lunes, 30 de mayo de 2011

El Juicio. Parte 4ª.



Todas las tardes después del trabajo en la gaceta, López iba dando un paseo hasta el límite del extrarradio con el centro de la ciudad. Allí se encontraba con el viejo, se sentaban los dos en un banco descolorido y destartalado, en un descolorido y destartalado parque que miraba hacia los rascacielos del centro de la ciudad. Allí se pasaban las tardes enteras, conversando, bebiendo cerveza caducada que los supermercados del centro vendían a los del extrarradio a precios irrisorios y fumando tabaco casero. El señor Seara, el viejo, había contado a López que era astrónomo, que había trabajado durante años en el prestigioso Instituto Nacional de Ciencias del Espacio hasta su jubilación, la cual, explicó, se había producido, más por motivos políticamente correctos y de desprestigio personal, que por motivos estrictamente profesionales o de edad. El viejo explicó a López que en el año 2012, durante la tormenta solar que se produjo durante el otoño de aquel año, él había descubierto lo peligrosos que podían ser estos fenómenos para el desarrollo normal de una vida cotidiana que dependía en exceso de la tecnología vía satélite. Todo era controlado, absolutamente, por la informática, por la red de redes y por los satélites. Todo dependía para su funcionamiento de estas dos tecnologías: El tráfico aéreo, el marítimo, el terrestre, los sistemas de suministro de electricidad, agua potable y gas a las grandes ciudades, los sistemas de vigilancia, los transportes públicos, los sistemas sanitarios. Todo. El control humano de todo fue disminuyendo paulatinamente. ¿Pero qué pasaría si estos sistemas fallaban como consecuencia de la actividad del sol? En aquella época, el señor Seara alertó sobre este riego. Se hizo famoso, fue entrevistado en televisiones y medios de comunicación de medio mundo. Descubrió y así lo hizo público, que en 2012 se iba a producir un aumento de la actividad de las tormentas solares y que esto iba a afectar a la excesiva dependencia, que la humanidad, tenía de los satélites.
En los años noventa del pasado siglo XX, se habían producido este tipo de fenómenos, pero como la dependencia de los satélites no era todavía tan grande, aquello no afectó apenas a unas pocas infraestructuras de telecomunicaciones en Canadá y en Alaska. En 2012, la tecnología satélite había avanzado muchísimo y era aplicada a más campos que quince años atrás. El mundo dependía más de los satélites, cuando se acercaba una época en la cual la actividad de las tormentas solares iban a aumentar de nuevo. Los satélites artificiales que gravitaban alrededor de la tierra estaban en serio peligro. Los gobernantes de entonces, a regañadientes, le hicieron algo de caso y se tomaron algunas medidas, pocas, pues empezaba a imperar en el mundo la lógica de los mercados y de los números, por encima de la lógica del sentido común. Aquello se empezó a convertir en una especie de circo; se hacía referencia constante a las profecías mayas que prevían que en el 2012 se acabaría el mundo, incluso Holliwood sacó algunas películas al respecto. Pero no ocurrió nada, o casi nada. Las tormentas solares sucedieron, tal y como Seara había previsto, pero no fueron de una magnitud excesiva y apenas tuvieron incidencia alguna en los satélites, los cuales salieron bien parados en su mayoría. La comunidad científica se estuvo riendo de él por mucho tiempo, fue expulsado del instituto y prejubilado a la fuerza. Con el dinero que le dieron escribió varios libros referentes al tema, apocalípticos y anunciadores de una catástrofe sin precedentes si el mundo seguía confiando en tecnologías que la naturaleza podía desbaratar a su antojo. Apenas vendió unos mil ejemplares, se arruinó, su familia le abandonó, su mujer y sus hijos no quisieron saber nada de él. Pasado un tiempo, cayó en el ostracismo y se tuvo que ir a vivir al extrarradio, donde vivía desde entonces arreglando viejos ordenadores, antiguos televisores de plasma y otros aparatos electrónicos en desuso en el centro de la ciudad, pero muy codiciados en el extrarradio.
Desde entonces, también, iba cada tarde, como López, paseando hasta ese destartalado banco de ese destartalado parque, a sentarse a contemplar el centro de la ciudad c desde allí. Aquella tarde, ni López ni el viejo estaban especialmente habladores. Los dos se quedaron sentados, largo tiempo, fumando y compartiendo la cerveza y contemplando los rascacielos del centro de la ciudad. "¿Cuándo pasará eso que dice?", rompió López el silencio preguntando al viejo. "Pronto", dijo el señor Seara dando una profunda calada a un cigarrillo. "¿Cómo será?", insistió López. El viejo sonrió mirando hacia ninguna parte. "Si te refieres a si habrá rayos y truenos y trozos de edificios cayendo sobre nosotros, olvidate. Las tormentas solares son imperceptibles, apenas, para el hombre. Si esta que viene es tan fuerte como yo creo, afectará al 90% de los satélites que gravitan alrededor de la Tierra. Durante días, semanas, meses quizá, los grandes núcleos de población se quedarán sin suministro eléctrico, de agua o de gas. La población de las grandes ciudades quedarán desabastecidas por completo. Será un caos. Imagino que la violencia y la anarquía se apoderarán de las calles. Se matarán los unos a los otros". López miraba al viejo en silencio. El viejo hablaba como si todo lo que contaba lo hubiera visto ya a través de una bola de cristal, seguro de si mismo y seguro de que todo lo que decía, efectivamente iba a pasar. "¿Qué sucederá con nosotros?", preguntó López. ¿Te refieres a los excluidos?. La incidencia será mucho menor aquí en el extrarradio, por supuesto. Nosotros dependemos al cien por cien del factor humano. Apenas dependemos del factor tecnológico, bien es verdad que no por iniciativa propia, sino más bien obligados por las circunstancias. Imagino que vendrán gentes del centro buscando refugio y comida aquí. Hace tiempo que he avisado al consejo del extrarradio y me prometieron tener un plan de actuación preparado por si ocurría. De todos modos piensa que nosotros, sin tecnología, estaríamos mejor preparados que ellos, con toda la tecnología que tienen. Es una cruel paradoja. Nosotros salvándoles el culo a ellos".
Poco a poco fue anocheciendo y López y el viejo decidieron marcharse a sus casas. Mientras la noche caía y extendía sus luminarias en el cielo, ellos iban caminando a paso tranquilo. En un momento dado, López miró hacia arriba y contempló el espectáculo estelar que poco a poco iba tomando forma en el cielo. "Parece mentira que de algo tan hermoso pueda venir algo tan dañino para el hombre", comentó sin dejar de mirar hacia arriba. El viejo sonrió e imitando a López alzó su mirada, también hacia el cielo estrellado. "Ahí arriba ha habido siempre lo mismo, y si algo es dañino, lo es porque nosotros lo hemos provocado. Lo que es dañino para el hombre, verdaderamente, es el propio hombre", dijo el viejo. Un gran manto de estrellas los cubrió por completo en una luminosa oscuridad.

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