, hecho por el que fue amonestado con dos puntos por el juez, y en cambio fue muy aplaudido por el respetable.
Los componentes de la acusación particular anunciaron que estaban más que representados por el discurso pronunciado en la sala por el fiscal y se decantaron por no exponer un alegato de acusaciones, para, más que nada, no aburrir a la audiencia y al jurado, dijeron, pronunciando otro discurso que iba a ser muy parecido al que había pronunciado su distinguido colega.
El jurado estaba compuesto por dos personas, representantes cada una de ellas de una parte de la sociedad: Dos hombres, dos mujeres, dos homosexuales y dos eterosexuales. Así lo había impuesto el Instituto de Control de Igualdad de Género, de reciente creación, fundación privada dedicada a vigilar el cumplimiento de las leyes igualitarias en la sociedad y sus distintos estamentos. Un grupo feminista había puesto el grito en el cielo por el hecho de que la Crisis fuera representada en el juicio por una actriz, y no por una actriz y por un actor. Al final el Tribunal Máximo de Apelaciones, decretó que la Crisis era claramente femenino y que su representante en el juicio debía ser una mujer. Argumentó que si el jució hubiera sido al Tiempo, por poner un ejemplo, el representante del mismo tendría que haber sido un actor. De todos modos el grupo feminista intentó boicotear el juicio, con manifestaciones y protestas de diversa índole, cosa que no consiguió.
El juez anunció que puesto que la acusación particular rehusaba exponer su batería de alegaciones contra la acusada y decía sentirse más que representada por las alegaciones expuestas por el fiscal, daba pues el turno de replica y de exposiciones al abogado defensor. Este era un chico de unos 22 años, con la carrera de derecho recién terminada. No había encontrado el tribunal a ningún abogado con más experiencia que quisiera hacer esa labor. Todos alegaron incompatibilidad para hacerlo. Nadie quería pasar a la historia cómo el tipo que hizo de abogado de la crisis en el juicio del siglo. A nadie le gustaba hacer de abogado del diablo en éste caso. El abogado de la defensa tenía un aspecto descuidado: Vestía un traje barato o prestado, tenía cierto aire de persona despistada, y cierta apariencia de profesor chiflado. El chico agarró su tablet con el discurso y se dispuso a bajar las escaleras para acceder al estrado. Alguien le puso la zancadilla y el abogado defensor terminó rodando por las escaleras. Esto produjo una carcajada general, con el consiguiente enfado del juez que mandaba al respetable guardar silencio, a grandes voces y mazo en mano. El abogado defensor fue ayudado a ponerse en pie por uno de los ujieres y tras comprobar que no tenía nada roto, se dirigió hacia el estrado. En su discurso, constantemente interrumpido por los silbidos e improperios del respetable, intentó exponer el cinismo y la poca memoria de la acusación al echarle la culpa de todos los males de la sociedad a la Crisis, la cual fue traída por los mismos políticos, autoridades económicas y analistas político-económicos, que el fiscal tan cínicamente exculpaba. Esto provocó los abucheos del público, el cual empezó a lanzar tomates, lechugas y huevos al estrado. El juez amenazó con evacuar la sala si aquel bochornoso espectáculo continuaba por ese camino, y recordó a todo el mundo que estaban en el templo de la justicia en este país. Dicho esto por el juez, el abogado defensor intentó continuar pero su exposición se veía a cada paso interrumpida por nuevos abucheos e improperios, por lo que el juez le conminó a abandonar el estrado, cómo medida de precaución para con su condición física, alegó.
López asistía atónito al espectáculo. No daba crédito a lo que sus ojos veían y sus oídos oían. No podía creer que el alegato de la defensa fuera cortado de esa manera por el juez. Enfadado, abríó su tablet y empezó a escribir su artículo. Al intentar insertar las palabras; injusticia, parcialidad intolerable y vergonzosa, justicia de cachondeo y vergüenza y bochorno; dirigidas al juez, a la fiscalía, a la acusación particular y al público presente en la sala, el tablet, borraba automáticamente esas palabras y afirmaciones, que López intentaba insertar en el artículo, en contra de la acusación y a favor de la defensa. El diario digital para el que López trabajaba tenía instalado en su web un programa de autocensura, para los redactores que intentaran escribir algo contra el nuevo sistema establecido. López no había caído en ello. La rabia por lo ocurrido le había impedido contar hasta diez y pensarse muy mucho lo que iba a escribir. Nunca antes en todos sus años de profesión le había pasado nada parecido. Reflexionó que esto podía deberse a que nunca antes se había significado contra el sistema. Había estado durante los últimos veinte años escribiendo artículos, ni a favor ni en contra de nada. López se dió cuenta que aquel acceso de rabia, que aquellas palabras que había escrito en su tablet y que el programa de autocensura había borrado y no permitiría que se publicaran, si quedaría insertados en el disco duro del sistema y estarían a disposición de sus jefes, los cuales llamarían a López a capítulo. No sabía cual sería la reacción de estos. Podían despedirle, o castigarle unos meses sin empleo y sueldo. Ya le había pasado a varios compañeros durante los últimos veinte años, por escribir e intentar publicar artículos en contra del sistema. Empezó a sentir miedo y arrepentirse de haber actuado tan falto de conciencia y de sentido común. Al fin y al cabo, pensaba, no iba a conseguir nada escribiendo aquellas palabras. Todo había sido producto de una temeridad.
Mientras el periodista se hacía estas relexiones, el juez anunció que la sesión quedaba interrumpida y que el juicio continuaría al día siguiente a partir de las nueve de la mañana. Así mismo, anunció que no permitiría escándalos cómo el que se había producido hoy en la sala. Amonestó al abogado defensor con diez puntos, por haber exaltado a la masa tanto con su alegación, la cual, en su opinión, había llevado demasiado lejos. Sugirió el juez al abogado defensor que no olvidara cuanto había sufrido la gente con la actuación de la señora a la que se juzgaba hoy allí y le aconsejó que en el futuro fuera más prudente. Seguidamente hizo sonar su mazo de madera y levantó la sesión.

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