jueves, 23 de agosto de 2012

La Danza.

Ese día hacía calor, mucho calor. Bugallo llevaba mal el calor mesetario de Madrid, tan seco, tan rotundo, tan agobiante. Él, un gallego de la Costa da Morte, estaba acostrumbrado a la suavidad del verano norteño, a la brisa del mar, a llevar en el mes de agosto un jersey anudado al cuello por si acaso refrescaba, a los días de lluvia que mantenían el campo circundante a su aldea tan verde. Llevaba veinte años en la meseta, pero jamás se acostumbraría a un clima tan seco.
Bugallo se paró, como hacía cada hora más o menos, y buscó un sitio a la sombra para encenderse un cigarrillo. Allí, entre calada y calada, veía trabajar a los compañeros, la mayoría africanos. Gente dura, pensó. Los negros le daban lástima; trabajando de sol a sol, sin contrato, las horas que le diera la gana al encargado y a cuatro euros la hora. Así funcionaba la cosa en las subcontratas. Llevaba más de tres meses con ellos, y jamás los veía quejarse, poner un mal gesto, una mala cara. A saber de que sitios no vendrían para aceptar aquel trabajo de mierda y en esas condiciones, pensaba Bugallo mientras consumía el cigarrillo entre calada y calada. Entonces oyó la voz rotunda y chillona del encargado, Cifuentes, el tipo mal encarado y grosero que dirigía la obra.
-¡Me cago en san pito pato!, ya habéis roto el pisón, cago en diez. ¿Como terminamos ahora las dos zonas esas que nos quedan?
Cifuentes le daba voces a Ceferino, un guineano que era como el jefe de los obreros africanos. Ceferino sabía hablar español, pues venía de Guinea Ecuatorial y a diferencia de los otros africanos, él si tenía papeles y estaba dado de alta en la empresa.
-No se, jefe, yo no he tocado la máquina.
-Eh, tu, gallego, ven aquí.
Cifuentes se dirigió a Bugallo que tiró el cigarrillo al suelo y con gesto cansado fue al encuentro del encargado.
-¿Quién cojones se ha cargado el pisón?
-Me parece que fuiste tú el último que lo utilizó ayer, contestó Bugallo.
Bugallo y Cifuentes no se llevaban demasiado bien. Los dos siempre estaban enganchándose por cualquier cuestión, por temas sin importancia como el fútbol o la política, o por temas laborales, por ejemplo por el trato que daba a sus subordinados Cifuentes, que en opinión de Bugallo era un auténtico cabrón.
-No me toques los cojones, gallego; gritó Cifuentes mirando fijamente a Bugallo.
-A lo mejor es que está sin gasolina; terció Ceferino.
-¿Sin gasolina?, no digas tonterías. Si estuviera sin gasolina haría algún ruído al arrancar, y esa máquina no hace nada.¡Me cago en la puta!, pues esto hay que acabarlo hoy, que mañana tenemos que ir al otro lado, así que ya me diréis vosotros que hacemos; dijo Cifuentes mientas nerviosamente sacaba el paquete de tabaco del bolsillo de su camisa.
-Es fácil, llama al almacén y que traigan otro pisón; dijo Bugallo.
-Claro; facilísimo. No hay otro pisón, señoritingo; replicó Cifuentes encendiéndose el cigarrillo.
Mientras discutían, los africanos se habían sentado a observarles, a la espera de nuevas órdenes, pues sin la máquina no se podía terminar el trabajo. De pronto, Cifuentes se fue hacia ellos.
-Ya se lo que vamos a hacer. A ver, vosotros, ¿cuántos soys?. Un, dos, tres, cuatro, cinco, séis, siete; suficiente, venga seguidme.
Los negros sigueron al encargado espectantes por lo que les fuera a ordenar. Cifuentes se fue a la zona del acerado que estaban asfaltando y que había que apisonar con la máquina y empezó a zapatear en al tierra.
-Así, así, ¿véis como lo hago yo?. Así, venga, hacedlo vosotros, venga que entre todos lo apisonáis y no hace falta máquina, vamos.
Cifuentes paró y fue empujando a los negros hacia la zona que había que apisonar.
-Vamos, así, así; como si estuvierais bailando; les gritaba.
Los negros empezaron patear la tierra, a saltar sobre ella, mientras Cifuentes se apartaba, y sonreía, viendolos patalear.
-¿Ves gallego como lo he arreglado?; ya no tenemos que llamar a la oficina para decirles que no tenemos pisón y así nos ahorramos la bronca. Estos van a hacer el trabajo a mano. Bueno, mejor dicho a pata. Cifuentes empezó a reirse de su propia ocurrencia.
El espectáculo no pasaba desapercibido a los viandantes que se paraban a ver a un montón de hombres negros danzando, apisonando la arena con sus pies, y a los obreros de otras obras de alrededor, a los que esta circunstancia les servía de excusa para parar el trabajo unos minutos y sonreían mientras observaban la acción.
-Pero hombre, ¿estás loco?. Eso no va a quedar bien apisonado y el firme no quedará bien; dijo Bugallo al encargado.
-¡Qué sabrás tu! Si no queda bien que le den, pero esto hay que terminarlo hoy, que luego cualquiera oye a los de arriba.
Los africanos saltaban sobre la tierra, cada vez con más ímpetu, como si estuvieran interpretando alguna danza triba proveniente de sus países. Ceferíno y Bugallo los miraban tristes, mientras un montón de gente se paraba  a curiosear. Entonces Bugallo cruzó la calle y fue a la obra de un edificio recién levantado que había en frente, pasó por delante de los obreros y entró en él.
-¿Quién de vosotros es el encargado?, preguntó a un grupo de hombres que había allí mirando divertidos como saltaban los negros intentando apisonar la arena.
Uno de los presentes levantó la mano, un hombre de unos cincuenta años, con un cigarro negro en la boca.
-Oye, el otro día os vi que teníais un pisón, te doy cincuenta euros si mandas alguien que de una pasada ahí en frente.
-Y estropear el trabajo tan fino que están haciendo esos, ¿no?; dijo el hombre esbozando un sonrisa y dirigiéndose a los que estaban con él, que estallaron en una carcajada.
-Venga hombre, es una pasada, diez minutos, veinte a lo sumo y te ganas cincuenta euros.
El hombre miró a Bugallo pensativo, al final chascó la lengua y dijo;
-Va, venga. Pero que conste que lo hago por evitar el espectáculo que estáis dando. Eh, tú, rubio, agarra el pisón y ve a donde te diga éste.
Bugallo  sacó la cartera, cogió un billete de cincuenta euros y se lo tendió al hombre que rechazó el dinero con un gesto.
-Anda, déjalo, que encima te va a costar dinero la gracia de tu encargado a tí. Hoy por tí y mañana por mí, aunque viendo como las gastáis... Lo hago por tí, aunque solo te conozco de verte ahí enfrente y por esos pobres desgraciados.
Al cabo de un rato, el hombre que había ido con el pisón a prensar la tierra había terminado. Bugallo le dio las gracias y se fue a buscar la sombra y encenderse un cigarrillo, mientras Cifuentes comprobaba el trabajo que había hecho. Ceferino, el guineano, se sentó al lado de Bugallo y le tocó el hombro en un gesto que quería decir, gracias. Algunos de los africanos le miraban y uno de ellos cerró la mano levantando el pulgar en dirección suya.
Bugallo se sentó en la tierra y se limpió las gotas de sudor que le perlaban la frente. Este puto calor; pensó.

2 comentarios:

  1. Un relato muy real y bien enfocado, me gusta. Deberías atender a los acentos en algunos pronombres personales, se nota bastante.

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  2. Gracias, tienes razón en lo de los acentos, las prisas...Grcias otra vez, saludos.

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